20 de abril de 2022
por
Teresa Bazarra
[ ILUSTRACIÓN: JEFF BENEFIT ]
Los posestructuralistas franceses de los años 70 ya nos avisaron. La posmodernidad —ese desarrollo cultural, artístico y filosófico que aún impregna el pensamiento actual, se caracteriza por la caída de fronteras. Lo que en un momento se consideró alta cultura —de las partituras de Vivaldi a una pintura de Rubens— se diluye con la cultura popular —de Harry Potter a los Beatles—; una perspectiva multicultural relativiza los valores canónicos de la sociedad occidental; y los grandes relatos que habían funcionado como un marco unificador de la sociedad, que habían dado sentido a las acciones humanas —desde el cristianismo hasta el relato racional que prometía progreso—, se derrumban, dando paso a infinitos microrrelatos, pilares incluso individuales, versiones para todos los gustos y creencias.
Si bien la posmodernidad convive hoy en día con otros muchos movimientos —lo que, irónicamente, es parte de su esencia—, su huella es innegable en nuestra sociedad. Las fronteras han caído. Por un lado, entre lugares, a través de un proceso de globalización y deslocalización que hace que una persona pueda vivir en Málaga, trabajar en Estambul, mantener una relación a distancia con alguien de Boston y comprar en tiendas francesas.
Y es que la caída de fronteras deriva también de la digitalización, del puente construido entre lo virtual y lo presencial, que ha llegado a la educación —cada vez es más frecuente que haya alumnos conectados en línea siguiendo una clase impartida en presencial, o que una clase llena de estudiantes reciba una formación en línea—, al ocio —ir al cine y a un concierto ya no es incompatible con consumir contenidos en Netflix o escuchar música en Spotify—, al trabajo —con el modelo laboral híbrido— e incluso a la socialización —los vínculos socio afectivos nacidos en plataformas como Tinder son un claro ejemplo de ello—.
Quizás la clave resida en un escenario elástico; espíritu curioso, casi lúdico
Sin embargo, la caída de fronteras va más allá de los hábitos y estilos de vida y alcanza un nivel identitario: la teoría queer —que en los años 90 empezó a reivindicar otras sexualidades más allá de la dicotomía masculino/femenino y a desafiar la tradicional correspondencia entre sexo y género— está más a la orden del día que nunca. En junio de 2021, el Gobierno de España aprobaba el anteproyecto de la llamada Ley Trans, que permite la autodeterminación de género a partir de los 14 años. Una persona podrá, por su propia voluntad, cambiar su sexo y nombre en el Documento Nacional de Identidad (DNI), revelando que las nociones identitarias aparentemente estables empiezan a ser insuficientes y reclamando una mayor fluidez, también en la forma en que nos identificamos como seres humanos y nos presentamos a la sociedad.
Por su parte, Mark Zuckerberg ha culminado el derrumbe posmoderno de las fronteras entre realidad y ficción asegurando que Facebook (ahora llamado Meta) liderará la creación del Metaverso, un universo virtual donde podríamos tener una vida paralela mediante las tecnologías inmersivas. Si bien la idea no es nueva, el hecho de que esta vida independiente del mundo real no se conciba como algo ficticio y sea una posibilidad de negocio, donde las grandes tecnológicas quieren invertir, nos muestra que las fronteras y los límites tradicionales tienen cada vez menos valor.
Si atendemos a todos estos fenómenos que marcan el panorama actual, el futuro se perfila como un escenario maleable, en línea con la multiplicidad que prometía la posmodernidad; una suerte de caleidoscopio de identidades, lugares y no-lugares, de relatos. Bauman (2002) habló de una “modernidad líquida” y Rodríguez de las Heras de un “mundo digital húmedo”1. Sin embargo, quizá la clave resida en un escenario más bien elástico, con un espíritu curioso, casi lúdico —pero también visionario—, que descubra nuevas formas de producir, de habitar, e incluso de ser. Un futuro de plastilina.
Ahora bien, si la plastilina no se cuida, corre el riesgo de secarse rápido: es entonces cuando renacen los muros de piedra, duros, inflexibles, áridos. Es precisamente en ese punto de inflexión en el que se encuentra la sociedad actual. A medio camino entre ir más allá de lo efímero, de aquello que carece de principios y caduca una vez se consume, y una polarización —ya no solo política— que nos divide en compartimentos estancos e inmóviles, que enturbia el diálogo y nos impide avanzar.
