30 de marzo de 2023

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Emergencia y miopía climáticas

por Víctor Resco de Dios

La declaración de emergencia climática es un arma de doble filo. En teoría, puede ayudar a catalizar la descarbonización de la economía. En la práctica nos encontramos con fallos en el diseño e implementación que desincentivan la mitigación del cambio climático.

 

La palabra del año 2019 según el diccionario de Oxford fue «emergencia climática». Varios gobiernos aprobaron en sendos parlamentos una declaración según la cual la crisis climática se había convertido en una verdadera emergencia. En consecuencia, la acción para frenar el cambio climático no se podía demorar más. En este artículo evaluaremos las consecuencias que hasta ahora ha tenido esta declaración, así como la de las medidas que abanderan la lucha contra el cambio climático.

Efectos de los tratados internacionales sobre las emisiones

En el año 2019 se emitieron 41 gigatoneladas (Gt) de CO2. Esto son 41.000.000.000.000.000 gramos. Al año siguiente nos topamos con la COVID y el ralentizamiento de la actividad económica repercutió en un descenso de las emisiones hasta las 38,5 Gt. Una vez pasada la peor parte de la pandemia, la actividad económica se recuperó y en el año 2022 se emitieron 40,5 Gt de CO2. Esto es prácticamente las mismas emisiones que antes de las declaraciones de emergencia climática en 2019. En situaciones de emergencia, como los incendios o las paradas cardiorrespiratorias, se debe actuar de forma inmediata, algo que no parece haber ocurrido en este caso.

Unos años antes, en 2015, se firmaron los llamados “Acuerdos de París”, donde se acordó limitar el calentamiento global a 2ºC y, preferentemente, a 1,5ºC. Recuerdo haber asistido a unas jornadas en Barcelona poco tiempo después donde Teresa Ribera, en aquel momento directora del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales, consideraba de enorme éxito haber logrado esa declaración. En ese momento, las emisiones eran de 39,5 Gt de CO2. Esto es 1 Gt por debajo de las emisiones actuales.

En situaciones de emergencia se debe actuar de forma inmediata, algo que no ha ocurrido en este caso

Podemos seguir retrocediendo en el tiempo para estudiar la efectividad de las grandes declaraciones y acuerdos internacionales. Un momento particularmente emblemático fue la firma del protocolo de Kyoto en 1997. Bajo este acuerdo 37 países industrializados (principalmente los europeos) debían reducir sus emisiones un 5% durante el periodo 2008-2012, con respecto de los niveles de 1990. Europa bajó sus emisiones territoriales de CO2, pero a expensas de aumentar las importaciones. Kyoto se fijaba en la producción de CO2, no en el consumo. Las emisiones globales aumentaron desde las 27 Gt en 1990 hasta las 39 Gt del año 2012. Sin embargo, Europa podía presumir, aunque de forma espuria, de haber logrado disminuir sus emisiones. En realidad, tan solo redujo la producción de carbono, pero no su consumo. Durante esa época se produjo una deslocalización de la industria que favoreció el aumento de la importación de productos de países que ofrecen precios más competitivos. Europa, por tanto, no redujo su consumo de carbono, que es lo realmente importante. La huella de carbono europea no disminuyó. Sencillamente, se deslocalizó a otros países junto con la industria.

Motivación de la declaración de emergencia climática

La idea de la emergencia climática cobra fuerza tras la Asamblea General de la ONU de 2019 donde se transmitió la sensación de que el tiempo para actuar se acababa. “Tenemos que abordar esta emergencia global con ambición y urgencia”, afirmaba António Guterres en la sesión inaugural. En esa sesión se argumentó que 2030 era el último año para prevenir el daño irreversible creado por el cambio climático. Esta fecha tiene su origen en el informe especial que el panel de la ONU sobre cambio climático (IPCC) había publicado un año antes, en 2018. Según este informe, para lograr limitar el calentamiento a 1,5ºC “sería necesario que las emisiones netas globales de CO2 de origen humano disminuyeran en 2030 alrededor de un 45% respecto de los niveles de 2010”.

