17 de marzo de 2021
por
Almudena Solana
Charles Dickens deja buena cuenta con su obra “Tiempos difíciles” (1854) de la visión crítica de un sistema social basado en el único valor de la economía, que, en plena Revolución Industrial, se convertía en auténtico motor de la incipiente sociedad del bienestar. Todo quedará doblegado ante ella, incluida la educación, que se convierte en el sumatorio de la forma de pensar del conjunto y se encargará de producir personas para el Sistema.
La educación debe estar desligada de la explotación porque mancilla su propia excelencia, un asunto muy debatido en la actualidad en Estados Unidos. Los porcentajes, los cómputos, los reiterados exámenes de selectividad y la multitud de negocios paralelos que estos generan en formación, consultoría, asesoramiento, talleres, coaching financiero… Todo forma parte de un sistema lucrativo que genera el propio aprendizaje.
Así como en otro tiempo surgió un movimiento crítico frente a la educación tradicional, consumidora de contenidos a través de la mecánica memorización, hoy existe una corriente, también crítica, que cuestiona una práctica muy extendida en el mundo industrializado y es que, tanto el estudiante como el profesor se han convertido en una pieza de consumo más en el engranaje:
“Al final del curso, el estudiante completa el cuestionario relativo al año escolar como si fuera uno de los que los clientes encuentran en los restaurantes, los hoteles; preguntas de evaluación del servicio, la calidad de la comida… El profesor se ha convertido en un miembro más al servicio de la industria de consumo que debe demostrar que los servicios que aporta están funcionando correctamente, de ahí que necesite el ser evaluado con buenas puntuaciones”1.
El panorama se reduce a porcentajes. Tanto los profesores como los alumnos son evaluados. La estadística invade todos los campos en la sociedad actual; la educación no se salva. Es la actual euforia del big data que se asemeja a la euforia con la estadística del S.XVIII – una euforia que encontró su declive en el Romanticismo por la aversión de este movimiento hacia la media y la normalidad–. Nos dice Byung-Chul Han2: “A lo probable estadísticamente se opone lo singular, lo improbable, lo repentino”.
Parece que las cosas comienzan a cambiar; cada vez más universidades retiran las pruebas de acceso (que solo favorecen, argumentan, a los que pueden costear una mejor preparación) y se promueve, en cambio, la importancia del ensayo en las aplicaciones así como las entrevistas personales. La búsqueda del valor diferencial tiene hoy más que ver con la capacidad de Asombro –palabra que remarcamos en mayúscula– o la curiosidad. Tiene más que ver, en definitiva, con la actitud ante el aprendizaje. Este es el núcleo de la revolución pendiente porque denota acción individual; el deseo de querer aprender.
“¡Calculadores, este es vuestro asunto: contad, medid y comparad!”3 nos dice Rousseau en “El contrato Social”. Se cuantifica lo uniformemente estandarizado, quedando fuera, sin embargo, “lo otro”, “lo que se sale de la norma”, “lo extraño”, “lo intangible”. … Más aún, lo inconmensurable, la excelencia. La educación debe reunir unos estándares de calificación del propio rendimiento, sería absurdo negarlo, sin embargo, no puede convertirse en la meta en sí misma porque, si fuera así, perderíamos la esencia del propósito de aprender, su propio existir, que es cualquier cosa menos uniformización, achatamiento, estandarización,… explotación.
En los últimos cuarenta años se ha abierto una enorme desigualdad de acceso a la educación superior en Estados Unidos, comenta Michael Sandel, profesor de Política y Filosofía en Harvard. Su último libro, de muy reciente aparición: “The Tyranny of Merit”4 provocó una interesante conversación en los encuentros de Aspen Institute, que aquí recomendamos5.
