16 de diciembre de 2024

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El pasado de los boomers como futuro de los millennials

por Violeta Serrano

En la España rural donde casi nadie mira, hay un futuro no solo posible sino necesario. Y una esperanza para tantas personas jóvenes que no están pudiendo proyectarse tal y como habían soñado en las grandes capitales. En los pueblos hay un mundo de posibilidades que debemos revitalizar para lograr un equilibrio entre centros y periferias que ataquen las crisis transversales que avanzan en el siglo XXI. Sin reequilibrio y vertebración territorial nos convertiremos en un país a dos velocidades.

 

[ILUSTRACIÓN: ANA CUNA]

 

“Muchos de los que hemos tenido que emigrar lo hemos hecho, en primer lugar, del interior a las ciudades, por lo que venimos, en muchos casos, del campo. […] Casi todos tenemos presente y cercana la figura de la casa de nuestros abuelos en los pueblos de España. Allá el tiempo es otra cosa y las necesidades primarias, también. Podemos tener conexión directa con una vida rural y esto nos relaciona con una posibilidad de cambiar el rumbo que tomen nuestras políticas”.
(Serrano, V., 2022: 147)

 

Si uno pasea por la España olvidada verá vacío, ruina y soledad. Y silencio. Sin embargo, si escucha detenidamente qué ocurre en los lugares en los que en otra época las calles estaban llenas de niños que ahora son ancianos que solo ven las bicis de sus nietos en verano, comprobará que hay bastante más que eso. Pero, para sentir esa diferencia sustancial, hay que estar dispuesto a desprenderse de prejuicios y proyectar posibilidades impensadas que solucionarían varias de las crisis transversales a las que nos estamos enfrentando. Transitamos entre un sistema obsoleto y otro nuevo que debemos construir con urgencia: la cuestión es cómo. Lo que el desarrollo urbano fue olvidando generó sin embargo un espacio para la calidad de vida que las grandes capitales, cada vez más masificadas y hostiles para la mayoría de la población, hace tiempo dejaron de brindar. “En cualquier capital ves gente, sí, pero te encuentras solo. […] Aquí, en cambio, no te encuentras solo, sino contigo mismo y la naturaleza. Esto no es soledad. […] El paisaje cambia cada día. Y el dinero no tiene aquí valor: no se puede gastar en ningún sitio”. (Cerdà, P., 2017: 56).

Este texto es un viaje desde un problema hasta una hipotética solución. Partimos de la falta de entendimiento entre generaciones que han vivido periodos históricos con tendencias diametralmente opuestas, en particular en el desarrollo de lo rural y lo urbano. “En torno a 1950, tres provincias españolas registraron las mayores tasas de crecimiento demográfico de su historia, mientras que catorce se abismaron en lo que los geógrafos han llamado declive secular. […] El campo se vació de pronto, mientras Madrid, Barcelona y Bilbao duplicaron y triplicaron su tamaño” (Del Molino, 2016: 61). La propuesta es que, lo que fue un escenario de penurias que se deseaba dejar atrás en el siglo XX, puede ser en el XXI la única salida digna para las generaciones que no están encontrando razones para sostener un futuro democrático.

Según la Open Society Foundation, más de un 42 % de las generaciones Z y millennial a nivel global considera que sería mejor un sistema dictatorial militar (Arnaiz Chico, E. y Serrano, V., 2023: 18). El auge de los extremismos no es casual: falta creatividad para ofrecer soluciones desde la realidad, no desde la ficción que cierto progresismo abraza. Y se nota. El trasvase de lo público a lo privado en el sector inmobiliario ha sido espectacular en España: “Casi siete millones de viviendas construidas entre los años 1951 y 2015 con dinero público terminaron convertidas en patrimonio privado” (Dioni López, J., 2023: 36). Es el momento de dar soluciones diferentes. La clave es no analizar el espacio tiempo haciendo trampas: el siglo XX ya pasó. El medio rural ya no es tan hostil como era hace apenas unas décadas y, sin embargo, las grandes capitales sí son cada vez más duras para quienes apenas cobran el salario mínimo. Si los servicios llegan mejor a todos los rincones de España, ¿por qué empeñarse en engrosar ciudades en las que solo se puede subsistir en la periferia mientras las grandes fortunas disfrutan de la belleza y el confort de sus espléndidos cascos urbanos?

