8 de septiembre de 2022

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Alfabeto musical

por Tatiana Komar
Ilustradores Juárez Casanova

Todo a nuestro alrededor es música: el canto de los pájaros, el murmullo de los arroyos, los rugidos de los animales salvajes. Lo que hizo el ser humano fue aprender de ello y elevarlo a otro nivel.

 

Nadie sabe exactamente cuándo nació la música pero, conociendo la historia de la humanidad y echándole un poco de imaginación, es fácil deducir que surgió antes que la palabra.

Es natural aprender de lo que uno ve a su alrededor, así que seguramente los humanos prehistóricos intentaran imitar los sonidos de la naturaleza: el canto de los pájaros, los soplidos del viento, los murmullos del agua… Y cabe imaginar que, cuando más observadores eran, sucedía durante la caza: tenían que estar quietos y atentos durante horas, escuchando los sonidos y observando los movimientos a su alrededor. Sus cantos y bailes no tenían nada que ver con los de hoy, pero servían para expresarse y hacer rituales. No era algo que hacían habitualmente, solo en ocasiones especiales. En eso sí se parecían a nosotros.

Los primeros instrumentos musicales eran piedras y palos; luego surgieron los tambores, más tarde las liras… Pero nunca sabremos cómo eran las melodías que interpretaban, ya que no existía la escritura musical. Toda la música en aquel entonces era improvisada y no contaba con un sistema de signos para su escritura.
Hubo intentos de apuntar el movimiento melódico en papel en la antigua Grecia y también en otras civilizaciones, pero básicamente sirvió para recordar la melodía inventada, y no para que alguien que nunca la había escuchado pudiera interpretarla. No había signos propios para escribir las notas musicales; se utilizaban las letras. De hecho, aún en nuestros tiempos, en los países de habla inglesa y en Alemania, en la notación se utilizan los nombres de las letras en orden alfabético empezando por la nota la: la-A; si-B; do-C; re-D; mi-E; fa-F; sol-G.

Con la llegada del cristianismo, la música, y en particular el canto, era una expresión de fe y eran los monjes quienes conservaban los cantos gregorianos. Tardaban una década en aprenderse unas 80 horas de salmos. Pero, por muy hábiles que fueran, su memoria no era perfecta y los cantos sufrían variaciones inaceptables desde el punto de vista de los papas. A raíz de sus ordenanzas de estructurar la escritura musical, surgieron los bosquejos taquigráficos. No tenían la expresión del ritmo exacto, ni la altura de la primera nota, pero expresaban el movimiento de la melodía y la relación de las notas entre sí, más arriba o más abajo. El ritmo de la melodía se guiaba por el de los versos.
Llegaron hasta el punto de trazar una línea roja para indicar sobre ella la altura de las notas pero, aun así, nunca estaba claro con qué nota había que empezar el canto. También hubo métodos parecidos a las tablaturas modernas, donde se apuntaba dónde había que poner cada dedo en el caso de los instrumentos de cuerda. Pero tenían el mismo problema: no se podía saber la duración de las notas.

El monje Guido D´Arezzo inventó en el siglo XI el sistema de los signos musicales, que ahora nos permite disfrutar de Bach, Mozart, Beethoven y muchos otros

Desde el siglo VII hasta el X hubo varios intentos de estructurar la escritura musical para su unificación, pero fue el monje Guido D´Arezzo en el siglo XI quien inventó el sistema de los signos musicales, que ahora nos permiten disfrutar de la música de Bach, Mozart, Beethoven y muchos otros.

El gran revolucionario musical Guido Monaco —ese era su apellido original, Arezzo era su ciudad natal— cogió la línea roja y dijo: “Aquí estará la nota fa”, y puso una F. Entonces, la nota que estaba por encima de esa línea era sol, y la nota por debajo de la línea, un mi. Luego le añadió por encima una línea amarilla que era para la nota do, y dos líneas negras más: una por debajo de la roja, y otra entre la roja y la amarilla. Eso era un tetragrama, el prototipo del pentagrama moderno.

