19 de noviembre de 2024

S

Salvar la democracia

por Elsa Arnaiz Chico
Ilustrador Luis Paadín

Si queremos proteger la democracia de su extinción, necesitamos un diálogo genuino entre generaciones que promueva la comprensión y reduzca la polarización. Es crucial reconstruir el tejido social e impulsar la participación ciudadana para frenar su deterioro. Sin ese esfuerzo colectivo, la democracia está en riesgo.

 

Hace apenas unas semanas me convertí en madre por segunda vez. Una niña de casi 20 meses y un recién nacido en casa significa que paso muchas horas sin dormir, a oscuras y en (relativo) silencio. En medio de la noche, piensas. Yo, sobre todo, reflexiono sobre el devenir que mis hijos tendrán. Y para pensar en el futuro, su futuro, no queda otra que mirar el presente: nuestro presente.

¿Y qué es lo que veo? Observo cabreo, frustración, decepción, pesimismo y una profunda falta de comprensión mutua. Vaya, un cóctel buenísimo. Podría ser solo mi percepción agravada por las noches sin dormir. Lamentablemente, no soy la única que ve el vaso a rebosar de mal rollo. Si echamos un vistazo rápido, nos encontramos con datos como los siguientes:

Uno de cada cuatro hombres (25,9 %) de entre 18 y 26 años piensa que el autoritarismo puede llegar a ser un sistema mejor a nuestra querida democracia “en algunas circunstancias”1. Según esta misma fuente, para casi un 70 % de los encuestados la democracia se está deteriorando2. La cuestión es, ¿es esto verdad?, ¿estamos exagerando? Y lo más importante, ¿qué podemos hacer para evitar lo peor?

¿Hemos perdido el norte?

Comencemos por ver si todo esto forma parte de una histeria colectiva o si, por el contrario, deberíamos empezar a (pre)ocuparnos. Así que atendamos a datos, no solamente a percepciones. ¿Estamos objetivamente en el peor o en el mejor momento de la historia humana?

La mortalidad infantil en menores de 5 años, según los últimos datos del World Bank, está en mínimos históricos con un 37 % de cada mil nacimientos versus un 47 % hace diez años o un 93 % desde que hay registros3. Además, la esperanza de vida, aunque no se encuentra en máximos históricos debido al impacto de la COVID-19, ha aumentado en 21 años desde 1960 situándose en 72 años a nivel global, con cifras de 83 años en países como España4. En fin, parece que de momento no es el fin del mundo en cuanto a capacidad de vida se refiere. Ya veremos dentro de unos años cuando nos azoten las serias consecuencias del cambio climático.

Es necesario un diálogo donde los jóvenes comprendan los desafíos y sacrificios de las generaciones anteriores y donde los mayores sean capaces de reconocer y validar las preocupaciones, miedos y aspiraciones de los que vienen detrás

Ahora que tenemos claro que en términos materiales las condiciones son mejores que nunca (por el momento), veamos cómo se traducen esas estadísticas en cuestiones más intangibles, pero igualmente importantes, como la forma en la que vivimos en sociedad. Porque no es solo cuestión de vivir, sino de cómo decidimos pasar nuestra existencia en la Tierra. En otras palabras: la esperanza de vida no significa nada si esta carece de significado.

Pero claro, ¿cómo medir lo intangible? Cada uno queremos vivir la vida como más nos place y esta puede (y debe) divergir de la forma del de al lado. Por lo tanto, la cuestión está en analizar si vivimos en un sistema que nos permita elegir libremente cómo hacerlo. Y, queridos amigos, por el momento el único sistema que nos lo permite es la democracia. Entonces, ¿cómo está la democracia objetivamente? ¿Aprueba o suspende?
Para Freedom House, la libertad global disminuyó por decimoctavo año consecutivo en 20235. Casi dos décadas de constante deterioro. El Democracy Index nos advierte de una senda parecida, ya que no solo la democracia está retrocediendo en términos de países y regiones que disfrutan de este sistema de forma plena, sino que si atendemos a métricas concretas la cosa no está para tirar cohetes.

Desde 2008, el año en el que el mundo fue azotado por la crisis financiera mundial, la democracia no se ha recuperado. En particular, el Economist Intelligence Unit observa un deterioro más acuciante de las libertades civiles y los procesos electorales plurales6. No es necesario seguir dando más datos para darse cuenta de que si de un examen se tratara, la democracia no aprobaba ni con clases particulares.

