21 de septiembre de 2023

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Un retorno a los clásicos del siglo XX

por Juan De la Cruz Berlanga

Para entender el verdadero impacto de la posverdad proponemos una comprensión de la raíz del término y sus vínculos con las ideas/época de la posmodernidad para, una vez ubicados ahí, tratar de retomar el debate entre esta y la teoría crítica pero, esta vez y a diferencia del siglo pasado, con la inteligencia artificial e Internet en el debate.

 

El llamamiento a la duda y a la cuestión sobre cuánto nos rodea se encuentra en el núcleo mismo de la civilización. Es en plena Era Axial, señalada por el filósofo alemán Karl Jaspers como la era en la que comienza las civilizaciones, cuando surgen las ideas de Demócrito o la Maya hinduista, invitándonos a dudar de nuestras impresiones. Desde entonces, y a lo largo de la historia, la humanidad ha dialogado consigo misma sobre qué es la verdad y cómo alcanzarla, deshaciéndonos de las supuestas ilusiones de nuestra mente.

En este sentido, siguiendo las ideas del psicólogo Steven Pinker y su En defensa de la Ilustración, quizás la Ilustración haya sido el intento más fructífero y cercano de conseguirlo: cómo por medio de la racionalidad es posible conseguir, para el ser humano, resultados tangibles. En este diálogo de la humanidad consigo misma, el proceso de la Ilustración y la razón, que catalizó lo que se conoce como modernidad, no queda sin réplica. Quizás la más exitosa, que llega hasta nuestros días, es la de la posmodernidad, de la que emana, como veremos, el concepto de posverdad al que se dedica el número 122 de TELOS.

La posmodernidad surge durante la década de los 60 tras el infierno de Auschwitz, el proceso de descolonización, la guerra fría con su amenaza atómica y la represión de las minorías sociales. A la corriente posmoderna, que con la bandera de la racionalidad y el proceso ilustrado que se llegara a semejantes puntos, le resulta una aborrecible contradicción. No habría habido progreso moral, solo tecnológico.

La posmodernidad asume que la verdad no existe

Pero la posmodernidad supone mucho más que un cuestionamiento a la forma que existía de ver el mundo. Cuestiona que haya una verdad en la ética (Nietzsche) o en la sociedad, sino que existen los denominados constructos sociales y “juegos del lenguaje”. A diferencia de las ideas pasadas, no da un método para encontrar la verdad evitando los distintos engaños, sino que cuestiona la existencia de una verdad misma. Lo que en la modernidad se entendía por racionalidad no dejaba de ser otro juego del lenguaje, un constructo a menudo a servicio del poder. Ya no vivíamos en la época de la modernidad, si no en la posmodernidad en la que se había entendido que no existía una verdad en los ámbitos sociales, éticos o culturales, si no “voluntad de poder” y discurso. Con esto se ponía en cuestión, pero no solo, las formas de moral tradicionales.

Es aquí donde llegamos hasta el concepto de posverdad. Cuando Steve Tesich acuña el término no hace una mención específica a la posmodernidad, pero su resonancia es inevitable. La posverdad va más allá de la mera propaganda o mentira: al igual que la posmodernidad asume que la verdad no existe. De ahí el deje resignado de su expresión: “no podemos resignarnos a vivir en una época donde reina la posverdad”. Esto es, una época en lo que lo real no exista o que, en el mejor de los casos, sea absolutamente indiferente. Lo que a efectos prácticos sería lo mismo. Y entiéndase como un efecto práctico el ejercicio del poder.

Pero ¿por qué la aparición y consolidación de este término? Se dan, en los últimos años del siglo XXI, dos circunstancias novedosas:

  • La existencia de un plano “virtual” diferenciado donde puede transcurrir el mundo social, intersubjetivo, territorio por definición de la posmodernidad. Esto es Internet, con el que tenemos una frontera claramente delimitada a través de nuestros teclado, pantallas y voz.
  • El empleo de la inteligencia artificial, hibridada con las organizaciones humanas, y su capacidad para la difusión de contenido personalizado en tiempo real y a escala global.

La inteligencia artificial no tendría apenas impacto si no existiera ese plano “virtual” de comunicación entre sujetos en Internet. Entrecomillamos el término “virtual” porque, en sí mismo, condiciona el debate de la posverdad. El término «virtual» nos retrotrae a que lo que sucede en ese ámbito no es real, son construcciones o ficciones, en palabras de Harari. Y esto es tanto como decir que lo que sucede en el ámbito de lo intersubjetivo, lo que comunicamos, no es real o al menos no tan real como lo del mundo “físico” en el que nos desplazamos mediante nuestros cuerpos. En una época en la que el mayor porcentaje de tiempo y comunicación puede pasarse en este entorno es inevitable considerar que vivimos en la posverdad si asumimos semejante axioma. El término «virtual» parte de un presupuesto semántico que condiciona el debate: pues si lo que hacemos, decimos, comunicamos o dónde aprendemos lo hacemos en un mundo virtual, el hecho de que todos esos acuerdos, comunicaciones, aprendizajes, en definitiva actos de habla, se presuponen así mismo virtuales. Y todo ello en contraposición a lo real, que sería solo lo físico/material.

Esta categorización binaria entre lo virtual y lo real encaja bien con el supuesto posmoderno, en que lo verbal y social es, efectivamente, juego y constructo. Pero quizás no sea la categorización más útil para abordar el problema planteado por la posverdad en Internet, pues nos da unas condiciones de partida ya sesgadas.

