[ ILUSTRACIÓN: ENRIQUE FLORES ]
“Todos nuestros esfuerzos tienden a abolir la soledad. Así, sentirse solos posee un doble significado: por una parte consiste en tener conciencia de sí; por la otra, en un deseo de salir de sí.”
(Octavio Paz, El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, México, 1981).1
Soledad siempre ha habido. Nidos vacíos, viudedad, soltería, y tantos otros motivos, pero la soledad del siglo XXI es una soledad distópica: podemos estar en pareja, en familia, en sociedad y sentirnos solos. Solos y desconectados de nosotros mismos, de nuestra capacidad de pensar. Un tercio de los ciudadanos de Reino Unido se siente solo, uno de cada ocho duda de sus capacidades personales.
Para Hertz, la soledad no implica solo falta de amor, compañía o cariño. Ni sentirse excluido por la pareja, los amigos o los vecinos. La soledad del siglo XXI es también una soledad ciudadana: una sensación de abandono y desatención por parte de las instituciones, de exclusión política y económica.
Para explicar este fenómeno habría que retrotraerse a 1981. 40 años atrás, en una entrevista al Sunday Times, Margaret Thatcher dejaba claro su pensamiento económico y social: “Me irrita que en los últimos 30 años la política haya estado enfocada en crear una sociedad colectivista y se haya olvidado de la sociedad personal. La gente se pregunta: ¿yo cuento, yo importo? A lo que la respuesta corta es sí. Por eso, no es que me plantee cambiar las políticas económicas, me propongo cambiar el enfoque, y cambiar la economía es el medio de hacerlo. (…) La economía es el método; el objeto es cambiar el corazón y el alma de la nación.” 2
Ese cambio de alma dio impulso al modelo neoliberal, que antepone lo individual sobre lo colectivo, en el que no hay colaboración sino competición, en el que más que ciudadanos hay consumidores y la meta colectiva es ganar. Que ha traído más desigualdad y ha hecho que cada vez haya más gente que se sienta abandonada y dejada de lado por la sociedad.
Por eso, en el siglo XXI es más probable sentirse solo si no se tiene trabajo ni dinero. La pobreza da vergüenza y el que la sufre por perder su empleo, por ejemplo, se retrae y se transforma en un solitario.
Cuanto más tiempo pasa solo en una jaula un ratón de laboratorio, más agresivo y hostil se muestra cuando se introduce a otros ratones en su jaula. Esa misma reacción se produce entre quienes sufren de la soledad provocada por la sensación de no ser vistos ni escuchados por sus gobernantes.
Hertz cita a Hannah Arendt, para quien los totalitarismos se nutren de la soledad y el miedo de las personas, y señala que los líderes de ultraderecha han alimentado ese miedo con un discurso que muestra el mundo como un lugar hostil. 3
Otro autor que ha sido clave para el desarrollo de la obra de Hertz es el politólogo estadounidense Robert Putnam, que en 2002 publicó Bowling Alone, una revisión de los cambios en la participación política, el asociacionismo, el voluntariado, los lazos informales y la implicación en grupos religiosos en Estados Unidos a lo largo de 25 años, con un progresivo aumento del individualismo y una menor participación ciudadana. Para Putnam (y para Hertz), esta pérdida de capital social tiene un efecto negativo sobre el ejercicio democrático al haber menos votantes y menor pensamiento crítico entre la ciudadanía.
