4 de marzo de 2024

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La IA contra el ser humano

por Alfonso Ballesteros
Ilustrador Andrea Devia-Nuño

La llamada inteligencia artificial ataca de raíz las relaciones humanas ya sumamente deterioradas. Nuevas formas de comunicación humano-máquina surgen como placebos que camuflan la carencia de relaciones auténticas, al tiempo que agravan la grave crisis de la soledad.

 

“Este hombre futuro —que los científicos fabricarán antes de un siglo, según afirman— parece estar poseído por una rebelión contra la existencia humana tal como se nos ha dado, gratuito don que no procede de ninguna parte (materialmente hablando), que desea cambiar, por decirlo así, por algo hecho por él mismo1”.

Estas palabras proféticas de Hannah Arendt —escritas en 1958— nos ofrecen el terreno del que surge la inteligencia artificial (IA) como rebelión prometeica. Este “gratuito don de la existencia” se nos da en compañía de otros, por eso la soledad es tan indeseable. Pero el humano actual enfrenta la grave crisis de la soledad, no recurriendo a sus semejantes, sino a la IA hecha por él mismo, de modo que promueve precisamente la soledad que pretende combatir. Esbozo esta tesis en nueve puntos que pretenden mostrar que la IA es un problema político de primer orden, que apuntala la crisis de la soledad.

1. Contra lo social. El primer contacto significativo de la Humanidad con la IA ha sido el gran experimento de las redes sociales iniciado hace dos décadas2. Sus frutos son ya machaconamente reconocidos: pérdida de capacidades cognitivas —memoria, atención, pensamiento—, o crisis de la democracia. Sin embargo, su fruto más inquietante es cómo han ahondado en la crisis de la soledad. En los últimos tiempos quizá nada ha destruido más las auténticas redes sociales que las llamadas redes sociales. Este término comercial —“redes sociales”—, ha dificultado la comprensión del propio fenómeno y ha mostrado cómo el acto de nombrar las cosas puede suponer un auténtico engaño colectivo. En todo caso, se empiezan a remediar algunos de estos problemas: así ocurre gracias a la prohibición de los smartphones en las aulas en Francia, Portugal o Italia3.

La IA nos aleja del mundo real, físico, de cosas y cuerpos sometidos al tiempo, y lo sustituye por un no-mundo de datos y máquinas

2. Contra lo real. La llamada IA generativa permite a cualquiera crear irrealidad. Se falsea la realidad percibida a través de las pantallas. Esta representación de la realidad deja de corresponderse con la realidad, deja de representarla con fidelidad. La imagen o el vídeo verosímil pero ficticio sustituye a la cosa representada, generando así una crisis de la distinción entre el hecho y la ficción. El problema más profundo no es técnico, que podamos eliminar esa distinción, sino que ya no nos importe la diferencia (como señala Michael Sandel en su entrevista para TELOS en el número 122, dedicado a la posverdad). Las redes sociales son el antecedente inmediato que permite socavar la percepción de la realidad en favor de una percepción personalizada del mundo, subjetiva, en la que la distinción entre hecho y ficción resulta irrelevante.

3. Contra la alteridad4. El segundo contacto significativo de la Humanidad con la IA son los grandes modelos lingüísticos que permiten el desarrollo del diálogo ser humano-IA. Esto admite ahondar en el carácter antisocial de las redes sociales al ofrecer un nuevo placebo ante relaciones humanas líquidas, inestables y superficiales. Sin embargo, este nuevo placebo viene a agudizar la crisis de aislamiento, pues el carácter complaciente, sumiso y servicial de los chatbots contrasta con la fricción propia de las relaciones con humanos. Esto nos hace menos capaces de emprender relaciones humanas en las que el otro no se limita a aportar complacencia, sino que nos reta, nos corrige y se contrapone a nosotros. La discrepancia, el desacuerdo, incluso el conflicto, forman parte de las mejores formas de relación humana.

