4 de octubre de 2023

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La calidez de un mundo sin smartphones

por Antonio Fernández Vicente

Se alzan voces y regulaciones contra el smartphone en la actualidad. Entre las causas del rechazo y la necesidad de desconexión encontramos tanto la preservación del “estar juntos” como la merma en las capacidades perceptivas y mentales.

 

Bob Dylan ha anunciado en 2023 una gira en la que estará prohibido el uso de teléfonos móviles durante las actuaciones. Deberán guardarse en fundas proporcionadas por la organización, precintadas durante todo el evento salvo en casos de emergencia. La razón que se esgrime apunta al enriquecimiento de la experiencia compartida de asistir a un concierto en ausencia de smartphones.

Pero no sólo es en este campo en el que se cuestiona la presencia de los teléfonos móviles. Recientemente, Italia se ha sumado a países como Francia y Portugal a la hora de prohibir el uso de móviles en las aulas, por ser un elemento de distracción que, además, implica una falta de respeto a los docentes y otros compañeros (La Repubblica, 2022). Incluso las escuelas públicas de Seattle han demandado a grandes corporaciones del mundo digital propietarias de YouTube, Instagram, Snapchat, TikTok o Facebook por las afecciones mentales que tales plataformas podrían haber desencadenado en los estudiantes (Johnson & AP, 2023). Y del mismo modo resulta paradójica la costumbre de los grandes CEOs de Silicon Valley de enviar a sus hijos a colegios donde no hay móviles ni Internet (Guimón, 2019). ¿Por qué prohibir el smartphone?, ¿por qué la necesidad de desconexión?

Tiempo secuestrado

El smartphone se adueña de nuestro tiempo. Se trata de la disponibilidad veinticuatro horas al día y siete días a la semana que Jonathan Crary (2019) ha explicado como la patológica dependencia a narcotizantes rutinas que empobrecen y reducen las experiencias compartidas. El smartphone se alimenta de tiempo. Parafraseando a Julio Cortázar, cuando te regalan un smartphone, tú eres el regalado. Te regalan la obligación de atender todas sus llamadas de atención y reclamos. Te regalan el deber de “darle cuerda” a cada instante.

Transmitir mensajes a través de una pantalla no implica de ningún modo que se esté comunicando

Por el smartphone sacrificamos lo próximo a la constante conexión. Lo crucial es hacer circular mensajes con la mayor velocidad posible. El mandato interiorizado como una servidumbre voluntaria es mantener en marcha la tormentosa rueda de Ixión que es el smartphone, que gira y gira sin descanso. El smartphone satisface los deseos de reciprocidad, los canaliza hacia su pantalla y hace añicos cualquier experiencia auténtica. El smartphone desestructura nuestro tiempo de vida bajo la ilusión de que lo gestiona con eficiencia taylorista. Da la ilusión de libertad y contacto perpetuo, pero es sólo una ilusión.

La hiperconexión hace que el teléfono móvil sea un agente de distracción y obstaculiza el “estar juntos”.

“La ilusión del encuentro”

En el aula, en un concierto, en el cine o mientras tomamos café, las constantes notificaciones o incluso la promesa de que nos llegarán enfrían la fuerza comunicativa de los encuentros cara a cara. El smartphone es una barrera invisible que impide que prestemos atención y, por ello, falsifica la auténtica experiencia. Privilegia el ahora online frente al aquí real y perdemos así la calidez de la atención recíproca (Grupo Marcuse, 2019: 157).

Lo espectral desplaza a los encuentros físicos y vivos, aquellos que aportan la calidez humana que emana de la sensación de “estar juntos”. Es la calidez necesaria para forjar lazos afectivos. Es algo que ya Guy Debord advertía en 1967: la facultad de encontrarse se reemplaza por un “hecho social alucinatorio”: “La ilusión del encuentro”1 (Debord, 2006: 858).

