27 de septiembre de 2018
por
José María Álvarez-Pallete
Todo se mueve tan deprisa que a veces no nos ha dado tiempo a imaginar una nueva tecnología y ésta está ya tomando forma ante nosotros. A la misma velocidad de vértigo, esa nueva tecnología se instala en nuestras vidas cambiando lo que hacemos y cómo lo hacemos en todas las esferas de nuestra vida.
Ninguna generación antes de la nuestra ha vivido cambios tan profundos en tan poco tiempo. Porque nunca antes ha habido una acumulación de tecnología como la actual, que se auto impulsa con un efecto de bola de nieve para seguir yendo cada vez a más.
En ese mundo disruptivo en el que ya habitamos, los humanos empezamos a compartir espacios con máquinas que aprenden por sí mismas; con robots que emulan nuestras voces, nuestros movimientos y nuestra manera de interactuar o de reaccionar, y que progresivamente irán desempeñando tareas reservadas hasta ahora a las personas. Poco a poco nos habituamos a estar rodeados de dispositivos que casi pasan desapercibidos pero que están por todas partes y que abren la puerta a la optimización inteligente y dinámica en industria, transporte, agricultura, logística… La realidad expandida está a nuestro alcance para trasladarnos a cualquier lugar o a cualquier tiempo. La conectividad parece de otro mundo y los datos son la nueva moneda de cambio, el nuevo oro.
Tenemos el futuro en la palma de la mano, pero tenemos que aprender a manejarnos en este mundo nuevo con la misma velocidad con la que gira el caleidoscopio. Para que, ante la evolución permanente, al avanzar con cada nuevo paso, no se pierda nada esencial. Porque esta revolución no tiene sentido por sí misma. Su sentido lo adquiere en la medida en que hace mejor la vida de las personas, e impulsa el desarrollo económico y social.
No se puede perder en el proceso ni una gota de humanidad, no debemos dejar atrás a nadie. Avanzar sólo tiene sentido hacia un mundo mejor para todos y para conseguirlo necesitamos visión y voluntad. También información y conocimiento para hacer frente a la incertidumbre. Una ciudadanía formada es la mejor garantía para un futuro de bienestar, hacia un espacio común transparente, equitativo, inclusivo, sostenible y justo.
Por eso, al tiempo que seguimos investigando e invirtiendo e impulsando la disrupción tecnológica y la digitalización, debemos abrir un debate ético que tenga en cuenta el impacto de todo ello. Definir una carta de derechos digitales, una Constitución Digital de alcance global y carácter colaborativo y abierto, contribuirá a preservar nuestros valores y garantizar los derechos humanos en un mundo en el que los algoritmos, el reconocimiento de voz, los procesadores artificiales, los robots y las máquinas autónomas toman cada día mayor protagonismo.
La digitalización ha de estar centrada en las personas. Este nuevo mundo cognitivo, basado en la información y el dato, será más rico e inteligente si es inclusivo y se propone alcanzar metas que se ajusten a misiones y valores compartidos, fundamentados en aquello que nos hace más humanos: la solidaridad, la búsqueda del bien común, el conocimiento abierto, la creatividad…
En un cambio de era como el que vivimos, la renovación de las instituciones sociales, económicas y democráticas ha de partir de un debate profundo sobre los fundamentos éticos de los que estamos haciendo uso para construir un futuro mejor. En este número de TELOS lanzamos una invitación a reflexionar sobre algunos aspectos imprescindibles en ese debate. ¿Lo compartimos?
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