4. Contra el sexo real. Esta pérdida de alteridad, de contacto con el otro, se pone de manifiesto en otros ámbitos. La pérdida de relación con el cuerpo del otro parece conducir también al deterioro del sexo real en favor del porno digital (hoy totalmente a la carta, gracias a la IA generativa). Higinio Marín ha señalado que el sexo guarda una estrecha relación con el deseo de no estar solo, un deseo que sin duda el porno no puede satisfacer. El sexo, a diferencia del porno, requiere de un otro que se nos contrapone: un otro que tiene un cuerpo real, imperfecto y que no siempre está disponible para uno. Pero si en este ámbito lo que importa es la disponibilidad de cuerpos perfectos —y no el encuentro entre personas—, el sexo real no puede competir con el porno digital. Por eso, es vano el intento de muchos de parecerse a los modelos pornográficos: ahí reside el empeño narcisista de obtener un cuerpo ideal en el gimnasio y en el quirófano —y, por tanto, el rechazo al cuerpo real y personal de cada uno—, que ahonda precisamente en este complejo ante el cuerpo real. Ese cuerpo que, a pesar de los esfuerzos, a uno le acompleja porque envejece, enferma, etc. No es extraño que hoy la gente tenga menos relaciones sexuales a pesar de —o, precisamente, debido a— la omnipresencia del porno en todos los ámbitos de la cultura.

 

La IA contra el ser humano por Alfonso Ballesteros

 

5. Contra el mundo. La IA nos aleja del mundo real, físico, de cosas y cuerpos sometidos al tiempo, cuya entropía y deterioro es inevitable y lo sustituye por un no-mundo de datos y máquinas que no dejan de mejorar y que ofrecen, según el caso, una representación del mundo, una falsificación del mundo o la producción de imaginarios a medida de cada uno. Esto no tendría por qué ser así, la IA podría devolvernos al mundo, pero la IA actual fomenta precisamente ese alejamiento. Ejemplo de esto son las redes sociales que no son una herramienta para el encuentro físico —pero, ¡podrían serlo dentro de otro modelo económico!—, sino que son autorreferenciales y adictivas. No es nada extraño que los grandes tecnólogos inicien también la carrera espacial y propuestas transhumanistas: nuestro mundo y nuestra existencia no les gusta, y hay que emprender la huida del modo en que cada uno pueda.

6. Contra la acción humana. La IA supone muchas veces infravalorar la acción humana o, al menos, una visión funcional de las acciones humanas. Es decir, las acciones no se consideran realidades valiosas en sí, sino que son meramente funcionales, eficaces o utilitarias. En otras palabras: la acción es tarea sustituible. Esta idea de la imperfección humana solo es aceptable con una visión mecanicista de la realidad. Si el mundo es un mecanismo, da igual cambiar un tornillo por otro, con tal de que funcione. Así, la IA asiste, sustituye al ser humano o transforma tareas humanas en otras nuevas. A nivel más concreto, hay numerosas manifestaciones de la IA útiles y moralmente aceptables. Pero, a nivel general, subyace la idea de la imperfección humana frente a la creciente perfección de la máquina. Y, en todo caso, es evidente dónde saltan aquí las alarmas: cuando se quieren reemplazar relaciones que implican vínculos profundos (amistad, ternura, sexo, etc.) por una suerte de “intimidad artificial” con las máquinas.

7. Contra la seguridad. La mitad de los ingenieros que trabaja en seguridad de la IA opina que hay un 10 por ciento de posibilidades de que esta suponga la extinción humana. Eso está por ver. En todo caso, la IA otorga poder sin precedentes a los individuos para llevar a cabo tareas distintas o de forma mucho más eficaz. Esto hace, con carácter general, el mundo más disponible y cómodo, pero esta disponibilidad ha llegado a un grado en que constituye también un peligro. La IA —dada su complejidad, velocidad, opacidad y su autonomía— escapa cada día más de las manos del ser humano volviendo el mundo cada vez más indisponible e inseguro. A la IA le son aplicables las palabras de Harmunt Rosa sobre la “vuelta de lo indisponible como monstruo”. Sí, hemos hecho disponible el mundo, pero al riesgo de crear un monstruo impredecible que deteriora nuestros ya frágiles vínculos sociales.

