15 de septiembre de 2022
por
Álvaro Martín Valcárcel
[ILUSTRADORA: AJO GALVÁN]
La teoría de la comunicación es aplicable a la realidad de la escritura y su relación con la tecnología. La persona que genera un texto tiene claro, en la mayoría de los casos, lo que quiere decir, pero eso no significa que ese mensaje sea correcto1. A su vez, frente a él, el lector, el destinatario, a priori no sabe qué quiere decir el generador de la información. Además, esta debe ser adecuada no solo normativamente, sino desde el punto de vista comunicativo; ha de ser compatible con el canal y, sobre todo, resultar comprensible. Por todo lo anterior, es necesario un control de calidad para detectar si lo que se lee es lo que se quería decir cuando un texto se creó, si está expresado como se pretendía y si cumple con la norma que, como usuarios de una lengua, nos hemos impuesto o hemos aceptado.
Uno de los principales campos de batalla, por su notoriedad y también por la repercusión de los errores detectados, es el periodismo. No podemos obviar que este mundo, el de los medios de comunicación, además de información aporta —o al menos lo hacía hasta hace unos años— referencias lingüísticas para la población en general. Literalmente, muchas personas se han formado como hablantes y creadores de contenidos leyendo el periódico. Pero vivimos tiempos sombríos para muchos. “No podemos confiar la mejora del uso de la lengua de los periodistas [o de un redactor en general] solo al entrenamiento de los correctores automáticos.
Tampoco podemos confiárselo todo solo a la ayuda de los correctores humanos, gente por lo general cuidadosa de su trabajo y que, en muchas redacciones, llega a elaborar pequeños manuales prácticos para uso interno con algunas recomendaciones o con los errores o dudas más frecuentes”2, afirmaba hace unos años Arsenio Escolar, editor y director de la revista Archiletras, filólogo y periodista de formación y con experiencia tanto en la generación como en la edición de contenidos.
Hablemos entonces de corrección. De forma genérica, la corrección de textos se suele estructurar en tres tipos, especialmente en el campo editorial: de estilo, de ortotipografía y de pruebas. Dependiendo de la complejidad de la obra y del presupuesto, se pueden hacer varias “pasadas” por distintos correctores en cada una de las fases. Obviamente, cuantas más correcciones y distintos profesionales participen, menor es la posibilidad de error.
Aquí empezamos a hablar de tecnología, en principio como soporte: la corrección es más eficaz si se hace en formato electrónico, en un procesador de textos. Atrás quedan los tiempos de las correcciones en papel, cada vez más lejanos, puesto que la tecnología aporta seguridad, rapidez, automatización de procesos y, como resultado, rentabilidad.
Además, la tecnología pone a disposición del autor o el corrector unas herramientas fundamentales: los correctores automáticos. Al igual que sucede con las TAO (herramientas de traducción asistida por ordenador) para los traductores, los correctores automáticos son una herramienta para conseguir un fin, para que el ser humano haga de una manera más eficaz y rápida su trabajo. Toda ayuda es poca a la hora de redactar un texto y de corregirlo para que el lector reciba el mejor producto posible. Y esta es la clave de la tecnología aplicada a la redacción y, en concreto, a la corrección de textos: la aportación de ayuda al creador, que siempre tendrá la última palabra, así como al profesional encargado de detectar los errores generados o de mejorar la propuesta efectuada.
En términos generales, existen tres tipos de correctores automáticos: verificadores ortográficos, que cotejan palabras con un diccionario, sin tener en cuenta el resto de la oración; correctores gramaticales, que efectúan un análisis sintáctico aplicando normas como la concordancia, estructura de la frase, etcétera; y, en tercer lugar, correctores de estilo, relacionados con la norma estilística del género al que pertenece el texto3.
Su capacidad, la posibilidad de intervención del corrector automático, es cada vez mayor en la anterior clasificación y depende también del usuario. El corrector ortográfico, el convencional, es el más conocido, pero no está exento de riesgos. Es un sistema que parte de dos bases de datos, el diccionario principal y el secundario o del usuario4. El principal se basa en el diccionario académico, sea de la lengua que sea, y el secundario se construye con palabras que no están en el anterior, pero que dependen de la realidad del usuario (terminología específica, tecnicismos, modismos, etcétera). El uso de este corrector es muy recomendable siempre, puesto que permite una limpieza del texto, aunque sea en un nivel inicial y nunca con carácter profesional.
