1 de marzo de 2021

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Crisis del capital y reestructuración productiva

por César Bolaño

La reestructuración productiva y el neoliberalismo tuvieron fuertes impactos sociales, incluso por el desarrollo de Internet y de las plataformas sociales, pero no han logrado recuperar las condiciones para el desarrollo capitalista previas a la crisis de los años 1970.

 

 

El fenómeno de las llamadas plataformas digitales forma parte de un movimiento más amplio que remonta a la restructuración productiva iniciada a raíz de la crisis estructural de los años setenta del siglo pasado, la cual encierra el largo periodo de crecimiento de la posguerra, anclado en el sistema taylorista-fordista de organización de los procesos productivos, las políticas keynesianas de sustentación de la demanda efectiva y los acuerdos de Bretton Woods. La crisis estructural se presenta desde el principio como una crisis de la industria norteamericana, que venía perdiendo competitividad a lo largo del periodo expansivo anterior, en los sectores dinámicos de la electrónica y automovilística, frente a Japón y a una Alemania que se presentaba como eje central del extenso espacio económico europeo en construcción.

La crisis estructural se presenta desde el principio como una crisis de la industria norteamericana, que venía perdiendo competitividad a lo largo del periodo expansivo anterior

A finales de los setenta, el gobierno norteamericano realiza una maniobra de amplio alcance, que incluye la reducción de las tasas de interés, que invierte la dirección de los flujos de capital a nivel internacional en su favor y detiene el deterioro de su hegemonía internacional, trasladando la crisis hacia el exterior. El gobierno Clinton, a su vez, tratará de articular un proyecto global de reestructuración de la economía industrial, tendiente a completar, en ese plano, la retomada de la hegemonía norteamericana promovida por Ronald Reagan en el plano financiero, político y militar. El derrumbe del sistema soviético europeo es una de las consecuencias de esos movimientos estratégicos.

El avance del pensamiento posmodernista en los años noventa es prueba de la borrachera yuppie conmemorando el fin de la historia y una victoria pretensamente definitiva del capitalismo. Mientras, en el otro lado del mundo, la estrategia iniciada por Richard Nixon y Mao Zedong presentaba sucesos todavía más espectaculares a partir del cambio promovido por Deng Xiaoping, consolidando un nuevo polo de desarrollo capitalista comandado, paradójicamente, por un partido comunista que acabaría por transformar a China en la gran potencia industrial del siglo XXI. También se promovió la expansión de la globalización y el crecimiento del capitalismo en la periferia, sea por la instalación de plantas productivas, sea por el aumento de la demanda por productos primarios.

Pero la dinámica crítica del nuevo arreglo financiero global, después de arruinar a los países endeudados de la periferia en los ochenta y destruir el “socialismo de caserna” (Kurz, 1993) en los noventa, se instala en el corazón del sistema, en Europa y Estados Unidos, en los años 2000, especialmente después de la gran crisis del 2008, todavía no superada cuando comienza la pandemia del Covid-19. Queda patente que no se trataba del fin de la historia, ni siquiera de la superación de la crisis de hegemonía y mucho menos de las profundas contradicciones de un capitalismo que se presentaba como unipolar.

Dos movimientos sintetizan lo que ocurrió desde los años setenta y ochenta como resultado de las respuestas del capital a la crisis estructural: neoliberalismo y reestructuración productiva. Observando retrospectivamente, se deduce que toda la estrategia de recuperación de la tasa de ganancia ha consistido en echar el peso de la reestructuración sobre las espaldas de los trabajadores, ya sea por el fin del pacto social de la posguerra, que incluía negociación colectiva del contrato de trabajo, crecimiento de los salarios reales, welfare state; o por los cambios en la estructura de los procesos productivos promovidas por medio de cambios de orden organizativa o por la acción de las tecnologías de base microelectrónica.

La expansión de Internet a partir de la privatización de 1995 y del proceso de concentración acelerado que se siguió a la crisis de las empresas de tecnología del 2000, o el surgimiento de las plataformas digitales son consecuencia de la constitución del nuevo paradigma industrial de la digitalización, que permitirá retomar los procesos de automación, hasta entonces limitados a las industrias de proceso continuo, como la textil y la química. Quedan así fuera los sectores de montaje, cuyo desarrollo, en el siglo XX, se dio a través de la introducción del sistema taylorista-fordista, fuertemente dependiente del trabajo vivo de una clase de trabajadores formados en oficios particulares y detentores de conocimiento especializado. Una clase trabajadora concentrada en grandes plantas productivas y organizada en sindicatos y partidos de masas.