Adicionalmente, con respecto a la cuestión del auge de la inteligencia artificial, para la posmodernidad los sistemas sociales empresariales y administrativos, los propios del poder, han condicionado siempre el pensamiento de las sociedades en las que actúan por medio del lenguaje. En la época actual, la hibridación de las organizaciones humanas con el sistema tecnológico de inteligencia artificial parece reforzar la tesis posmoderna.

El problema de la posverdad es un problema filosófico: ¿es la posverdad la única verdad? En el diálogo que mencionamos que mantiene la humanidad consigo misma no se dejó sin réplica a la posmodernidad.

A principios de los 70, Habermas se planteó reformar el proyecto de la Ilustración. Para él, el proyecto de la Ilustración no había fracasado, si no que era necesario un estudio más profundo de su concepto principal: el de racionalidad. Habermas entiende que en el ámbito intersubjetivo también pueden surgir verdades de tipo ético o estético. Lejos de tratarse de un mundo “virtual”, en la metafísica popperiana que emplea, es posible encontrar realidades racionales por medio del uso del lenguaje. La forma de llegar a estas verdades se encuentra en el proceso y condicionantes en los que se da lugar ese diálogo racional, que derivaría, si se cumpliesen, en un consenso.

Estas condiciones, Habermas las da en su ética discursiva:

  • El diálogo debe ser público.
  • La participación ha de estar abierta a todos los interlocutores.
  • Ausencia de limitación de tiempo.
  • Los participantes son todos iguales y totalmente libres para hablar, sin coacción.
  • Toda afirmación es discutible.
  • El objetivo de la discusión es el consenso.
  • Cualquier acuerdo es revisable si aparecen nuevos argumentos.

Mediante estos puntos, Habermas consideraba que en el plano ético era posible encontrar una verdad dentro de esa comunidad de hablantes. De esta forma trataba de conciliar la “liquidez” del lenguaje con la racionalidad defendida por la Ilustración.

El problema de la posverdad es un problema filosófico

A finales del siglo XX el pensamiento de Habermas tuvo una gran influencia. Por ejemplo, en la política de consensos en la toma de decisiones de la Unión Europea o en la filosofía de la española Adela Cortina. Sin embargo, si hay algo que ha puesto en cuestión el nuevo paradigma actual de la posverdad son los consensos alcanzados a finales del siglo XX, para bien o para mal. Los buenos resultados políticos del pensamiento posmoderno-posverdadero parecen confirmar esta línea de pensamiento. Pero ¿es esto así o sucede justo al contrario? ¿Es posible que la manera de pensar Internet y la forma de comunicar mediada por inteligencia artificial este influenciada por las ideas de posmodernidad y es por esto por lo que estas ideas funcionan mejor en un entorno concebido con ellas como base? ¿Sería posible un Internet donde no se hiciera distinción entre lo virtual y lo real, si no que se partiera de la base que lo que se lleva a cabo en Internet tiene consecuencias tan reales como cualquier efecto mecánico del mundo físico? ¿O disponer de un Internet alejado del individualismo y sus filtros burbuja, catalizadores de una “hipersubjetividad”? ¿Sería posible la existencia de redes sociales orientadas al diálogo y al consenso en lugar de a la polarización y al conflicto? ¿Hay formas de que prevalezca la calidad de una idea-meme frente a la capacidad que tenga esta de viralizarse y replicarse?

En este último caso una base posmoderna, en la que no existen auténticos valores, no puede considerar que haya ideas mejores que otras, pero sí medir cuánto se propaga. Este es uno de los principales postulados de Lyotard en su libro La condición posmoderna. Al ser empiricamente medible, ¿es esto más cercano a la verdad que otra idea supeditada a los tiempos y al idealismo del proceso habermasiano?

En la concepción de Internet pesaron aspectos de la filosofía posmoderna: lo verbal es virtual/no-real; ninguna idea es veraz per se, solo es real lo que es medible como el número de replicaciones y el impacto. No se puede sustraer el desarrollo de Darpanet, embrión de Internet, de su contexto histórico-cultural, en el que despuntan estas ideas. Si la filosofía posmoderna nos conduce a la posverdad y a sus problemas derivados tal vez el debate al respecto sea más que pertinente.

Actualmente, en esta etapa de regularización de la inteligencia, tal vez tenga sentido una revisión de este replanteo inicial de Internet y estemos en una nueva vuelta de tuerca al diálogo permanente de la humanidad consigo misma: una visión de la ética de la inteligencia artificial y su regularización asociada desde el prisma de la ética discursiva de Habermas, que tantos logros cosechó a finales del siglo pasado, pudiera ser útil.

Bibliografía

Jaspers, K. (2014): The Origin and Goal of History (Routledge Revivals). Oxfordshire, Routledge.
Pinker, S. (2018): Enlightenment now: The case for reason, science, humanism, and progress. Londres, Penguin UK.
Wittgenstein, L. (2010): Philosophical investigations. Nueva Jersey, John Wiley & Sons.
Lyotard, J. F. (1984): The postmodern condition: A report on knowledge (Vol. 10). Minnesota, University of Minnesota Press.
Tesich, S.: «A government of lies» en The Nation (1992, 254(1), 12-14).
Foucault, M. : «La verdad y las formas jurídicas» en Revista de Filosofía (1987).
Van Dijk, T. A. (2013): Discurso y contexto. Barcelona, Editorial Gedisa.

Autor

Ingeniero en la Administración del Estado y responsable técnico (en excedencia) en Internet de las Cosas en Telefónica Global Solutions. Es experto en redes 5G por la UC3M e investiga en la EHU acerca de la Inteligencia Artificial. Ha impartido clases en el MIOTI y en la SEDIA.

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