19 de febrero de 2021
por
Rafael Sarmiento Coley
En las numerosas pandemias y tragedias naturales que ha afrontado la humanidad a través de los siglos de los siglos, siempre ha existido un elemento privilegiado e inspirador que mitiga el daño letal, el dolor y la desesperanza al colectivo social.
La pandemia ocasionada por el coronavirus o la COVID-19 no podía ser la excepción. Aunque algunos analistas digan, en un exceso de pesimismo, que la brutal enfermedad colectiva sorprendió al mundo con los pantalones abajo, no es del todo cierto. Todo lo contrario. Esta pandemia llegó en un momento en que la humanidad cuenta con un compañero de lucha muy efectivo y transformador: la Era Digital.
Gracias a las nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC), la sociedad ha podido mitigar de manera considerable el dolor, la angustia, la ansiedad y la depresión que han podido provocar de manera global las medidas de confinamiento y aislamiento físico. La interminable temporada de “Quédate en casa” sin el acompañamiento de las redes sociales, el acercamiento virtual con familiares lejanos y hasta la celebración de cumpleaños y otras fiestas especiales en las plataformas digitales, habría sido catastrófico por la claustrofobia, el estrés y eventos de mayor gravedad.
En el otro extremo de esta bondad del uso de las comunicaciones están los abusos de aquellos cibernautas que divulgan por las redes sociales las tristemente célebres noticias falsas o fake news, así como versiones científicas no confirmadas ni comprobadas sobre el descubrimiento de curas milagrosas contra el coronavirus. Pero la misma red ha terminado sofisticando la capacidad de las personas para identificar que no todo lo que se difunde es información veraz, y además ha despertado la necesidad de procurar usos responsables, como lo evidencian países con geografías dispersas e inaccesibles, como Colombia, con regiones que solo pueden recibir ayuda e información mediante el uso de las tecnologías de la comunicación.
Gracias a las tecnologías de la información y las comunicaciones, la sociedad ha podido mitigar el dolor, la angustia, la ansiedad y la depresión
Poblaciones colombianas como las de la Alta Guajira, en el extremo norte del país, en donde la comunidad se alimenta con raíces, y el líquido que calma su sed es la milagrosa savia del cactus. O las remotas poblaciones indígenas que se han valido de un celular para alertar de las dramáticas necesidades de niños y ancianos amenazados por la pandemia.
Además de sacar a flote todo lo bueno y lo malo del ser humano, la pandemia enseña que la sociedad gira y gira como la rueda del trapiche de moler caña. Solo que, en la era digital, se manifiesta a escala global.
Cuando el filósofo, sociólogo, periodista y teórico alemán Friedrich Engels1 (compañero de fórmula de Carlos Marx para definir la filosofía, teoría y modelo económico del socialismo), escribió en 1884 su célebre obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado2, describió con admirable destreza la sociedad primitiva de las tribus, que vivían en sociedad solidaria. La rula, el hacha, el fogón, el huerto, era de todos y no era de nadie. Una verdadera común unidad. Como la que viven ahora mismo en Candelaria, municipio del Atlántico, al norte de Colombia, en donde diez y hasta quince familias utilizan un mismo computador portátil para las clases virtuales, para enviar correos a sus familiares lejanos, para hacer consultas sobre los cultivos más adecuados en esta temporada, y hasta para quejarse de que en cuatro meses de pandemia todo un barrio lo único que ha recibido del Estado son cuatro bolsas con una lata de atún, una libra de arroz, una botellita de manteca y una panela. Ese computador portátil en la comunidad de Candelaria es el equivalente al machete, al hacha, al fogón. Con él también gestionan su alimento y sus necesidades en una comunión de los tiempos que nos permite hacer el salto cuántico entre la primera ola y la era digital.
Hace 40 años los futurólogos y escritores estadounidenses Alvin3 y su esposa Heidi Toffler4 divulgaron sus análisis sobre el poder y la Historia que abrieron los ojos a una generación ansiosa de nuevos pensamientos. Fue cuando surgió el planteamiento de las olas históricas, como la denominada tercera ola, en la que los Toffler describieron la creación de una nueva civilización y la premonición de que el poder estaba a punto de cambiar de manos, por el advenimiento de las nuevas tecnologías. Del dinero plástico. Los cajeros automáticos. El cristal líquido que, en las bolsas de valores, en los supermercados de grandes superficies y hasta en las tiendas de barrio van cambiando los precios de los productos a la velocidad de un rayo desde un computador que interconecta el conocimiento en toda la cadena de valor desde las geografías más remotas.
Sí. El poder cambió de manos. Ya el campesino cuenta con la valiosa asistencia de la era digital para cultivar el tomate, la berenjena, las aceitunas, el pepino, con asistencia técnica que puede, desde un portátil sentado en la puerta de su casa rural o en cualquier oficina a kilométricas distancias, monitorear el nivel de agua que requieren en ese momento sus frutales, la temperatura, el nivel de crecimiento, la amenaza de un gusano. En fin, una inteligencia artificial inimaginable en la era de Engels, 136 años atrás. Es algo en lo cual varias organizaciones y empresas del mundo digital con enfoque humano marchan a la vanguardia.
Cuando pocas semanas después de dispararse la pandemia la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) alertó sobre la terrible hambruna que sobrevendría después de la COVID-19, algunos gobiernos no se dieron por enterados. Colombia fue uno de los numerosos países que tomaron en serio tal premonición, en especial en zonas como Boyacá, Caldas, Quindío y Atlántico, en donde organizaciones públicas y privadas han asumido como tarea primordial llevar infraestructura y asistencia técnica a agricultores y piscicultores.
En el Departamento del Atlántico se ha estimulado al sector de la gastronomía rural, en donde cada pueblo realiza un festival de su respectivo manjar, como la arepa de huevo de Luruaco, los pasteles de Pital de Megua, los bollos de Ponedera y los dulces y vinos de ciruelas de Campeche, con la diferencia de que no se convoca al turismo presencial, como sucedía antes de la pandemia, sino que la compraventa de los productos se hace a través de canales digitales, a la vez que las autoridades locales apoyan a la coordinación logística para que se cumplan protocolos de bioseguridad en la distribución de los alimentos, generando así un nuevo ecosistema para la economía de la vida que mantiene el tejido social de las comunidades a la vez que las hace sostenibles uniendo el poder de la información y el conocimiento con la más básica y necesaria seguridad alimentaria. Es, de nuevo, el círculo virtuoso que nos acerca a la naturaleza desde un conocimiento y un sentido más humano.
1Friedrich Engels (Bermen-Elberfeld, Prusia, 28-11-1820-Londres, 5-08-1895). Filósofo, politólogo, sociólogo, historiador, periodista, revolucionario y teórico comunista y socialista. Fundador del socialismo científico, empresario y revolucionario.
2Engels, F. (1884): El origen de la familia, la propiedad privada y el estado”. Hottingen-Zurich.
3Alvin Toffler (Nueva York, 3-10-1928- Los Ángeles, 27-06-2016). Escrito, sociólogo y futurista. Conocido por sus discusiones acerca de la revolución digital, la revolución de las comunicaciones y la singularidad tecnológica.
4Adelaide Elizabeth Farrell (Nueva York, 1-08-1929- Los Ángeles, 6-02-2019]. Investigadora, escritora y editora. Entre sus obras se cuentan Guerra y antiguerra: Sobrevivir en los albores del siglo XXI, La creación de una nueva civilización: La política de la tercera ola y la revolución de la riqueza.
Periodista con 50 años de trayectoria, fundador y director del portal periodístico La Cháchara.
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