Este método ya permitió a los músicos interpretar una canción sin haberla escuchado antes. Fue un gran salto para la escritura musical, y dio pie a una nueva rama de músicos: los compositores. Antes, cada músico improvisaba a su manera, pero desde la invención de la escritura musical, fue posible componer y distribuir la música por todo el mundo. Y con el tiempo ha ido a más: a los compositores no les bastaba solo con escribir las notas, querían que los músicos expresaran sus sentimientos con máxima precisión. De allí surgieron términos musicales para indicar los tiempos o carácter de las obras. Estaban escritos en italiano, por ser Italia cuna de la música. Esto facilita muchísimo la comunicación entre los músicos de todo el mundo. Así, cualquier músico sabe que allegro significa rápido y alegre; andante significa a paso, andando, tranquilo y con moto quiere decir con movimiento…

Los miembros de una orquesta internacional jamás tendrán problemas de comunicación, aun sin haber estudiado inglés; entre los gestos del director y los términos musicales en italiano se entienden perfectamente.

Pero Guido era un gran pedagogo y fue más allá: utilizo las primeras sílabas del Himno a San Juan Bautista escrito por Pablo el Diácono, para poner nombres a las notas de la escala musical y, de esa manera, enseñárselas a sus alumnos. Era así (en latín):

Ut queant laxis
Resonare fibris
Mira gestorum
Famuli tuorum
Solve polluti
Labii reatum
Sancte Ioannes

La nota do antes se llamaba Ut, y la nota si fue añadida más tarde.

Algo parecido hace la niñera María en el musical Sonrisas y lágrimas para enseñar a los niños las notas: DON-es trato de varón; RES-selvático animal

Desde siempre, los profesores de todo el mundo buscan métodos de enseñanza eficaces, divertidos y fáciles para un mejor aprendizaje de sus alumnos. Yo no he sido una excepción; llegó un momento en el que sentí una gran falta de material didáctico explicado de manera sencilla, cercana y divertida. Algo para que un niño aprendiera sin presión y gran esfuerzo, simplemente haciendo lo que más les gusta: jugar. Y es que a pesar de que soy de la escuela rusa —que es muy seria y estricta— y sé que sin trabajo constante no hay resultado, también sé que la mayoría absoluta de mis alumnos no van a ser músicos profesionales; solo van a clases de música porque les gusta tocar un instrumento y se divierten. Pero no saben lo que les aporta realmente.

En primer lugar, la música es un lenguaje con el que puedes expresar cualquier sentimiento sin decir ni una sola palabra. Además, la música influye en el desarrollo del cerebro como ninguna otra disciplina artística. Cuando un niño de unos seis u ocho años aprende un lenguaje de signos totalmente diferente del que le enseñan en el colegio y es capaz de leerlo e interpretarlo con sus propias manos, es lo más parecido a un milagro. Es verdad que cada alumno tiene diferentes capacidades: unos poseen más facilidades y otros menos, pero siempre he encontrado el modo de enseñarles a tocar melodías. Y no solo tocarlas, sino interpretarlas, e interpretar es la palabra correcta para describir la labor de un músico a la hora de leer una partitura: es capaz de descifrar, sentir y reproducir todo lo que un compositor quiso decir con su obra.

En mis clases de instrumento, siempre busco ejemplos de la vida que pueden servir para interpretar mejor un fragmento musical, incluso con niños pequeños y obras muy sencillas. Como, por ejemplo: “Fíjate, aquí está la mama pidiéndole a su hijo que haga algo, le repite lo mismo varias veces, subiendo del tono con cada repetición, y aquí está el niño travieso que solo quiere saltar”. Esto quiere decir que en el primer fragmento hay que hacer un crescendo y luego tocar staccato. Ese es mi código de comunicación con los estudiantes, y les gustan estas explicaciones hasta tal punto que empiezan a inventar sus propias historias, y ¿qué mejor que un niño creativo y con imaginación? Es muy útil en cualquier profesión: un buen profesional es el que siempre tiene ideas creativas y diferentes. Así no se aburre de su trabajo, ni se deprime. El resultado: salud mental, eficacia en lo que hace y progreso en todas las facetas de la vida.

A raíz de todo esto surgió mi libro Alfabeto musical (Aliar Ediciones, 2022), que recoge cuentos musicales educativos escritos en orden alfabético con personajes entrañables con los que los niños se encariñan enseguida. Así, a lo largo de todo el cuento los acompañan los tres hermanos Adagio, Andante y Allegro, que van a estudiar a una academia de música en la que el señor Bombo es el director. También conocen al presentador, el señor Calderón, que siempre alarga los comienzos de los conciertos porque esa es su verdadera función en la música: alargar las notas sobre las que está puesto. Y está el director de orquesta Diapasón, cuya función no solo es dirigir la orquesta, sino también afinarla con la nota la.

