28 de marzo de 2023
por
Virginia Cabrera Nocito
En cualquier ámbito, la presión por hacer las cosas «más digitales» no para de crecer. En las empresas, el manejo de aplicaciones para casi todas las tareas y de herramientas colaborativas para la colaboración con el equipo es tan necesario como lo fue en tiempos el uso del propio ordenador. Resulta paradójico el constatar que:
Ante esta realidad, la indiscutible certeza de los datos nos indica que la tecnología está mejorando la vida de las personas y que el mundo es hoy un lugar mejor. Esta mejoría social y económica coexiste junto al disgusto ante una realidad digital que está aquí para quedarse en el trabajo, el ocio, las compras, las relaciones, la educación, la sanidad, el derecho o las finanzas.
Asumiendo entonces que cualquier planteamiento sobre la incorporación de la tecnología en nuestra vida pasa por admitir cierto impacto negativo de la misma, es necesario analizar las causas y plantearse cómo podemos combatirlo. El tecnoestrés no es tan sólo una cuestión de malestar, ansiedad, baja productividad o depresión. Puede acabar generando efectos físicos como fatiga ocular, insomnio o dolores de espalda, cuello, articulaciones o cabeza.
Oímos hablar del término tecnoestrés por primera vez a Craig Brod, psiquiatra norteamericano, en su libro Technostress: The Human Cost Of The Computer Revolution (1994). Brod lo define entonces como una “enfermedad moderna de adaptación causada por la incapacidad de hacer frente a las nuevas tecnologías informáticas de una manera saludable».
El tecnoestrés se puede prevenir fácilmente si se actúa rápidamente
El término ha ido evolucionando y es en 1997, cuando Michelle Weil y Larry Rosen en su libro Technostress: coping with Technology @ work, @ home and @play lo caracterizan como “cualquier impacto negativo en las actitudes, los pensamientos, los comportamientos o la fisiología causado, directa o indirectamente, por la tecnología”.
En 2007, el tecnoestrés ha sido reconocido como una enfermedad profesional tras un fallo del fiscal del Tribunal de Turín, Raffaele Guariniello.
Enfermedad o simplemente impacto negativo, sea como fuere, como sociedad está claro que tenemos ciertos problemas de desajuste o desadaptación y parece que no tanto de falta de habilidad, que no conviene obviar. Todos podríamos enumerar de corrido las causas del tecnoestrés como un contexto que cambia con demasiada rapidez, demasiadas herramientas nuevas, complejidad en el uso (o al menos de manera percibida) y presión por aumentar la productividad y la formación. Por supuesto también la excesiva información, mensajes y cosas sucediendo (o con la presión de que sucedan) a la vez. Sin olvidar las horas muertas en Internet o en las redes sociales, chateos hasta altas horas de la noche, móviles que nunca se silencian y mucho menos se apagan…
Los factores que nos tecno-estresan son variados. Los expertos se ponen de acuerdo en los fundamentales.
Algunas de las consecuencias más comunes están claras y bien documentadas, sobre todo en los ámbitos laboral y relacional. Las más comunes son:
En el fondo casi todos sabemos que, aunque nuestra relación con la tecnología apruebe en lo operativo, tenemos un “debe” aún en lo emocional y relacional. Algunos optan por quedarse definitivamente al margen, otros por sobrevivir como pueden. Pero quien asume que puede mejorar y se pone a ello de manera proactiva, poniendo foco en cómo la tecnología mejora su trabajo y su vida personal, comienza a relajar su nivel de estrés.
Por una parte, es conveniente entender que tal vez no sea posible eliminarlo del todo. Que todos seguiremos sufriendo de tecnoestrés en algún momento al enfrentarnos a una nueva herramienta o al compartir escenario tecnológico con personas menos hábiles en el uso. Pero por la otra, es posible y deseable que todos trabajemos para rebajarlo. Las empresas, así como las administraciones, podrían contribuir a:
Sin embargo, las personas, también tenemos algunos “procesos” pendientes en este nuevo contexto digital, entre los que podemos destacar:
Según los expertos en neuromanagement y gestión del cambio, es nuestro propio cerebro quien nos boicotea porque, aun cuando guste de explorar e inventar como el de ninguna otra especie, está programado para buscar la eficacia en el corto plazo. Así, alimenta nuestra pereza al cambio, buscando razones “objetivas” para justificar nuestra posición. La realidad es que tenemos dificultad para incorporar el medio y largo plazo en nuestras decisiones. Pero solo pensar en el futuro hace que la innovación deje de ser algo impuesto para convertirse en una nueva realidad favorita.