La soledad es la tierra fértil para que surja cualquier tiranía. Sin vínculos fuertes no hay auténtica democracia

8. ¡Contra el experto! Lo anterior parece legitimar la idea de que el mundo lo gobiernen los técnicos, los ingenieros. Pero, si Eric Schmidt, director ejecutivo de Google 2001-2011, dice que no comprende la IA actual, ¿qué abismo habrá entre el ser humano común y estas cosas? Más aún, ¿qué gobierno de técnicos esperamos si los técnicos ya no saben? La situación parece abocarnos al gobierno de las máquinas.

9. Contra la deliberación democrática. La IA actual es antidemocrática por diversas razones. La primera y más profunda es que ahonda en la crisis de la soledad, y la soledad es la tierra fértil para que surja cualquier tiranía. Sin vínculos fuertes no hay auténtica democracia. La segunda, muy relacionada, es que las redes sociales, con sus cámaras de eco y, en general, con su selección de contenidos provocativos, fomentan una fuerte polarización política que dificulta la posibilidad de una buena convivencia. La tercera es que las redes, con su deterioro de las capacidades cognitivas o el predominio del éxito, impiden o dificultan seriamente tanto la deliberación democrática como, simplemente, la toma de conciencia de que uno pertenece a una comunidad política y eso importa realmente.

Si nuestra comunidad política quiere todo esto está por ver, creo que la mayoría de nosotros no. Sin embargo, poco importa nuestra opinión si admitimos la falacia del inevitabilismo, que considera la IA una realidad necesaria. En ese caso, nada importa el consenso sobre ella. Pero nada tiene esto de inevitable, pues el avance de la IA no es más que la suma de decisiones humanas. “La única cuestión que se plantea —continúa Arendt— es si queremos o no emplear nuestros conocimientos científicos y técnicos en este sentido, y tal cuestión no puede decidirse por medios científicos; se trata de un problema político de primer orden y, por lo tanto, no cabe dejarlo a la decisión de los científicos o políticos profesionales”. Es decir, somos nosotros los que debemos hablar. La IA es un problema político de primer orden: ni tiene vida propia, ni escapa al uso de nuestra razón, ni a la decisión de nuestra voluntad. Si ahonda en la crisis de la soledad, hay que dejar claro que la IA socava los cimientos de nuestras sociedades, por mucho negocio que hagan algunos con ella, o por mucho que facilite nuestras vidas en otro sentido. En consecuencia, todo lo que cree auténtica comunidad va a ser, entonces, un modo de combatirla.

Notas

 1Arendt, H. (1993): La condición humana. Madrid, Austral, pág. 15.

 2Tristan Harris y Aza Raskin: Your Undivided Attention, “The AI Dilemma”,
24 de marzo de 2023. Disponible en: https://www.humanetech.com/podcast/the-ai-dilemma

 3Antonio Fernández Vicente: “La calidez de un mundo sin smartphones”, Telos. Revista de Comunicación, 4 de octubre de 2023.

 4Your Undivided Attention. “The AI Dilemma”. 24 de marzo de 2023.

Bibliografía

Arendt, H. (1993): La condición humana. R. Gil Novales (trad.). Madrid, Austral.

Fernández Vicente, A. (2023): “La calidez de un mundo sin smartphones” en TELOS. Disponible en: https://telos.fundaciontelefonica.com/la-calidez-de-un-mundo-sin-smartphones/

Harris, T y Raskin, A. (2023): “The AI Dilemma” en Your Undivided Attention. Disponible en: https://open.spotify.com/episode/0KQbUp5WoeSTUSRYATnKTZ?si=a1MdQCFbTVGwCSu1y4IgHQ.

Artículo publicado en la revista Telos 124


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Autor

Doctor en Filosofía Política por la Universidad de A Coruña. Trabaja en la Universidad Miguel Hernández de Elche. Acaba de publicar “Digitocracy: Ruling and Being Ruled” en la revista Philosophies.

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