Una simple conversación sin interrupciones se convierte en una feliz excepción a la indiferencia normalizada. Y la interrupción continua se justifica como una forma social tolerada (Turkle, 2019: 59). ¿No es privilegiar “otras conexiones” faltar al respeto a las personas que están ahí delante?, ¿no es prestar atención la premisa fundamental del acto de escuchar y de todo diálogo?

Pseudo-comunicación

La carencia de verdadera comunicación conduce directamente al aislamiento en multitud. Es la lógica polarizante de los algoritmos de plataformas social media que canalizan lo que percibimos según criterios de afinidad y popularidad. Purifican, por decirlo de alguna manera, lo que vemos y oímos, depurado de cualquier elemento exógeno que pueda importunar. Excluyen la riqueza del espacio público, el azar del encuentro con desconocidos, con quienes piensan o viven de otra forma. Se corroen y pierden así los vínculos sociales necesarios para la vida en común. Transmitir mensajes a través de una pantalla no implica de ningún modo que se esté comunicando.

En la etimología de la voz comunicar, nos remitimos a communis, a hacer comunidad, a ir al encuentro del Otro antropológico. El smartphone nos encadena a la pseudo-comunicación, a una comunicación ilusoria porque nos encierra en una burbuja egocéntrica. Una sensación de tedioso vacío recorre los infinitos intercambios de mensajes. Emerge un narcisismo apático puesto que el individuo saturado de estímulos acaba desposeído de sus pasiones elementales (Pulcini, 2001). La pseudo-comunicación a través de smartphone impide la vida en común y la formación de comunidades dotadas de vínculos afectivos.

Insensibilidad customizada

Poder conectarse en cualquier lugar conlleva el empobrecimiento de las capacidades mentales y perceptivas. El mundo se reduce a una pantalla. El smartphone como mediación absoluta induce rutinas adictivas y repetitivas basadas en la superficialidad y la rapidez. Todo lo que requiera una atención continuada se marginaliza porque el smartphone intensifica la impaciencia cognitiva y anestesia la inclinación a la curiosidad. Nos habituamos a una percepción epidérmica y estandarizada, al falseamiento de la vida (Han, 2019).

El smartphone facilita la selección de un espacio perceptivo hecho a la medida de cada uno, expurgado de todo aquello que no desearíamos ver. Es como un mundo a la carta, sin las inconveniencias de lo que no podamos controlar. Barbara Cassin interpretó con sagacidad la customización del mundo digital: en su etimología, customer nos remite a custom, a costumbre, al hábito (2007: 109). Y el hábito era para Ambrose Bierce el grillete de los libres.

Frivolidad amnésica

El smartphone auspicia la recepción pasiva de estímulos impactantes y fugaces. La actualidad y las actualizaciones renovadas a cada instante nos vuelve amnésicos y desmemoriados. Al mismo tiempo se genera ansiedad e incluso tristeza congénita (Lovink, 2019). Incluso se podría hablar de una generación perdida a causa del smartphone. ¿Cómo conseguir secuestrar la atención? La recompensa son esas desopilantes gratificaciones momentáneas que se obtienen en forma de visualizaciones o reacciones. Sin embargo, tales felicidades efímeras crean frustración, debilidad afectiva y dependencia emocional, en especial en los más jóvenes (Twenge, 2017).

El modelo de negocio consiste en secuestrar la atención mediante ilusiones de novedad permanente. En el mercado de la atención, habrá que plegarse a la frivolidad y la banalidad para hacerse ver, porque si nadie te ve, si nadie te lee, no existes. Si no muestras y compartes lo que haces, no haces nada. El smartphone es también un instrumento de auto-promoción donde ser es equivalente a aparecer. Si no apareces, estás excluido.

La carencia de verdadera comunicación conduce directamente al aislamiento en multitud

Se imponen los formatos más y más breves, y se privilegia lo anecdótico y frívolo frente a lo reflexionado e intenso. En el universo quimérico del smartphone proyectamos imágenes irreales y hermoseadas porque nos hemos convertido en nuestro propio avatar. La espontaneidad se esfuma como también se pierde la capacidad de asombro por el exceso de impactos en forma de memes triviales y clichés provocativos que buscan retener la atención (Crary, 2022: 55). El presente continuo del smartphone hace que lo que no ocurre en ese universo paralelo se encuentre aburrido y que todo pensamiento en profundidad carezca de valor. Poco importa que se desplieguen los rasgos más superficiales y degradantes de nuestra personalidad y que en las redes, lo más vacuo y visceral se viralice al instante.

