17 de mayo de 2021

N

No es ficción

por Marisol Sales Giménez
Ilustrador Juárez Casanova

El presente ya parece un relato escrito por un autor de ciencia ficción. Hace cien años nadie podría imaginar que existirían los cohetes espaciales y sin embargo aquí estamos, planeando excursiones por el espacio y buscando un plan factible para colonizar Marte. El futuro también será un relato de ficción en el que lo artificial será crucial para llevar una vida natural.

 

Si algo podemos aprender de Julio Verne es a soñar en grande. Como si de un viajero en el tiempo se tratase, el autor francés de célebres novelas como La vuelta al mundo en ochenta días (1872) o Viaje al centro de la Tierra (1864), ya escribió a finales del siglo XIX inventos que no verían la luz hasta décadas más tarde. En 1863 ya hablaba de redes de comunicaciones que conectarían al mundo entero, la base de Internet. Se adelantó 18 años a la creación del submarino eléctrico en Veinte mil leguas de viaje submarino (1870). Incluso en De la Tierra a la Luna (1865) y en Alrededor de la Luna (1870) ya soñó con la llegada del hombre a la luna, cien años antes de que Neil Armstrong pisara el satélite.

Quizá mi carácter optimista me impide hacer predicciones catastróficas del futuro de la tierra, aunque todas las brújulas apunten a ello. Por desgracia, creo que soy de las pocas de mi generación que ve las cosas un poco más claras en el futuro. Cuando este tema sale entre amigos, siempre está aquel que defiende la postura de que en pocos años viviremos bajo tierra porque no seremos capaces de soportar la luz del sol sin la capa de ozono, que nos convertiremos en topos. Cuando veo asentir a gran parte del grupo me pregunto si soy optimista o si soy una ilusa en realidad. Pero, puestos a imaginar o puestos a hacer un poco de búsqueda sobre qué inventos se están desarrollando, prefiero pensar que viviré en un mundo limpio, sostenible y luminoso.

Es un hecho: vivimos en un sistema obsoleto, anticuado. En un mundo veloz e hiperconectado, nuestra política y nuestras instituciones llegan siempre tarde. Pero no solo nuestras instituciones, tratados y acuerdos necesitan modernizarse, los trabajos también. Hace ya cinco años, la profesora de filosofía nos dijo a toda la clase que seríamos la primera generación que se formaría en oficios que desaparecerían —apoyando de manera indirecta el mantra que nos repiten a los estudiantes: que no trabajaremos de aquello en lo que nos estamos formando— y que aprenderíamos sobre la marcha los nuevos. No es difícil imaginar un mundo sin cajero/as, sin agentes de viaje o sin maquinistas. Por supuesto, no significa que todas las profesiones y oficios vayan a quedar en el olvido, pero el cambio es innegable. No me imagino diciéndole a un camarero hace tan solo cinco años que ya no recibirían propina porque todos pagaríamos con Bizum. En un mundo en el que llevar efectivo ya no es necesario no me extrañaría ver a gente pidiendo en la calle a través de PayPal o cualquier otro método similar.

De nada servirá el progreso tecnológico, científico y económico si no hay planeta en el que vivir

La prohibición de los coches a motor llegará, o al menos debería llegar. La energía renovable está intentando abarcar todas las áreas —afortunadamente— y el transporte no iba a ser menos. Actualmente, en un futuro a corto plazo vemos el coche a motor sustituido por uno eléctrico, pero poco a poco nos vamos dando cuenta de que ese no es el futuro, sino el impás. El transporte del futuro quizá está más cerca del Hyperloop, trenes en tubos al vacío que nos permitirían viajar a una gran velocidad. Incluso ya se están trazando hipotéticas rutas del Hyperloop por Europa.

