27 de septiembre de 2018
por
Fernando Broncano
Ilustrador
Raúl Arias
Sabemos que las identidades no están dadas por los genes, ni por las características del cuerpo, ni siquiera por ese sentimiento vago que parece decirnos, como Don Alonso de Quijano “yo sé quien soy”, sino por una suerte de relatos que se construyen en una compleja interacción entre cuerpos y almas, entre yoes y sus vecindades. Confusas sendas que se abren en la piel y la memoria producidas por las contingencias de la historia, por los pasos y decisiones erráticas, por los espacios y tiempos en los que habita la persona que, como si fueran tormentas y meteoros, producen un paisaje singular que llamamos identidad personal. Son historias de vida irrepetibles e insustituibles que no tendrían sentido sin la mediación de la circunstancia, el evento y el entorno.
La identidad es una compleja construcción tejida con muchas mimbres, algunas biológicas y otras culturales. No hay identidad que no sea, en algún aspecto, identidad cultural (también corporal, también mental). Así pues, desentrañar cómo la cultura afecta a la identidad personal y colectiva exige que nos fijemos en un aspecto poco tratado de la cultura: la cultura material.
A veces se habla de la “construcción social” de la identidad o de la “construcción cultural”, pero en ambos casos suele excluirse de la consideración los aspectos materiales de la sociedad y la cultura. Pongamos un ejemplo que afecta a la sociedad: el estado.
Las teorías del estado son muy diversas y se relacionan, cómo no, con las teorías de quienes se subordinan a él: individuos, ciudadanos, personas, pero siempre lo hacen bajo una descripción puramente social del estado: instituciones, normas, lazos. Sin embargo, un estado es una forma de orden social que no sería posible sin ciertas bases materiales. Por ejemplo, la más importante de todas, la escritura. Pues sin leyes no hay estado ni instituciones y las leyes, por su propia naturaleza de normas, trascienden la relación de presencia entre el legislador y el legislado, y ello es posible solamente porque hay un medio material que permite esta independencia: la escritura. Y la escritura, como ahora el entorno digital, es posible solamente por el dominio técnico de un medio material.
Lo que se aplica a los grupos y sociedades, con más razón, se aplica también a las personas: nuestras identidades se construyen como rutas de vida en paisajes tecnológicos que se superponen a la naturaleza creando mundos artificiales.
La formación psicológica del carácter no solamente se produce en un entorno social como es el que crean las relaciones familiares y sociales, además cuenta el entorno técnico que ordena todos los aspectos del crecimiento y el aprendizaje. Estos entornos son estrictamente nichos que permiten unas trayectorias de vida e inhiben otras. Son, al modo de los paisajes, a la vez muros y puertas, valles y montañas, por las que discurren los flujos que constituyen los relatos de vida.
Los nichos ecológicos son, como sabemos, regiones espaciotemporales por cuyos espacios fluyen la materia y energía que permiten el metabolismo de los organismos que los habitan. Su estructura establece límites y constricciones al número de individuos y variedades de especies.
En el caso humano, los nichos ecológicos son modificados artificialmente mediante redes de artefactos por los que también circulan materias, energías y, además y sobre todo, información simbólica. Aparecen así los nichos técnicos que crean entornos evolutivos que no habrían sido posibles por medios puramente naturales: el fuego, las herramientas, los hábitats artificiales produjeron presiones evolutivas hacia la socialidad1, el lenguaje y las técnicas complejas que caracterizan a la especie humana. La cultura material de cada sociedad es la que organiza estos nichos técnicos. Así, hablamos de la Edad de Piedra, del Bronce o del Hierro, y podríamos seguir haciéndolo con respecto a las grandes transformaciones tecnológicas: la navegación de alto bordo, la energía hidráulica, la máquina de vapor, los motores de combustión interna, los sistemas cibernéticos electrónicos, los computadores digitales,…
Ciertas tecnologías tienen un carácter intersticial y permiten que otras tecnologías se desarrollen o, por el contrario, se conviertan en obsoletas. Cada vez que se produce un cambio en lo que llamamos paradigmas tecnológicos, que no es sino la irrupción (disruptiva) de una nueva tecnología intersticial, se transforman radicalmente los nichos artificiales y se abren nuevas posibilidades de acción.
