2 de diciembre de 2021
por
Bruno Galindo
[ ILUSTRACIÓN: LUIS PAADIN ]
Literatura y futuro: largo es el viaje de estas dos palabras juntas. De la Biblia a Isaac Asimov, de Tomás Moro a Ballard, de Julio Verne a Ursula K. Le Guin, de Aldous Huxley a Margaret Atwood. ¿Cuánto tiempo lleva escrito el futuro? Podría pensarse que al menos tanto como el transcurrido desde aquel primer homínido que, poseído por el miedo, se preguntaba si al día siguiente llovería o encontraría alimento. Bueno, no tanto: aquí hablamos de lo escrito, no de lo pintado en una cueva o rezado en una ceremonia animista. Pero ¿acaso no son hoy los mismos miedos de aquel cavernícola —el techo, la caza, el no enfermar— y los nuestros, los del homo digitalis?
Si nos vamos a la ciencia ficción, con su añadido profético y su fantasía tecnológica, la historia tiene sus primeros hitos en el siglo XVII (tomamos, con Sagan y Asimov, el astronómico Somnium de Johannes Kepler como primer relato); en el XVIII —que es cuando Daniel Jost de Villeneuve publica Le voyageur philosophe dans un pays inconnu aux habitants de la Terre (1761) y Louis-Sébastien Mercier lanza El año 2440 (1771)—; en el XIX, de cuando datan la primera obra sobre el transhumanismo, Frankenstein (1818) de Mary Shelley, y la primera sobre la inteligencia artificial, R.U.R. (Robots Universales Rossum), la obra de teatro en la que el checo Karel Čapek acuña el término “robot”.
El siglo XX hace el resto: de 1926 data el término “ciencia ficción”, incorporado por Hugo Gernsback a la portada de Amazing Stories, una de las revistas estadounidenses más populares de esos años, donde se van publicando las historias de algunos de estos pioneros y de otros contemporáneos: William Gibson, H. G. Wells, Arthur C. Clarke,…
No se trata aquí de ceñirnos al rubro “ciencia ficción” —que no tiene la exclusiva de la elucubración sobre el porvenir, aunque sí sus más elaboradas especulaciones—, pero ¿cómo eludir aquellas conjeturas a las que debemos, valga el juego, nuestra visión pasada de lo que iba a venir? Ciudades posindustriales, cielos surcados por coches voladores, autómatas que hacen el trabajo de obreros, un Gran Hermano que nos vigila,… A eso le llamábamos futuro.
Todo cambia a excesiva velocidad y la más audaz propuesta de hoy puede ser ampliada por la realidad del mañana
De ahí vienen los primeros antecedentes de nuestra fantasía actual: fue escrita antes. En muchos casos, con acierto. Y de ahí vienen muchos de los actuales experimentos en literatura. Las últimas décadas han visto el incremento de proyectos transmedia (como la extensión del mundo de Harry Potter a la web Pottermore), relatos colectivos en red (la pandemia dejó múltiples ejemplos), feeds convertidos en libros (el hilo de Twitter que el escritor e historietista Manuel Bartual convirtió en best seller en verano de 2017), narrativas interactivas (al estilo Elige tu propia aventura), novelas con inteligencia de videojuego o gamer (muy recurrente en el universo anime), … Hay que admitir que aunque siempre hay innovación, rara vez se registran grandes éxitos, relatos con potencial de crossover, en este vasto y difuso campo.
Seguro que es cuestión de tiempo, pero de momento hay que echar en falta una magna obra literaria pensada, diseñada, creada en la web. Será lógico que tal cosa llegue antes o después, dada la naturalidad con que los nativos digitales nacidos en este siglo se manejan en este medio. De hecho, alguien puede decir que la literatura digital ya existe: se llama Internet. Y no podrá negársele la razón.
Quizás por primera vez en la historia moderna, la literatura no va por delante. Tras un arranque del milenio más desalentador de lo que muchas distopías estaban dispuestas a admitir (11-S, Lehman Brothers, COVID-19), la escritura de ficción atraviesa su propia singularidad. Utilizamos aquí esta palabra tal y como la entiende Ray Kurzweil, inventor e ingeniero iluminado, director de ingeniería de Google desde 2012, quien así define el momento en que la inteligencia de las máquinas rebasará la humana y nosotros perderemos por primera vez el control sobre lo humano: ese día —como le pasaría a un astronauta que abandonara los confines de la galaxia y perdiera de vista la Tierra— afrontaremos ese temible (y desconcertante) momento de no saber qué pasa ahora.
Escribir con pulso contemporáneo es hoy tan difícil como hacer dibujo lineal durante un terremoto: todo cambia a excesiva velocidad y la más audaz propuesta de hoy puede ser ampliada por la realidad del mañana. Esto vale para la ficción, pero también para el ensayo que deposita la mirada en el mañana. Especial desconcierto para un arte, el literario, donde es muy importante la pregunta qué hay que contar ahora. En este lugar extraño estamos ahora los que nos dedicamos a esto. Y quienes nos leen. Las nuevas preocupaciones de la literatura pasan por el asunto relativamente reciente —década o década y media— de la economía de la atención: la competencia es con los mil y un impactos que recibimos en las tres pantallas (ordenador, tablet y smartphone). A la tradicional intrusión publicitaria que llega por tierra, mar y aire, hay que sumarle ahora las ricas narrativas del audiovisual: llevamos años diciendo u oyendo decir que los equivalentes a las novelas del XIX están en Netflix. Y es verdad. Pocos autores hoy se atreverían a dejar fuera algún producto filmado a la hora de confesar sus fuentes de inspiración y disfrute. Es más, ¿en qué medida la escritura de nuestros originales no se desvía hacia —o al menos tiene en cuenta— la posibilidad, harto más lucrativa que la editorial, del guión cinematográfico?