La música es un lenguaje con el que puedes expresar cualquier sentimiento sin decir ni una sola palabra

Gracias a su lenguaje cercano, sencillo y entretenido, Alfabeto musical ha resultado ser útil no solo para los niños, sino también para los adultos que quieren adentrarse en el mundo musical. Tengo que decir que a pesar de que el libro tiene muchísimo contenido, me ha resultado poco tedioso escribirlo, ya que hoy en día contamos con medios informáticos increíbles para poder desarrollar cualquier tarea de nuestra vida y nuestra profesión, incluida la música.

Cuando yo empecé mis estudios, mi madre tenía que copiarme las canciones a mano; si quería escuchar una obra o encontrar una partitura, tenía que ir a la biblioteca y, en ocasiones, a más de una. Todavía recuerdo cómo mi profesora me mandó tocar una obra y la estuve buscando en varias bibliotecas musicales de Moscú. Pero eso solo hizo que tuviera aún más ganas de aprenderla.

Ahora contamos con el gran apoyo de Internet, donde podemos encontrar cualquier tipo de partituras y obras musicales, por no hablar de los escáneres e impresoras. Además, si antes los grandes compositores escribían a la luz de las velas y sus partituras muchas veces eran muy difíciles de descifrar, ahora contamos con una cantidad infinita de programas para escribir partituras con todas las comodidades posibles. Incluso podemos tocar una melodía en un teclado conectado al ordenador y el programa nos escribirá la música (aunque, a decir verdad, sería muy difícil leer esa partitura, porque a veces capta lo que hacemos con demasiada precisión y la duración de las notas sale rara y difícil de interpretar).

Tratándose de un libro sobre música, no he podido evitar añadir recomendaciones musicales en cada capítulo. Para facilitar a los lectores su búsqueda, he subido toda la música recomendada a una página web. Me quedé muy sorprendida y enormemente satisfecha cuando empecé a publicar el libro en formato digital y descubrí la posibilidad de añadir pistas musicales para acompañar los cuentos.

Son milagros del siglo XXI que, desde luego, facilitan y enriquecen el aprendizaje de cualquier materia, incluida la música. El desarrollo informático nos proporciona una infinidad de comodidades para un aprendizaje más eficaz pero, aun así, el factor humano es muy importante en la enseñanza musical: jamás se podrá aprender a tocar el violín, el piano o cualquier otro instrumento viendo vídeos de la misma forma que con un maestro. Un maestro siempre será imprescindible en el aprendizaje musical, por mucho que avance la tecnología. La música es, por un lado, una disciplina muy precisa, pero por el otro es muy emocional e intuitiva, y ese aspecto jamás lo podrá aportar ningún ordenador ni robot.

 

Bibliografía

Cardine, E. (2005): Semiología gregoriana. Silos, Abadía de Silos. Disponible en: https://www.latiendadelaabadia.com/es/contenido/?iddoc=243
Goodall, H. “Historia de la notación musical” en Howard Goodall’s Story of Music, BBC. Disponible en: https://www.bbc.co.uk/programmes/b01qgcqb
Haines, J. (2011): La caligrafía de la música medieval. Turnhout (Bélgica), Editorial Brepols.
Hernando González, A. (2019): El papel de la afinación musical en la historia de la ciencia. Música, matemáticas y cambio científico desde los pitagóricos a Francisco Salinas. Burgos, Universidad de Burgos.
Locatelli de Pérgamo, A. M. (2018): La notación de la música contemporanea. Buenos Aires, Melos (Ricordi Americana).
Pajares Alonso, R. L. (2011): Historia de la música en 6 bloques con CD-ROM. Bloque 3. Difusión y notación. Madrid, Visión Libros.

Artículo publicado en la revista Telos 120


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Autor

Es música profesional y pedagoga. Autora del libro de cuentos musicales Alfabeto musical. Se mudó a España desde su país natal, Rusia, en 2001 y desde entonces desarrolla una gran actividad, haciendo conciertos didácticos, recitales y enseñando música.

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