20 de septiembre de 2023

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Las mentiras de la posverdad

por Johanna Pérez Daza

Desmontar las mentiras que rodean a la posverdad es una tarea clave para entender y hacer frente a este complejo fenómeno. Estas reflexiones plantean algunas precisiones que permitan puntualizar y aclarar algunas características de la posverdad.

 

“Se trata de un fenómeno nuevo, indefectiblemente vinculado a las actuales Tecnologías de la Información y la Comunicación, cuyo fin es apelar a los hechos para incidir y convencer a la opinión pública de versiones desacertadas y/o inexactas sobre temas del ámbito político”. Un informe de la Universidad de Veles sostiene que en la posverdad se privilegian los hechos sobre las emociones y, por tanto, los medios de comunicación son, en un 67%, los principales agentes desde donde opera este proceso.

El párrafo anterior es una definición deliberadamente errónea que copia la morfología, argot y estructura de los campos periodísticos y académicos con la intención de hacer precisiones que permitan aclarar algunas características de un fenómeno que no es reciente, no se exclusivo de las actuales tecnologías, tampoco se restringe al ámbito político, ni privilegia los hechos sobre las emociones y, aunque ha erosionado la credibilidad de los medios de comunicación, estos no son, ni de cerca, sus principales agentes operativos. Ah, y por cierto, la Universidad de Veles1 no existe, se utiliza esta referencia para emular el respaldo de fuentes y datos de apariencia confiable que sirven de camuflaje a la posverdad.

Más de un lector incauto o desprevenido puede caer en la trampa y, no solo asumir como cierta tal definición, sino suscribirla, compartirla y propagarla, siendo así, multiplicador de falsedades y errores. El propósito de las siguientes reflexiones es presentar precisiones, necesarias y pertinentes, pues solo entendiendo este fenómeno seremos capaces de enfrentarlo con sentido crítico y acciones oportunas.

La mentira es el paraguas de la posverdad

Pese a que la posverdad entró recientemente como término en nuestro vocabulario e incluso fue escogida en 2016 como la palabra del año del diccionario Oxford y, a finales de 2017, fue incluida en la actualización del Diccionario de la Lengua Española (DEL), este neologismo da nombre a un fenómeno que no es nuevo, es decir, como palabra remite a lo que en la práctica ha venido sucediendo desde tiempos remotos. Ciertamente, la precisión terminológica permite una mejor comprensión de esta palabra equiparable, a grandes rasgos, con la mentira, cuyos orígenes resultan tan antiguos que se pierden de vista. Aunque no se pueden considerar sinónimos exactos, la mentira es el paraguas de la posverdad. Una palabra nueva para un problema añejo.

Nos equivocamos al asumir que la posverdad se vale exclusivamente de las tecnologías digitales de última generación. Técnicas, formatos y patrones de larga data han moldeado la posverdad. Descontextualizar, manipular y alterar la información no pasa, necesariamente, por el filtro de las herramientas digitales. Ciertamente, estas han permitido sofisticar y acelerar los procesos, disminuir imperfecciones y afinar los acabados, logrando mejores resultados. Sin embargo, creer que estas son las únicas herramientas de las que echa mano la posverdad no sólo es inexacto, sino que puede llevarnos a subestimar lo más básico, haciéndolo pasar inadvertidamente ante miradas cautas, deslumbradas con refinados fuegos artificiales, olvidando que una acogedora fogata o un pequeño fósforo también pueden originar catastróficos incendios.

Aunque parezca paradójico, en la era digital cargada de tecnologías que se actualizan y potencian a un ritmo avasallante, las emociones son el núcleo de la posverdad, causa y consecuencia de estrategias que apelan a nuestros deseos, creencias y reacciones. A pesar de la abundancia de estímulos externos, lo primario, lo interno, lo inasible sigue siendo esencial. En este sentido, las emociones desplazan a los hechos, vale más lo que se siente, lo que se anhela, lo que se percibe, que lo que realmente es, que lo que sucede. Esto trae como consecuencia que la posverdad busque reforzar creencias o sentimientos, generando círculos en los que se congregan intereses comunes y relaciones homofílicas y, más que informarse, los individuos crean alianzas con ideologías cercanas que refuerzan su sistema de valores y aspiraciones. Distinguir informaciones y opiniones, separar hechos y emociones se torna complicado en el contexto de la posverdad, pues esta apela a lo visceral, a estados de ánimo, sentimientos y sensaciones. Se fabrican hechos a la medida de las emociones. Se exaltan emociones para filtrar hechos.

