22 de mayo de 2024

I

Inteligencia artificial: ¿un nombre inadecuado?

por Virginia Yoldi López

El nombre de “inteligencia artificial” se ha consolidado aplicada a sistemas informáticos capaces de realizar algunas funciones consideradas cognitivas. En este artículo se muestran algunas carencias de la máquina que pueden llevarnos a dudar de que esta denominación sea apropiada.

 

Introducción: sobre la inteligencia y sobre lo artificial

El término “inteligencia artificial” se ha hecho omnipresente en nuestros días. Vamos a reflexionar aquí, con ayuda de algunos pensadores, sobre si esta es una denominación adecuada para el objeto al que se refiere.

El nombre se atribuye a John McCarthy en el año 1956. Con él se designa a los sistemas informáticos diseñados para realizar tareas que habitualmente requerirían inteligencia humana (aprender, calcular, tomar decisiones, procesar datos, etc.). Los avances en velocidad de procesamiento y en enorme aporte de datos han ido transformando estas tecnologías hasta amplificarlas enormemente, pero el nombre se ha mantenido.

Definir la inteligencia es una misión compleja. Es un término de contenido extenso difícil de precisar, al mismo tiempo que es de uso muy común. El diccionario de la RAE habla de “facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad”. ¿Se corresponde con lo que puede hacer la inteligencia artificial? Caben muchas dudas al respecto.

La IA ni es inteligencia ni es artificial

En cuanto a lo “artificial”, por oposición a lo natural, también nos topamos con un concepto escurridizo. En sentido estricto, todo lo que ocurre o se realiza, ocurre en la naturaleza y con el concurso de la misma, de manera que no es evidente definir lo artificial.

El filósofo Carlos Madrid, en una frase compartida por otros muchos, dice que la IA ni es inteligencia ni es artificial. No es inteligente por sí misma, puesto que se limita a reproducir y amplificar algunas de las funciones cognitivas humanas. Tampoco es artificial, puesto que si consideramos la inteligencia humana como natural, también lo será la IA, solo sería un trasunto o prolongación de lo humano.

Kate Crawford también mantiene una postura de escepticismo respecto a la inteligencia de la máquina, entre otros motivos, porque llamar «inteligencia» a lo que hacen las máquinas refuerza la metáfora computacional de la mente como un ordenador, que Crawford considera inexacta y exagerada.

Antonio Diéguez sugiere que deberíamos llamar a estas tecnologías “sistemas de ayuda para la toma de decisiones”, no “inteligencia artificial”, porque aplicar a las máquinas el adjetivo “inteligente” invita a imaginarlas realizando todas las funciones cognitivas que los humanos llevamos a cabo, lo cual no responde a la realidad, por ahora, mientras la IA sea específica y no general.

¿Qué le faltaría a la IA para ser realmente inteligente?

Girón Sierra enumera así las funciones que puede realizar la IA: clasificar, reconocer, memorizar, manejar muchas variables a la vez, sacar conclusiones lógicas, almacenar datos, hacer operaciones matemáticas, calcular, tomar decisiones, predecir, aprender a partir de datos y ejemplos, ajustar modelos… Son muchas, pero no son todas las que puede realizar la inteligencia humana. ¿Qué le falta a la IA para ser equiparable a la inteligencia humana? Veamos algunas opiniones al respecto.

Conciencia

Diéguez está entre los muchos que señalan que, para ser inteligente, a la IA le falta la conciencia. Son máquinas que resuelven problemas que requerirían inteligencia si lo hiciera un humano, pero no son conscientes y no comprenden lo que hacen. Llevan a cabo una pura inducción sin significado, sin comprensión, dice Cristina Torrijos. ChatGPT sería similar a la “habitación china” de Searle en la que no hay ni comprensión ni razonamiento, pero puede arrojar resultados aparentemente correctos. Podría decirse que simula o imita conciencia, pero ¿hasta qué punto puede ser inteligente un ente no consciente?

Los transhumanistas sostienen que, con base de silicio, en el futuro habrá conciencia. También filósofos como Dennet o Chalmers creen que será posible replicar la actividad neuronal en un sistema informático hasta generar conciencia. Por el momento, esto no ha ocurrido.

Inmersión sociocultural

Para Kate Crawford la denominación de «inteligencia artificial» olvida que no se puede considerar la inteligencia como algo separado de lo social y lo cultural. La inteligencia se construye en interrelación con el entorno. No hay inteligencia aislada de la vida social porque se nutre de las aportaciones culturales que implican la interacción y comunicación con los otros. Por lo tanto, no puede haber un ente mecánico inteligente.

Corporalidad

No pocas voces señalan que es necesario el cuerpo para ser inteligentes, que no se puede hablar de una inteligencia no encarnada. La percepción, cuyo papel es indudable en la inteligencia, no es innata, se construye corporalmente. Necesitamos el cuerpo para pensar. Madrid afirma que razonar supone operar en el mundo-entorno, con un cuerpo y un contexto. Sin embargo, los transhumanistas piensan que eso no es necesariamente así, aspiran a transferir la mente a la máquina. O bien a ampliar nuestras posibilidades dotándonos de mecanismos de IA aplicados a nuestro cuerpo.

