21 de noviembre de 2024

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El hábito del diálogo para un desarrollo humano sostenible

por Fátima Álvarez
Ilustrador Juárez Casanova

El presente artículo se adentra en el sentido del diálogo, ese encuentro de personas diversas desde y en busca de puntos en común. Se destaca su papel como método para desarrollar el pensamiento crítico, cuáles son sus condiciones y qué beneficios aporta para la construcción de organizaciones y sociedades sostenibles e inclusivas.

Estás en un grupo de personas entrelazadas. Todas de pie. Cada una apoya una mano en el costado de la que tiene a su derecha, y la otra mano en el costado de la que tiene a su izquierda. Hay que respirar de forma torácica. Debes sentir cómo expande sus costillas tanto la persona de tu izquierda como la de tu derecha e intentar acompasarte a su ritmo. No respiran igual. Todo el mundo en el círculo está inmerso en una labor similar. El ejercicio se prolonga varios minutos buscando una respiración de grupo. ¿En qué se parece esta actividad corporal a un diálogo?

A menudo, abogamos por el diálogo como el medio más apropiado para relacionarnos; sin embargo, no solemos dialogar. Tendemos a la discusión o al debate. El término “diálogo” proviene del griego diálogos, de la raíz logos que significa “palabra” y del prefijo dia que significa “a través de”. En el diálogo la palabra circula. Sin embargo, “discusión” comparte raíz con “percusión” y es similar a “debate” que viene de battuere (golpear, derribar a golpes). Aunque utilicemos estos términos indistintamente, dialogar implica una actitud de partida y un objetivo de llegada completamente distintos.

El diálogo es una experiencia de intercambio de ideas y de afectos; en esa combinación de razón y emoción que somos, de pensamientos que nos despiertan sentimientos y de sentimientos que activan pensamientos. Si tenemos en mente la imagen de la dinámica corporal con la que iniciamos este artículo, nos daremos cuenta de que nuestro cuerpo es propioceptivo, es capaz de percibir la relación entre nuestra intención de movernos y el movimiento mismo. Queremos respirar torácicamente y expandimos nuestras costillas. Más difícil es ser conscientes del hecho de estar pensando, de qué nos provoca ese pensamiento y del propio proceso de pensar (Bohm, 1997). El diálogo nos permite pensar juntos, de forma que el significado que surge de ahí es más que la suma de las diversas perspectivas de las personas que participan. Igual que la respiración de grupo es otra más allá de las respiraciones de cada uno de los miembros del círculo.

El diálogo es una experiencia de intercambio de ideas y de afectos, refleja esa combinación de razón y emoción que somos

¿Por qué no dialogamos? Aristóteles nos diría que no hemos adquirido el hábito, que es la forma que tenemos de forjar nuestro carácter, nuestro êthos, y de alcanzar las virtudes, las buenas actitudes. No creamos contextos dialógicos donde puedan coincidir distintas cosmovisiones que entren en conversación. Ni lo hacemos en el sistema educativo ni después, de adultos, en el ámbito laboral. Sin embargo, somos, como nos señala en su Política (1986), el único animal que tiene lenguaje verbal. Los otros animales tienen voz, otras formas de comunicarse. Nosotros tenemos palabra: logos. Con el lenguaje construimos nuestro pensamiento y comunicamos lo que sentimos y lo que pensamos; el sentido de lo justo y de lo injusto; de lo conveniente y de lo dañoso.

Condiciones

El logos ha de fluir en el círculo de diálogo, en esa disposición espacial que facilita la lectura del lenguaje no verbal que acompaña al discurso. Un discurso que ha de ajustarse a las cuatro máximas del principio de cooperación de Grice: conciso, veraz, pertinente y claro. No hay que precipitarse, hay que pensar antes de hablar, porque el logos es palabra, pero también es razón, palabra razonada y razonable. De ahí que sea tan importante suspender el juicio.

¿Qué significa “suspender el juicio”? “Las ideas las tenemos, en las creencias estamos”, decía Ortega y Gasset (Ideas y creencias y otros ensayos, 2019). Las creencias son ideas fijas, que no las pensamos, sino que las asumimos y nos adaptamos a ellas. Estamos seguros de que son como creemos y las llevamos al diálogo. Terminarán saliendo a la superficie porque nos comportamos teniéndolas en cuenta sin cuestionarlas. Pero en el proceso dialéctico con otros participantes es probable que en algún momento nuestras creencias entren en crisis y sean removidas o desbaratadas por el dinamismo de ideas que las cuestionan, refutan e intentan superarlas. Igual que a lo largo de la historia se pasó de creer que tener esclavos era parte del estatus y que un ser humano podía convertirse en propiedad de otro, a superar estas creencias preconizando la igualdad y los derechos humanos.

Las ideas y las creencias se encuentran en estadios distintos y en una dialéctica constante. Una creencia es una idea que primeramente fue debatida, pensada, reflexionada y que con el tiempo simplemente es asumida, normalizada. Quizás ni sabemos que sostenemos una determinada creencia, pero podemos sentirnos amenazados si la ponen en cuestión. Es ahí donde tenemos, especialmente, que suspender el juicio: evitar una respuesta reactiva de defensa y simplemente observar para familiarizarnos con el modo en que opera nuestro pensamiento. De la misma manera que respiramos y estamos atentos a la respiración de los compañeros en la dinámica corporal del inicio.

