2 de marzo de 2018
por
Rafael Martínez-Cortiña
En 2018 el transhumanismo es un debate abierto a posibilidades que retan intelectualmente a la razón. El debate ha ido intensificándose a medida que la sociedad ha ido tomando mayor conciencia de su potencial longevidad y de las oportunidades que plantea un futuro más robotizado. Parece ser que en ese futuro los seres humanos pudiéramos experimentar un cambio evolutivo hacia algo que, a día de hoy, nos cuesta comprender en muchas de sus dimensiones.
El cambio en el proceso evolutivo del ser humano sería un fenómeno que, si se diese, nos permitiría vivir en primera persona un momento histórico, ya no sólo por lo que implica alcanzar ese potencial de vida tan imperecedera, sino porque nosotros pudiéramos ser los protagonistas de esa transformación. Mi visión quizás puede ser reprochada por un excesivo antropocentrismo, pero no puedo dejar de pensar que somos los seres humanos quienes estamos, a día de hoy, diseñando la tecnología, y que por muy inteligente que sea ésta, hasta ahora se respetan los tres principios básicos de la robótica (Asimov,1942)1. Imagino un futuro humano en el que la tecnología es casi invisible e intuyo que a través de la tecnología consigamos, por fin, una sociedad más humana. El transhumanismo permite visualizar posibilidades sorprendentes.
El transhumanismo ofrece posibilidades tan fascinantes que éstas pueden llegar a generar auténticos terremotos en la cabeza de muchas personas. Personas perfectamente ilustradas y con perfecta capacidad para opinar sienten que muchos de los mensajes que se comunican sobre aspectos concretos del transhumanismo atentan contra sus valores, lo que es innegable y resulta lógico. Sin embargo, obviamos que los valores que han ido construyendo nuestro sistema actual pudieran cambiar cuando se incorporen otros nuevos componentes en la sociedad del futuro.
Los valores que sean considerados apropiados en el futuro probablemente responderán a necesidades que pudiéramos no tener hoy. Así, cuando nací hace 50 años en Madrid el respeto al medio ambiente no era un valor, como tampoco lo era el respeto al patrimonio urbano, y tampoco lo eran los derechos de la mujer, de la población LGTBI o de la población inmigrante. El sistema en España hace 50 años se sostenía sobre otros valores. Si una persona en 1968 imaginaba cómo sería la realidad de la sociedad en 2018, su escala de valores de hace 50 años sufriría un terremoto. Su reacción lógica sería, primero, no comprenderlo, y acto seguido negar en su cabeza la necesidad del cambio hacia ese futuro tan distópico.
Un ciudadano de 1968 habría sentido miedo ante la posibilidad de que miles de millones de ciudadanos pudieran alimentar simultáneamente un sistema que funcionase como un enorme cerebro interconectado que operase globalmente 24 horas al día, siete días por semana. Tampoco hubiese comprendido por qué le darían likes. Su reacción natural hubiese sido de rechazo y de disgusto.
Un ciudadano de 1968 habría sufrido un cierto pánico si hubiese podido visualizar esa otra sociedad de 2018, en la que casi todos los ciudadanos estaban conectados, con una enorme dependencia, a terminales que iban recabando sus datos personales para que empresas de otros países se lucrasen a costa de su intimidad. Ni lo hubiese comprendido ni tampoco lo hubiese considerado necesario, ni para sí mismo ni para su entorno. Además, en 1968 habría resultado presuntuosa la idea de que en cinco décadas casi todo el conocimiento ya estaría al alcance de cualquiera y que no importaría el idioma de origen de la fuente, porque los traductores automáticos ya permitirían la rápida comprensión de casi cualquier idioma sobre la faz de la tierra, hasta de lenguas muertas. Los foros circunspectos de 1968 habrían desaprobado, probablemente, una alter realidad así. En el sistema en el que yo nací los valores eran otros porque las circunstancias eran otras, y, desde entonces, nuestra mentalidad ha cambiado enormemente.
No es necesario ir cincuenta atrás para concluir que todo puede volver a cambiar dentro de cincuenta años. Sin embargo, no es la sociedad de 2068 la que parece preocuparnos porque ya percibimos que la denominada Singularidad Tecnológica 2 puede que ocurra antes. Podemos no ser conscientes de que entre los años 2018 y 2035 existe el mismo tiempo que entre el día de hoy y el atentado del 11 de septiembre de 2001 en las Torres Gemelas de Nueva York. De repente, diecisiete años desde 2018 no parecen ninguna eternidad y somos perfectamente conscientes de todos los cambios vividos en tan corto tiempo. No sabemos cómo será la sociedad del año 2035, pero sí intuimos que será otra sociedad.