Los boomers dejaron atrás un espacio arrasado por la soledad. Ese espacio hoy es el único en el que una persona joven tiene la posibilidad de imaginar un futuro

“Desde el año 2008 hay en el mundo más población urbana que rural, y esta tendencia continuará en las próximas décadas. Con lo cual, si se parte de la premisa de que un mayor número de personas implica mayor desigualdad, las ciudades serán aún más conflictivas” (Baños, P., 2018: 324). Sabemos que esto generará aún más inconvenientes para la democracia. La pregunta es entonces, ¿por qué no trabajamos para revertir el desastre anunciado? La vida híbrida que reequilibre lo rural y lo urbano puede valorarse como una posibilidad cierta de desarrollo para una generación dilapidada entre crisis. Pongamos en consideración los dos agentes de una discusión que hace tiempo que se da con falta de comprensión mutua. Acotaremos dos generaciones: la de los nacidos en los 50 y 60, y la de los que llegaron a este mundo en los 80 y 90. La razón por la que se eligen estos rangos etarios reside en que es entre ambas generaciones que se produce el mayor quiebre de expectativas de la historia reciente de España. Es la generación engañada frente a la de sus padres, la que experimentó un mayor crecimiento al coincidir sus años de adultez con los de la mayor estabilidad política y económica de España con el impulso de la entrada en la Unión Europea. Son los llamados millenials frente a los boomers.

 

 

Los boomers nacieron en una de las etapas más oscuras de España: el franquismo. Sin embargo, cuando terminaron de formarse, España entró en democracia y, con ello, en un periodo de apertura cultural y económica que permitió cubrir puestos para los que apenas había profesionales cualificados. El país estaba por hacerse: el sueño de la casa, el coche y la familia empezaba a ser una realidad para la mayoría de los españoles. El desarrollo profesional, además, se llevaba a cabo fuera de las zonas rurales, acorde a los tiempos del desarrollismo de los años 70 […] “un contexto de crecimiento económico basado en la industrialización, las ventajas competitivas de las economías de aglomeración y el avance imparable de la mecanización del campo” (Font Garolera, J., 2023:31). Para quienes dejaron la oscuridad de sus pueblos atrás, se compraron un piso en propiedad y lograron escalar en trabajos que duraban toda la vida, parece inverosímil que puedan entender qué ocurre con la frustración que mastican hoy sus hijos. Una generación víctima de la ruptura del ascensor social: la primera que vivirá peor que sus padres, quebrando así una tendencia de décadas.

Los millennials son la generación que sí disfrutó de grandes comodidades en su infancia y juventud, tuvo acceso a los estudios universitarios que deseó en mayor o menor medida debido a la ingente democratización de la educación superior en los últimos tiempos en toda España y, sin embargo, sufrió en primera línea las consecuencias de la nefasta crisis económica iniciada en 2008. Un gran caldo de cultivo para la frustración: en 2021 “el 37 % de los licenciados trabajaba en España en puestos por debajo de sus (supuestas) capacidades” (García Barnés, H., 2022: 126). Los millennials son la primera generación que se da cuenta de: primero, que empezar en un trabajo cobrando poco no significa progresar para obtener al cabo del tiempo un puesto mejor y estable. Segundo, que tener una familia es una carrera de obstáculos porque apenas hay acceso a la vivienda. Y tercero, que para ser visible y obtener capital social es vital alimentar la máquina de las redes sociales sin recibir remuneración alguna por ello, salvo casos excepcionales, con consecuencias psicológicas asociadas.

Los boomers dejaron atrás un espacio arrasado por la soledad. Ese espacio hoy es el único en el que una persona joven tiene la posibilidad de imaginar un futuro. ¿Por qué? Porque es, de nuevo, esa España en la que todo está por hacerse, tras haber sido olvidada en las últimas décadas que han propiciado el desarrollo urbano masivo.

Pero como en todas las cosas, alguien tiene que poner la primera piedra para el cambio. Falta trabajo, ayudas para emprender, lugares en los que establecerse, oferta cultural, etc. Si los boomers se fueron de sus pueblos fue porque no tenían trabajo más allá de la agricultura y la ganadería y su calidad de vida era muy baja. Pero los millennials tienen internet: sería bueno fomentar el teletrabajo. Si los boomers se fueron es porque en su momento era más sencillo encontrar un empleo en el que desarrollarse que emprender. Pero los millennials han sido educados para perseguir sus deseos y buscar trabajos con propósito que, si no encuentran, inventarán. La cuestión es que tengan las oportunidades necesarias para intentarlo en una nueva economía en la que casi nadie mantiene un mismo empleo durante toda su vida laboral. Los boomers se fueron porque su poder adquisitivo ascendente les permitía comprarse una casa, un coche y hasta disfrutar de vacaciones con desconexión incluida. Los millennials saben que los pisos en las ciudades son imposibles, lo que dificulta su proyección familiar y personal. Los boomers vivieron en primera persona una apertura cultural vibrante que llenó de color años y años de blanco y negro franquista. Los millennials han visto de todo a través de una pantalla y pueden acceder a lo que se les ocurra, sin embargo, detestan vivir en lugares en los que nunca pasa nada. Pero es justo ahí donde puede detectarse un nuevo negocio: donde todo está por hacerse en un nuevo contexto.

