20 de diciembre de 2023

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El desafío tecnológico desde una mirada antropológica

por Laureano Castro Nogueira
Miguel Ángel Castro Nogueira

El desarrollo tecnológico va muy por delante de la capacidad de individuos y sociedades para comprender sus posibilidades y riesgos, para integrarlo ordenadamente en la vida social y para regularlo de manera segura. La búsqueda de un consenso global sobre cómo actuar es tan difícil como necesaria.

 

La inquietud por el rápido desarrollo tecnológico y su impacto en las sociedades contemporáneas ocupa una parte creciente del debate público. La década final del siglo XX vivió intensamente los debates bioéticos suscitados por las nuevas tecnologías aplicadas a la reproducción y la manipulación genética. Durante los primeros años del presente siglo, las herramientas digitales alteraron profundamente el panorama comunicativo. La era de las redes sociales revolucionó el acceso a la información, la socialización y el comercio, al mismo tiempo que la acumulación creciente de datos sobre los usuarios de esas tecnologías abría nuevos nichos de negocio. Los últimos años han estado dominados por la abrupta irrupción del potencial de la inteligencia artificial entre el gran público. Acabamos de asistir a un importante sobresalto mediático a propósito del despido e inmediato rescate de Sam Altman, CEO de Open AI, relacionado con preocupantes noticias sobre el potencial peligro para la humanidad de los secretos avances conseguidos por esta empresa. La sensación de cambio es vertiginosa, excitante y, a la vez, preocupante.

El impacto de las nuevas tecnologías

Las nuevas tecnologías extienden su impacto en múltiples ámbitos. Abundan los ejemplos positivos y esperanzadores, como los que se siguen de ciertos avances médicos -nuevas terapias, nuevos instrumentos de cirugía, edición genética, vacunas de diseño, etc.- o de la gestión compartida de información y datos -disponibilidad inmediata del conocimiento acumulado, mayor transparencia de la administración o la gestión eficiente de grandes cantidades de información con distintos fines. Al mismo tiempo, son muchos los efectos desestabilizadores que pueden derivarse del uso intensivo de las nuevas tecnologías.

En el ámbito político internacional preocupan las tensiones geopolíticas entre los estados desarrolladores de las tecnologías -EE. UU., China, Corea del Sur, etc.- y otros actores fuertemente dependientes de ellas, los nuevos conflictos híbridos o el acceso a los recursos naturales necesarios para su fabricación. En el ámbito de la política nacional, las tecnologías de la información, el big data y la IA hacen temblar los pilares de la democracia en tanto en cuanto facilitan la manipulación informativa, promueven la tecnocracia y penetran en la intimidad de unos ciudadanos cada vez más expuestos a la tiranía del algoritmo.

Sería imposible escribir la historia de Homo sapiens al margen de la evolución de la tecnología

En el ámbito económico, los más optimistas ven en la destrucción creativa un horizonte de esperanza para el crecimiento económico y la globalización, mientras que otros muchos subrayan los peligros de la tecnología para el empleo, la profundización de las desigualdades económicas debido al desigual acceso a la alta tecnología y la falta de control político sobre unos activos empresariales que se encuentran en manos de inversores globales privados.

Por último, en el ámbito social preocupan los efectos de la brecha digital, el impacto de las tecnologías inteligentes en la educación y la socialización de los jóvenes o la capacidad de estas herramientas para producir falsa información y propaganda.

¿Cómo afrontar el reto tecnológico?

No es sencillo adoptar una postura rotunda en este debate dada la dificultad para evaluar los riesgos y oportunidades de las nuevas tecnologías. Se impone, pues, la cautela. Esta pasa, entre otros aspectos, por facilitar una mejor y más objetiva información a la ciudadanía, abrir espacios de debate éticos más reposados y reflexivos, desacelerar los procesos de cambio tecnológico y, sobre todo, devolver a los actores políticos democráticos la última palabra en la introducción de estas nuevas herramientas en la vida social. Dicho de otro modo, no entregar a un mercado desregulado y ávido de beneficios toda la iniciativa.

Tampoco resulta fácil ser optimista. Por una parte, porque todos los actores implicados se encuentran desbordados por el propio proceso de innovación y, probablemente, nadie sabe cómo evolucionarán las cosas a largo plazo. En este sentido, más que temer los resultados de una gran conspiración, deberían preocuparnos los efectos de la falta de previsión y las afinidades y alianzas oportunistas que puedan producirse entre intereses a corto plazo encarnados en egos, empresas y estados. Por otra, porque carecemos de los medios legales y jurisdiccionales para someter a empresas, inversores e investigadores a un control eficaz de sus prácticas y regular los tiempos para acompasarlos a estrategias de desarrollo seguras.

Extrayendo lecciones del pasado

Dado que predecir el futuro es complicado, atender al pasado y aprender de él puede ser una buena estrategia en el presente. La historia de nuestra especie nos ofrece algunas pistas de gran valor.

Nuestra desorientación actual es un fenómeno conocido. Ortega y Gasset (1939), hace casi cien años, adoptó una actitud cauta, pero favorable hacia la técnica, afirmando el carácter íntimo de la relación entre esta y el ser humano: sin la técnica, el hombre no existiría ni habría existido nunca. La actitud de Ortega, sin ser entusiasta, no fue la más común entre los filósofos del siglo XX. Entre ellos predominó el recelo y la desconfianza hacia la tecnología por su potencial efecto alienante y sus consecuencias potencialmente catastróficas para la humanidad -véanse Heidegger y la Escuela de Frankfurt. Ortega pensaba, con buen criterio, que la historia de nuestra especie, en virtud de nuestra naturaleza como seres vulnerables e inacabados, era inseparable del desarrollo de nuestras habilidades tecnológicas. Y así es. Sería imposible escribir la historia de Homo sapiens al margen de la evolución de la tecnología, tanto en su dimensión biológica como en su historia política, económica o social.