¿Dónde queda hoy el bien común cuando se habla de éxito o de meritocracia?, se pregunta el autor. El alumno, cuando termina la universidad a la que tanto esfuerzo (académico y económico) le supuso acceder, solo piensa en su beneficio personal, cómo pagar sus deudas, cómo rentabilizar los costes, cómo afianzar lazos de networking entre sus compañeros,…
Llegados a este punto, nos volvemos a preguntar: ¿dónde queda el bien común? ¿ Dónde queda aquello que va más allá de uno mismo y su entorno de iguales? Asistimos a una carencia de interés por lo ajeno; algo que se extiende hacia la desafección absoluta por lo que ocurre en el entorno, la naturaleza.
La educación no debe participar de ello, más bien al contrario, debe marcar una nueva hoja de ruta.
Y volvemos a Dickens, indirectamente. Cuando muchos economistas, Keynes entre ellos, reivindican la economía como una “ciencia moral” se están refiriendo a que no se trabaja solo con cantidades, sino con personas, que sufren o se benefician de los repartos de esas cantidades. La Economía no debe tratar del beneficio individual sino reivindicar el bienestar social6. Una al servicio de la otra, Economía y Educación, podrían ser parte de un mismo núcleo que aspire al enriquecimiento de lo común que no es otra cosa que el entendimiento humano.
¿La meritocracia está haciéndonos pensar demasiado en nosotros mismos? Lanza la pregunta el New Yorker, más aún, dispara: ¿Nos está haciendo miserables?7 Sin duda, está contribuyendo a que la idea de que el bien común desparezca. La aspiración al “éxito” es individual, el fallo (“Your failure is your fault”) es también individual, de ahí la presión que soportan los estudiantes de Bachillerato, anhelantes forzosos de méritos ilimitados.
¿La ética del American Dream ha encontrado un agujero? Se pregunta Michael Sandel8 “Desde los últimos cuarenta años, uno de los fallos más graves de los gobiernos en Estados Unidos, tanto de centro derecha como de centro izquierda, – argumenta– es que, cada vez es más profunda la desigualdad en los ingresos. El dinero va a los mismos de arriba, algo que provoca una profunda desigualdad en la oportunidad de acceso a la educación y la sanidad. Necesitamos repensar las actitudes en relación a qué es el éxito y qué es el fracaso, y aquí, sin duda, no debemos olvidarnos de la moral e, incluso, del ámbito espiritual”.
Efectivamente, es importante destacar la misión espiritual de la educación para el futuro, como ya destacaba hace unos años Edgar Morin9. ¿Por qué? Porque una cosa es comprender una materia, y otra bien distinta es enseñar a las personas sobre el entendimiento mutuo, algo básico para acceder a “una condición y garantía de la solidaridad moral e intelectual de la humanidad”10
Algo falla en el empuje recibido en educación en las sociedades industrializadas, ya que, como apunta el filósofo y sociólogo francés, la incomprensión humana avanza hoy de una manera igual de ágil o más que la propia comprensión o conectividad.
En este sentido, hay que preguntarse también por qué el 30 por ciento de los alumnos, que aun logrando acceder a renombradas universidades, una vez dentro, sufre ansiedad y depresión. Esto nos hace ver, según el propio Michael Sandel, que el sistema de la meritocracia está en crisis. El profesor de Harvard, no en vano autor también de “What money can´t buy”11 deja entender que la autoestima, por ejemplo, es algo que no se puede comprar. La actitud por querer aprender, tampoco. Por eso un estudioso-aprendiz aniquila al estudiante-cliente.
¿De qué tiene que liberarse el ser humano para caminar hacia delante de una manera más plena? Nos lo preguntamos desde el campo de la educación y llegamos, con Morin, a una conclusión: debe volver a empezar. Tiene que liberarse de su apatía del vivir, saber afrontar la incertidumbre, la imperfección, el coraje de la curiosidad por aprender y la importancia del otro, porque en el otro está reflejada también la felicidad de uno mismo. El otro es el primer paso hacia la recuperación del bien común. Si, además, se dedica atención a las bellas artes, se comprobará que solo el arte le hace a uno olvidarse de sí mismo.
