13 de julio de 2020

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Metamorfosis

por Bosco González

Toda crisis exige revisión, y toda revisión aboca al cuestionamiento. Aun sin recuperarnos del desconcierto ante la situación global provocada por la pandemia de COVID-19, la realidad nos exige cambiar y ser creativos, porque el futuro obliga a la novedad.

 

Sería absurdo no admitir la tragedia, ese rompimiento de las formas y de nuestra unión con ellas, como decía Joseph Campbell (El héroe de las mil caras), pero más absurdo aún ignorar la onda expansiva de sus efectos. Nos hallamos ante el precipicio de la incertidumbre, una circunstancia paradójica que siempre estuvo, solo que ahora la reconocemos, y ya no hay tiempo para sentir miedo.

Todo se ha detenido debido a la pandemia causada por COVID-19, poniendo de manifiesto el carácter transitorio de cuantas estructuras y convenciones han dado forma al mundo que hemos dejado más allá de los muros de nuestros hogares, evidenciando que nada es absoluto; todo está sometido a la dinámica del cambio, lo único que, curiosamente, sí es constante.

El primer gran reto al que nos enfrentamos es aceptar el hecho de que el paradigma y las certezas que nos trajeron hasta este punto de la historia ya no nos sirven. Hemos despertado violentamente de una normalidad que ahora resulta presupuesta, y nos hemos descubierto disgregados, angustiados, desconcertados, pero también hiper-industrializados, degradados, explotados y superpoblados, porque todo cuanto sucede al planeta y al colectivo humano, sucede a cada cual. Y lo que es peor, seguimos ajenos a otras pandemias, tanto o más terribles que esta, que nos han durado en el tiempo como efectos colaterales de esa presupuesta e inmoral normalidad: la desigualdad, la explotación, la guerra, el hambre, la violencia extrema, la codicia y una tristeza global enmascarada, que nos empuja a huir de los espejos por no querer considerar el mísero valor que damos a la vida y al ser humano. Y, mientras, celebramos nuestros logros tecnológicos y corremos hacia la digitalización de nuestra cotidianidad, glorificando la virtualidad del mundo-ficción del que se da cuenta en el torrente de información que colapsa nuestros dispositivos electrónicos. Por eso toca despertar de una vez del mal sueño, porque, más allá de la crisis de COVID-19, está la oportunidad de reinventar el mundo, o mejor aún, de humanizarlo. Necesitamos reconquistar el humanismo para que la vida siga siendo posible.

Necesitamos reconquistar el humanismo para que la vida siga siendo posible

Es el momento de diseñar estrategias de humanización aplicables a todos los procesos, devolviendo a la persona el valor que posee por el hecho de serlo y el respeto que merece en un sistema perverso que ahora, ante la forzada mirada provocada por el confinamiento, ha quedado puesto en evidencia. Para ello es preciso borrar la subordinación de la ecuación social, porque toda fórmula de convivencia –de eso se trata– basada en estructuras normativas estancas y en criterios de productividad general y rentabilidad particular, está condenada al fracaso.

Una estrategia de humanización de procesos consiste en el diseño, la planificación y la ejecución de dinámicas orientadas al rescate del talento individual mediante estímulos directos que devuelvan la confianza y la autoestima a las personas, que las haga sentir valiosas porque pueden descubrir su singularidad como seres humanos y porque se les brindan oportunidades y espacios de desarrollo. Es preciso generar contextos de relación en los que la especificidad vital, es decir, el modo concreto en que se da la vida en cada cual, o, dicho de otro modo, aquello que la vida se aporta a sí misma a través de cada cual, encuentre cauce para su condición expansiva.

Necesitamos recuperar el rumbo probiótico (que promueve la vida) de nuestra existencia y devolvernos a la fuerza evolutiva y prevalente que nos ha traído hasta aquí, a pesar de nosotros; el poderoso imperativo, como lo define el neurocientífico Antonio Damasio (El extraño orden de las cosas), que se expresa a través de la homeostasis. Porque, queramos o no, y aunque la historia haya sido un curioso juego de distracción al respecto, vivimos sumidos en procesos homeostáticos y, en ese sentido, los mismos mecanismos que se revelan en el fenómeno de la vida operan en cada persona. Por ello, humanizar procesos es retornar, volver a la esencia de aquello que somos como especie y rediseñar el mundo en plena sintonía con el modo en que la vida acontece. Es preciso dejar atrás esta civilización protanática (que promueve la muerte) del homo hominis lupus est hobbesiano y abrir paso a la civilización del amor, que ya está bien de nombrar pudorosamente la cualidad que enriquece la experiencia humana y la dota de sentido.