Asumir que la posverdad atañe únicamente a temas políticos es otra equivocación. Aunque en las arenas de la política, la opinión pública dirime tensiones y adopta posiciones, no es el ámbito exclusivo en el que transita la posverdad. La ciencia, la salud, la economía y hasta la farándula y el deporte son otras áreas en las que la posverdad se mueve sigilosa. A veces para distraer, otras para persuadir y/o posicionar tópicos alternos, sintonizados con ejes de poder. Así, por ejemplo, en el escenario de la pandemia de COVID-19 se evidenciaron las amenazas y riesgos de contenidos pseudocientíficos, sin comprobación ni evidencia, basados en suposiciones y conspiraciones, que generaron confusión entre la ciudadanía.

La posverdad se aprovecha de la crisis de credibilidad en las instituciones. Creer que los medios de comunicación son los principales agentes de la desinformación, es una matriz de opinión muy peligrosa que desacredita al periodismo y busca equiparar e inocular terminologías (fake news la más popular) que desde su concepción encierran confusión y contrasentido (la noticia para ser tal debe existir, no puede ser falsa). Por supuesto, que vale cuestionar a los medios de comunicación. El problema es aprovechar su crisis de credibilidad para señalarlos como los principales actores de un sistema en el que hay múltiples intereses y enmarañadas ramificaciones del poder (económico, político, militar…).

La era del post

Abundan los planteamientos teóricos y conceptuales que tratan de definir y caracterizar la sociedad actual. Hablamos de postmoderno, posthumano, postinternacional, postfotografía y un largo etcétera en el que las modas terminológicas se alternan con lo que en Italia se conoce como Il senno di poi, es decir, la sabiduría del después. En este contexto, no es sencillo acudir a lo que antes era sólido, estable y acabado. Por eso el sociólogo polaco Zygmunt Bauman propone la liquidez para acercarnos a una sociedad signada por el cambio y la inestabilidad.

Describir desde la negación resulta un ejercicio de contrastación que puede aportar claridad por oposición. Es lo que intentamos hacer previamente al desmontar algunas imprecisiones sobre la posverdad, acentuando ciertas diferencias: no es sinónimo exacto de la mentira, puede ser, más bien, un pariente cercano con una carga genética común e intereses más focalizados a incidir en la opinión pública. No es exclusiva de un grupo etario, social o de las llamadas generaciones (Z, Millenials, X…) aunque, ciertamente, puede sumar más incautos en las menos familiarizadas con el uso de las tecnologías digitales, internet, aplicaciones y redes sociales.

Se fabrican hechos a la medida de las emociones

Otra ruta es tratar de entender desde el cuestionamiento como forma de reflexión. Intentémoslo: ¿Mentimos más ahora o es que, en la actualidad, los escándalos se difunden con mayor rapidez y alcance entre una audiencia activa que expresa sus opiniones en redes sociales, cuestiona y exige claridad? ¿En tiempos pasados escaseaban las mentiras o se valoraba más la verdad? Estas preguntas pueden equipararse a otras como: ¿anteriormente ocurrían menos catástrofes y desastres naturales o es que ahora estamos más informados y en tiempo real de estos acontecimientos?

Tal vez, una posible respuesta a estas preguntas se encuentre en el mayor alcance (impacto) y la rapidez con la que viajan los mensajes (inmediatez), llevándonos a creer que estos fenómenos se han incrementado. Hay, entonces, que sopesar un conjunto de elementos y sus relaciones. Seguir informando sobre estos temas, compartir herramientas de verificación y formar ciudadanos advertidos que duden, comprueben y apuesten por la información confiable. Otra forma de hacerle frente a este fenómeno es desmontar las mentiras a su alrededor e insistir en simplificar lo complejo para hacerlo comprensible. En síntesis, en la era de la posverdad hay:

Más emociones, menos hechos.
Más aspiraciones, menos evidencias.
Más suposiciones, menos certezas.
Más espectacularización, menos verificación.

Notas

 1Es una referencia al Libro de Veles del fotógrafo Jonas Bendiksen, un polémico proyecto que aborda la desinformación desde la creatividad y la cultura visual. Más información en:
https://www.cartierbressonnoesunreloj.com/el-gran-engano-de-the-book-of-veles-el-libro-del-fotografo-de-magnum-jonas-bendiksen-sacude-el-fotoperiodismo-y-la-fotografia-documental/

Bibliografía

Majó, S.:“No diga ‘fake news’, diga desinformación” en El País, 2018. Disponible en: https://agendapublica.elpais.com/noticia/14627/no-diga-fake-news-diga-desinformacion

Rodríguez, C.: “No diga fake news, di desinformación: una revisión sobre el fenómeno de las noticias falsas y sus implicaciones” en Comunicación, 2019. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=7028909

Zygmunt, B. (2003): Modernidad Líquida. 2da Edición. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.

Autor

Doctora en Ciencias Sociales, Magíster en Relaciones Internacionales y Licenciada en Comunicación Social. Investigadora del Centro de Investigación de la Comunicación (CIC) de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Directora de la revista Temas de Comunicación. Profesora univeritaria.

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