Es la utopía, la que se muestra solo a los imperfectos, porque la imperfección surge12 del querer ser mejores. El progreso llegará cuando sean capaz de realizarse las utopías, nos dice Oscar Wilde13.
¿Qué debe incluir la utopía? Afecta a una doble virtud, como nos recuerda la ética aristotélica, la ética, a través de los hábitos y la ética intelectual, a través de la educación. Recordamos también el cuidado de los demás, la pluralidad, la mezcla, la huida de lo igual. Por eso, la utopía no se detiene en los sueños particulares, sino que avanza al encuentro de unos ideales colectivos.
Si el sistema es el problema, la solución es obvia, nos dice Jerome Bruner14. “Debemos transformar el sistema, usando nuevos principios que afronten los problemas de nuestros días. Si nuestro objetivo es llegar al máximo de alumnos en lugar de a unos pocos; si nuestro objetivo es ayudar a cada alumno en su potencial, entonces nos tenemos que alejar de los porcentajes y las medidas y defender la educación personalizada. Se necesitan tres cambios: Nuevos principios para el entendimiento entre los seres humanos, un cambio público de mentalidad y de actitud y soluciones visibles en todos los puntos de influencia del sistema educativo”.
La educación, recordemos una vez más, es una fuerza para unir a las personas. Unirlas no es homogeneizarlas. No es tampoco distanciarlas por contenidos geográficos partidistas ni intereses ajenos que distraen el aprendizaje y contaminan el simple afán del maravilloso despertar al descubrimiento de lo común, lo que une. La excelencia.
1Verene, Donald Phillip (2002): The art of Humane Education, Cornell University Press. “At the end of the course, the student completes the course questionaire which is nearly the same as those cards found in motel rooms restaurants tables, asking the customer to evaluate the accomodations, the food, the service. The teacher is a member of the service industry who needs to show the administration that the product is working…. In the hope of being evaluating well.”
2Han, Byung-Chul (2016): Psicopolítica, Herder.
3Ibid. Op.cit. Rousseau, J-J (2007): El contrato social. Madrid, Edaf.
4Sandel, Michael(2020): The Tyranny of Merit. McMillan Books.
McCloskey Speaker Series – The Tyranny of Merit: What’s Become of the Common Good?
6Aguirre, Joaquín María. Nov, 2011. http://pisandocharcosaguirre.blogspot.com/2011/11/un-libro-tiempos-dificiles-de-charles.html
7https://www.newyorker.com/magazine/2019/09/30/is-meritocracy-making-everyone-miserable
9Morin, Edgar (1999): “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”. Capítulo VI: “Enseñar la comprensión” UNESCO.
11Sandel, Michael J. (2012): What money can´t buy. The moral limits of markets. FSG Books
12Mumford, Lewis (2013): Historia de las utopías. Pepitas de calabaza.
13Wilde, Oscar (1891): The soul of man under socialism.
14Bruner, Jerome (1996): The culture of education. Harvard University Press.
Bruner, J. (1996): The culture of education. Harvard University Press.
Han, B. (2016): Psicopolítica, Herder.
Mumford, L. (2013): Historia de las utopías. Pepitas de calabaza.
Wilde, O. (1891): The soul of man under socialism.
Morin, E. (1999): “Los siete saberes necesarios para la educación del futuro”. Capítulo VI: “Enseñar la comprensión” UNESCO.
Sandel, M. J. (2012): What money can´t buy. The moral limits of markets. FSG Books
Sandel, M. J. (2020): The Tyranny of Merit. McMillan Books.
Verene, D. P. (2002): The art of Humane Education. Cornell University Press.
Doctora en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Autora de cuatro novelas y artista plástica. Fundadora de Fabric Poetry. Reside entre Madrid y Los Ángeles.
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Ver todos los artículosAlmudena me ha encantado el articulo, y creo que lo unico que puede cambiar al mundo es la Educación
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