Soledad, mundo real y mundo virtual
Fahrenheit 451 es una historia de totalitarismo, fascismo, amor a los libros y de soledad que, vista con los ojos de 2021, fue una predicción de nuestro presente con unos individuos rodeados de pantallas que los distraen y aíslan.4
El individualismo se ha topado con la tecnología y el principal cambio que ha traído es la soledad. Desde 2011, con el auge de las redes sociales, ese sentimiento ha aumentado entre los jóvenes. Puede ser una coincidencia, pero un estudio conjunto de las universidades de Nueva York y Stanford en el que participaron casi tres mil estudiantes de los que una parte dejaron de usar Facebook durante un mes, concluyó que los que no tuvieron acceso a la red social al final del experimento se sentían más felices y menos solos. 5
Hacemos menos con menos personas y además esos encuentros se han trasladado al entorno virtual. Ya no se va al restaurante sino que se pide la comida a domicilio (y el protocolo covid ha restringido el contacto con el repartidor), las reuniones de trabajo o las clases de yoga ahora son vía zoom. La pandemia ha traído un mundo cada vez más contactless.
Para Hertz, los smartphones y las redes sociales son como máquinas tragaperras cuya finalidad es amplificar la parte más odiosa de los usuarios, que buscan enganchar y generar adicción. Y por eso propone que se regulen como otros sectores perniciosos y adictivos: el tabaco, el juego, el alcohol…
“Les hemos dado tiempo para que cambien su modo de actuar y no lo han hecho, no hemos sido conscientes del poder de la tecnología. El problema es que es un poder enorme que no rinde cuentas y afecta la democracia, la salud mental y la salud física de los ciudadanos. Pero es posible cambiar y creo que están empezando a hacerlo”.
De hecho, el Reino Unido ha manifestado su intención de endurecer el control sobre los contenidos que se publican en las redes, multar a las empresas y establecer responsabilidades al respecto. Y en Estados Unidos, a raíz de las declaraciones ante el Congreso de una antigua empleada de Facebook, demócratas y republicanos se han puesto de acuerdo en que hay que aumentar los controles. 6
Soledad, robots y democracia
En esta carrera hacia el abismo social, es lógico que un sistema economicista no valore a los trabajadores que se dedican a los cuidados, que se preocupan por los demás, que cuidan a los demás. Estas profesiones (enfermeros, profesores, asistentes sociales…) están peor pagadas que otras.
Mientras esto ocurre, se fabrican robots sociales para aliviar las crisis de soledad. En Japón ya se usan para el cuidado de personas mayores, las ancianas japonesas crean vínculos cariñosos con ellos y les ponen apodos.
Con el tiempo se supone que estas máquinas ganarán inteligencia emocional y sabrán interpretar sentimientos y emociones. Eso puede aliviar la soledad a nivel individual, hacer más fácil la amistad porque la persona solitaria solo escuchará palabras amables y no tendrá que oír los asuntos del otro. Pero, sin un compromiso con el otro, no estará socializando.
Puede que sustituir humanos por robots ya no suene imposible pero, para vivir en democracia, hay que conocer y practicar la empatía, la amabilidad y la solidaridad. En Japón la población envejecida comete delitos para ir a las cárceles porque allí pueden entablar relaciones humanas.
Buscar compañía y esperanza
Durante la pandemia, las redes y la tecnología sirvieron para paliar la soledad pero son como el fast food de las relaciones interpersonales. En pandemia eso fue mejor que nada, pero ahora el reto es crear el compromiso de conectar con los demás.
Para Hertz, parte de la solución al problema de la soledad pasa por pasar tiempo con las personas, en persona. En vez de ir hacia el metaverso, hay que intentar ahondar en las relaciones personales, en persona. A través de una pantalla cuesta lograr la empatía, sobre todo con aquellos a los que no conocemos.
Los gobiernos deben financiar infraestructuras comunes: parques, bibliotecas, centros culturales, polideportivos.
Las empresas deben promover la conexión entre las personas. En los lugares de trabajo no se valora la amabilidad, la solidaridad. Antes de la pandemia, en España los compañeros de trabajo solían comer juntos. Eso es bueno para la productividad y para las personas.
Los individuos mejoran sin smartphone. Es más fácil pedir comida online o hacer gimnasia por Zoom pero hay que hacer más vida de barrio. Habría que pasear, saludar, interesarse por el otro.