En este caso, en el siguiente nivel, entran en juego los correctores automáticos del segundo y tercer tipo, que han ido evolucionando mucho en los últimos años, más allá de los correctores incluidos en los procesadores de texto —Word, OpenOffice, Google Docs…—. Entre las herramientas específicas, si nos centramos en el español, destacan Stilus—el único de origen nacional—, Language Tool, Spanish Checker y Pro Writing Aid. Frente a estos, en el mundo anglosajón también existen muy buenas herramientas, como Grammarly, Ginger, After The Deadline, Hemingway…, y también en otras lenguas como el francés (Antidote, Cordial). De hecho, normalmente —salvo en el caso de Stilus— estos sistemas se crean en otros idiomas y se adaptan al español. En lo que respecta a la funcionalidad, son correctores de ortografía, gramática y estilo, aunque alguno no incluye esta última funcionalidad. Todas estas herramientas son gratuitas, con algunas versiones superiores de pago, o directamente de pago.
Es hora de acabar con los prejuicios. Como mencionan fuentes de Stilus, hay que dejar atrás los mitos de la corrección automática que localizaba con poco acierto errores ortográficos ajenos al contexto. Estamos hablando ya de software inteligente de verificación textual; esto es, capaz de desambiguar y atender con precisión errores que hasta hace poco parecían inevitables desde el punto de vista de la computación. Los avances en la desambiguación sintáctica en la actualidad, junto a las aportaciones de la semántica, han incrementado las potencialidades de los sistemas tecnológicos relacionados con los textos5.
Esto supone que el autor o el corrector tiene a su disposición una herramienta que, por ejemplo, detecta signos de puntación, espaciados, estilos de textos, mayúsculas y minúsculas, faltas de ortografía…, de acuerdo, pero que también corrige expresiones erróneas, que detecta repeticiones, que hace sugerencias para mejorar el estilo o el tono del mensaje, que efectúa recomendaciones de redacción, entre otras muchas funcionalidades. Además, cuando presenta correcciones, están contempladas las novedades o modificaciones incorporadas por las autoridades, por ejemplo, de la lengua española, lo que permite un aprendizaje y un reciclaje constantes tanto para usuarios como para profesionales.
Como sistemas de procesamiento del lenguaje, al principio estos correctores automáticos comenzaron basándose en el conocimiento lingüístico y en las reglas de la lengua. Eran eficaces, pero a veces no conseguían cubrir todo el espectro. Frente a ellos surgieron los basados en la estadística de uso, con el análisis de grandes colecciones de textos y contenidos, los denominados corpus. El sistema analiza todo lo aparecido con respecto a un determinado elemento y ofrece la opción más similar según lo almacenado. Finalmente, el tercer gran paso en los correctores automáticos es la generación actual, basada en redes neuronales, es decir, en la inteligencia artificial, y que van creciendo lentos pero sin pausa (Angulo, 2019). Y parece que ese es el camino: Microsoft ya los usa tanto en su sistema de traducción automática como en el corrector de su archiconocido procesador de textos.
Por otro lado, pero complementario, es necesario destacar, además de los programas de corrección automática, las opciones, cada vez más avanzadas, que proponen los mencionados procesadores de texto, no ya por el hecho de afinar en sus correctores, sino para configurar sus procedimientos de revisión y corrección. El caso de las macros de Word y de comodines en este programa es paradigmático, y se halla en constante evolución en el ámbito de la corrección y revisión profesional de textos. Es el propio corrector, en este caso, quien programa su procesador para que detecte determinados elementos fuera del ámbito normativo o de los programas específicos, por ejemplo, nombres propios o determinados modismos. Y a ello se añade todo lo relacionado con la confección de diccionarios y glosarios en el propio procesador. Todo junto —diccionarios, acciones programadas y correctores automáticos— constituye una paleta fundamental para el autor, el traductor y el corrector, sea cual sea el tipo de intervención que desarrolle en el texto el protagonista.
