31 de marzo de 2020

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¿Formatear tras el virus?

por Ángel Gómez de Agreda

Al planeta le resulta indiferente si las temperaturas aumentan 20 grados o disminuyen otros 15, pero en ambos casos muchas especies que lo habitan desaparecerán o verán cómo cambia su ecosistema. El planeta ya ha estado así, son las especies las que no han pasado por ello. La humanidad tampoco va a cambiar sustancialmente después de la pandemia, aunque las sociedades que la forman sí se verán muy afectadas. La duda es si tenemos la madurez suficiente para afrontar por nosotros mismos los problemas que se nos plantean.

 

 

La naturaleza es sabia y resiliente… en tanto que naturaleza. Las especies sobreviven a pesar de –o precisamente gracias a– dejar atrás sus evoluciones peor adaptadas a las circunstancias del momento. Los virus son, quizás, los seres que más ágilmente utilizan las mutaciones para medrar en distintos organismos. Son seres primitivos que emplean la técnica del ensayo-error dentro de la ley de los grandes números para saltar de un organismo al siguiente. Eso garantiza que no será derrotado. No del todo.

El ser humano, en tanto que especie animal, tampoco lo será. Al menos por este virus. Nuestra capacidad de adaptación y mutación es mucho menor precisamente porque somos seres muy evolucionados. Por eso no podemos permitirnos probaturas costosas porque, más allá de la supervivencia de la especie, valoramos la de cada uno de los individuos que la componen.

La buena noticia es que no se va a acabar el mundo. Salvo que alguien pretendiese que el mundo siguiese siendo como el de ahora

A decir de las personas que saben, el modo en el que el virus mata resulta curioso. En una primera fase, es él el que ataca al organismo –a nosotros–. A partir de ahí, el principal daño viene de la reacción de nuestro propio cuerpo ante una amenaza que le resulta extraña. El tratamiento médico pasa de tener por objetivo al atacante, a tener a nuestras propias defensas. Nos convertimos en nuestros peores enemigos. Y no solo en la lucha contra el virus.

La buena noticia es que no se va a acabar el mundo. Salvo que alguien pretendiese que el mundo siguiese siendo como el de ahora. Ni España ni el mundo van a salir de la actual crisis sanitaria como si esta hubiera sido un paréntesis en el relato histórico. Conviene, pues, hacer caso del consejo que le damos a nuestros hijos y no condicionar nuestro futuro a la conveniencia del presente.

Hemos pasado por muchas guerras, plagas y catástrofes como para que esta nos vaya a exterminar.

La verdadera cuestión a dilucidar es qué rama evolutiva es la que sigue dando frutos y cuál se ve cercenada por las decisiones que tomemos ahora. ¿Elegiremos un mundo en el que vivamos en libertad cuidando de todos los demás y del planeta mismo? ¿O nos decidiremos por garantizar la supervivencia de nuestro egoísmo infantil y la comodidad de la paga semanal que nos pasen nuestros padres?

¿Elegiremos un mundo en el que vivamos en libertad cuidando de todos los demás y del planeta mismo? ¿O nos decidiremos por garantizar la supervivencia de nuestro egoísmo infantil y la comodidad de la paga semanal que nos pasen nuestros padres?

En los momentos malos es cuando se distingue a los amigos y a los líderes. Y ambos se caracterizan por decirte las cosas tal y como son. No por garantizarte que la situación se resolverá, sino por ayudarte a resolverla. No por darte su solución del problema, sino por facilitarte los datos para que tú la encuentres. No por decirte qué tienes que gritar, sino por escuchar tu grito.

La duda es si tenemos la madurez suficiente como sociedad como para afrontar por nosotros mismos los problemas que se nos plantean, para no esperar a que, mágicamente, todo se solucione. La madurez es un proceso en el que te das cuenta de que la fruta no crece en el cajón del frigorífico, pero que el moho sí. Exigir derechos sin aceptar deberes no es de una sociedad madura.

