16 de junio de 2020
por
Pablo Mondragón
Es tal la necesidad y las virtudes asociadas a la tecnología que corremos el riesgo de sumergirnos en un efecto bola de nieve de consecuencias imprevisibles. Y mucho más cuando, allá en el este, la sombra del tecno-totalitarismo se muestra especialmente efectiva a la hora de contener emergencias sanitarias y sociales. Me refiero, por supuesto, al modelo chino.
No cabe duda de que China está sabiendo transformar la desgracia del COVID-19 en una gran oportunidad geoestratégica. La que fue el epicentro de esta pandemia, recordemos aquel lejano virus de Wuhan, es hoy el modelo de éxito sanitario en el que se miran todas las democracias occidentales. Hace tiempo que China es mucho más que aquella fábrica del mundo en la que empresas del primer orden mundial delegaron su producción de bienes estratégicos a cambio de mano de obra barata y ultra-productiva. En apenas una década, el gigante asiático se ha situado como una superpotencia tecnológica capaz de competir y superar a Silicon Valley.
Cada año 30.000 chinos se doctoran en disciplinas STEM (acrónimo correspondiente a Ciencias, Tecnologías, Ingenierías y Matemáticas en inglés) y, lo que supone una cifra cinco veces mayor que en Estados Unidos. El país ostenta el liderazgo en el desarrollo del 5G y de la inteligencia artificial, congrega el 50 por ciento de las patentes mundiales, abandera grandes compañías como Xiaomi, Huawei, Baidu o Alibaba, y quizás lo más importante, controla la casi totalidad de las reservas de minerales raros necesarios para la producción de todo tipo de tecnología digital.
Gracias a los impresionantes avances científicos y tecnológicos de los últimos años, el gobierno chino ha logrado un doble objetivo. Por un lado, situar a China como superpotencia económica y tecnológica mundial; por el otro, garantizar el control sobre la población a través de sistemas de tecno-vigilancia y tratamiento de datos personales.
Ante una situación de emergencia sanitaria China no ha dudado en sacar músculo tecnológico. En su artículo “La emergencia viral y el mundo del mañana”, el filósofo sur-coreano Byung Chun Han nos relata una sociedad controlada por 200 millones de cámaras armadas con reconocimiento facial y sensores térmicos, todas ellas coordinadas en un sistema centralizado. Por ejemplo, si la temperatura corporal de una persona es preocupante, el sistema envía una notificación a todas aquellas personas que están a su alrededor. En China pueden verse drones patrullando calles, robots distribuyendo alimentos y apps biométricas obligatorias para todos los ciudadanos, todo bajo la complacencia generalizada de la ciudadanía. Un sistema de biopoder foucaultiano que ha resultado tremendamente exitoso en la batalla contra el coronavirus.
Gracias a sus avances científicos y tecnológicos, China ha logrado un doble objetivo: situarse como superpotencia económica y tecnológica mundial y garantizar el control sobre la población
¿Y qué pasa en los dos otros bloques hegemónicos, Estados Unidos y la Unión Europea? ¿Qué medidas se están adoptando en el avanzado y civilizado occidente Ciertamente las comparaciones son odiosas. Mientras la administración Trump se niega a decretar el confinamiento nacional y la crisis sanitaria se propaga a lo largo del país, la vieja Europa se desangra en sus líos internos, evidenciando el fracaso de un proyecto comunitario de protección social, mientras mercadea en las plazas chinas en busca de material sanitario. Material que, por cierto, ya están donando los chinos, embarcados en una extraordinaria operación de relaciones públicas que legitima su modelo de cara a los pueblos del mundo.
Son tiempos turbios, y ante tal estampa ningún analista descartaría profundos cambios en las bases estructurales e ideológicas del sistema. En Europa, China provoca una mescolanza de recelo y admiración. El milagro chino siempre se ha visto ensombrecido por su régimen totalitario y por su laxitud ante los derechos humanos. Hace tres meses, sólo los extravagantes podrían haber defendido que la tecno-dictadura china podría ser una buena alternativa a las democracias liberales europeas. Pero en una sociedad colectivamente traumatizada por los efectos de la pandemia y el aislamiento social, aterrorizada ante la virulencia de un enemigo invisible, reproductora de una disciplina social, sometida su libertad individual a las decisiones de estado… la cosa se complica.