Entonces, podemos decir que no era un desvarío colectivo y que la cosa no está mal: está fatal. A pesar de que los indicadores tradicionales nos dan una percepción de bonanza y progreso, cuando indagamos descubrimos que el sistema se está resquebrajando por dentro. Pero no podemos quedarnos ahí. ¿Qué hacemos? ¿Quedarnos inmóviles, apáticos ante el declive del sistema? No. La democracia es el mejor legado que podemos dejar a las próximas generaciones, pero también el mejor contexto para vivir nuestro presente.

Cariño, tenemos que hablar

Hay muchas razones por las que este declive está sucediendo y, sin embargo, creo que todas ellas las podemos resumir en la falta de diálogo y comprensión entre diferentes; en particular, la falta de diálogo intergeneracional. Un diálogo honesto, de escucha activa (y proactiva) en el que las diferencias dejan de ser barreras que nos alejan y se convierten en puentes para un entendimiento mutuo. Suena muy bien porque es muy bueno.

Si seguimos permitiendo que entren más brechas, estas se llenarán fácilmente con desconfianza, estereotipos y, en el peor de los casos, de una gran hostilidad. Es más necesario que nunca un diálogo donde las generaciones más jóvenes comprendan los desafíos y sacrificios de las generaciones anteriores y donde los mayores sean capaces de reconocer y validar las preocupaciones, miedos y aspiraciones de los que vienen detrás. Relativamente sencillo.

En este mundo hiperconectado en el que vivimos resulta paradójico que haya tanta falta de comprensión mutua. Las redes sociales, que en teoría fueron creadas para acercarnos, se han convertido en un foro de noticias falsas y confrontación que lo único que consiguen es reforzar prejuicios y radicalizar opiniones: nada que ayude al diálogo intergeneracional. Es hora de romper con esta dinámica. La democracia se nutre de la diversidad de opiniones, pero para ello es fundamental contar con un compromiso férreo con el diálogo y la escucha activa. La falta de estas cualidades en nuestros líderes políticos, pero también sociales (ahora llamados influencers) es, quizás, una (por no decir la principal) de las causas del deterioro democrático que estamos observando.

Manos a la obra

¿Cómo establecer este diálogo? Hay dos dimensiones que debemos cubrir: la social y la institucional. La primera, la dimensión social, va por delante. No es una cuestión baladí. Es imprescindible que el trabajo en esta dimensión anteceda a la institucional por una simple razón: da igual los cambios que implementemos a nivel gubernamental, corporativo o multilateral si lo básico no está cubierto. ¿Y qué es lo básico? El día a día. La familia. Los barrios. Los vecinos. Los amigos. La cotidianidad. Todo lo que Robert Putnam llama capital social y que es la sangre de la democracia7.

 

 

La casa hay que construirla por los cimientos. Por lo tanto, si queremos impulsar un verdadero diálogo intergeneracional que salve a la democracia de su extinción debemos empezar por mirarnos a nosotros mismos y comenzar a trabajar en esa unidad básica de convivencia que a veces nos gusta llamar “famiglia”. Este diálogo tiene que ser orgánico y genuino. No podemos generarlo de la noche a la mañana. Y tampoco puede suceder solo en el plano digital porque las redes sociales nunca podrán, aunque quieran, sustituir las interacciones en la vida real.

La forma de implementarlo puede empezar por dejar las vergüenzas y los prejuicios de un lado, hablar al vecino con el que apenas compartimos muecas a modo de saludo y, con suerte, poco a poco, generar comunidad. Este diálogo puede y debe continuar por ponernos en la posición y en el lugar del cuñado de nuestra familia (porque todas las familias lo tienen y, si no lo identificas, seguramente seas tú) e intentar comprender que, aunque no estemos de acuerdo con lo que dice, lo que dice (si escuchas un poco) puede ser igual de válido que tu opinión sobre lo mismo en lugar de tener una confrontación constante por nimiedades. No es fácil, pero tampoco tan difícil.

En fin, algo tan revolucionario como practicar el “tener la fiesta en paz” e intentar de forma sincera entendernos los unos a los otros. Entendernos no implica estar de acuerdo en todo, pero sí implica abrir nuestras fronteras mentales a lo que el otro piensa y oye, ¿quién sabe?, algún día incluso cambiar de opinión. Oh My God!

Si consiguiéramos un diálogo intergeneracional en este plano —el social— ya estaría resuelto el 90 % del problema. Al fin y al cabo, la segunda dimensión —la institucional— está constituida por personas. Pero en ese 10 % falta una parte crítica y es que el diálogo también hay que establecerlo con los “entes” del establishment para que estos acometan las reformas necesarias en cuanto a políticas públicas se refiere. El problema está en que, a no ser que vivas en La Moncloa, encontrarte al presidente del Gobierno tirando la basura un martes por la tarde es cuanto menos complicado.