Cuando un africano sale de su casa para embarcarse en una patera rumbo a España, a Italia o a Malta, lo hace empeñando los ahorros de toda su familia, arriesgando la vida cada día en un viaje que puede durar meses o truncarse en cualquier momento. Cuando sale de su aldea no es para volver a ella más rico, es para encontrar la dignidad que no tenía entre arena y baobabs. El objetivo está lejano, pero claro. Los obstáculos se superan (o no) con la vista puesta siempre en él.

Esperar que, al final de la película, gane siempre el bueno –que somos, claro, nosotros–, pero sin pasar sus penurias, sino cómodamente sentados en nuestra butaca, es la receta perfecta para el desastre. Es lo que caracteriza a esa mentalidad Play Again, acostumbrada a tener vidas infinitas, a delegar responsabilidades. Es aspirar a que el mañana sea previsible, una versión corregida y mejorada de hoy mismo. Los obstáculos, cuando no hay objetivo, se convierten en desiertos y mares infranqueables.

Tendremos que recalcular la derrota y, tal vez, reevaluar la conveniencia de llegar al destino que nos habíamos propuesto. Como todas las crisis es, sobre todo, una oportunidad

El Covid-19 nos va a llevar a un punto muy distinto de donde esperábamos estar a finales de este año 2020. Como a un velero, esta tormenta nos va a alejar del rumbo, nos va a hacer trabajar duro para achicar mucha agua, pero no nos va a hundir. Tendremos que recalcular la derrota y, tal vez, reevaluar la conveniencia de llegar al destino que nos habíamos propuesto. Como todas las crisis es, sobre todo, una oportunidad. Nada cambia salvo cuando lo necesita para sobrevivir; ahora tendremos que cambiar.

Igual, las naciones entienden que hay amenazas globales que no pueden acometerse con herramientas locales. Es posible que la solidaridad masiva que va a ser necesaria para salir de esta –en este momento, todavía no ha estallado con fuerza la pandemia en África– nos haga ver la necesidad de establecer una forma distinta de gobernanza global.

Una forma de gobernanza por videoconferencia, en el sentido que tendrá que tener en cuenta la parte digital del ecosistema en el que vivimos. En estos meses hemos vaciado las calles y llenado las redes más que nunca. Para muchas empresas y ciudadanos ya no habrá marcha atrás a esta tendencia.

Quizás meses de esperar en casa nos hayan habilitado para que nuestra paciencia y perseverancia resuciten dentro de cada uno

Una tendencia que, además, nos ha permitido ver otra vez pececillos en los canales de Venecia o escuchar cantar a los pájaros sobre el silencio de nuestras ciudades. Que ha devuelto a nuestros cielos un azul olvidado. Que nos ha llevado a conocer al tendero de la esquina mejor que a la cajera del hipermercado. Que, incluso, ha conseguido que redescubramos a nuestras familias y amigos, aunque fuera de forma virtual. Que podría llenar esas zonas que ahora llamamos “vaciadas” siempre que podamos teletrabajar.

Quizás meses de esperar en casa nos hayan habilitado para que nuestra paciencia y perseverancia resuciten dentro de cada uno. Meses de cifras crecientes, pero sobre todo de caras y nombres conocidos, nos hayan devuelto la humildad de saber que somos tan pequeños como el bicho invisible que nos mataba. Meses de recorrer el pasillo de casa como distancia más larga nos hayan hecho redescubrir la importancia de andar el camino paso a paso. Sin perder el objetivo, pero variando el rumbo lo que haga falta para ir salvando los obstáculos.

No es probable que todo ello ocurra, ni que ocurra inmediatamente. Pero sí que nuestros pasos, cuando podamos salir, vayan en esa dirección.

Bibliografía

Baños Bajo, P. (2019): El dominio mundial. Editorial Ariel.

Diamond, J. (2019): Crisis. Editorial Debate.

Gómez de Ágreda, Á. (2019): Mundo Orwell. Manual de supervivencia para un mundo hiperconectado. Editorial Ariel.

Autor

Coronel del Ejército del Aire; analista en la Secretaría General de Política de Defensa del Ministerio de Defensa. Fue jefe de Cooperación del Mando Conjunto de Ciberdefensa y representante español en el Centro de Excelencia de Cooperación en Ciberseguridad de la OTAN.

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