16 de diciembre de 2024
por
José Ignacio Conde-Ruiz
Ilustrador
DAQ
Me complace observar cómo, poco a poco, va calando en la opinión pública la necesidad de mejorar el futuro de nuestros jóvenes. Y no es para menos; entre otras cosas, somos líderes europeos en tasa de paro juvenil con un 26 por ciento; con la mayor edad de emancipación (con 30,4 años); una tasa de pobreza infantil que supera el 33 por ciento y tenemos la menor tasa de fecundidad, con un 1,19 hijos por mujer en edad fértil.
En mi caso, quizá porque soy profesor y estoy rodeado de jóvenes, lo cierto es que ya llevo muchos años muy preocupado, lo cual me llevó recientemente a publicar con mi hija Carlotta el libro La juventud atracada. Cómo un electorado envejecido cercena el futuro de los jóvenes (Ediciones Península, 2023). El proceso de elaboración del libro me ha servido para mirar hacia atrás y tratar de situarme en el mundo cuando yo era joven. Y este ejercicio de introspección me ha permitido plantearme y reflexionar sobre algunas cosas que me gustaría compartir en este artículo.
La Cuarta Revolución Industrial permitirá a los jovenes actuales afrontar con éxito los retos del cambio climático y el envejecimiento
En primer lugar: ¿Cómo era el mundo cuando yo era joven, en los años 90, en comparación con el mundo de hoy?
La principal diferencia de mi generación con respecto a la de los jóvenes actuales es que nosotros éramos (y seguimos siendo) muchos, mientas que los jóvenes actuales son pocos, muy pocos. Éramos muchos en el cole, en los cumpleaños, en la universidad, las navidades, o cuando salíamos de marcha por las calles de Madrid . Es el efecto del cambio demográfico en el que estamos envueltos. Los tamaños de cada generación son el resultado de la transición demográfica.
Y como bien dice el economista y demógrafo David K. Foot, “la demografía explica dos terceras partes de cualquier cosa”. Como detallamos en el libro, la demográfica también explica gran parte de lo que está ocurriendo ahora.
Sin lugar a duda, el mundo hoy se encuentra mejor que antes, la sociedad progresa. Y entre otros datos, me gustaría destacar los siguientes: primero, la renta per cápita en España ha pasado de los 13.000 dólares (ajustado a precios actuales) en los años 90 a los 31.000 dólares actuales (un aumento superior al doble). Segundo, la tasa de empleo ha pasado del 47 por ciento al 65,5 por ciento, principalmente gracias a la incorporación de la mujer al mercado laboral. En contraste con la situación de los 90, donde solo el 40 por ciento de las mujeres entre 16 y 64 años trabajaba, hoy en día más del 70 por ciento forma parte de la fuerza laboral. Tercero, la esperanza de vida al nacer ha pasado de los 77 años a los 83, situando a España entre los países con mayor longevidad del mundo. Cuarto: ha aumentado el número de países democráticos, que ha pasado de 76 a 104. Quinto: aunque queda mucho por hacer, hemos mejorado mucho en temas de igualdad. Desde 1992 hasta 2024, el colectivo LGTBI ha experimentado avances significativos a nivel global. No solo con la legalización del matrimonio igualitario (que comenzó con los Países Bajos en 2000 y se ha extendido a más de 30 países, incluyendo España), sino que también se ha fortalecido la protección contra la discriminación, implementando leyes que incluyen la orientación sexual y la identidad de género. Sexto: las nuevas tecnologías han rebajado el coste de viajar el extranjero; en los años 90, los viajes en avión eran prácticamente un lujo y ahora están generalizados. Séptimo, el ocio —ya sea a través de las plataformas musicales, de series y televisión, o del libro electrónico— resulta ahora mucho más asequible que antes. Octavo: los avances tecnológicos también están permitiendo mejorar los tratamientos médicos, curar enfermedades, perfeccionar vacunas —lo vimos durante la COVID-19— y prevenir enfermedades. Y todo esto continuará mejorando en los próximos años.
Pero, a pesar del progreso de la sociedad, hay aspectos donde los jóvenes actuales lo tienen más difícil que mi generación. Y creo que es importante destacarlo.