Complejidad y flexibilidad

A la IA también le faltaría la complejidad de la mente humana. Innerarity piensa que entre humanos y máquinas tienen dos inteligencias completamente distintas, ya que las máquinas funcionan bien allá donde las cosas se pueden medir y computerizar, pero no funcionan bien allá donde hay ambigüedad o incertidumbre. Carlos Madrid señala que la IA sigue siendo estadística y probabilística, por lo que el salto desde las máquinas “menos inteligentes” a Alphago o ChatGPT es un salto cuantitativo, no cualitativo. Lo nuevo es el big data. La IA no genera contenido nuevo, solo hace remezclas y clasificaciones. Además, el tipo de computación que usa la IA prioriza las correlaciones y coincidencias frente a la búsqueda, por ejemplo, de causas y efectos. Saca conclusiones basándose en patrones, esas conclusiones pueden resultar acertadas, pero el modo de llegar a ellas es muy rígido y simplista.

El Test de Turing ha sido criticado por caer en esta simplificación de la inteligencia. Así, vemos cómo unos dicen que el ChatGPT pasa el test de Turing y otros que no, depende de lo que se le pregunte y del tiempo que pasemos con él. Al parecer, cualquier IA acaba repitiéndose, diciendo imprecisiones o sinsentidos, pero durante tiempos cortos, puede resultar creíble o “inteligente”.

La diferencia entre la inteligencia humana y la artificial sigue siendo insalvable

Cristina Aranda afirma que las máquinas son muy inteligentes, pero, al mismo tiempo, “muy tontas”: no captan ironías, ni metáforas, ni ambigüedades. Como deducen tendencias a partir de datos previos, son sistemas que no reparan en las nuevas tendencias hasta que estas llevan tiempo o están muy extendidas, cosa que, para Madrid, sería prueba de que carecen de la complejidad y flexibilidad propias de la inteligencia. Remedios Zafra habla de cómo anticipan un futuro continuista y refuerzan estereotipos, muy lejos de la flexibilidad y la apertura.

Racionalidad

Byung Chul Han afirma que lo que hacen las máquinas no implica verdadera racionalidad. Solo una “racionalidad digital” que se revela, en rigor, no racional porque prescinde del discurso y de la comunicación. En la misma línea, Madrid dice que la racionalidad es una herramienta humana que implica informalidad, pero las máquinas exigen reglas formalizadas en algoritmos. En el mundo de la IA se equipara pensar a aplicar reglas formulables, lo cual es erróneo y no recoge el alcance de la racionalidad. Muchos recalcan que en IA es imposible reproducir la capacidad de reflexión, propia de la razón y clave en la inteligencia.

Creatividad y la sensibilidad

Aranda está entre los que añaden que a la IA le falta creatividad, que no puede dar con soluciones realmente innovadoras e ingeniosas, y no lo hace porque eso requiere sensibilidad, emoción y empatía. Cosas que no tiene la máquina y que son indisociables de la inteligencia. Sugiere que podríamos considerarlas una inteligencia sin subjetividad.

La carencia de emociones impediría que la IA tuviera algo como la inteligencia emocional, cuyo papel en nuestra comprensión de la realidad se considera hoy crucial, como recuerda Diéguez.

¿Le falta el alma?

En ocasiones, en los argumentos sobre la inteligencia de la máquina, se filtra el dualismo cartesiano, contra el que nos advierten Madrid, Crawford o Dennet. Caemos en la tentación de creer que a la IA le falta el alma cuando decimos que la inteligencia es imposible en la máquina porque esta es pura materia. O, en el otro extremo, cuando se dice que la máquina es tan inteligente que se le atribuye espíritu o alma.

Conclusión

De modo que el nombre de esta tecnología resulta problemático y empaña el concepto y el objeto que queremos pensar. Algunos dicen que lo “blanquea” porque transmite una imagen exclusivamente positiva, ocultando su lado más problemático.

Tal vez la herida narcisista que, tras Copérnico, Darwin y Freud, nos infringe la IA, nos impide pensarla en toda su amplitud y posibilidades, porque nos aferramos a nuestra singularidad. O tal vez la potencia de esta tecnología nos ciega y no nos deja ver que la diferencia entre la inteligencia humana y la artificial sigue siendo insalvable.

Bibliografía

Bilbeny, N.(ed.) (2023): Robótica, ética y política. Barcelona, Icaria.

Crawford, K. (2023): Atlas de IA. Barcelona, NED.

Diéguez, A. (2023): «Inteligencia Artificial y Filosofía» en Faq Mac Chat Podcast. Disponible en: https://faqmac.podbean.com/e/inteligencia-artificial-y-etica/

Girón Sierra, J.M. (2023): Introducción a la inteligencia artificial. Córdoba, Sekotia.

Han, B.C. (2022): Infocracia. Barcelona,Taurus.

Innerarity, D. (2022): «Los algoritmos son conservadores» en El País. Disponible en:
https://elpais.com/tecnologia/2022-07-05/daniel-innerarity-los-algoritmos-son-conservadores-y-nuestra-libertad-depende-de-que-nos-dejen-ser-imprevisibles.html

Torrijos, C y Sánchez, J.C. (2023) : La primavera de la IA. Madrid, La Catarata

Zafra, R.(2022): El bucle invisible. Madrid, Nobel.

Autor

Doctora en Filosofía, profesora de Filosofía en enseñanzas medias y en la UNED de Pamplona. Ha publicado algunos artículos sobre temas filosóficos y educativos en revistas como Claves, Arbor o Aula.

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