7 de diciembre de 2022

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La humanidad en el abismo

por Joaquín Fernández Mateo

En los últimos años, un grupo de filósofos, principalmente de Oxford, han elaborado una nueva visión del mundo llamada longtermism. Su objeto de reflexión se centra en nuestras acciones y en cómo estas afectarán al futuro de la humanidad. Se trata de un futuro a muy largo plazo, algo que, en mi opinión, es un imponderable que sitúa la reflexión en parámetros metafísicos o, por lo menos, en el plano de los experimentos filosóficos. Pero ¿qué grado de plausibilidad contienen estos argumentos?

 

Para rastrear los orígenes de este movimiento, hay que remontarse al filósofo británico Derek Parfit que fue quien desarrolló nuevas áreas en la filosofía moral. Uno de sus más influyentes desarrollos es la disciplina Population Ethics, que evalúa cómo nuestras acciones pueden afectar a qué y cuántas personas nacen y cuál será su calidad de vida. La ética de la población es crucial para el largoplacismo que continúa el razonamiento de Parfit (1984) al valorar las consecuencias, en diversos niveles, de una posible destrucción de la humanidad (MacAskill, 2022).

A partir de la noción de riesgo existencial, han proliferado toda una serie de centros de investigación como el Future of Humanity Institute, dirigido por Nick Bostrom, y relacionado con el Centre of Effective Altruism, fundado por William MacAskill y Toby Ord. Effective Altruism recibió la influencia del filósofo moral Peter Singer. Esta filosofía es un movimiento que busca ingresos para un ejercicio de filantropía racional. Recientemente, los medios se han hecho eco de sus actividades tras el colapso de la plataforma de criptomonedas FTX. Para el propio Singer, el movimiento perderá importantes partidas dedicadas a donaciones, pero se desmarca de aquellos que, como el CEO de FTX Sam Bankman-Fried, buscan ganar dinero de cualquier forma sin un compromiso ético.

El longtermism es un subgrupo del Effective Altruism. Para Toby Ord, autor de The Precipice (2020), el futuro de la humanidad está lleno de posibilidades, pero nuestra extinción colapsaría el proceso de expansión que estamos viviendo. Influenciado por su supervisor doctoral, el ya mencionado Parfit, la extinción completa o parcial eliminaría o reduciría notablemente nuestro potencial. Ord piensa en las generaciones futuras: igual que una persona no importa menos por estar separada en el espacio, las personas importan lo mismo independientemente de su ubicación temporal. Para preservar nuestro potencial debemos reducir el riesgo existencial al que nos enfrentamos en las próximas décadas, garantizando así el potencial de la humanidad en el largo plazo. Para Ord (2020) el Antropoceno es la época de profundos efectos humanos sobre el medio ambiente, mientras que el Precipicio es el momento en que la humanidad corre un alto riesgo de destruirse a sí misma.

El posthumanismo es la forma en que los seres humanos pueden manifestar el desarrollo de su potencial

A partir de estas ideas surge una distinción entre catástrofes existenciales y no existenciales. Una catástrofe no existencial es algo potencialmente reversible mientras que la primera es determinante. Desde algunas ópticas utilitaristas, los recursos deberían utilizarse, principalmente, para reducir el riesgo existencial, dejando de lado otros proyectos no existenciales, es decir, la mayoría de los proyectos a los que estamos más o menos acostumbrados y consideramos moralmente buenos. Guiados por estas ideas, la verdadera preocupación moral no es, por ejemplo, el efecto de la catástrofe climática sobre personas y especies de todo el mundo, sino la posibilidad de que esta catástrofe genere un colapso civilizatorio irrecuperable.

Posthumanismo tecnológico y potencial humano

¿Qué entendemos por potencial de la humanidad? Para este grupo de filósofos, la humanidad no es una fotografía fija, una naturaleza invariable, sino que se encuentra en transformación y evolución. El posthumanismo es la forma en que los seres humanos pueden manifestar el desarrollo de su potencial. Para Bostrom y Ord, entre muchos otros, hay un imperativo moral en llegar a ser posthumanos.

