1 de octubre de 2024

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Tres miradas a lo humano en la era de la técnica

por Pablo Sanguinetti

La inteligencia artificial nos invita a repensar el modo en que entendemos lo humano y su relación con la tecnología. El transhumanismo, el posthumanismo y el tecnohumanismo ofrecen tres marcos conceptuales para abordar esa tarea clave con énfasis y objetivos muy diferentes.

 

El avance de la llamada inteligencia artificial (IA) no solo sacude nuestro entorno tecnológico, también nos invita a repensar aspectos clave de nuestra concepción de lo humano. Cualquier reflexión seria sobre la IA, cualquier intento por explotar sus beneficios y sortear sus peligros, exige entender primero qué somos, qué queremos ser, qué aspectos de lo humano nos resultan irrenunciables, cuáles pueden evolucionar, hacia dónde queremos dirigirnos como especie. Como en todo tiempo revuelto, lo humano se enfrenta al primer mandato: “Conócete a ti mismo”.

En demasiadas ocasiones, esta reflexión se da en el vacío. Acaba así en fórmulas bien intencionadas, pero más o menos vagas (“debemos desarrollar una IA ética”) o directamente equívocas y por lo tanto contraproducentes (“la IA amenaza con acabar con lo humano”). Por eso conviene situar el debate dentro de alguno de los diversos marcos de pensamiento que abordan la relación entre ser humano y tecnología. Este artículo contrasta brevemente tres relevantes -transhumanismo, posthumanismo, tecnohumanismo- y, a modo de ejemplo, los aplica a un mismo problema: el de la creatividad artificial.

Tres marcos divergentes

El transhumanismo plantea la posibilidad de un nuevo ser humano liberado de sus limitaciones biológicas gracias a la ciencia y la tecnología. Sostiene que contamos -o contaremos- con herramientas para evolucionar hacia una nueva especie, una suerte de humano “aumentado” por prótesis y chips que podrá vencer por fin en su lucha ancestral contra la enfermedad, la escasez, el olvido o, decisivamente, la muerte. Lejos de ocupar la cúspide de la creación, el humano aparece aquí como proyecto técnico susceptible de ser rediseñado y mejorado mediante ingeniería genética, biotecnología o IA.

El lenguaje, la escritura, las artes son tecnologías. En este sentido, todo humanismo es un tecnohumanismo

La utopía transhumanista (que de algún modo es también una pesadilla humanista) no se da sola. Resuena con una amplia gama de doctrinas afines que el filósofo Émile P. Torres y la ex jefa de IA ética de Google Timnit Gebru han bautizado como “TESCREAL”. Este acrónimo, deliberadamente cacofónico, comienza con la “t” de transhumanismo y continúa con las iniciales del “extropianismo” y el “cosmismo moderno” (dos apuestas por que la tecnología llevará a la vida eterna), el “singularitarianismo” (la idea de que la IA superará la inteligencia humana), el “racionalismo” (la fe en la razón como principio guía supremo para la humanidad), el “altruismo efectivo” (que busca maximizar el bien), y el “largoplacismo” (que defiende la responsabilidad moral incluso con quienes aún no existen).

Gebru y Torres apuntan que el objetivo común detrás de ese ramillete de siglas y doctrinas es la creación de una inteligencia artificial general “benéfica para la humanidad” por parte de la élite tecnológica mundial. Y cuestionan no solo la posibilidad cierta de lograrlo, sino también la conveniencia misma de plantear el proyecto de la IA en esos términos. Detrás de la supuesta utopía, argumentan, late la tradición oscura del eugenismo y sus nutrientes (racismo, xenofobia, sexismo, etc.) Desde esta perspectiva, el transhumanismo se mueve entre lo siniestro y lo imposible.

Para encontrar el espíritu de TESCREAL no hace falta remontarse a la obra de referentes como Ray Kurzweil o Nick Bostrom. Cuando Sam Altman, CEO de Open AI, adjudica a su empresa la “misión de una inteligencia artificial general benéfica para la totalidad de la humanidad” resuenan los ecos tescreal. Lo mismo ocurre cuando el magnate Elon Musk augura que ese problema estará resuelto en un año.

No es casual que en el acrónimo TESCREAL falte la “p” de “posthumanismo”. Más próximo a la filosofía que al negocio y la tecnología, más sólido, más complejo, más estimulante intelectualmente, este término abarca a una serie de pensadores que recorren caminos muy diversos partiendo una intuición común: la del humanismo tradicional como un club cerrado y excluyente, apoyado en una serie de dicotomías que han servido como herramienta de poder y violencia sobre una de las dos partes creadas por esa división. Una dicotomía clave es la que separa lo humano de lo no humano. El posthumanismo cuestiona el antropocentrismo humanista y busca salir a explorar el ámbito de lo “no humano”, que incluye la naturaleza, los animales o la misma tecnología. En su espíritu de curiosidad, de apertura, de autocuestionamiento, ofrece una respuesta a la era tecnológica de tonos casi opuestos a los del transhumanismo, más asertivo, expansivo y plano.

“En nuestra era, un tiempo mítico, todos somos quimeras, híbridos teóricos y fabricados de máquina y organismo; en resumen, somos cíborgs”, escribe Donna Haraway, posthumanista que abominaba de esa etiqueta. El “cíborg” de Haraway no es ya el híbrido proyectado de forma literal por los transhumanistas, sino una metáfora, un mito propio de un tiempo en el que se disuelven las fronteras entre humano y animal, entre organismo y máquina, entre físico y no-físico, entre naturaleza y cultura.