La calidez de lo cercano

La necesidad de desconectar no proviene de la idealización nostálgica de un mundo anterior a la tecnología digital. Se debe al carácter sociocida del smartphone porque diluye los lazos sociales y la posibilidad de una vida en común. Lo que se corroe es en gran medida la facultad del encuentro. El desmedido afán de lucro de las corporaciones digitales se fundamenta en la interrupción de las relaciones humanas de las que no pueden obtener beneficio económico. Desvían cualquier experiencia hacia el mundo mediado por el smartphone. Y el smartphone, como cualquier otra tecnología, no es neutral: trae consigo sus propios accidentes. Nos distancia patológicamente de lo cercano y lo tangible.

En el último álbum de Bob Dylan, una de las canciones recuerda los versos de Walt Whitman: “Soy amplio, contengo multitudes”. Y en otro de sus versos leemos: “La menor articulación de mi mano puede humillar a todas las máquinas” (Whitman, 1999: 95). Y quizás un concierto, un aula o una sencilla conversación sin móviles nos hagan más amplios. O quizás baste con estar en el mundo de lo que se puede tocar, como recordaba José Saramago de cuando era niño: “Su atención siempre prefería distinguir y fijarse en cosas y seres que se encontraran cerca, en aquello que se pudiera tocar con las manos” (Saramago, 2007: 16).

Notas

 1Traducción del autor.

Bibliografía

Cassin, B. (2007): Google-moi. La deuxième mission de l’Amérique. París, Albin Michel.

Crary, J. (2019): 24/7. El capitalismo al asalto del sueño. Barcelona, Ariel (2ª edición).

Crary, J. (2022): Tierra quemada. Hacia un mundo poscapitalista. Barcelona, Ariel.

Debord, G. (2006): La société du spectacle. En Œuvres. París, Gallimard.

Grupo Marcuse (2019): La libertad en coma. Contra la informatización del mundo. Madrid, Ediciones el Salmón.

Guimón, P. :“Los gurús digitales crían a sus hijos sin pantallas” en El País, 2019. Disponible en: https://elpais.com/especiales/2019/crecer-conectados/gurus-digitales/

Han, B. C. (2019): No cosas. Quiebras del mundo de hoy. Madrid, Taurus.

Johnson, G. & Associated Press: “Seattle public schools’ lawsuit against media giants like TikTok, Instagram and Facebook faces uncertain legal road” en Fortune, 2023. Disponible en: https://fortune.com/2023/01/11/seattle-public-schools-lawsuit-against-big-tech-face-uncertain-legal-road/

La Repubblica:  «Scuola, vietati cellulari: il testo della circolare del ministro Valditara» en La Repubblica, 2022. Disponible en: https://www.repubblica.it/cronaca/2022/12/20/news/scuola_vietati_cellulari_testo_circolare_ministro_valditara-379937756/

Lovink, G. (2019): Tristes por diseño. Las redes sociales como ideología. Bilbao, Consonni.

Pulcini, E. (2001): L’individuo senza passioni. Individualismo moderno e perdita del legame sociale. Torino, Bollati Boringhieri.

Saramago, J. (2007): Las pequeñas memorias. Barcelona, Alfaguara.

Turkle, S. (2019): En defensa de la conversación. El poder de la conversación en la era digital. Barcelona, Ático de los libros.

Twenge, J. (2017): iGen. New York, Atria Books.

Whitman, W. (1999): Hojas de hierba. Barcelona, Lumen.

Autor

Profesor de teoría de la comunicación en la Universidad de Castilla-La Mancha. Autor de Ciudades de aire: la utopía nihilista de las redes (Catarata, 2016) y especialista en filosofía de la tecnología.

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