Esto, además de generar textos mejores cualitativamente —más correctos en el sentido de cumplimento de la norma y también de comprensión del mensaje y de adaptación al contexto—, sobre todo ahorra tiempo en los procesos. Y he aquí la clave, al menos en lo que respecta al corrector profesional: hacer el mismo trabajo con la máxima calidad, pero en menos tiempo para optimizar cada proyecto, para hacer más rentable la intervención en cada texto.
Salvando las distancias, es la misma relación ser humano-tecnología existente en múltiples sectores no necesariamente relacionados con las letras. Pero siempre con una premisa: detrás del botón —que inicia un procedimiento, sí, cada vez más sofisticado—, al menos hoy por hoy, es necesaria una persona. “El corrector automático del móvil ingresa en la Real Academia de la Lengua”, rezaba un divertido titular de El Mundo Today. “Con su incorporación, la entidad velará por el cumplicomplemento de las reglas ortoortodoncias…”, explicaba. Es una broma, pero pone sobre la mesa dos importantes premisas. En primer lugar, la tecnología de corrección y procesamiento de texto, aunque cada vez más avanzada, necesita de la supervisión humana; y en segundo, que los correctores automáticos forman ya parte estructural del proceso de generación de textos, bien en su génesis, bien en su revisión y puesta a punto por un profesional ajeno al creador. Por tanto, la formación para su adecuado manejo es ya una necesidad a la altura de la gramática o el control de cambios.
1UniCo: Decálogo para encargar la corrección de un texto. Edición 2021. Madrid, Unión de Correctores, 2017. Disponible en: https://www.uniondecorrectores.org/wp-content/uploads/2021/04/DECALOGO-Correccion_Cambios-2021.pdf
2Escolar, A.: “Ortografía en la universidad” en Cuadernos de periodistas (2014, n.o 29,
pp. 153-156). ISSN: 1889-2922.
3Angulo, A.: El corrector automático gramatical y de estilo como posible ayuda de redacción para el traductor. Madrid, Universidad Pontificia de Comillas, 2019. Disponible en: https://repositorio.comillas.edu/xmlui/handle/11531/31637
4Ariza, A. y Tapia, A. M.a: “El corrector ortográfico y la presentación del texto escrito” en Cauce (1997-1998, n.o 20-21, pp. 375-412). ISBN: 978-84-692-5344-1
5UniCo: “Stilus. Tecnología 3.0 que sí ayuda a «corregir»” en Deleátur (2014, n.o 0, pp. 26-27).
Angulo, A. (2019): El corrector automático gramatical y de estilo como posible ayuda de redacción para el traductor. Madrid, Universidad Pontificia de Comillas.
Ariza, A. y Tapia, A. M.a (1997-1998): “El corrector ortográfico y la presentación del texto escrito” en Cauce, n.o 20-21, pp. 375-412).
Escolar, A. (2014): “Ortografía en la universidad” en Cuadernos de periodistas, n.o 29, pp. 153-156.
UniCo (2014): “Stilus. Tecnología 3.0 que sí ayuda a «corregir»” en Deleátur, n.o 0, pp. 26-27.
UniCo (2017): Decálogo para encargar la corrección de un texto. Edición 2021. Madrid, Unión de Correctores.
Disponible en: https://www.uniondecorrectores.org/wp-content/uploads/2021/04/DECALOGO-Correccion_Cambios-2021.pdf
Presidente de la Unión de Correctores (UniCo), es licenciado en Ciencias de la Información por la UCM. Alterna su trabajo como corrector profesional para grandes editoriales y como redactor para diversos medios de comunicación. Es socio fundador de la empresa de servicios editoriales Se hacen libros.
Presidente de la Unión de Correctores (UniCo), es licenciado en Ciencias de la Información por la UCM. Alterna su trabajo como corrector profesional para grandes editoriales y como redactor para diversos medios de comunicación. Es socio fundador de la empresa de servicios editoriales Se hacen libros.
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