En sus reflexiones, el filósofo español Ortega y Gasset afirmaba que la técnica busca crear un mundo nuevo para nosotros, «porque el mundo originario no nos va, porque en él hemos enfermado. El nuevo mundo de la técnica es, por tanto, un gigantesco aparato ortopédico». Hoy las tecnociencias son nuestra circunstancia y, a veces, nuestro destino parece inexorable: si no nos subimos al tren de la técnica transhumanista quedaremos atrasados, analógicos, imperfectos, desactualizados. Para estos nuevos filósofos es necesaria una nueva ortopedia, una sobrenaturaleza como transformación de la naturaleza humana.

En Meditación de la Técnica (1939-2010) Ortega consideró que el ser humano impone una reforma a la naturaleza contra sus imposiciones: «la técnica es la reacción enérgica contra la naturaleza o circunstancia que lleva a crear entre esta y el hombre una nueva naturaleza puesta sobre aquella, una sobrenaturaleza». Podemos adaptar estas ideas a la reflexión que nos ocupa utilizando a Ortega en los estudios del futuro: no la reforma de la naturaleza externa a nosotros, sino la reforma —o más bien, revolución— de la propia naturaleza humana.

Ord, de nuevo en The Precipice, escribe: «alcanzar nuestro pleno potencial de florecimiento implicaría probablemente transformarnos en algo más allá de la humanidad de hoy […]. Las tecnologías genéticas de este siglo nos darán las herramientas para transformarnos mucho más rápido, si así lo deseamos». Si bien esta transformación tiene riesgos de desigualdad e injusticia —incluidos los mencionados riesgos existenciales—, no debemos renunciar, nos dice Ord, a un optimismo prudente que permitirá liberar nuestro potencial. Preservar la humanidad tal y como está, como defienden los bioconservadores, significaría renunciar a nuestro potencial y dilapidar nuestro legado.

El universo físico es un gigantesco ordenador digital

Mediante la genética estaríamos comprendiendo cómo son los procesos de información que subyacen a la vida. Se abre la posibilidad de reprogramar la biología humana y no humana (Paez, 2020) para conseguir la eliminación de muchas enfermedades y el alargamiento de la vida. A más abundamiento lo que subyace a la vida son procesos de información, los cuales son esencialmente programas de software compactos. La lectura de la información genética, gracias a la gran capacidad de los nuevos ordenadores, está en proceso. ¿Cómo podemos especular con reducir la vida a información o código binario secuencial?

Ontologías digitales ¿cuál es el sustrato de la realidad?

Reconociéndose heredero de Galileo, Max Tegmark (2008) afirmó que el fundamento de nuestro universo es matemático. Se trata del lenguaje de la realidad tal y como es en sí misma. Pero podemos ir más allá. Podemos ver información en todos los niveles de la existencia. Toda forma de conocimiento humano, las expresiones científicas, de ingeniería, los diseños artísticos, la música y las imágenes, se pueden expresar como información digital. Los pancomputacionalistas creen que la biología se reduce a la química, que se reduce a la física, que se reduce a la computación de la información. La posición que unifica a la mayoría de los partidarios de la ontología digital se resume en la Tesis de Zuse: «el universo está siendo computado de forma determinista en una especie de ordenador gigante y discreto». Los argumentos más recientes de esta teoría los encontramos en A New Kind of Science (2002) de Stephen Wolfram. La ontología digital es un monismo metafísico: en última instancia, el universo físico es un gigantesco ordenador digital. El mundo está compuesto fundamentalmente por dígitos, en lugar de materia o energía, con objetos materiales como una manifestación secundaria compleja, mientras que los procesos dinámicos son una especie de transiciones de estado computacional.

