15 de febrero de 2023
por Pablo Rodríguez Canfranc
El término ciudad inteligente está firmemente asociado a la aplicación de la tecnología en la gestión del medio urbano, pero trasciende esta, convirtiéndose en una filosofía más compleja que el mero uso de sensores y macrodatos. Desde hace tiempo, smart city ha sido un concepto de moda, algo novedoso y atractivo para vender en términos mediáticos por parte de los poderes públicos locales. No obstante, la inteligencia realmente va impregnando poco a poco el funcionamiento de las urbes, y cada vez existen más ejemplos de programas y proyectos de colaboración entre el sector público y las empresas privadas en este sentido.
España es la nación europea con más iniciativas en este campo de acuerdo con el índice elaborado por el IESE Cities in Motion, que señala que hay en nuestro país hasta diez ciudades inteligentes. Se trata de un indicador sintético que compara 183 ciudades de 80 países, y evalúa los elementos que considera que contribuyen al desarrollo del modelo de ciudad del siglo XXI: ecosistema sostenible, actividades innovadoras, equidad entre ciudadanos y territorio conectado. Los núcleos urbanos españoles incluidos en el ranking son: La Coruña, Barcelona, Bilbao, Madrid, Málaga, Murcia, Palma de Mallorca, Sevilla, Valencia y Zaragoza.
La urbanización del mundo se ha acelerado, y Naciones Unidas calcula que el 55 % de la población global habita en ciudades, y vaticina además que en 2050 esta cifra superará las dos terceras partes. Y otro dato: es probable que en 2030 existan 43 megaciudades de más de 10 millones de habitantes. El modelo de ciudad heredado del siglo XX es difícilmente sostenible, y actualmente existen muchos problemas que dificultan la vida de los ciudadanos, que minan su calidad de vida o reducen su nivel de bienestar. El urbanismo de esta época esta siendo replanteado en muchos países, y hay grandes ciudades -París es un paradigma en este sentido-, que están viendo cambiar su fisonomía en aras de un modelo más centrado en las personas.
La tecnología es un poderoso aliado para optimizar el funcionamiento urbano y su gestión, gracias a la posibilidad que ofrece de recoger cualquier tipo de dato en tiempo real, procesarlos en grandes cantidades y convertirlos en una herramienta de análisis para el apoyo de la toma de decisiones. En este sentido, el diseño y la configuración del espacio urbano del presente siglo, siga la orientación que siga, lleva a asociado indefectiblemente la aplicación de inteligencia; más tarde o más temprano todas las ciudades serán smart.
El urbanismo de esta época esta siendo replanteado en muchos países, y hay grandes ciudades -París es un paradigma en este sentido-, que están viendo cambiar su fisonomía en aras de un modelo más centrado en las personas
Ahora bien, en los últimos tiempos se han alzado voces denunciado lo limitado del concepto de smart city en relación con las necesidades reales del desarrollo regional. Es decir, el concebir la ciudad como una entidad en sí misma, aislada del territorio al que pertenece, supone una abstracción y una negación de la realidad geográfica, susceptible de abrir brechas entre el entorno urbano o rural, o ahondar las ya existentes. Es por ello, que muchos prefieren hablar de territorios inteligentes, en vez de ciudades inteligentes, como una forma de articular territorialmente las políticas de optimización de la gestión de comunidades basadas en la tecnología.
El concepto de territorio inteligente no es solo la extensión de la ciudad inteligente, sino también su opuesto. La digitalización de la urbe es susceptible de abrir brechas en los territorios, especialmente en las áreas rurales circundantes que carecen de los servicios y capacidades del medio urbano. Por lo tanto, el desarrollo de la smart city puede ampliar y profundizar los desequilibrios territoriales existentes.
En sentido amplio, se entiende por territorio inteligente aquel que hace uso de la tecnología de forma innovadora para mejorar el nivel de vida de la población y para impulsar la eficiencia y la competitividad de las operaciones y los servicios urbanos, garantizando que satisface las necesidades de las generaciones presentes y futuras, a la vez que respeta los aspectos culturales. En la práctica, se trata de redes integradas por núcleos poblacionales interconectados, pudiendo abarcar tanto zonas rurales como urbanas. De esta forma, se convierte en una herramienta para combatir los desequilibrios territoriales y articular adecuadamente la relación entre áreas urbanas y rurales, favoreciendo el desarrollo de estas últimas y frenando el proceso de despoblación.
Es importante señalar que un territorio inteligente no tiene por qué coincidir necesariamente con una unidad administrativa, es decir, no tiene por qué ser una comunidad autónoma, provincia, comarca u otras. Es por ello, que hay autores que proponen sustituir el término territorio inteligente por el de comunidad inteligente, para subrayar que la delimitación espacial de la iniciativa no está determinada por la organización territorial existente, sino por las personas que se van a beneficiar de un plan integral que lleva definidos unos objetivos a lograr, unas acciones a llevar a cabo para ello, y los medios necesarios para acometerlas.
Los territorios inteligentes contribuyen a la cohesión social y geográfica al promover el acceso igualitario de la población rural a los servicios. Por ejemplo, al permitir la gestión de líneas de transporte interurbano “bajo demanda” en lugar de “por defecto”, es decir, diseñando la ruta basada en la demanda real, optimizando los tiempos y costes a las necesidades concretas. Otra aplicación puede ser la gestión de la demanda de asistencia sanitaria ambulatoria en el ámbito rural mediante herramientas digitales que organizan eficientemente los desplazamientos del personal sanitario.
