La palabra emergencia, muy popular hasta no hace mucho para referirse al proceso seguido por determinados países en cuanto a su convergencia económica con los más desarrollados, está siendo utilizada en los últimos tiempos en su sentido más genuino. En concreto, para designar los “planes y medidas de emergencia” adoptados por una mayoría de países en relación con la pandemia COVID-19.
El diccionario de la lengua española da dos definiciones para este término: 1) Asunto o situación imprevista que requiere una especial atención y debe solucionarse lo antes posible; 2) Acción de emerger. Este con sinónimos como aparecer, surgir, germinar, brotar y otros.
En el presente trabajo lo utilizamos en el segundo sentido y para hablar del caso de España, un país que parece haber abandonado la senda de la convergencia con los países de la eurozona en términos de PIB per cápita y desciende aceleradamente en cuanto a este indicador en la clasificación mundial de países.
La frontera de las posibilidades de producción se expande cuando un país con toda su capacidad ocupada puede producir más bienes, productos y servicios en un periodo posterior
De acuerdo con las últimas estadísticas, España ocupa el lugar 14 del mundo en cuanto a producto interior bruto (PIB) y el 29 o el 32 del mundo por PIB per cápita, dependiendo de que hablemos en términos de PIB nominal o de PIB medido en PPA (Paridad de Poder Adquisitivo). Lejos quedan ya los tiempos en los que llegamos a ser la séptima economía mundial y los varios años en que nos intercambiábamos el octavo puesto con Canadá.
Y esto no es lo peor, ya que como hemos dicho, no convergemos con la eurozona en cuanto al mismo índice de PIB per cápita. En 1999, año en el que se adoptó el euro, España estaba un 30 por ciento por debajo de la media de la eurozona y después de unos años en los que nos acercábamos a esa media, hemos vuelto a estar a esa misma distancia con datos de 2020. El año que estuvimos más cerca de ese promedio fue 2008 y desde entonces no hemos hecho otra cosa que alejarnos.
Desde la Gran Recesión de 2009, España se ha recuperado muy poco en términos de desarrollo real a pesar de los importantes ritmos de crecimiento de los años 2015 a 2019. Simplemente, lo que ocurrió en esos años fue una vuelta al nivel de utilización de la capacidad productiva en la que estábamos antes de la Gran Recesión. Con los cinco años de crecimiento negativo del 2009 al 2013 (perdimos un 10 por ciento del PIB acumulado), nos situamos digamos que al 75 por ciento de nuestra capacidad productiva y los siguientes años (2014 a 2019) volvimos a situarnos en el 85 o 90 por ciento de dicha capacidad, que es lo que se considera plena ocupación.
Solo ha habido movimiento dentro de la misma capacidad de producción, que se explica en el caso de España, por el estancamiento de la inversión y de la productividad desde hace años.
La frontera de las posibilidades de producción (un viejo concepto económico) no ha variado mucho. El verdadero crecimiento o desarrollo se produce cuando dicha frontera se expande, es decir, si lo vemos como una curva en forma de parábola en un gráfico de dos dimensiones, cuando la curva en cuestión se aleja del origen de coordenadas. O, dicho de otra forma, cuando un país con toda su capacidad de producción ocupada en un periodo 1 puede producir más bienes, productos y servicios en un periodo posterior 2.
Es lo que ocurre desde hace años con los llamados “países o economías emergentes”, a los que antes conocíamos como países en vías de desarrollo. Los emergentes son los que crecen a ritmos acelerados a pesar de estar al ciento por ciento de ocupación de su capacidad productiva, es decir, aquellos en los que la capacidad productiva aumenta.
Cabe pensar en relación con estas cuestiones que puede haber fenómenos de emergencia económica y financiera y fenómenos de lo contrario. Para ello es para lo que usamos los dos verbos del título: emerger y sumergirse, el segundo de los cuales es además reflexivo. No hay en español sustantivo contrario a “emergencia”.
En cualquier caso, y continuando con nuestras consideraciones sobre la economía española, da la impresión de que nos estamos sumergiendo y, de hecho, hay estudios que sitúan a España fuera de los veinte primeros del mundo en un periodo de tiempo de unos quince años. Muchos países europeos, ahora entre los diez primeros del mundo, descenderán de sus posiciones actuales, aunque no tanto como lo que puede ocurrir con España.
Lo peor, por otra parte, es la pérdida de posiciones en cuanto al PIB per cápita y para eso solo tenemos que comparar la situación de, por ejemplo, Países Bajos, donde al disponer de poca población (17,28 millones de personas) el lugar en la clasificación mundial por PIB es el 17, pero en cuanto a PIB per cápita sigue ocupando el lugar 10 del mundo. Lo contrario que España y además con una distancia enorme entre PIB y PIB per cápita y con distancias de distinto signo. Del 17 al 10, en el caso de Países Bajos; y del 14 al 32, en España.
Los países emergentes son los que crecen a ritmos acelerados a pesar de estar al ciento por ciento de ocupación de su capacidad productiva
Hay procesos de emergencia económica, y España lo ha vivido en el pasado cercano, y momentos en los que un país puede sumergirse en términos económicos, y este país puede entrar en ellos.
Un detalle más de las malas condiciones de nuestra capacidad productiva queda bastante explicado por una experiencia personal vivida por el autor. En una ocasión pregunté a Lawrence R. Klein, premio Nobel de Economía1 de 1980 y padre de la econometría moderna, con el que colaboré toda mi vida hasta su fallecimiento en 2013, sobre la forma de calcular la frontera de las posibilidades de producción de un país, un concepto más abstracto que real, como sabemos. Me dijo que una forma indirecta y aproximada era tomar la serie histórica de crecimiento del PIB del país, identificar los máximos de dicho indicador, estimar una recta de regresión con los mismos y proyectarla hacia el futuro.