Por eso el diálogo exige cultivar la actitud, crear un buen clima socioemocional entre los participantes, un espacio seguro construido en la confianza, un entorno de escucha activa y de atención. Esa atención, en el sentido que nos la mostró Simone Weil (Zaretsky, 2022) como apertura al otro. Porque no entendemos plenamente a las otras personas si no les prestamos nuestra atención con el objetivo de comprender y de comprendernos, de acercarnos juntos a la verdad, de aprovechar la inteligencia colectiva que surja de un grupo diverso.

Espíritu crítico

Tanto en las aulas como en el ámbito laboral somos testigos de esa diversidad humana: personas de otros países, otras costumbres, otras creencias, otras edades, otras cosmovisiones… Esta divergencia nos desorienta y, en ocasiones, nos aferra a considerar nuestra opinión como la cierta. Surgen entonces las fricciones o la indiferencia ante el diferente. Para vincularnos necesitamos dedicarnos tiempo de encuentro y un lenguaje común sobre el que aprender a descubrirnos, a convivir y a trabajar. Igual que en la dinámica de inicio de la respiración, partimos de que todos respiramos y podemos hacer que nuestras respiraciones se armonicen.

El diálogo exige cultivar la actitud, crear un buen clima socioemocional entre los participantes, un espacio seguro

El diálogo, más concretamente el diálogo socrático, es la herramienta más adecuada para indagar juntos en busca de un mismo objetivo. Nos permite trabajar el pensamiento crítico en entornos inclusivos, ante el reto que nos plantea la pluralidad; para aprender a pensar mejor por uno mismo pensando con otros; para desarrollar nuestra capacidad de discernir, analizar y argumentar; para formarnos un criterio que nos posibilite emitir juicios, tomar una decisión, resolver un problema. Porque a fin de cuentas nuestra inteligencia ha de ser heurística, nos ha de permitir formular proyectos y encontrar soluciones.

Es aquí cuando el pensamiento crítico se engarza con las soft skills. Se cogen del brazo y se deslizan en los entresijos de nuestra humanidad. A través del diálogo provocamos interacciones y trabajamos otros hábitos como la escucha, el respeto al otro, los silencios reveladores, el control de la impulsividad, la atención a los compañeros, la despenalización del error, la humildad intelectual para corregirnos, la amplitud de miras ante la diversidad humana. Podemos trabajar el pensamiento crítico dialógicamente para que sea sensible al contexto, autocorrectivo, razonado y aplicado (Lipman et al., 1988).

Se trata de cuestionar y de cuestionarse a través del proceso mayéutico-dialéctico del método socrático. La persona que lo conduce guía a los participantes en el arte de las preguntas en una espiral de aprendizaje. Lo decisivo son las razones en las que sustentan sus opiniones, el sentido que le dan a los términos, las consecuencias de lo que han dicho, la coherencia o las contradicciones.

Hay que desafiar el individualismo narcisista característico de nuestra época de la posverdad, en la que se distorsiona la realidad de forma deliberada manipulando las emociones y creencias para influir en la opinión pública. La misología está presente con el desprecio a la razón y a los razonamientos. Cada uno cree que su opinión es la buena. Entonces no tendría sentido dialogar en busca del mejor argumento. Sin embargo, el diálogo argumentativo parte de que merece la pena esforzarnos en encontrar conocimientos verdaderos o verosímiles y normas de convivencia justas porque somos animales sociales que construimos un mundo en comunidad.

Beneficios

Como herederos de la modernidad, gozamos de los derechos y de las libertades individuales, pero debemos estar atentos a no caer en el solipsismo, creyéndonos autosuficientes. El individualismo mal entendido, narcisista, mina el principio dialógico del ser humano. Más que independientes, somos inter-dependientes. Definirse por uno mismo, pensar por uno mismo, no implica eliminar los vínculos significativos con los otros, ya que nos construimos por medio de los intercambios. Somos seres en relación que nos hacemos humanos entre humanos.

Dialogar nos permite un desarrollo humano sostenible que contiene la justicia intergeneracional que nos debemos unos a otros

Hacer del diálogo un hábito es un reto social para favorecer la convivencia y la cohesión de grupos diversos, el crecimiento del conocimiento y el desarrollo pleno de las personas y de las organizaciones. En un mundo digital, debemos humanizar los entornos fomentando ese diálogo que cultiva una mentalidad abierta, donde reconocemos a nuestros compañeros como interlocutores válidos, donde nos cuidamos, donde examinamos las otras perspectivas de forma colaborativa, entendiendo que otras posiciones pueden mejorar la propia, en busca de comprender y de solucionar. Una respiración conjunta en la que todos ganamos.

Dialogar nos permite un desarrollo humano sostenible que contiene la justicia intergeneracional que nos debemos unos a otros, entre los coetáneos y hacia las generaciones futuras, para que pueda desplegarse el desarrollo de todos. El diálogo sostenido es un hábito sostenible que nos sostiene. ¡Respiremos juntos!

Bibliografía

Aristóteles (1986): Política. Madrid, Alianza Editorial.
Bohm, D. (1997): Sobre el diálogo. Barcelona, Kairós.
Lipman, M., Sharp, A. M. y Oscayan, F. S. (1988): La Filosofía en el aula. Madrid, Ediciones de la Torre.
Ortega y Gasset, J. (2019): Ideas y creencias y otros ensayos. Madrid, Alianza Editorial.
Zaretsky, R. (2022): La subversiva Simone Weil. Una vida en cinco ideas. Santa Cruz de Tenerife, Editorial Melusina.

Artículo publicado en la revista Telos 126


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Autor

Filósofa, experta en pensamiento crítico y ética. Profesora en varios másteres y cursos universitarios. Formadora de pensamiento crítico con orientación ética a directivos y consejeros. Autora del libro Por qué tomarse la empresa con filosofía (Plataforma Empresa, 2024).

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