Que el control salva vidas es una premisa que hace tiempo la ciudadanía tiene interiorizada. Y ante un contexto de pandemia, la Unión Europea; o en el peor escenario su conjunto de estados fragmentados, corre el riesgo de convertirse en un leviatán tecnovigilante. El control ciudadano, la seguridad de todos, se ejercería a través de mediciones individualizadas donde no faltarían implantes, controles biométricos y reconocimiento facial. Una vez más privacidad y libertad se enfrentan a seguridad y control, en una batalla donde la tecnovigilancia cuenta con el mejor de los padrinos geopolíticos. Y por mucho que nuestra tradición filosófica articulada en torno al derecho individual pueda actuar como dique de contención, lo cierto es que en Europa el riesgo de esta deriva autocrática está históricamente evidenciado.
La crisis del coronavirus es una situación de excepcionalidad histórica. El mundo entero se ha convertido en un inmenso laboratorio social de consecuencias imprevisibles.
¿Qué mecanismos tecnológicos podríamos implementar para minimizar el número de muertes por pandemia? ¿Quién los controlaría? ¿Hasta cuándo? ¿Cómo conjugar libertad individual y disciplina social? ¿Hasta dónde llega el derecho a la privacidad de los individuos? ¿Cómo se articula legalmente? ¿Debe la inteligencia artificial, que tan útil ha mostrado ser en el caso chino, convertirse en un sistema de organización social? ¿Deberíamos todos implantarnos chips biométricos por responsabilidad ciudadana? ¿Hasta qué punto no debería nuestro cuerpo estar conectado a una colmena digital que garantice el bienestar colectivo?
Todas estas preguntas, y todas aquellas que no han sido contempladas, deben abordarse desde una perspectiva multidisciplinar en la que humanidades y ciencias sociales deben tener un rol proactivo. Ya no bastan los perfiles técnocientíficos, tan idolatrados en una sociedad obsesionada con la técnica. STEM debe definitivamente transformarse en SHTEM, con “H” de Humanismo. En contextos de incertidumbre y cambios acelerados, la perspectiva humanista es más importante que nunca. Derecho, antropología, filosofía, economía, ciencias políticas, lingüística, comunicación, sociología, historia y arte adquieren un rol estratégico en el debate y configuración de las sociedades futuras, en la monitorización social y en la previsión de las consecuencias culturales de modelos pos-covid.
Todas estas disciplinas deben converger bajo un prisma común: el desarrollo de una tecnoética que sea capaz de contemplar y anticipar los inmensos retos sociales que provoca la interacción entre humanos y tecnología digital. En España, país desde el que sitúo mi locus enunciativo, la tecnoética1 es una rara avis casi testimonial, salvando honrosas excepciones como es el caso de la revista TELOS.
En definitiva, el estado del bienestar europeo, que ya gozaba de sus luces y sus sombras, está en serio peligro. Nada de lo aquí descrito responde a teorías conspiranoicas ni a escenarios distópicos. Recordemos que, en palabras del novelista Willian Gibson, el futuro ya está aquí, aunque desigualmente repartido. El auge y la eficiencia contra-pandémica de modelos tecnototalitarios como el chino pueden hipnotizar a una sociedad civil colectivamente traumatizada que de forma orgánica pueda tolerar, e incluso incentivar, el auge de oligarquías 5.0. Las tecnohumanidades, y en concreto la tecnoética, deben adquirir un rol de mayor relevancia y liderar el debate sobre el futuro de nuestras sociedades. Hoy más que nunca debemos ser responsables con las generaciones venideras, con el mundo del mañana.
1Todos los artículos sobre el tema Tecnoética disponibles en https://telos.fundaciontelefonica.com/tema/tecnoetica
Foucault, M. (2016): La Historia de la Sexualidad, Volumen I: La Voluntad de Saber, ed. Siglo XXI, México
Han, B.C. (2020): La emergencia viral y el mundo de mañana, diario El País. Disponible en: https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html
Harari, Y.N. (2020): The world after coronavirus, Financial Times. Disponible en: https://www.ft.com/content/19d90308-6858-11ea-a3c9-1fe6fedcca75
Tecnoantropólogo. Co-fundador de Antropología 2.0, la primera agencia de business anthropology de España. Coordinador general de CoronaSocial, observatorio de investigación socio-cultural del coronavirus.
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