Todas estas cosas no solo modifican el panorama al que escribe: lo hace a todo su sector. Esto incluye —hagamos más amplio e interesante el tema— el ámbito industrial en que la literatura circula. Es decir, lo editorial. Desde ese lugar no solo se plantea el dilema de qué hay que publicar ahora —tarea del editor más o menos resuelta con la tramposa ayuda del trending topic y la lógica de los followers en redes—, sino cómo hacerlo en un mundo tan cambiante. No solo urge detectar los futuros de la escritura sino estar a la altura de los nuevos formatos en que narrar dichos futuros.
La era digital —ergo, de la copia— convirtió en software barato o directamente gratuito los contenidos culturales que hasta entonces vendía vigorosamente la industria de la música, el cine o el periodismo.
El libro se ha salvado hasta ahora porque, a pesar de formar parte de la oferta digital (ebook), el papel cosido y encuadernado ha renovado su importancia totémica. Inesperados factores sociosanitarios le han dado ese vigor: la pandemia, y el consiguiente confinamiento, trajeron un nuevo boom de la lectura (incremento del 17 por ciento al 23 por ciento en el mercado español). Y no hablamos precisamente de la lectura en soporte electrónico: se manifestó la añoranza de las librerías, produjo malestar su cierre inicial, generó un nuevo amor por el papel legible. La elección, si bien a través del comercio digital, fue más bien analógica. Una circunstancia coyuntural, puede decirse. Pues claro, ¿qué no es coyuntural en un mundo mutante?
También aparecen factores económicos y medioambientales. Nunca desde la imprenta había existido una incertidumbre acerca de la posible escasez de papel —que en el momento de escribir este artículo es un 30 por ciento más caro que dos años antes— motivada por un cambio de prioridades por parte de la industria papelera a nivel mundial.
El mundo editorial también debe encontrar respuestas en un panorama creciente de escenarios imprevistos y hostiles como el desabastecimiento o la carestía de materias primas. Así, ¿pasaría el ebook de segunda opción a recurso primordial ante una crisis prolongada del precio de la celulosa, que ha pasado de costar 950 euros a 1.200 euros la tonelada? ¿En qué lugar quedan las librerías en todo este nuevo escenario marcado por el auge del comercio electrónico, en particular de Amazon (que vende al menos uno de cada cinco libros en España y que para sus envíos utiliza esa anhelada pasta de papel convertida en cartón)? ¿Están preparados los libreros, románticos por naturaleza, para sobrevivir ofreciendo, como parece necesario, un servicio en línea competitivo?
La literatura y la industria que la acerca a los lectores solo puede hacer una cosa: seguir imaginando el futuro mientras este le pisa los talones
Queda dentro del nuevo escenario una oportunidad de futuro formidable pero insatisfactoria para muchos lectores: el audiolibro. Con una expansión que, salvo algunos mercados, solo dará resultados a medio o largo plazo, sería posible que la literatura oralizada ampliara los horizontes y las oportunidades del texto escrito. ¿Acaso no lo está haciendo así el podcast? ¿Puede permitirse la literatura o lo editorial quedarse fuera del aparente boom del audio? Si entra, ¿sería bajo el modelo streaming: un Spotify de audiolibros?
Vale decir con todo esto que el futuro es ciencia ficción, pero no solo para las historias escritas, sino para la industria que las vende. Entre ese pasado reciente y ese futuro inmediato, la literatura y la industria que la acerca a los lectores solo puede hacer una cosa: seguir imaginando el futuro mientras este le pisa los talones.
Bartual, M. “Ando de vacaciones desde hace un par de días… ” [hilo de Twitter de @ManuelBartual iniciado el 21 de agosto de 2017]. Disponible en: https://twitter.com/ManuelBartual/status/899719483752935426
Biblioteca Nacional de España. «La novela de ciencia ficción: una introducción». Disponible en:
http://www.bne.es/es/Micrositios/Guias/NovelaCienciaFiccion/Introduccion/
Carrión, J. “Solaris. Ensayos sonoros” en Podium Podcast, 2020-2021. Disponible en: https://www.podiumpodcast.com/solaris/
Cinco Días. «Cómo el libro supera rencillas y se une a Youtube y podcast para revivir», 15 de septiembre de 2021. Disponible en: https://cincodias.elpais.com/cincodias/2021/09/14/companias/1631627319_761867.html
Villena, M. “Entre la lectura y el videojuego” en El País, 29 de octubre de 2021. Disponible en: https://elpais.com/tecnologia/transformacion-digital/2021-10-29/entre-la-lectura-y-el-videojuego-elige-tu-propia-aventura-resurge-en-formato-digital.html
Escritor y periodista. Es autor de los libros Toma de tierra, Remake, El público, Omega y Diarios de Corea. Ha sido colaborador de El País, El Mundo y Cultura|s de La Vanguardia. Es fundador de la revista El Estado Mental, y autor del pódcast La Biblioteca de Julio.
Ver todos los artículosEscritor y periodista. Es autor de los libros Toma de tierra, Remake, El público, Omega y Diarios de Corea. Ha sido colaborador de El País, El Mundo y Cultura|s de La Vanguardia. Es fundador de la revista El Estado Mental, y autor del pódcast La Biblioteca de Julio.
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