Si hacemos una simple inspección visual del crecimiento del PIB de España nos encontramos que desde 1986 los picos de crecimiento se sitúan en 2000, con un 5,3 por ciento; en 2006, con un 4,2 por ciento; y en 2015, con un 3,8 por ciento. Un decrecimiento en línea con lo que ocurre en otros países desarrollados y que nos lleva a la idea de estancamiento secular de la que hablábamos antes de la pandemia.
A pesar de todo, puede haber esperanza. Para ello tenemos que reaccionar todos y darnos cuenta de dos cosas importantes. Primero, de que pertenecer o haber pertenecido al grupo de los países más desarrollados no significa que siempre nos mantendremos ahí. En segundo lugar, de que ni el liberalismo económico ni el mecanismo de mercado, actuando solos, garantizan el crecimiento y el desarrollo.
Los primeros puestos de los rankings de desarrollo hay que mantenerlos con esfuerzos constantes de todos: las empresas, los empresarios tradicionales y el establishment empresarial, el Gobierno y la Administración Pública y la sociedad civil en su conjunto. Y, por supuesto, saber que dentro de esas instituciones lo que hay son individuos o conjunto de individuos con iniciativas, capacidad de innovación, habilidad para el emprendimiento, disposición para correr riesgos, responsabilidad social y actitudes positivas en cuanto a mantener nuestro mundo en funcionamiento.
Además de todo eso debe haber oportunidades, y es aquí en donde queremos poner el énfasis final. La digitalización, la transformación digital o la IV Revolución Industrial, como indistintamente llamamos al gran proceso de cambio en el que vivimos, está poniendo delante de nosotros unas posibilidades inmensas. Eso, y fenómenos como la economía circular, la transición energética, el cuidado del medio ambiente y otros.
Personalmente estoy denominando a la etapa en la que ya hemos entrado como la Nueva Gran Transformación, recordando a Karl Polanyi y a su libro La gran transformación.
La digitalización nos permite pensar en términos de eliminar o superar la frontera de las posibilidades de producción de un país al igual que superamos otras fronteras. Entramos con ella en una economía de los intangibles, una economía de la información y el conocimiento y una economía muy centrada en el individuo y su creatividad.
Muchos países de Europa, ahora entre los diez primeros del mundo, descenderán de sus posiciones actuales, aunque no tanto como lo que puede ocurrir con España
Aunque es verdad que tal frontera se refiere a todo lo que podemos producir en términos de bienes, productos y servicios, se trata de un concepto muy ligado a la economía industrial y que procede de la existencia de las fábricas e infraestructuras de las que dependía históricamente la producción. Es lo que se llama stock de capital y hoy no es que no se necesiten instalaciones, sino que en la era digital son menos imprescindibles y más ligeras que en la era industrial, salvo por lo que se refiere a redes de telecomunicación y transmisión de datos.
Vamos hacia una nueva economía y probablemente hacia un capitalismo sin capital en el que entre otras cosas el valor añadido surgirá de distinta manera que en la época industrial.
Las plataformas necesitan menos inversión en términos relativos, las aplicaciones (apps, en la jerga tecnológica al uso2) y su ofrecimiento por Internet necesitan menos capital, el trabajo de los autónomos será la regla y las empresas que se creen serán, desde el punto de vista institucional, más simples que las sociedades anónimas industriales. Más un marketing más simple, un alcance más fácil e inmediato a los mercados mundiales y una eliminación de la logística de todo tipo.
En resumen, podemos superar la barrera que impone la frontera de las posibilidades de producción, muy rígida en la actualidad, con una fuerte entrada en la economía de los intangibles, en la economía de las plataformas y en la economía de la información y el conocimiento.
1Lawrence R. Klein, premio Nobel de Economía en 1980 “por la creación de modelos econométricos y su aplicación al análisis de las fluctuaciones económicas y políticas económicas”, así como por sus importantes contribuciones al desarrollo de las técnicas de pronóstico.
2Aplicación es una alternativa adecuada en español para referirse a app, un acortamiento del término inglés application, que se utiliza para aludir a un “tipo de programa informático diseñado como herramienta que permite al usuario realizar diversos trabajos”: https://www.fundeu.es/recomendacion/aplicacion-alternativa-a-app
Beinhocker, E. (2006): The Origin of Wealth. Evolution, Complexity, and Radical Remaking of Economics. Boston, Harvard Business School.
Guillén, M. (2020): 2030. How today’s biggest trends will collide and reshape the future of everything. New York, St. Martin’s Press.
Haskel, J. y Westlake, S. (2019): Capitalism without Capital. The Rise of the Intangible Economy. Nueva Jersey, Princeton University Press.
Polanyi, K. (2018): La gran transformación (nueva edición). México, Fondo de Cultura Económica.
Stiglitz, J. (2021): Reescribir las reglas de la economía europea. Propuestas para el crecimiento y la prosperidad compartida. Barcelona, Antoni Bosch Editor.
Doctor Ingeniero del ICAL y catedrático de Economía aplicada. MBA por Wharton School y Máster en Ingeniería de sistemas e Investigación Operativa por Moore school. Es presidente de AESPLAN y del capítulo Español de la World Future Society.
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