Por lo tanto, el diálogo orgánico que generamos en la calle también se tiene que ver traducido en un diálogo con y para la institución. Desde el ciudadano menos politizado hasta la organización más grande de la sociedad civil deben tener la oportunidad de interlocutar de forma directa y efectiva con los organismos que nos gobiernan. Pero no hablamos de un portal en el que se establezca una conversación unidireccional con la Administración. Como hemos mencionado antes, este diálogo ha de ser genuino. Si la dimensión social tiene una ejecución complicada en nuestro mundo hiperpolarizado, la institucional ya es ciencia ficción.

Si queremos impulsar un verdadero diálogo intergeneracional debemos empezar por mirarnos a nosotros mismos y comenzar a trabajar en esa unidad básica llamada familia

Para comenzar, porque todos caemos en la trampa de pensar que el diálogo con la institución ha de pasar por una plataforma online en la que yo pueda subir mis quejas y recibir respuestas. Por supuesto que esto ayuda y es fundamental para poder dar transparencia y rendición de cuentas a los representantes públicos. De hecho, en España ya hay ejemplos de entidades cuya misión es esto mismo, como Osoigo.com, que lleva más de diez años proporcionando un portal en el que los políticos españoles pueden abrirse un perfil para dar respuesta a las peticiones ciudadanas.

Sin embargo, y como adelantaba, no es suficiente. Una democracia que de verdad apuesta por un diálogo intergeneracional que sane las heridas abiertas desde 2008 tiene que abrirse por completo a la participación ciudadana. Afortunadamente, muchos de los instrumentos ya están en marcha y tan solo es cuestión de reforzarlos, pero hay otros que siguen siendo asignaturas (muy) pendientes. Uno de estos son las asambleas ciudadanas por sorteo (y a poder ser, vinculantes). Un instrumento al que los gobiernos de muy pocos países se han atrevido a lanzarse. Uno de esos valientes es el de Irlanda, que lleva ya varios años realizando asambleas ciudadanas con casos tan emblemáticos como el del aborto en 20188.

Pero, de nuevo, la herida no se cerrará por muchas asambleas ciudadanas que tengamos si seguimos sin ser capaces de tener una conversación sosegada en Nochebuena. La cosa es simple: o nos dejamos de tanta pelea de cuñados y tenemos más charlas con el vecino (sí, ese que siempre pone la música alta) o la democracia se nos va por el desagüe. Fácil, pero no tanto.

Notas

 1Chouza y Catalán, 2024.

 2Chouza y Catalán, 2024.

 3World Bank, 2022.

 4Florencia Melo, 2024.

 5Freedom House, 2024.

 6Economist Intelligence Unit, 2023.

 7Putnam, 2003.

 8McKay, 2019.

Bibliografía

Chouza, P. y Catalán, N. (2024, febrero 9): “Un 26 % de los jóvenes varones prefiere ‘en algunas circunstancias’ el autoritarismo a la democracia”. El País. Disponible en: https://elpais.com/espana/2024-09-02/un-26-de-los-jovenes-varones-prefiere-en-algunas-circunstancias-el-autoritarismo-a-la-democracia.html
Economist Intelligence Unit (2023): Democracy Index 2023. Disponible en: https://www.eiu.com/n/campaigns/democracy-index-2023/
Freedom House (2024): The Mounting Damage of Flawed Elections and Armed Conflict. Freedom House. Disponible en: https://freedomhouse.org/report/freedom-world/2024/mounting-damage-flawed-elections-and-armed-conflict
McKay, S. (2019, 1 de mayo): “A Jury of Peers How Ireland used a Citizens’ Assembly to solve some of its toughest problems”. Foreign Policy. Disponible en: https://foreignpolicy.com/2019/01/05/a-jury-of-peers/
Melo, M. F. (2024): Gráfico: La evolución de la esperanza de vida. Statista. Disponible en: https://es.statista.com/grafico/28551/esperanza-de-vida-al-nacer-en-el-mundo-y-en-paises-seleccionados-de-1960-a-2020-en-anos/
Putnam, R. D. (2003): El declive del capital social. Barcelona, Galaxia Gutenberg.
World Bank (2022): Tasa de mortalidad, menores de 5 años (por cada 1.000). Disponible en: https://datos.bancomundial.org/indicador/SH.DYN.MORT

Artículo publicado en la revista Telos 126


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Autor

Presidenta y Directora General de Talento para el Futuro. Embajadora de la campaña #Aceptamoselreto de la FAD. Máster en Big Data y Business Analytics por IE Business School.

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