Cuando yo era joven, la demografía iba a favor del crecimiento de la renta per cápita, lo que se conoce como dividendo demográfico positivo. Es fácil de entender: cuando el número de personas que se jubilan y dejan de trabajar (y aportar al PIB) es menor que el número de personas que comienzan a trabajar, el crecimiento en renta per cápita es automático, aunque no aumente la productividad. De hecho, en los 90 la renta per cápita aumentó un 54 por ciento. Ese era mi mundo cuando era joven. Ahora, el crecimiento en renta per cápita es mucho más difícil. Cuando las cohortes que se incorporan al mercado laboral son mucho menores que las que salen, solo puede crecer la renta per cápita si los nuevos trabajadores son mucho más productivos que los que se jubilan —y esta es la famosa asignatura pendiente de la economía española: la productividad—. Por ello, no es de extrañar que en esta situación, a día de hoy, la renta per cápita es un 5 por ciento inferior a la renta per cápita que teníamos en 2008. No olvidemos que el crecimiento de la renta per cápita es la condición necesaria para que exista movilidad social absoluta, o para que la generación de los hijos viva mejor que la generación de los padres.
Cuando yo era joven, la demografía también me apoyaba políticamente. Cuando la pirámide demográfica se invierte, significa que hay una mayor proporción de personas mayores con relación a los jóvenes y la política diseña sus propuestas electorales para las generaciones dominantes, esto es, claramente hacia los mayores (i. e. la demografía política). En los 90, uno de cada tres votantes era menor de 34 años, mientras que en la actualidad tan solo es uno de cada cinco votantes. Los jóvenes han pasado de ser un bloque electoral fundamental para ganar las elecciones a un bloque periférico en la actualidad. Lamentablemente, el desequilibrio entre jóvenes y mayores va a empeorar en las próximas décadas.
En definitiva, nuestra juventud estuvo marcada por un crecimiento económico sostenido y un contexto político favorable, lo que nos permitió vivir mejor que nuestros padres. La política nos apoyaba. Éramos y seguimos siendo el principal objetivo de la agenda electoral de los políticos. No es de extrañar, por tanto, que hasta nos ofrecieran viviendas a precios más bajos (las famosas VPO que se podían conseguir por sorteo, llegándose a construir más de dos millones), mientras que ahora apenas se destinan recursos para favorecer a los jóvenes o mejorar su bienestar. No solo faltan los recursos necesarios para facilitar la emancipación y el acceso a la vivienda, tampoco para mejorar la educación o acabar con la pobreza infantil o las ayudas necesarias para que puedan tener los hijos que deseen, entre otras muchas cosas.
Ante este panorama, me duele escuchar entre gente de mi generación (o mayores) frases despectivas contra los jóvenes. Algunos, incluso se atreven a decir que la generación de jóvenes actuales está peor preparada que mi generación. ¿Cómo pueden hacer semejante afirmación cuando en mi generación solo terminábamos los estudios superiores el 20 por ciento,
y ahora más del 40 por ciento de la generación de jóvenes obtiene un grado universitario? Pero me consuela pensar que esta forma de pensar tan negativa sobre la juventud siempre ha sido así. En 1847 un egiptólogo francés encontró un papiro perteneciente a la Quinta Dinastía del Antiguo Egipto, en torno al 2300 a. de C., que decía: “Esta juventud está malograda hasta el fondo del corazón. Los jóvenes son malhechores y ociosos. Ellos jamás serán como la juventud de antes. La juventud de hoy no será capaz de mantener nuestra cultura”.
Para entender el mundo al que se enfrentan los jóvenes, creo que es suficiente destacar dos hechos que nunca habían ocurrido en la historia, uno positivo y otro negativo. En positivo, decir que el ser humano nunca ha sido tan longevo como lo es ahora. A principios del siglo XX, la esperanza de vida en países desarrollados era de unos 50 años y solo el 1 por ciento llegaba a los 65 años. Actualmente en España más del 95 por ciento alcanza los 65 años y, una vez alcanzada esa edad, sobreviven de media unos
20 años. Por eso, el envejecimiento es el resultado de una muy buena noticia: el aumento de la longevidad que no para de aumentar. Y como negativo, recordar que los seres humanos nunca habíamos emitido tanto CO2 a la atmósfera como hacemos ahora mismo. En 1992, cuando yo era joven, las emisiones globales de CO2 ascendían a 22.600 millones de toneladas métricas. Hoy en día, esa cifra ha aumentado significativamente, alcanzando los 37.400 millones de toneladas métricas. Es decir, un 65 por ciento más. El cambio climático es una realidad y la temperatura media global del planeta, que en 1992 era 0,4 °C por encima de los niveles preindustriales (1850-1900), hoy está en 1,18°C por encima y aproximándose peligrosamente al tipping point o el punto de no retorno.