También intuimos que llegará muy rápido. Ray Kurzweil opina que la denominada Singularidad Tecnológica llegará en el año 2045 3, una vez se supere el Test de Turing en 2029, dentro de once años. Desde el año 2018 al año 2007 existe el mismo tiempo, once años, y el mundo parece haber dado un vuelco ante las numerosas disrupciones digitales en casi todos los sectores de la actividad económica. En apenas una década la conexión digital a nivel global ha cambiado el paradigma industrial y ha afectado gravemente a numerosas industrias centenarias con valores tradicionales, las cuales se han visto forzadas a transformarse digitalmente ante el riesgo de desaparición. Podría volver a ocurrir de nuevo.
Con esta misma lógica también podríamos enfocar el análisis del transhumanismo. Puede enfocarse desde la perspectiva de que sean otros valores los que alimenten otro sistema en el que convivan otras mentalidades.
Alter es un sustantivo latino que significa “otro” o “el otro”, pero su naturaleza no implica necesariamente ser “anti”. De esa manera, un alter sistema implicaría “otro” tipo de sistema al igual que los alter humanos tendrán otras mentalidades para enfrentarse a las nuevas circunstancias. No se puede adivinar cómo puede ser un nuevo sistema de valores, pero se puede intuir que la introducción masiva de nuevos elementos tecnológicos en nuestro día a día podría generar nuevas incógnitas en cuanto a nuestras dudas existenciales. No se puede adivinar cuál será prioritariamente el foco de atención que generará el cambio, ni cuándo puede ocurrir. No se puede saber todavía cómo afectará una sociedad robotizada a nuestro sistema de valores, pero muchas cosas que hoy en día se dan por descontado puede que sean objeto de revisión.
La cuestión filosófica sobre “el sentido de la vida” puede variar, por ejemplo. Si fuera posible “morir joven, a los 140 años” (Blasco, 2016), habría más tiempo para reflexionar sobre cuestiones que todavía no han tenido una respuesta del todo satisfactoria. ¿Cuál podría ser el sentido de una vida tan longeva en una sociedad tan robotizada? En el futuro, con toda probabilidad, el ser humano se planteará cuestiones sobre sí mismo y sobre su propia identidad humana. Deseará saber quién es ante tanta tecnología. Los nuevos valores que se impongan en una sociedad singular intentarán disipar incógnitas hasta ahora no resueltas relativas a por qué y para qué estamos vivos, y por qué y para qué habríamos querido llegar hasta tal singularidad.
Lo que conocemos hoy como “la realidad” también puede sufrir un cambio. Hasta hace apenas diez años la realidad era analógica y ello se veía reflejado en los distintos ordenamientos jurídicos, porque resultaba relativamente fácil de comprender. En 2018 la realidad digital ha permeado en el día a día del ciudadano medio y los ordenamientos jurídicos a nivel global intentan integrar este nuevo elemento, que resulta menos fácil de comprender. Si en poco tiempo la realidad digital ha superado a su homóloga analógica, con numerosos conflictos normativos en el camino, en menos tiempo aún pueden unirse otras realidades, como la virtual y la aumentada, que suponen un auténtico reto regulatorio.
Los hologramas permiten ofrecer otra nueva arista adicional a la nueva realidad, ya que podrían estar ocurriendo sin ocurrir, y aun así estarían generando una realidad. La realidad procedente de una presencia masiva de inteligencias artificiales también puede tener un efecto directo sobre “la naturaleza de la realidad”, que ya no será estrictamente humana ni tiene por qué estar ocurriendo en ese momento.
La tecnología nos permitirá crear otras realidades en las que no será necesaria nuestra presencia física y ya intuimos que no seremos capaces de controlar nuestra presencia digital
Muchas otras cuestiones filosóficas puede que sean revisadas bajo el transhumanismo. Si en tan poco tiempo se alcanza tanta longevidad será lógico que un ser humano que nunca termina de morir reflexione seriamente sobre el propósito de su vida. Si la tecnología va a poder permitir romper las barreras naturales en nuestra longevidad, el ser humano del futuro se querrá plantear cuál es la razón para prolongar su vida, la cual en muchos casos será posible por elementos inanimados. El conocido como propósito de la vida puede que también sea revisado. Bajo presencia masiva de inteligencias artificiales y de tecnologías que toman mejores decisiones que el ser humano, éste puede plantearse para qué desea seguir viviendo. En una sociedad indeterminadamente longeva será lógico que nos planteemos cuestiones relativas a lo significativo y lo valioso para nuestras vidas.