Lo que para los padres fue futuro, hoy es ya pasado para los hijos. Solo cabe reinventarse. Reconstruir la España olvidada igual que la generación boomer reconstruyó la España franquista

Frente a esta hipótesis, se pondrá el argumento del llamado “efecto de aglomeración” según el cual las empresas de la nueva economía digital, las más importantes en el siglo XXI, buscan ubicarse en grandes ciudades para promover su propio crecimiento: “El éxito de una empresa depende sobre todo del ecosistema que la rodea y no solo de la calidad de sus trabajadores. Tener buenos vecinos, aunque sean competidores directos, mejora la productividad y la creatividad de las empresas y sus trabajadores” (Conde-Ruiz, J. I. y Conde Gasca, C., 2023: 168-169). Sin embargo, este “efecto llamada” hace a la vez imposible el buen vivir de sus empleados. Por tanto, ¿hasta qué punto es sostenible esta bola de nieve que estamos creando?

Vivir en un entorno rural hoy en España no significa estar aislado puesto que el despliegue de las telecomunicaciones en todo el territorio es amplísimo. La conexión terrestre con grandes capitales es ya una realidad desde la inmensa mayoría de las capitales de provincia. No es todo tan sencillo, desde luego: en el medio rural no existes si no tienes un coche propio y no es fácil conseguir una casa en buenas condiciones. Pero las políticas públicas se centran demasiado en tratar de solventar el gran problema de la vivienda donde la burbuja es enorme mientras que hay espacios en los que las soluciones serían mucho más tangibles y directas. Ofrecer vivienda en zonas rurales en consonancia con ofertas de empleo en remoto y dinamización cultural implicaría una ventana de oportunidades para quienes no ven futuro en las ciudades masificadas y anticipan un horizonte apocalíptico.

Lo que para los padres fue futuro, hoy es ya pasado para los hijos. Solo cabe reinventarse. Reconstruir la España olvidada igual que la generación boomer reconstruyó la España franquista. Lo tenemos más fácil porque, justamente, cuando nacían quienes hoy ven negro su futuro, se logró poner las bases de una inmensa cantidad de servicios que dan confort a esa España periférica: “La llegada de la democracia, junto con la consolidación de la España autonómica y la posterior incorporación del país a la Unión Europea (1986), […] por fin empezaban a disponer de las infraestructuras técnicas elementales (energía, transporte, abastecimientos) y de los servicios considerados básicos en un incipiente estado de bienestar (educación, sanidad, asistencia social)” (Font Garolera, J., 2023: 24). Falta dotarla de sentido y generar un atractivo sobre ella: o lo logramos o la desigualdad nos seguirá acercando a un abismo que, de hecho, ya estamos tocando con la yema de los dedos.

Bibliografía

Arnaiz Chico, E. y Serrano, V.: “Juventud
y transición ecológica”. Colección Policy Briefs. Observatorio transición justa, 2023. Disponible en: https://www.observatorio-transicionjusta.com/publicaciones/#policybriefs

Baños, P. (2018): El dominio mundial. Elementos del poder y claves geopolíticas. 2.ª edición. Barcelona, Ariel.

Cerdà, P. (2017): Los últimos. Voces de la Laponia española. 4.ª edición. Logroño, Pepitas de Calabaza.

Conde-Ruiz, J. I. y Conde Gasca, C. (2023): La juventud atracada. Cómo un electorado envejecido cercena el futuro de los jóvenes. Barcelona, Península.

Del Molino, S. (2016): La España vacía. Viaje por un país que nunca fue. Madrid, Turner.

Dioni López, J. (2023): La España de las piscinas. Cómo el urbanismo neoliberal ha conquistado España y transformado su mapa político. 6.ª edición. Barcelona, Arpa.

Font Garolera, J. (2023): Las Españas despobladas. Entre el lamento y la esperanza. 1.ª edición. Madrid, Los Libros de la Catarata.

García Barnés, H. (2022): Futurofobia. Una generación atrapada entre la nostalgia y el apocalipsis. Barcelona, Plaza & Janés.

Serrano, V. (2022): Flores en la basura. Relato personal de la generación perdida. Barcelona, Ariel.

Artículo publicado en la revista Telos 126


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Autor

Escritora, docente y coordinadora del Máster en Edición y Gestión Editorial de la Universidad Internacional de Valencia – VIU. Es autora del ensayo Poder migrante (Ariel) y de los poemarios Camino de ida y Antes del fuego (Índigo). Fundó la revista continuidaddeloslibros.com y colabora en diversos medios internacionales. Es licenciada con triple premio Extraordinario en Filología Hispánica, Francesa y Literatura Comparada por la UAB y realizó el máster en Creación literaria por la UPF. Desde 2013 vive entre Argentina y España.

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