Una estrategia de humanización de procesos consiste en el diseño, la planificación y la ejecución de dinámicas orientadas al rescate del talento individual

La tarea es inmensa y ha de iniciarse en todos los ámbitos, pero especialmente en la educación, en la empresa y en la economía. Educar no es solo transmitir conocimientos teóricos y prácticos sobre las materias que integran las ciencias y las humanidades; debiera ser, sobre todo, amplificar personas, identificar y estimular sus cualidades singulares y generar vías de desarrollo y expresión para estas.

La escuela tiene por delante el reto de rehumanizarnos, y ha de hacerlo tomando el valor intrínseco de la persona como punto de partida. Se trata de educar para la vida, no para el sistema, menos aún para ir en pos de objetivos que son meras convenciones y pautas estereotipadas; se trata de erradicar la competitividad del ideario escolar y regresar a la cooperación como motor de la relación social, de extirpar el individualismo fomentando la individualidad, que es autonomía, de modo que la gran asignatura sea aprender a ser uno para llegar a ser todos. Los recursos resultantes de este proceso humanizador de la escuela son infinitos, y permitirán a cada estudiante diseñar su propio camino y realizar su aportación al mundo con sentido, coherencia y honestidad. De ese modo, las empresas dejarán de ser colmenas de frustración en las que los ciudadanos y ciudadanas se encajan como pueden por la urgencia de vivir.

Hoy se abandonan los sueños, se reprimen cualidades, se secuestra talento, y todo gira en torno a la ficción del mercado; y así andamos, subyugados a la oferta y la demanda, alimentando el fuego de un sistema que niega y reduce nuestra capacidad de amar la vida en todas sur formas a un sucedáneo de felicidad al que arribamos en pequeñas porciones de tiempo que hemos convenido en llamar ocio. Por ello, la empresa ha de adoptar como principio de acción el servicio, y como razón de éxito, su contribución al desarrollo humano digno, de modo que el beneficio sea de todos y no de unos pocos. Para lograrlo necesitamos traspasar los límites de la actual economía y de sus adjetivos biensonantes, impulsados por foros e instituciones internacionales, porque pretenden mantener a toda costa el engranaje que nos ha arrojado a la tragedia. Basta. Necesitamos novedad. Necesitamos innovar. ¿Y si innovamos antropológicamente? ¿Por qué no hablar de economía humanista? Concibamos la economía como el soporte en el que tienen lugar las transacciones materiales que emanan de las relaciones humanas honestas y coherentes.

Necesitamos innovar. ¿Y si innovamos antropológicamente? ¿Por qué no hablar de economía humanista?

El marco referencial de una economía humanista solo puede quedar definido por la ecuanimidad y la equidad. ¿Cómo sería un sistema económico humanista, ecuánime en el valor que otorga a las personas, en el respeto que les brinda, en las oportunidades que le ofrece y que, además, procura el mismo bien a todo ser humano por el hecho de serlo? Justo; así es como sería, y por justo, equilibrado, porque cada cual disfrutaría de un ámbito existencial favorable en el que asumir la gran aspiración: ser genuinamente humanos. ¿Y qué es un ser humano genuino? Quien se reconoce vida y, como tal, valioso, valiosa, imprescindible; matiz singular de una especie que busca ahora con desespero un nuevo aliento.

Decía Ovidio en su Metamorfosis que todo se transforma, nada perece (…); lo que antes era queda atrás, y cobra ser lo que no existía, y cada instante es renovado. Es, pues, la hora de la metamorfosis. Que así sea.

Bibliografía

Damasio, A. (2018): El extraño orden de las cosas. La vida, los sentimientos y la creación de las culturas. Barcelona, Planeta.

Campbell, J. (1949): El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. Ciudad de México. Fondo de Cultura Económica.

Harari, Y.N. (2013): Sapiens. De animales a dioses. Barcelona, Debate.

Macintyre, A. (1999): Animales racionales y dependientes. Por qué los seres humanos necesitamos las virtudes. Barcelona, Paidós.

Autor

Licenciado en Filosofía por la Universidad de La Laguna e investigador pre-doctoral, en la actualidad, en la misma universidad en el área de Filosofía Moral. Además, es consultor de Ética Práctica para empresas y colectivos y escritor.

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