¿Qué será la presencia para el ser humano? La tecnología nos permitirá crear otras realidades en las que no será necesaria nuestra presencia física y ya intuimos que no seremos capaces de controlar nuestra presencia digital. La presencia parte de una esencia interna y el ser humano no puede llegar a la comprensión de su esencia si no puede comprenderse a sí mismo (Martínez, 2018). Necesitaremos meditar sobre la presencia masiva de las tecnologías en una sociedad robotizada para comprender el nuevo papel de nuestra propia presencia humana en el mundo.
La mentalidad del ciudadano medio también podría cambiar. El de 2018 se imagina al de 2045 malviviendo en una sociedad casi distópica, a menudo con una imagen robotizada y cabellos cromados, vestimentas conectadas por microhilos conductores y prótesis que mejoran sus funciones. Visualmente, para un ciudadano del 2018 el de 2045 es, simple y llanamente, un cíborg que convive con otros robots humanizados. Es una posibilidad que no debe desecharse, pero también cabría la posibilidad de que el ciudadano de 2045 sea incluso más natural y humano, que viva en un entorno más saludable y que sea más feliz que el ciudadano de 2018. El ciudadano de 2045 será, con casi certeza, más sabio y tendrá otra mentalidad.
Uno de los milagros de la tecnología digital es que ha conseguido unir globalmente a desconocidos que comparten valores, quienes conectan bajo esquemas de confianza en ecosistemas Peer-to-Peer (P2P) y juntos han catalizado la denominada “economía colaborativa” a nivel global. Ello ha generado grandes cambios en todas las industrias en poco tiempo. Desde la gestión proactiva de activos propios a la de recursos naturales, millones de personas han ido configurando comunidades digitales que operan “entre pares” (entre iguales).
Frente a la mentalidad industrial del “You-Me”, en la que grandes corporaciones ofrecen servicios a sus clientes bajo la protección de garantías hiperreguladas, aparece la mentalidad colaborativa del “MeWe”, en la que ciudadanos responden a las necesidades de otros ciudadanos bajo la confianza y sin las mismas garantías. La mentalidad industrial “You-Me” lleva guion porque existe una distinción entre la naturaleza de las empresas (ganar dinero) y la de las personas (ser felices), que se observa implícitamente en los ámbitos regulatorios tradicionales. La mentalidad “MeWe” se genera entre personas que comparten valores en comunidades digitales y cualquier iniciativa que se proponga generalmente tiene en cuenta un beneficio para el resto de los miembros de la comunidad. “MeWe” no lleva guion porque ambas naturalezas son iguales (pares) y pueden fundirse en una sola (a través de la empatía). Ya en 2018 ambas mentalidades tienen comportamientos dispares, ya que mientras la centenaria mentalidad industrial parece estar en cierta crisis, con crecimientos lineales próximos a cero, la nueva mentalidad colaborativa crece exponencialmente todos los meses, en casi todas las sociedades y a nivel global.
Una sociedad diferente, que premie esquemas colaborativos sostenibles, y que opere bajo una mentalidad global basada en “el beneficio de todos”, forzosamente tendrá consecuencias en nuestra propia percepción del sentido de la vida. Nos comprenderemos mejor. La potencial eventualidad de conectar a posibilidades que hoy resultan difíciles de imaginar bajo un esquema de una difusa longevidad puede ser el catalizador de la sociedad más humana que haya existido en todos los tiempos. Serán probablemente las cuestiones filosóficas tradicionales sobre el sentido de la vida las que nos permitan afinar en la reflexión. Cuando la posibilidad de que “la vida nunca termine de morir” sea una posibilidad real parece lógico deducir que el ciudadano del futuro busque la manera de vivir de la mejor manera posible, si va a vivir tanto tiempo. Reaprenderemos la importancia de los valores y se recuperará la ética como un foco de mucha atención.
No debe descartarse la posibilidad de que la sociedad robotizada nos permita, por fin, dedicar tiempo a nosotros mismos y a nuestros seres queridos en una sociedad sostenible
Si realmente pudiéramos visualizar una sociedad colaborativa de alter humanos bajo filosofía MeWe, el transhumanismo no da ningún miedo. Sin embargo, puede plantear numerosas incógnitas en la ecuación del sentido de la vida. ¿Qué ocurrirá con las emociones? Desde el año 2010 la ciborgantropóloga Amber Case opina que “ya somos ciborgs” (Case, 2010). Yo también lo creo. Yo también opino que el teléfono móvil se ha convertido en una prótesis que nos permite mejorar nuestras capacidades estrictamente naturales para la comunicación, que nos ha permitido generar una nueva mentalidad proactiva y que ya existe la simbiosis entre ser humano y tecnología digital. Amber Case sostiene que “los robots nos harán más humanos” 4.