Un tercer marco para pensar la relación entre tecnología y humanos ofrece el “tecnohumanismo”. El término es polisémico y puede parecer a veces cercano al transhumanismo. Por el contrario, en mi libro Tecnohumanismo. Por un diseño narrativo y estético de la inteligencia artificial lo considero, sencillamente, un humanismo, siempre que revisemos nuestra concepción del humanismo mediante dos operaciones. La primera es comprender que todo pensamiento sobre el ser humano abarca también la técnica, porque no existe uno sin el otro. Esta idea antigua recorre nuestra historia cultural desde Prometeo hasta Bruno Latour, que resume esa interdependencia en la frase: “Nunca hemos visto técnicas. Nunca hemos visto humanos”. El lenguaje, la escritura, las artes son tecnologías. En este sentido, todo humanismo es un tecnohumanismo.

La segunda operación consiste en entender que todo humanismo gravita en torno a lo no humano. La característica definitiva de nuestra especie es esa curiosidad por salir del terreno conocido a descubrir qué hay más allá de nuestra frontera, incorporando al mundo humano aquello que hasta entonces quedaba fuera. Cuando Francesco Petrarca vuelve hacia sí mismo sus “ojos interiores” en el Monte Ventoso, inaugurando simbólicamente el humanismo italiano, no hace más que descubrir un amplio campo de conocimiento aún por explorar, el mismo gesto de un lingüista fascinado hoy con el procesamiento de lenguaje natural o los grandes modelos de lenguaje. En ambos casos se trata del impulso explorador, del interés por lo aún desconocido. Es ese impulso, y no necesariamente el objeto al que se dirige, lo que nos define humanos.

El transhumanismo plantea la posibilidad de un nuevo ser humano liberado de sus limitaciones biológicas gracias a la ciencia y la tecnología

En resumen, el énfasis del transhumanismo en la concepción de lo humano como proyecto técnico y el giro no humano defendido por el posthumanismo no representan una ruptura con el humanismo tradicional, sino que lo prolongan. El tecnohumanismo reconoce esa herencia y enmarca su reflexión en el largo empeño por saber quiénes somos. Es un pensamiento integrador que busca conexiones e iluminaciones mutuas entre lo humano, lo técnico, lo no humano.

La creatividad artificial como ejemplo

Para vislumbrar la diferencia entre estos tres marcos de pensamiento resulta útil observar cómo abordan un problema concreto. Por ejemplo, el que plantea la pregunta: ¿pueden crear las máquinas? Una pregunta tal vez más importante y densa que la famosa planteada por Alan Turing en los albores de la IA sobre la posibilidad de una máquina pensante.
Es fácil imaginar que el humanismo tradicional rechazará la posibilidad de máquinas creativas (hay múltiples argumentos para hacerlo); que el posthumanismo cuestionará la exclusividad creativa del humano e incidirá en formas de discurso y agencia no humanos; que el transhumanismo se enfocará en la capacidad de los algoritmos para aumentar exponencialmente nuestra propia creatividad o defenderá incluso que solo una máquina puede ser realmente creativa (como sostiene el artista alemán Mario Klingemann).

La perspectiva tecnohumanista rehúye en cambio de una respuesta binaria (sí/no) y explora las interacciones entre los elementos de la ecuación para extraer conclusiones útiles a todos. Algunos ejemplos: 1) Existe un empeño científico llamado “inteligencia artificial”, pero no una inteligencia artificial. Al menos no en el sentido que se le da al término. En consecuencia, tampoco existe una inteligencia artificial creativa. 2) El producto que ofrece un modelo de IA generativa es resultado de la recombinación de numerosos aportes humanos en diversos niveles. Este hecho, que plantea importantes problemas legales y filosóficos sobre la autoría de una obra realizada con IA, ilustra con claridad inédita una verdad válida para cualquier creación humana: toda obra surge de un diálogo, toda obra está recorrida por multiplicidad de voces, toda obra tiene autores múltiples. 3) Muchos de esos autores son no humanos. El tiempo, el azar, el contexto cultural, los contornos del género, el ruido en la transmisión del mensaje, su soporte material, etc. son solo algunos ejemplos. 4) También la tecnología es siempre nuestra coautora. La máquina de fotos reinventó la pintura; el fonógrafo, la música; la escritura, nuestra forma de pensar. Eso sí es creatividad artificial, pero una creatividad artificial que nos acompaña desde el origen de la especie.

Considero que estas vías de pensamiento aportan más que la respuesta afirmativa o negativa sobre la posibilidad de que las máquinas puedan crear. Es en esa mezcla de tecnología, humanismo clásico, interés por lo no humano e impulso a las interacciones entre los tres donde tal vez cosechemos mejores frutos conceptuales para pensar el tiempo disruptivo que vivimos.

Bibliografía

Gebru, T. y Torres, É. P. (2024): “The TESCREAL bundle: Eugenics and the promise of utopia through artificial general intelligence” en First Monday, 29(4). Disponible en: https://doi.org/10.5210/fm.v29i4.13636

Grusin, R. ed. (2015): The Nonhuman Turn. Minneapolis, University of Minnesota Press.

Haraway, D. (2020): Manifiesto Cíborg. Antequera, Kaótica Libros.

Kurzweil, R. (2020): La singularidad está cerca: cuando los humanos transcendamos la biología. Berlín, Lola Books.

Latour, B. (2017): Lecciones de sociología de las ciencias. Barcelona, Arpa Editores.

Sanguinetti, P. (2023): Tecnohumanismo. Por un diseño narrativo y estético de la inteligencia artificial. Madrid, La Huerta Grande.

Autor

Escritor e investigador que explora la intersección entre tecnología y humanidades. Profesor asociado de la IE School of Humanities (IE University). Fue miembro de la Google News Initiative, cursa su doctorado en narrativas sobre la IA y acaba de publicar el libro de ensayo Tecnohumanismo. Por un diseño narrativo y estético de la inteligencia artificial.

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