Para Luciano Floridi (2009) sería un error confundir el uso predicativo de digital —física digital es el estudio de las leyes del universo ayudado por instrumentos computacionales— con su uso atributivo —el estudio de la naturaleza intrínsecamente digital de las leyes del universo. Mucha de la física contemporánea es digital en el sentido predicativo, pero no en el atributivo. De hecho, para muchos filósofos, la experiencia fenoménica de la conciencia natural no se corresponde con una posible conciencia artificial (Bartra, 2019) porque la experiencia fenoménica es cualitativa y no es posible reducirla a magnitud u operaciones digitales (Goff, 2019).

Los límites ecológicos de la tecnología

Este escenario filosófico plural demuestra que nuestras acciones y la valoración de sus consecuencias depende de una determinada comprensión ética y filosófica del ser humano. Si las personas somos estructuras o recipientes de valor (Bostrom, 2003) modificando nuestros cuerpos y cerebros podríamos maximizar el valor del universo reproduciendo evolutivamente nuestro potencial a través de futuras generaciones. Pero si pensamos que la moral no es esencialmente hacer cálculos y no somos herramientas para maximizar dicho valor, las decisiones que tomemos serían completamente distintas, valorando la prudencia y la humildad frente a la frivolidad (Baltar, 2020).

Finalmente, es posible que la tecnología aumente el riesgo existencial. A partir de los estudios de Schneider y Key (1991) podemos interpretar que, a medida que el sistema tecnocientífico crece en complejidad, para mantener su propio orden necesita incrementar el desorden del medio que lo contiene. Siguiendo la evolución termodinámica de los sistemas comprendemos que, para mantener la estructura de un sistema complejo, se necesita un flujo de energía continuo que implica aumentar el desorden del resto de sistemas en los que se inserta. De hecho, la sociedad tecnológica es una estructura que contiene artefactos y técnicas, herramientas y habilidades, que implica un complejo desarrollo con un alto consumo de recursos materiales y energéticos que cuestionan, en el actual estado de cosas, la misma idea de sostenibilidad.

Bibliografía

Bartra, R. (2019): Chamanes y robots. Barcelona, Anagrama.

Floridi, L. (2009): «Against digital ontology»en Synthese, 168(1), 151-178. Disponible en: https://link.springer.com/article/10.1007/s11229-008-9334-6

Goff, P. (2019): Galileo’s error: Foundations for a new science of consciousness. Nueva York, Vintage.

MacAskill, W. (2022): What we owe the future. Nueva York, Basic books.

Ord, T. (2020): The precipice: Existential risk and the future of humanity. Nueva York, Hachette Books.

Ortega y Gasset, J. (1938-2010): Obras completas, Meditación de la técnica.  Madrid, Taurus/Fundación José Ortega y Gasset, pp. 551-605.

Paez, E. (2020): A Kantian ethics of paradise engineering. Londres, Analysis, 80(2), 283-293.

Parfit, D. (1984): Reasons and persons. Londres, OUP Oxford.

Schneider, D. y Kay, J. (1994): «Life as a manifestation of the second law of thermodynamics». Mathematical and computer modelling, vol. 19, no 6-8, p. 25-48, en ScienceDirect. Disponible en: https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/0895717794901880

Autor

Profesor del Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid e investigador visitante del Departamento de Derecho de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Fue investigador de la Fundación Ortega y Gasset (2010-2014) y miembro actual del grupo de investigación "La persona en la Filosofía española contemporánea: Vida humana y Bioderecho" de la Universidad Rey Juan Carlos. Sus líneas de investigación son la Filosofía de la Tecnología y la Información, la Ética Aplicada y la Sostenibilidad.

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Comentarios

diciembre 8, 2022 8:58 pm

Desconocía esta visión filosófica. Un tema apasionante, leeré las referencias.

diciembre 15, 2022 2:28 pm

Saludos, la tipografia o fuente no permite leer el artículo desde un dispositivo móvil.
Es muy delgada y clara para la lectura de estos tan importantes aportes y análisis.

Espero puedan corregirlo ya que continuamente hago esfuerzos para leer, reconociendo la calidad de sus escritos, que también merecen ser compartidos.

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