Los territorios inteligentes contribuyen a la cohesión social y geográfica al promover el acceso igualitario de la población rural a los servicios
La tecnología digital tiene numerosas áreas de aplicación en el marco de la gestión municipal, siendo las más comunes la sostenibilidad medioambiental (control de emisiones y de ruido), la movilidad (optimización de los desplazamientos), la seguridad (vigilancia y prevención) y la prestación de servicios públicos (sanidad, educación y formación, atención al ciudadano). A pesar de lo heterogéneo de las acciones y proyectos que pueden integrar una estrategia smart, resulta recomendable contar con un plan integral que contemple conjuntamente y de forma articulada las principales dimensiones que hay que tener en cuenta: gobierno, movilidad, medioambiente, estilo de vida, ciudadanos y economía. Los distintos aspectos de la estrategia se pueden secuenciar en fases, pues no hace falta acometerlos de forma simultánea.
La noción de territorio inteligente rompe con la aproximación tradicional a los desequilibrios regionales basada en la dicotomía urbano-rural. Se tiende a tratar de distinta manera el pueblo y la ciudad, como si fuesen cosas disjuntas y excluyentes, a pesar de que, como apunta el economista Luis Antonio Sáez Pérez, “son nociones interdependientes y con muchas interferencias”. De esta forma, las estrategias de desarrollo dirigidas a uno y otro entorno son distintas y diferenciadas, “como si el territorio fuera escindible en dos tajos independientes, sin reconocer el relativismo como se establece el corte y las numerosas situaciones en que se entrelazan y confunden las relaciones y las personas que las protagonizan”.
El considerar la ciudad y el mundo rural como dos realidades completamente independientes y ajenas constituye una visión falsificada de un fenómeno territorial mucho más complejo: “se trata de espacios híbridos, interdependientes, y así sociólogos, geógrafos, demógrafos y economistas hablan en sus trabajos de rururbanización, multifuncionalidad del medio rural, de ciudad-región y en un enfoque muy acertado, de espacios de ambivalencia”. De alguna manera, las diferencias entre el campo y la urbe se han difuminado, principalmente por tres grandes factores: economía, tecnología y movilidad.
El considerar la ciudad y el mundo rural como dos realidades completamente independientes y ajenas constituye una visión falsificada de un fenómeno territorial mucho más complejo
Desde el punto de vista económico, la globalización que comienza a manifestarse en la década de los ochenta del pasado siglo tiene como uno de sus rasgos característicos la deslocalización productiva, que implica llevar unidades productivas a países en desarrollo que presentan ventajas en términos, de coste, pero que también supone el traslado de la producción de las concentraciones urbanas a zonas rurales, si bien más a aquellas periurbanas que a las periféricas. Con todo, determinadas regiones han asistido a un proceso de industrialización del medio rural.
El segundo elemento es el impresionante avance tecnológico que ha tenido lugar en las últimas décadas, que ha eliminado las distancias entre el campo y la ciudad, igualando las oportunidades del mundo rural y el urbano -partiendo de la infraestructura adecuada- de producir, consumir o relacionarse en una sociedad digital. En principio, en una economía en red no hay obstáculos para que los pueblos acojan el talento, ni para que se conviertan en focos de prestación de servicios que no requieran de condiciones físicas específicas, como la cercanía a las materias primas, para su localización.
Finalmente, la revolución que ha conocido la movilidad interurbana, gracias a la mejora de las infraestructuras viarias y a la proliferación del automóvil, “permiten la integración funcional del medio rural con las ciudades de referencia”, en palabras de Sáez Pérez. Desde el punto de vista de población, esto genera importantes movimientos entre ciudades y pueblos. Por un lado, trabajadores que tiene su puesto en zonas rurales, pero que viven en la ciudad y se desplazan a diario. Por otro, habitantes de las zonas rurales que se desplazan a los núcleos urbanos regularmente los fines de semana por motivos de ocio. Y también, los descendientes urbanos de los habitantes de los pueblos que vuelven al lugar a pasar las vacaciones, o que, una vez jubilados, pasan largas temporadas allí.
Todo lo anterior lleva a que el mundo rural y el urbano constituyan ahora un espacio social indivisible, que comparte una misma cosmovisión, y cuyo estudio y gestión debe abordarse de una manera integradora. Y aquí es donde cobra relevancia el concepto de territorio inteligente frente al de ciudad inteligente, como una estrategia que, más allá de la gestión urbana, se convierta en una herramienta de cohesión territorial, atendiendo a una realidad social.
Almeida Cerreda, M. y Santiago Iglesias, D. (2021) “Las Smart communities: un instrumento para alcanzar, de forma planificada y concertada, el equilibrio en la distribución espacial de la población”. Disponible en: https://www.gobiernolocal.org/publicaciones/2021/QDL56/QDL56_01_Almeida_Santiago.pdf
Digitales (2019) “Territorios Inteligentes”. Disponible en: https://www.digitales.es/wp-content/uploads/2019/05/PAPER-TERRITORIOS-INTELIGENTES.pdf
Ekiona “SMART TERRITORIES: the future of Smart Cities”. Disponible en: https://ekiona.com/en/smart-territories-the-future-of-smart-cities/
IESE (2022) “Índice IESE Cities in Motion 2022”
Sáez Pérez, L. A. (2021) “Rural y urbano, inseparables frente a la despoblación” en Presupuesto y Gasto Público. Instituto de Estudios Fiscales. Disponible en: https://www.ief.es/docs/destacados/publicaciones/revistas/pgp/102.pdf
United Nations (2019) “World Urbanization Prospects 2018”
Economista especializado en el estudio del impacto de la tecnología en la sociedad. Actualmente trabaja en el área de estudios y publicaciones de Fundación Telefónica.
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