Nuestras identidades se construyen como rutas de vida en paisajes tecnológicos que se superponen a la naturaleza creando mundos artificiales
Los artefactos no son objetos que puedan existir separadamente de otros artefactos: existen en redes que son establecidas por las tecnologías intersticiales que, a su vez, se entrecruzan con las prácticas humanas. Así, por ejemplo, la unión del telar mecánico y de la máquina de vapor permitió la producción de tejidos a escala industrial y la aparición de nuevas formas sociales como, por ejemplo, las modas, que, por su parte, establecieron fronteras de diferenciación y distinción social. Pues del mismo modo que los artefactos se conectan formando redes, también lo hacen las prácticas. La escritura, para seguir el ejemplo anterior, exige habilidades dependientes del contexto técnico. No es lo mismo escribir en una tablilla de barro que en pergamino o en un teclado QWERTY.
En los nichos, tanto ecológicos como técnicos, es donde se crean las affordances. Con este término nos referimos a aquellos aprovechamientos de las propiedades de un sistema físico que permiten a un animal realizar algo que no podría sin tal uso. Por ejemplo, la sensibilidad a los campos magnéticos terrestres permite a las aves migratorias la orientación a grandes distancias. Los campos son affordances para estos seres, mientras que para otros son puras propiedades físicas a las que son insensibles.
En el caso humano, los entornos técnicos definen las affordances con las cuales se abren las posibilidades de acción que nos son dadas. Recorrer el espacio aéreo o marino, acceder a las bandas del espectro electromagnético a las que no alcanzan nuestros sentidos, superar las expectativas de edad que el sometimiento a las enfermedades y plagas haría mucho más cortas. Lo que llamamos transhumanismo no es sino una perspectiva intelectual sobre la transformación y mejora de la especie humana dadas las affordances que crean las tecnologías intersticiales contemporáneas: bioingenierías, robótica, etcétera.
La idea de affordances nos permite superar el gran peligro del determinismo que habita en las aproximaciones más usuales de la técnica. El determinismo se da en formas muy variadas, no sólo en la formulación vieja de Marx cuando afirma que el molino trajo el feudalismo, sino en versiones mucho más sofisticadas pesimistas como las de Heidegger o Lewis Mumford, o en las más populares asociadas a la propaganda de los gadgets (dispositivos) de consumo que se rodea de una ideología según la cual debemos adaptarnos a los artefactos que vendrán.
Frente a esta actitud, que devalúa la agencia humana, individual y colectiva, sin embargo, cabe recuperar una vieja idea de origen hegeliano sobre la que se construyó el marxismo crítico del siglo XX: se trata del concepto de mediación. Es una relación extraña que tiene múltiples aplicaciones. En principio una mediación funciona entre dos términos, o realidades, antagónicos: capital/trabajo, sujeto/objeto, concreto/abstracto, base/superestructura, empírico/trascendental. Se ha utilizado en numerosos contextos, por ejemplo, en la teoría de los medios o en la mediación tecnológica. El concepto de mediación hegeliana (Vermittlung) es un aspecto esencial de la dialéctica para producir la superación (Aufhebung) de las contradicciones.
Mediación es una relación extraña que, a pesar de haber sido muy trabajada en forma historiográfica y filológica, no es sencilla de entender si uno no quiere perderse en las jergas filosóficas de la dialéctica. Por suerte, si prescindimos de las cuestiones más técnicas de la metafísica y la epistemología implicadas, no es difícil entenderla si pensamos reivindicaciones contemporáneas del concepto de mediación que se han producido en diferentes ámbitos. Este concepto, por ejemplo, permite entender mucho mejor qué era lo que McLuhan quería decir con “el medio es el mensaje”.
Buena parte de la teoría de la comunicación y de la teoría de los entornos técnicos es una puesta al día de la noción de mediación. En la psicología y en la ciencia cognitiva contemporáneas lo que se llama el pensamiento “situado, encarnado, incrustado” (situated, embodied, embedded), que ha supuesto la mayor revolución contemporánea en psicología cognitiva, es también una teoría de la mediación del entorno, el cuerpo y los artefactos con respecto a la vida mental.