Esta forma de organización de los procesos productivos se articula con los modos de consumo masificado, respaldados por las prácticas salariales referidas, por las políticas de welfare state y por el crédito al consumo. El mismo crédito al consumo que es responsable del extenso endeudamiento de las familias que, sumado al de las empresas y gobiernos, constituye parte fundamental del sistema especulativo, que se amplía en la fase neoliberal con las innovaciones financieras responsables por recurrentes crisis como la que culmina en el crash de 2008.

La digitalización es parte de la respuesta al agotamiento de las capacidades dinámicas del padrón de acumulación de la posguerra

La digitalización, fruto del desarrollo de la microelectrónica, es parte de la respuesta al agotamiento de las capacidades dinámicas del padrón de acumulación de la posguerra y permitirá el desarrollo de los sistemas de automación flexible que se constituyen como el sucedáneo, en el nuevo modo de regulación, del modelo taylorista-fordista. Bajo el concepto de subsunción del trabajo intelectual (Bolaño, 2002; 2013), característica fundamental de la Tercera Revolución Industrial, se pueden entender los movimientos complementarios de (1) intelectualización, presente, por ejemplo, en la robotización de los procesos de trabajo tradicional, que se traduce en expulsión masiva de los trabajadores especializados de las líneas de montaje, sustituidos por otros, que realizan en general trabajo más complejo, en cantidad muy inferior, operadores de los sistemas informáticos que controlan los robots y (2) incorporación de mecanismos sofisticados de control del trabajo intelectual, incluso cultural y científico.

Con esto avanza la intensificación de los procesos de trabajo, la precarización, el crecimiento del ejército industrial de reserva y la total desestructuración del modelo anterior de organización de los procesos productivos, en beneficio de un nuevo padrón de acumulación y un nuevo sistema global de cultura, como diría Furtado (1978), que es lo que se encuentra en crisis profunda en este momento, sin jamás haber demostrado capacidad de recuperar las condiciones de desarrollo capitalista perdidas al final del periodo expansivo de la posguerra.

Una cuestión de particular importancia es la del potencial dinámico de las nuevas industrias de la convergencia y los impactos reestructuradores de lo digital sobre las otras ramas industriales, el sector de servicios, sectores públicos, e incluso sobre las diferentes formas de coordinación y los famosos sistemas de vigilancia. Solo el acúmulo de investigación empírica podrá aclarar en qué medida se trata de desarrollos tendientes a recuperar la tasa de ganancia del sistema o de redistribuir simplemente la plusvalía social. En última instancia, se trata de saber si la tendencia actual de la reestructuración productiva es de recuperación de las condiciones de reproducción del capital productivo o bien, de refuerzo a la lógica especulativa y rentista predominante en el periodo neoliberal que enfrenta hoy una crisis de enormes proporciones en nivel mundial.

Frente a la barbarie que se configura en el horizonte, restaurar las capacidades críticas y transformadoras de una clase obrera sometida a cincuenta años de ataque sistemático pasa por retomar el debate sobre el trabajo, muy mal tratado en este momento en el campo de la Comunicación. Pero esto ya sería tema para un próximo artículo.

Bibliografía

Bolaño, César (2002). Trabalho intelectual, comunicação e capitalismo. In: Revista da Sociedade Brasileira de Economia Política. Rio de Janeiro, n. 11, dez., p. 53-78.
Bolaño, César (2013 [2000]). Industria cultural, información y capitalismo. Barcelona: Gedisa.
Furtado, Celso (1978). Criatividade e dependência na civilização industrial. São Paulo: Paz e Terra.
Kurz, Robert (1993 [1991]). O colapso da modernização. São Paulo: Paz e Terra.

Autor

Profesor titular de la Universidad Federal de Sergipe, Brasil. Director de la Revista EPTIC. Coordinador de Economía Política de la Información, Comunicación y Cultura de CLACSO. Ex-presidente de ALAIC.

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