La ciencia que hay detrás es incuestionable. O mejor dicho, la ciencia climática ha sido cuestionada en numerosas ocasiones y ha salido airosa de todos los embates. Si alguien aún tiene dudas sobre el cambio climático, puede consultar los modelos de la petrolera Exxon Mobil. Exxon generó uno de los mejores modelos climáticos que existen hace ya 40 años. El grupo de científicos contratados por esta empresa entre finales de los 70 y principios de los 80 realizó una serie de predicciones sobre cómo afectarían las emisiones de combustibles fósiles al clima del siglo XXI. Los resultados predijeron la temperatura actual con un error de menos de 0,1ºC. Como se dice coloquialmente: la clavaron. A pesar de eso, Exxon ha sido uno de los principales divulgadores de bulos negacionistas acerca del cambio climático. Decidieron torpedear la acción climática por considerarla perjudicial a su negocio.

A qué nos enfrentamos

A día de hoy resulta poco probable que las emisiones de CO2 se reduzcan por debajo de lo necesario para lograr limitar el calentamiento a 1,5ºC. De hecho, con los acuerdos firmados a día de hoy, el calentamiento sería de 2,5ºC. Si nos fijamos en los acuerdos actualmente implementados, las emisiones actuales nos llevan a un calentamiento de 3,2ºC a finales de siglo.

Se considera que, si la temperatura media global aumenta por encima de los 2ºC, las consecuencias serían devastadoras. Esto no es porque nuestra especie se vaya a extinguir, ni porque se fuera a producir un cataclismo de dimensiones bíblicas. La realidad es mucho más mundana. El clima asienta las bases sobre la que se establece cualquier sociedad. Cualquier sacudida climática se traslada sobre nuestra economía instantáneamente. Los cultivos, la disponibilidad de agua y alimentos, la salud, la industria… todo lo que hacemos y de lo que dependemos para vivir está íntimamente relacionado con el clima. Por tanto, mucha gente sufrirá y, sobre todo, los más vulnerables.

Por qué no lograremos bajar las emisiones: mercados de carbono

No sabemos cómo serán las emisiones de CO2 en el 2030, pero lo más probable es que no difieran mucho de las actuales. Esto es lo que podemos deducir examinando la eficacia de los mecanismos de regulación actuales.

Las medidas que estamos tomando para hacer frente al cambio climático son extremadamente ineficientes. El programa estrella para la descarbonización de la economía es el sistema de intercambio de emisiones (SIE), una herencia de Kyoto. Desde su primera implementación en el año 2005 este sistema ha repercutido en una disminución anual de las emisiones territoriales europeas del 1,5%. Esto quiere decir que la reducción de las emisiones de la Unión Europea, quien a día de hoy lidera dicha reducción, sería del 10% en el año 2030. Muy lejos de la reducción del 45% que pedía el informe del IPCC que antes comentábamos. Y eso es sin contabilizar las fugas derivadas de deslocalizar las emisiones.

El SIE se ha convertido en un instrumento para repartir beneficios extraordinarios «caídos del cielo» entre muchos sectores empresariales. Los windfall profits, como se denominan en inglés, surgen de fallos en el diseño de los SIE. En las primeras fases de la implementación en la Unión Europea, los derechos de emisión eran gratuitos para las empresas, pero estas sí repercutían el precio del carbono en el cliente, lo que resultó en unos beneficios windfall, o caídos del cielo, de entre 7 y 8 mil millones de euros anuales para las eléctricas y otras compañías energéticas. La fase actual del SIE entró en vigor en 2021, tras las declaraciones de emergencia climática. Si bien es cierto que este problema se ha corregido en parte en los últimos años, el problema de los beneficios windfall no disminuirá.

Una de las soluciones estrella en la lucha contra el cambio climático pasa por la implementación a gran escala de parques eólicos y solares. Las emisiones por estas tecnologías son prácticamente nulas. Sin embargo, para generar electricidad también se usan otras tecnologías (como el carbón) que son grandes emisoras. Esto permite a las eléctricas repercutir en el consumidor un precio por el CO2 que es mucho mayor del que ellas tienen que pagar por los derechos de emisión. Investigadores de la Universidad de Dresden han calculado que los beneficios caídos del cielo seguirán regando a las eléctricas de la Unión Europea por lo menos durante la próxima década. En Australia, las centrales térmicas que usan carbón están recibiendo 1.200 millones de dólares como windfall profits. Estos investigadores denuncian como el SIE ha transformado el principio de “quien contamina paga” a “quien contamina cobra”. Con estos beneficios, el SIE no aporta prácticamente ningún incentivo al desarrollo de tecnologías limpias.