Conocemos al Homo Sapiens y ya nos han anunciado que evolucionamos hacia el Homo Cíborg (Grey, 2001), pero surgen dudas al respecto. Antonio Diéguez defiende que deberemos valorar cuidadosamente las consecuencias de todas las transformaciones que estamos viviendo y que “habrá que debatir intensamente sobre los fines a los que dirigirlas y sobre quiénes tendrán acceso a ellas y control sobre ellas”. Existen numerosas dudas sobre quién está generando la tecnología y para qué fin. Albert Cortina va más allá y opina que “vamos a necesitar reforzar la cultura del Ser y del Sentir para cultivar nuestra interioridad humana” (Cortina, 2017). Ante el avance de la tecnología, el proceso de reflexión no debería dilatarse más.
Existen posibilidades de que un futuro transhumanista pueda generar una sociedad distópica, eso nadie lo puede negar, aunque tampoco resultaría fácil de demostrar. Cabe la posibilidad de que el tsunami digital haya permeado demasiado rápido en la sociedad y que estemos todavía en fase de aprendizaje. Puede ocurrir que, simplemente, estemos comprendiendo las consecuencias de una nueva realidad que nos genera conflicto porque la percibimos como incoherente.
¿No estábamos diseñando tecnologías para facilitarnos la vida? ¿Cómo es posible que nos sintamos tan invadidos, hasta emocionalmente y hasta el nivel más íntimo de nuestra realidad? La intrusión de la tecnología en el año 2018 es tal que ha reconfigurado nuestras necesidades, así como nuestra manera de pensar, de operar y de interactuar con otras personas. El estado de incoherencia puede producirse si analizamos el transhumanismo desde la perspectiva tecnológica, pero no si lo hacemos desde la perspectiva humana, que es otra manera de visualizar nuestro futuro.
Desde una visión más antropocentrista, el transhumanismo puede ser una oportunidad. Si el fin absoluto de la creación tecnológica fuera hacer feliz al ser humano en una sociedad sostenible, una vida longeva de felicidad o de eterna juventud (Blasco, 2017) sería un éxito para el ser humano. Si continúa el crecimiento exponencial de personas que generan comunidades digitales sobre valores colaborativos y de sostenibilidad medioambiental, el impacto a nivel global podría ser disruptivo y real.
Puede ocurrir que la mentalidad del futuro valore no solo la confianza, sino también la natural humanidad del interlocutor por encima de otras cualidades más industriales. Puede suceder que los ciudadanos del futuro actúen como una unidad para promover la vuelta a valores tradicionales que en el año 2018 sentimos estamos perdiendo. No debe descartarse la posibilidad de que la sociedad robotizada nos permita, por fin, dedicar tiempo a nosotros mismos y a nuestros seres queridos para compartir emociones humanas bajo una sociedad sostenible que gestiona eficientemente recursos abundantes.
Creo que el transhumanismo ocurrirá porque nosotros queremos que ocurra. Invertimos ingentes cantidades de recursos en tecnologías que permiten mejorar nuestra salud y prolongar nuestra vida porque ya intuimos que, próximos a ese momento, y si así lo deseamos, desearemos tener la opción de poder vivir un día más.
1Las Tres Leyes de la Robótica aparecen formuladas por primera vez en 1942 en el relato El círculo vicioso de Isaac Asimov.
2¿Qué es la singularidad tecnológica y qué supondría para el ser humano? en Hipertextual
3Kurzweil asegura que la Singularidad ocurrirá hacia 2045, en Futurism.
4Conferencia de Amber Case en la presentación de Telos
ASIMOV, I. El círculo vicioso. Astounding Science Fiction. Editado por John W. Campbell. (1942)
BLASCO, M., SALOMONE, M (2016). Morir joven, a los 140. Paidos Iberica.
CASE, A. (Diciembre 2010). We are all cyborgs. TEDWomen. San Francisco, EEUU. Recuperado de https://www.ted.com/talks/amber_case_we_are_all_cyborgs_now?language=es
CORTINA, A. (2017). Humanismo avanzado para una sociedad biotecnológica. Madrid: Ediciones Teconté.
DIEGUEZ, A. (2013). Transhumanismo. Barcelona: Herder Editorial.
GRAY, C. H., (2001). Cyborg Citizen. New York/London: Routledge.
MARTINEZ, S. (2018). Presencia. Poemario. Recuperado de http://soniamartinez.net/mis-poemas
Economista por la Universidad Complutense y MBA por ESCP Europe. Co-fundador de Thinkeers. Miembro del Comité Científico de TELOS. Analista en Millenium Project. Su último libro es (Tu) Nación Digital, que publica Eolas Ediciones.
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