Pero soy optimista y creo que, si les apoyamos, la actual generación de jóvenes va a ser capaz de afrontar estos dos retos (el del cambio climático y el del envejecimiento) con éxito. ¿Cómo? Gracias su implicación en la llamada Cuarta Revolución Industrial o revolución digital.
La Cuarta Revolución Industrial permitirá a los jóvenes actuales afrontar con éxito los retos del cambio climático y el envejecimiento
Por un lado, los avances tecnológicos de esta Cuarta Revolución Industrial pueden mejorar potencialmente la productividad y, con ello, no solo reemplazar al factor humano en un entorno donde la población en edad de trabajar caerá drásticamente con el envejecimiento, sino también incrementar la productividad, lo que a su vez eleva la renta per cápita y revitaliza la movilidad social absoluta necesaria. Por otro lado, la innovación y los avances potenciales de esta revolución tecnológica pueden encontrar fuentes de energía alternativa que frenen la emisión de gases de efecto invernadero y evitar llegar al fatídico punto de no retorno en el clima.
Pero, para ello, la generación X (en la que me incluyo) y la generación boomer tenemos que apostar por los jóvenes. Sus preocupaciones y problemas deben regresar a la primera línea de actuación política. Tenemos que priorizar el gasto publico hacia ellos; por ejemplo, para mejorar la empleabilidad y los salarios habrá que converger el gasto en educación y en I+D+i con la media europea. Para ayudar a la emancipación de los jóvenes, habrá que aumentar el número de viviendas sociales para el alquiler hasta situarlas en la media europea. Para luchar contra la pobreza infantil y ayudarles a que tengan los hijos que deseen habrá que converger el gasto público en apoyo a la familia con la media europea. Y podríamos seguir.
Pero no solo necesitamos apoyar a los jóvenes para que puedan progresar profesional y personalmente, sino también para que todas las innovaciones que vamos a necesitar para afrontar los dos retos antes citados no se queden en una vía sin salida. No podemos olvidar que la gran mayoría de las innovaciones más importantes salen de las mentes más jóvenes. Es la generación de jóvenes la que tiene más facilidad para “pensar fuera de la caja”. Y, por lo tanto, es determinante dar oportunidades a los jóvenes para que puedan adquirir las habilidades empresariales que les permitan llevar a la práctica sus ideas innovadoras. Por todo ello, apostar por los jóvenes es el único futuro esperanzador posible.
Conde-Ruiz, J. I. y Galasso V. (2023): “Efectos Económicos de la Demografía Política” en Papeles de Economía Española. Disponible en: https://documentos.fedea.net/pubs/fpp/2023/06/FPP2023-03.pdf
Conde-Ruiz, J. I. y Conde Gasca, C. (2023): La juventud atracada. Barcelona, Ediciones Península.
Conde-Ruiz, J. I. (2024): “Innovar para contrarrestar la demografía política”, en Anuario 2024 de Cotec (Innovación y Democracia). Fundación Cotec para la Innovación.
Doctor en Economía por la Universidad Carlos III de Madrid (con premio extraordinario), catedrático de Fundamentos del Análisis Económico en la Universidad Complutense de Madrid y subdirector de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA). Sus áreas de investigación son la economía política, la economía pública (mercado de trabajo y sistema de pensiones) y la macroeconomía. Ha trabajado en la Oficina Económica del presidente del Gobierno como director general de Política Económica (2008-2010) y como consultor externo del Banco Mundial. Es patrono del Foro de Foros. En 2014 escribió el libro ¿Qué será de mi pensión? Cómo hacer sostenible nuestro futuro como jubilados (Ediciones Península) y en 2023 ha publicado con la misma editorial el libro titulado La juventud atracada, con su hija Carlotta.
Doctor en Economía por la Universidad Carlos III de Madrid (con premio extraordinario), catedrático de Fundamentos del Análisis Económico en la Universidad Complutense de Madrid y subdirector de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA). Sus áreas de investigación son la economía política, la economía pública (mercado de trabajo y sistema de pensiones) y la macroeconomía. Ha trabajado en la Oficina Económica del presidente del Gobierno como director general de Política Económica (2008-2010) y como consultor externo del Banco Mundial. Es patrono del Foro de Foros. En 2014 escribió el libro ¿Qué será de mi pensión? Cómo hacer sostenible nuestro futuro como jubilados (Ediciones Península) y en 2023 ha publicado con la misma editorial el libro titulado La juventud atracada, con su hija Carlotta.
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