Son numerosos los fenómenos que hacen tambalear ese futuro de plastilina, pues la flexibilidad siempre ha sido un arma de doble filo. ¿Un ejemplo? Cada vez son más las empresas que permiten a sus trabajadores decidir desde dónde trabajan y hacerlo dentro de un horario laboral relativamente flexible. Sin embargo, si esta flexibilidad no se ofrece desde la confianza y la comunicación, es muy probable que derive en dinámicas de vigilancia y escepticismo, levantando nuevos muros cuando en realidad se quería fomentar un ambiente más horizontal, adaptado a las circunstancias vitales de cada trabajador. Un futuro complejo, que trate de abarcar múltiples realidades, perspectivas y formas de vida, requerirá una base sólida sobre la que poder construir.
Lo mismo ocurre con la brecha digital: la tecnología puede ser una herramienta clave en la democratización de la información, la accesibilidad a la educación y a la cultura, los avances científicos… Sin embargo, también puede ser la propia tecnología la que perpetúe otras brechas ya existentes a nivel socioeconómico, de género o edad si no se cuestionan sus límites y sesgos.
Un uso crítico de las herramientas nos orientará hacia el escenario ético, político y social que queramos construir
En este sentido, las redes sociales son otro ejemplo claro. Sus posibilidades como elemento de cohesión social y debate público compiten con la urgencia por posicionarnos inmediatamente en cada polémica. Ante una conversación con fecha de caducidad, no existe el tiempo para escuchar, reflexionar y, finalmente, poder decidir. La clave residirá en un uso inteligente y crítico de las herramientas que nos permita orientar los avances hacia el escenario ético, político y social que queramos construir.
Cuando hablamos de un futuro de plastilina, no solo nos referimos a las posibilidades que este ofrece. Se trata también de una cuestión de actitud, de cómo afrontamos ese caleidoscopio de identidades, perspectivas y valores. La diversidad del panorama actual puede ser enriquecedora, pero también compleja, y esto requiere de una sociedad a la altura.
Una sociedad maleable —que no líquida o superficial—, flexible e inteligente, con capacidad de imaginación y creatividad, que sabe reaccionar y enriquecerse ante la disrupción y la diversidad. Esas serán las mejores armas contra la incertidumbre, contra el miedo y la hostilidad que hace crecer los muros. Tal y como dijo Antonio Rodríguez de las Heras, “vamos a tener que acostumbrarnos a respirar incertidumbre cuando siempre nos ha gustado respirar certezas”2; es lo que va a caracterizar el cambio cultural que se avecina. Por tanto, estemos preparados, apostemos por lo flexible, por lo que tolera, lo que se adapta; cuidemos ese futuro de plastilina para que nunca llegue a secarse.
1Rodríguez de las Heras, A.: “El mundo digital no es líquido, es húmedo”. Edición España. El País, 2019. https://elpais.com/retina/2019/11/07/tendencias/1573109538_388857.htm
2Rodríguez de las Heras, A. (2013): “La Aventura del Saber”, en RTVE. Disponible en: http://www.rtve.es/alacarta/videos/la-aventura-del-saber/aventura-del-saber-antonio-rodriguez-heras/2211701/
Bauman, Z. (2002): Modernidad líquida. México, Fondo de Cultura Económica de España (FCE).
Butler, J. (2007): El género en disputa. Barcelona, Ediciones Paidós.
Lyotard, J. F. (2006): La condición postmoderna: informe sobre el saber. Madrid, Cátedra.
Periodista y humanista, siempre en busca de nuevas formas de comunicar, crear y pensar de manera colectiva. Es parte del equipo de Transformación en Prodigioso Volcán y ha trabajado en medios como The Objective o Emisora M21.
Ver todos los artículosPeriodista y humanista, siempre en busca de nuevas formas de comunicar, crear y pensar de manera colectiva. Es parte del equipo de Transformación en Prodigioso Volcán y ha trabajado en medios como The Objective o Emisora M21.
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