3 de julio de 2024
por
David Corral Hernández
En la Atenas del siglo V A.C., en un mundo dominado por los tiranos y la autocracia, unos pocos ciudadanos comenzaron a decidir con libertad el destino de su ciudad y de sus habitantes con un sistema revolucionario llamado «democracia». Este “gobierno popular” o, como el presidente estadounidense Abraham Lincoln lo definió sentando en el siglo XIX las bases de la modernidad, el “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, avanzó y creció a lo largo de la historia y del planeta ganando mayor representatividad por edad, género o raza hasta ser universal. A su paso nacieron nuevos gobiernos o naciones en los que ya fuera a viva voz, mano alzada, voto secreto o por aclamación, sus sociedades lograban representatividad, derechos y deberes que quedaban recogidos en un contrato de convivencia política y social basado en una constitución y en su salvaguarda por instituciones independientes que representan a los distintos poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial).
Con el siglo XX la democracia logró su esplendor tras la Segunda Guerra Mundial y la descolonización. En apenas unos años millones de personas a lo largo del globo tuvieron, por primera vez en siglos, la posibilidad de votar y el acceso a derechos fundamentales que hoy damos por básicos y por comúnmente aceptados y respetados. La formación de estos nuevos gobiernos se basaba en distintos procesos analógicos y manuales de recuento y verificación de resultados, con mayor o menor fiabilidad, ya que votar no significa inexorablemente la existencia de un gobierno democrático y que, como dice la Resolución de la ONU sobre la promoción y consolidación de la democracia, “las democracias comparten características comunes, pero no existe un modelo único de democracia”, es decir, que hay tantos tipos de democracias o sistemas cercanos a ella como países que la practican.
Con chatbots se proporciona información en tiempo real sobre los colegios electorales, candidatos o procedimientos de votación, haciendo que el proceso electoral sea más accesible y transparente
La llegada del mundo digital con el cambio de siglo y milenio facilitó los procesos electorales, especialmente en dos cuestiones, el voto electrónico y el recuento de resultados, logrando elecciones más eficientes e inclusivas. Su uso se fue extendiendo a los llamados sistemas «auxiliares», como los registros de votantes y candidatos o la creación de informes, al igual que en el análisis de grandes cantidades de datos con los que facilitar la toma de decisiones y la identificación y solución de irregularidades, o en el control de la infraestructura tecnológica electoral.
Pero la tecnología, mal empleada, también abrió la puerta a la erosión de los sistemas democráticos al favorecer la confusión, manipulaciones o injerencias en los procesos electorales, provocando la pérdida de confianza, de certeza, de las garantías o de la credibilidad de los políticos, los gobiernos y de las instituciones democráticas y sus actuaciones. Los casos más conocidos han sido las elecciones presidenciales en EE.UU. con el disputado recuento de Florida que dio la presidencia a George W. Bush frente a Al Gore o el de la consultora británica Cambridge Analytica, con el escándalo del mismo nombre, que utilizó de forma indebida información de millones de usuarios de Facebook para manipularlos y favorecer la victoria de Donald Trump en las elecciones de EE.UU. de 2016, en las que resultó elegido presidente.
En este 2024 vivimos un año electoral crucial. Más de la mitad del planeta pasará por las urnas en el que se conoce como el “año super electoral”. Sin embargo, más allá de triunfalismos y cifras abrumadoras, la democracia está en declive en el mundo. Así alertan los informes elaborados por Freedom House o The Economist, entre otras instituciones, y en los que se constata que menos del 8% de la población mundial vive en una democracia plena.
2024, igualmente, es el año de las elecciones de la IA generativa. El poder de los algoritmos está siendo aprovechado para elaborar programas políticos, para acercarse a los electores a través de las redes y captarlos con mensajes personalizados o para crear legislaciones o “políticos” virtuales que son considerados, por sus propios autores, como mejores y para los que no existen normas que regulen sus actuaciones al no ser humanos. Con chatbots se proporciona información en tiempo real sobre los colegios electorales, candidatos o procedimientos de votación, haciendo que el proceso electoral sea más accesible y transparente. También la IA está presente en los medios de comunicación generando coberturas informativas, verificando contenidos, comparando programas de los candidatos o reportando sobre el uso, o mal uso, que se está haciendo de la IA en las distintas elecciones.
Su impacto negativo potencia algorítmicamente la creciente polarización, el desencanto social o el auge de los autoritarismos para socavar las democracias. El objetivo buscado es engañar a los votantes y perturbar los procesos electorales, su integridad y legitimidad. La gran cantidad de herramientas de IA generativa en el mercado, su bajo coste y su limitado control, están propiciando su uso, de manera estratégica, en campañas masivas de desinformación o creando deepfakes para falsificar, polarizar o sembrar el descrédito. Junto a ellas, los ciberataques amplían el impacto de los ataques a candidatos, partidos e instituciones, a las infraestructuras o alterando o privando de la capacidad de voto a las personas. Cuanto más avanzan las tecnologías, más difícil es poder distinguir entre realidad e invención.
Para dar respuesta a los incesantes y múltiples desafíos se suceden, en una carrera complicada de ganar, las iniciativas legales como las impulsadas por la UE o las firmadas por las grandes compañías tecnológicas, caso del AI Elections Accord, A Tech Accord to Combat Deceptive Use of AI in 2024 Elections, con la intención de dar un marco de actuación que regule el uso de la IA para minimizar los riesgos, amenazas y daños a las democracias y sus sociedades.
No hay medios libres sin democracia y los medios no pueden serlo sin trabajar con tecnología
Desafíos e incertidumbres hay diversos y considerables sobre cómo afrontar esta transformación tecnológica imparable y sobre cuál podría ser el papel de la IA en la gobernanza y la democracia o cómo podría transformarlas para adaptarlas a nuevas realidades. Estamos empezando un camino que, si se quiere recorrer, exige responsabilidades y encontrar soluciones a retos que no son solo tecnológicos. Entre otros argumentos podríamos encontrar:
AI Elections Accord (2024): “A Tech Accord to Combat Deceptive Use of AI in 2024 Elections”. Disponible en: https://www.aielectionsaccord.com/uploads/2024/02/A-Tech-Accord-to-Combat-Deceptive-Use-of-AI-in-2024-Elections.FINAL_.pdf
ONU. Asamblea General (2007): “Apoyo del sistema de las Naciones Unidas a los esfuerzos de los gobiernos para la promoción y la consolidación de las democracias nuevas o restauradas”. Disponible en: https://documents.un.org/doc/undoc/gen/n07/464/22/pdf/n0746422.pdf
OpenAI (2024): “AI and Covert Influence Operations: Latest Trends”. Disponible en: https://downloads.ctfassets.net/kftzwdyauwt9/5IMxzTmUclSOAcWUXbkVrK/3cfab518e6b10789ab8843bcca18b633/Threat_Intel_Report.pdf
The Economist Intelligence Unit Limited (2024): “Democracy Index 2023”. Disponible en: https://www.eiu.com/n/campaigns/democracy-index-2023/
UE. Parlamento Europeo (2024): “Artificial Intelligence Act: MEPs adopt landmark law”. Disponible en: https://www.europarl.europa.eu/news/en/press-room/20240308IPR19015/artificial-intelligence-act-meps-adopt-landmark-law
Periodista, responsable de Innovación de RTVE, especialista en nuevas tecnologías y relaciones internacionales. Observador internacional de misiones electorales.
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