La Unión Europea ha rebajado recientemente los requisitos ambientales para desarrollar estas infraestructuras. La implementación a gran escala de parques solares y eólicos tiene un gran impacto social y ecológico: conlleva la transformación de paisajes en rurales en industriales. Esta es una de las consecuencias de vivir en una situación de emergencia climática, ya que bajo este contexto se pueden justificar acciones bruscas y de gran calado.

Por qué no lograremos bajar las emisiones

La otra medida estrella son las plantaciones compensatorias. Bajo el SIE, las empresas que consumen todos sus derechos de emisión deben plantar árboles para que absorban el CO2 restante. Una práctica habitual entre las grandes multinacionales es pagar a una asociación conservacionista, o a una empresa forestal, para que plante árboles en su nombre. Muchas de estas plantaciones se realizan en países del sur global y pretenden convertir sabanas en bosques. Las sabanas son ecosistemas muy antiguos, que se originaron hace 8 millones de años. Cobijan por tanto un gran almacén de carbono en sus suelos que se liberaría al plantar árboles. Esto es porque antes de plantar hay que remover y airear el suelo, lo que favorece las emisiones de CO2.

Esta práctica es también una gran amenaza para las comunidades africanas que viven de la sabana. Y también para la biodiversidad que albergan ya que los leones, elefantes y rinocerontes son especies de la sabana.

En España también encontramos empresas y asociaciones que realizan plantaciones compensatorias. En muchas ocasiones, las plantaciones no son mantenidas tras la plantación, lo que redunda en un aumento del riesgo de incendios futuros.

Miopía climática

Se podría argumentar que el resplandor de la emergencia climática nos está cegando. Con la excusa del cambio climático se está implementando un sistema de intercambio de emisiones que pagamos a escote redundando en grandes beneficios empresariales, mientras apenas se reducen las emisiones.

El sistema de intercambio de emisiones ha transformado el principio de “quien contamina paga” a “quien contamina cobra”

¿Qué pasará cuando lleguemos al año 2030 y, probablemente, volvamos a comprobar que las emisiones de CO2 están lejos de lo necesario para limitar el calentamiento a un espacio seguro para la humanidad? ¿Cómo comunicaremos sobre cambio climático en ese momento?

La estrategia comunicativa detrás de la emergencia climática lleva implícito que en el 2030 se acabará el mundo, o casi. Pero no es así, solo hará un poco más de calor que hoy. Los modelos predicen aumentos lineales, no abruptos en la temperatura. El problema lo tendremos a partir de 2050 y, sobre todo, a finales de siglo.

El hostigamiento mediático continuo acerca de un inminente final climático puede conllevar el hastío de la población. Tal vez la indiferencia sea la respuesta más probable con la que nos encontremos en unos años. Esto es porque las medidas actuales no solo resultan inadecuadas para abordar el problema climático, sino que la población poco a poco se dará cuenta de que bajo el paraguas de la acción climática se esconde un paraíso empresarial que solo redunda en un aumento de la injusticia social. Las grandes multinacionales, y las entidades conservacionistas que se dedican a plantar árboles, serán las grandes beneficiadas.

Estamos convirtiendo el cambio climático en una historia de terror, de grandes beneficios empresariales y de greenwashing1. Sufrimos una grave miopía climática.

Notas

 1Práctica que realizan algunas empresas en la que hacen ver que sus productos son ecológicos cuando en realidad no lo son.

Bibliografía

Fraser, A., et al.: “Climate reform and transitional industry assistance: Windfall profits for polluters?” en Energy Economics, 2023. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.eneco.2023.106629

Friedlingstein, P, et al.:  “Global Carbon Budget 2022” en Earth System Science Data, 2022. Disponible en: https://doi.org/10.5194/essd-14-4811-2022

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Helm, D.: “The Kyoto approach has failed” en Nature, 2012. Disponible en: https://doi.org/10.1038/491663a

Hobbie, H.,et al.: “Windfall profits in the power sector during phase III of the EU ETS: Interplay and effects of renewables and carbon prices” en Journal of Cleaner Production, 2019. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.jclepro.2019.118066

Supran, G., Rahmstorf, S. y Oreskes, N.: “Assessing ExxonMobil’s global warming projections” en Science, 2023. Disponible en: https://doi.org/10.1126/science.abk0063

Autor

Científico. Trabaja en la mitigación de algunos de los principales problemas ambientales que amenazan a la sostenibilidad planetaria. Doctor por la Universidad de Wyoming, es profesor de ingeniería forestal en la Universidad de Lérida.

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