Cierto es que todavía no podemos decir “Kitt, te necesito”1 y que el coche de forma autónoma venga a recogernos, pero no estamos tan lejos de ello. No es raro ver a gente hablándole a sus smartwatches o a sus móviles para que hagan ciertas funciones, tan solo indicándoselo con la voz. Desde el sofá puedes pedir a Alexa que apague las luces o encienda la tele. Los hogares inteligentes ya son una realidad y no sería tan descabellado pensar que en un futuro prescindamos de las llaves de casa y podamos abrir con reconocimiento facial, de voz, dactilar o de iris. Porque viendo que un disco con nombre de baile puede aspirarnos la casa, ¿por qué no iba poder entrar en esta misma con un reconocimiento de voz? ¿No podríamos decir “Ábrete, Sésamo” y que la puerta se abriera sin demora?

 

 

Según Michio Kaku, el autor de El futuro de nuestra mente, Internet no solo estará presente en nuestros dispositivos, sino que estará allá donde miremos. Y nunca mejor dicho, ya que Kaku piensa que en un futuro podremos mirar a cualquier persona y leer su biografía. Tan solo con mirarla.

Nuestro futuro va a ir ligado a la supervivencia de las especies, sobre todo de la nuestra, en un mundo que muere día tras día por culpa de la acción humana. La superpoblación es un problema inminente que muchos piensan solventar con políticas que permitan solo tener un hijo, como es el caso de China, pero otros buscan la solución más allá de los límites terrestres y no me cabe duda de que lo lograrán. Puestos a imaginar, ¿y si ciudades enteras se mudaran al fondo del mar en una especie de burbuja? ¿Y si también hubiera pueblos aéreos sobre los océanos? La tierra se nos ha quedado pequeña, pero no el planeta.

Prefiero pensar que viviré en un mundo limpio, sostenible y luminoso

Muchas veces he escuchado a mis padres recordar cómo reaccionaron cuando en los años 80 les dijeron que el agua se pagaría: creyendo que estaban locos y que era imposible que eso pasara. Tan solo una generación después, la mía, ya no conocemos un mundo en el que el agua sea gratis. Por ello mismo, no me cuesta creer que en un futuro no muy lejano paguemos por el oxígeno. Quizá la próxima generación no sepa lo que es respirar sin más, sin preocuparse porque un día el oxígeno se agote. No me cuesta creer esto teniendo en cuenta la mala gestión que estamos haciendo talando todo árbol que se pone en nuestro camino para alzar nuevas ciudades o granjas de animales.

Venimos de ríos de lava y épocas glaciares. Ahora muchos de nuestros ríos ni siquiera llevan agua y el deshielo de los polos es una realidad con la que vamos a tener que vivir. Como he dicho, soy de naturaleza optimista y confío en que poco a poco paliaremos el daño hecho. De nada servirá el progreso tecnológico, científico y económico si no hay planeta en el que vivir. Y esto, por desgracia, no es ficción.

Notas

 1En referencia al coche que protagonizaba la serie El coche fantástico, conocido como Kitt, junto con el actor David Hasselhoff.

Bibliografía

Nadal, M.V. “Seis inventos que Julio Verne imaginó y otros hicieron realidad” en El País. 2015. Disponible en: https://elpais.com/elpais/2015/11/10/ciencia/1447170550_695236.html
Salas, J. “Cómo afrontar el desajuste entre la biología y el estilo de vida moderno” en El País. 2017. Disponible en: https://elpais.com/elpais/2017/11/14/ciencia/1510682358_293820.html
Street, F. “¿Cuánto falta para que el Hyperloop, el transporte futurista, entre en funcionamiento?” en CNN. 2019. Disponible en: https://cnnespanol.cnn.com/2019/07/09/cuanto-falta-para-que-el-hyperloop-entre-en-funcionamiento/

Artículo publicado en la revista Telos 116


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Autor

Escritora, periodista y conferenciante. Actualmente ha publicado ocho libros y colaborado en otros títulos. Su última novela es Las cenizas del último fénix. La caída. También es la creadora de Mitologeando, una serie de vídeos publicados en redes sociales en los que divulga sobre mitología griega, romana y nórdica. Desde el año 2022 hace parte del equipo de redacción de la Revista TELOS.

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