Vivimos en espacios de posibilidad que son definidos tanto por las leyes de la naturaleza como por los entornos técnicos como parte de la cultura material
Desde esta perspectiva, las affordances creadas por los entornos tecnológicos constituirían el modo en el que se produce la mediación técnica de la identidad humana. Nuestras trayectorias de vida, los relatos que van elaborando la identidad son el producto del encadenamiento de causas, azares y decisiones conscientes que se entrelazan en la forma única e irrepetible de la identidad personal. En cada cruce de las sendas de la vida se abren nuevas trayectorias que determinan los pequeños cambios contingentes de los que está hecha nuestra identidad. Pero tales bifurcaciones se producen sólo en el jardín de las posibilidades que permiten las affordances que nos rodean. Vivimos en espacios de posibilidad que son definidos tanto por las leyes de la naturaleza como por los entornos técnicos como parte de la cultura material.
Las formas sociales como la familia, las comunidades en entornos próximos, la ciudad y la ciudadanía, son sin duda los marcos en los que un cuerpo llega a ser persona, pero ese marco, a su vez, lo hace posible la cultura material: los alimentos que recibimos, las vacunas que nos mantienen a salvo, las letras que aprendemos, las películas que abren nuestros imaginarios, las noticias frente a las que reaccionamos, las expectativas de consumo y los deseos con los que fabricamos nuestros planes de vida… Los marcos sociales existen también en una mediación tecnológica. La socióloga israelí Eva Illouz, por ejemplo, ha mostrado cuán profundamente relacionadas están nuestras concepciones contemporáneas del amor y la emergencia de una sociedad de consumo en la que hacer planes conjuntos de vida es también, y sobre todo, hacer planes de consumo.
El transhumanismo contemporáneo, en sus versiones críticas (Rosi Braidotti), no en sus modalidades épicas y cuasi-religiosas (Kurzweil), ha puesto de manifiesto que la identidad humana es una identidad híbrida, en las fronteras de lo biológico, lo social y lo técnico. Se han propuesto desde distintas plataformas de comunicación horizontes de mejora posible de la especie humana en relación con el cuerpo y la mente. Ciertamente es novedosa, al menos en la fuerza de su impacto, la capacidad de cambio de las disposiciones biológicas que configuran una parte de nuestra identidad, pero no es menos cierto que las posibilidades de mejora de la especie (y el término no puede sino recordarnos a la selección artificial de razas animales) no es sino una de las concreciones de la mediación tecnológica contemporánea.
El perfeccionismo ha sido una filosofía que hunde sus raíces en el romanticismo y que cree y postula la transformación de lo humano a través de la cultura. Hoy añadiríamos, puesto que somos conscientes de ella, la mediación tecnológica. Ahora bien: las mediaciones son mediaciones, no determinaciones. Es habitual que a uno le pregunten por las posibilidades tecnológicas de cambio personal y colectivo. Es más, continuamente estamos conversando sobre estas posibilidades. Querría invertir la dirección de estas preguntas para hacer visible lo indeterminado de nuestra condición: la pregunta no es ¿qué seremos dada la tecnología contemporánea?, sino ¿qué queremos ser dadas nuestras mediaciones materiales?
1Socialidad refiere a la naturaleza social de la especie y de los especímenes mientras que sociabilidad es un rasgo de carácter de los individuos.
Braidotti, R. (2015): Lo Posthumano. Barcelona, Gedisa.
Broncano, F. (2012): La estrategia del simbionte. Cultura material para nuevas humanidades. Salamanca, Editorial Delirio.
Illouz, E. (2009): El consumo de la utopía romántica. El amor y las contradicciones culturales del capitalismo. Madrid, Katz Editores.
Kurweil, R. (2012): La Singularidad está cerca. Cuando los humanos transcendamos la biología. Berlín, Lola Books.
Catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid. Autor de La melancolía del Ciborg (2009) y Sujetos en la niebla (2013).
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