Los seres humanos, desde su salida de África hace unos 60.000 años, han conseguido extenderse y colonizar todos los hábitats terrestres, desde los tórridos desiertos hasta el frío Ártico. Hace unos 10.000 años este proceso de colonización había culminado. Nuestra exitosa expansión fue posible gracias a una rápida adaptación en la que la tecnología jugó un papel crucial. A las primeras tecnologías líticas siguieron otras más complejas destinadas a la caza, la construcción, el cultivo, la domesticación de animales o el transporte. Los humanos pudieron crear este conjunto diverso de técnicas porque la transmisión cultural acumulativa permite a las poblaciones humanas resolver problemas que son demasiado difíciles de resolver para los individuos por sí mismos, y lo hace de manera exponencial, mucho más rápida que la acción de la selección natural ensamblando adaptaciones transmitidas genéticamente. La cultura actúa como un segundo sistema de herencia capaz de transmitir eficazmente técnicas, saberes y pautas de acción que, a su vez, son susceptibles de mejora y transmisión. Pero también transmite valores, normas, creencias e ideologías, que condicionan la acción humana, homogenizan las sociedades y contribuyen a enfrentarlas entre sí (Castro et al. 2016).

Sin la técnica, el hombre no existiría ni habría existido nunca

Nada de esto ha cambiado, en esencia. Seguimos transitando la misma y ambigua senda del progreso tecnológico, que, como Jano, posee dos caras. Todo gran proceso revolucionario proyecta sus sombras y deja víctimas a su paso. ¿Sabremos estar a la altura del desafío?

Una solución de consenso

La historia humana no es una historia de moderación sino de hybris, de desmesura. Donde surge una oportunidad, tarde o temprano aparece un impulso para ir más allá de lo dado por la naturaleza a cada uno. Y nada hace pensar que esto haya cambiado para el hombre contemporáneo. Yuval N. Harari (2018) advierte de que las diferencias sociales y económicas convencionales se verán transformadas en nuevas diferencias de naturaleza tecno-biológica. La desigualdad económica se traducirá en un acceso diferencial a una mayor longevidad, mejor salud o, incluso, a la posibilidad de superar los límites naturales de algunas capacidades humanas como la inteligencia o la fuerza. Por su parte, en su brillante y provocador texto “Normas para el parque humano”, P. Sloterdijk plantea abiertamente la cuestión de la manipulación genética y biotecnológica como escenario de futuro. El desarrollo científico-tecnológico ha abierto un nuevo programa de transformación del hombre cuyo empuje será difícil detener. Nuevas antropotécnicas vendrán a sustituir algunas de las viejas estrategias ascéticas y represoras que hicieron posible una existencia individual segura y una vida social pacífica. El futuro del parque humano, afirma Sloterdijk, pasa inevitablemente por la modificación genética de nuestra naturaleza y la hibridación entre la materia biológica y la tecnología.

La lucidez del pronóstico de Sloterdijk exige una respuesta no menos inteligente. Son muchos los investigadores e intelectuales que han advertido de los riegos de esta asunción cínica del futuro. J. Habermas (2002), por ejemplo, a propósito de las técnicas de reproducción asistida y mejora genética, sugiere que el progreso tecnológico sea compatible con el compromiso moral de cada generación con aquellas otras generaciones futuras que, afectadas por nuestras decisiones, sin embargo, no pueden participar en el debate ético acerca de lo que consideramos lícito o ilícito. El desarrollo tecnológico no puede hacerse a costa de una pérdida de la autonomía del sujeto como autor de sí mismo.

Mientras descubrimos tentativamente la manera de practicar la cautela necesaria en el control de las nuevas tecnologías, tomemos conciencia de que su incorporación a nuestras vidas será una realidad inevitable. Cómo lo hagamos es la cuestión. La necesidad de un consenso global de mínimos sobre cómo actuar, desde parámetros éticos asumibles por todos, por difícil que resulte, constituye una ambición irrenunciable.

Bibliografía

Castro, L., Castro, L. y Castro, M.A. (2016): ¿Quién teme a la naturaleza humana? Homo suadens y el bienestar en la cultura: biología evolutiva, metafísica y ciencias sociales. Madrid, Tecnos, 2ª edición.

Habermas, J. (2002): El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal? Barcelona, Paidós.

Harari, Y.N. (2018): 21 lecciones para el siglo XXI. Barcelona, Debate.

Ortega y Gasset, J. (2014): Ensimismamiento y alteración. Meditación de la técnica. Madrid, Alianza Editorial.

Sloterdijk, P. (2000): Normas para el parque humano. Madrid, Siruela.

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Doctor en Ciencias Biológicas. Autor de tres libros y de un centenar de publicaciones de carácter científico y divulgativo. Su línea de investigación se enmarca en el ámbito del comportamiento humano y de la cultura desde una perspectiva evolucionista.

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Doctor en Antropología y Licenciado en Filosofía. Autor de tres libros y medio centenar de artículos científicos y divulgativos. Su trabajo se enmarca en el ámbito de la metodología de las ciencias sociales.

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