El poder estar conectados en cualquier momento y lugar, la necesidad de manejar múltiples dispositivos, la proliferación de nuevas herramientas digitales, la carga por exceso de información y de conexión, la necesidad de actualización permanente, la aceleración radical de los ritmos de vida y trabajo y la fusión entre vida personal y profesional producto de la omnipresencia tecnológica, son causas reconocidas de potencial tecnoestrés.
Que todas ellas tienen capacidad para mejorar nuestra eficacia y nuestra satisfacción con el trabajo, es paradójicamente, una verdad como un templo.
Por ello, sobre algunas cuestiones merece la pena reflexión con detenimiento. Éstas son solo algunas:
Que la tecnología tiene un impacto potencial positivo en nuestras trabajo y en los resultados de nuestras empresas es algo innegable. La cuestión está en la gestión consciente y eficaz de dichas herramientas. El wellness laboral es un esfuerzo cultural por el que tanto empresas como trabajadores tendremos que trabajar para garantizar el bienestar y la salud física y mental en el puesto de trabajo.
Cuando buscamos la interacción entre la edad y la tensión relacionada con la tecnología tendemos a pensar que los trabajadores mayores son más propensos a sufrir tecnoestrés por tener unos conocimientos técnicos más alejados de las necesidades actuales. Sin embargo, la madurez y la experiencia están profundamente conectadas a la adquisición de habilidades de afrontamiento, imprescindibles para reducir cualquier tensión.
La tecnología está ahí para ayudarnos, no para esclavizarnos
Sin embargo, resulta curioso que, teniendo la habilidad de gestión, muchos mayores elijan autoexcluirse. Un hecho que podría explicarse por efecto de la “desconexión conductual”, a las que tienden a ser más propensos, haciendo que su capacidad de afrontamiento activa no entre a jugar en esta relación. Lo cierto es que muchos de los profesionales nacidos en el siglo pasado tienen hoy una injusta sensación de menos valor o incluso de expulsión del mercado laboral.
Aun cuando los efectos negativos de la tecnología en los jóvenes preocupan y ocupan a no pocos investigadores, profesionales de la salud y padres, todavía es pronto para saber cómo afectará el tecnoestrés a la productividad de estos chavales cuando les llegue el momento de desenvolverse en el mundo laboral. Los estudios sobre el efecto del bienestar mental en la productividad académica de la generación Z y los millennials (los nacidos a partir de los 80) concluyen que el bienestar mental juega el papel de mediador entre el tecnoestrés y la productividad académica de los estudiantes de estas generaciones.
Esto nos lleva a pensar que, si no hacemos nada, cuando estos chicos (o chicas, porque los estudios demuestras que no hay diferencias significativas de género) aterricen en el mercado laboral tenderán a replicar, si no a amplificar, los comportamientos de sus padres, problemáticas asociadas incluidas.
Como sociedad, no podemos permitírnoslo.
Visto que la gestión activa y optimista de la relación con la tecnología es una elección y, sobre todo, un aprendizaje de vida esencial en todo ciudadano del siglo XXI, urge la educación para la buena salud digital. Se hace necesario investigar periódicamente el impacto y la dinámica de los factores que crean tecnoestrés. La tecnología está ahí para ayudarnos, no para esclavizarnos. De todos depende que haga lo primero y no lo segundo.
1Sobrecarga de información difícil de procesar.
Weil, M. y Rosen, L. (1997): Technostress: coping with Technology @ work, @ home and @play. Nueva Jersey, Wiley.
Brod, C. (1984): Technostress: The Human Cost of the Computer Revolution. Nueva York, Basic Books.
Hung, W., Chen, K. y Lin, C.: «Does the proactive personality mitigate the adverse effect of technostress on productivity in the mobile environment?» en Telematics and Informatics, 2015. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.tele.2014.06.002
Ingeniera de Telecomunicaciones. Especialista en Digitalización TecnoEmocional y Futuro de Trabajo. Fundadora y CEO de Cultivando Mentes Digitales. Profesora, bloggera, podcaster y conferenciante. Autora de “Disfruta Teletrabajando” y “Colabora y Conecta cuando las pantallas te separan”
Ver todos los artículosIngeniera de Telecomunicaciones. Especialista en Digitalización TecnoEmocional y Futuro de Trabajo. Fundadora y CEO de Cultivando Mentes Digitales. Profesora, bloggera, podcaster y conferenciante. Autora de “Disfruta Teletrabajando” y “Colabora y Conecta cuando las pantallas te separan”
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