Repensar el pasado para imaginar el futuro

Conversaciones en torno a lo que recordamos y lo que imaginamos para afrontar el presente

Fecha

15 de febrero 2022

13:27:10

Invitados

Vivian Gornick

Art Spiegelman

Isabel Wilkerson

Noreena Hertz

Niall Ferguson

Chuck Palahniuk

Tema

Foro TELOS

Si 2020 fue el año del shock, 2021 ha sido el año de la reflexión: una extraordinaria hornada de libros publicados a lo largo del año indican que vamos sacando conclusiones, muchas y variadas. En nuestro foro anual hemos charlado con los autores de los análisis y planteamientos más audaces y novedosos sobre lo que acabamos de vivir y lo que viviremos.

 

 [ ILUSTRACIÓN: ENRIQUE FLORES ]

 

Hay pocas cosas más exclusivamente humanas que nuestra capacidad de contarnos historias sobre lo que vendrá y sobre lo que fue. Una capacidad que se vuelve imprescindible en momentos de crisis. La pandemia nos obligó a concentrarnos en lo inmediato, lo urgente, desbaratando planes y proyectos a medio y largo plazo. Una vez superado el impacto inicial, el Foro TELOS 2021 ha puesto el foco en la reflexión y la imaginación. Con el lema de Recordar el futuro, hemos recogido miradas de escritores, pensadores, políticos y filósofos para compartir diagnósticos en este extraño momento de la historia.

Pasado y futuro son inseparables porque no es posible imaginar el futuro prescindiendo de nuestro bagaje histórico y personal. Miramos hacia delante comparando inevitablemente lo que vendrá con lo que hubo: y es aquí donde aparece esa brecha entre generaciones que hoy parece agrandarse. Antonio Muñoz Molina reivindica un sentimiento de agradecimiento hacia sus mayores en Volver a dónde, pero Chuck Palahniuk encuentra inevitable que las nuevas generaciones quieran poner sus propias reglas. Sin embargo, más que de un deseo de ruptura y novedad, la desconfianza actual entre generaciones surge de un sentimiento de estafa: en esto están de acuerdo Nuria Llopis, Mikel Herrán y Estefanía Molina. Los jóvenes se enfrentan a retos abrumadores, como el cambio climático, y a una incertidumbre económica producto de los cambios tecnológicos y demográficos de las últimas décadas: inseguridad de las pensiones, un mercado laboral que se encamina a la destrucción masiva de puestos de trabajo y la creación de otros que aún no terminamos de vislumbrar.

Las expectativas frustradas son la clave de un “noventayochismo juvenil”. Aunque tengan más libertades y derechos, salud y educación que sus antepasados, las nuevas generaciones son también más exigentes en cuanto a lo que consideran “estar mejor”. Y en esta categoría entran conceptos como satisfacción, motivación, estabilidad, ritmo de vida, salud mental; todos ellos están, discutiblemente, más en entredicho con la llegada de las nuevas tecnologías a las diferentes áreas de la vida. El mito del progreso infinito ha quedado herido de muerte con la realidad del cambio climático. Es necesario ajustar expectativas y salir de este impás de desencanto.

Sobre todo porque aún quedan cuestiones por resolver en los ámbitos de la igualdad de género y los derechos de los trabajadores. Como nos recordaban Ana de la Puebla y María Ángeles Sallé: la brecha de género se mantiene en el mundo digital y empresarial (y, en algunos terrenos, incluso se agranda: hoy hay 10.000 informáticas menos en España que hace unos años); y es imprescindible un estatuto digital de los trabajadores que regule el teletrabajo, los algoritmos a los que se nos somete en el ámbito laboral y la representación y acción colectiva transnacionales.

 

 

Pasar del desencanto o la impotencia a la acción es difícil en un contexto de infodemia, y con un modelo de comunicación basado en la búsqueda de clics y la economía de la atención. Es básico establecer nuevos cauces de participación ciudadana. En la confluencia entre la democracia y las nuevas tecnologías de la información está una de las claves del futuro: así lo creen Nathan Gardels y Felipe González. En lugar de luchar contra ellas, Gardels propone aliarse con las redes sociales, convertirlas en agentes para posibilitar una toma de decisiones más asamblearia y participativa: como la asamblea de ciudadanos creada por Macron para resolver la crisis de los “chalecos amarillos”; la que decidió sobre la inclusión o no del derecho al aborto en la Constitución irlandesa, o el hackaton taiwanés que sirve para priorizar los planes del Gobierno.

Una colaboración que pasa, como advierte Carissa Véliz, filósofa experta en ética e inteligencia artificial, por tomar las riendas de manera más decisiva ante los avances en la capacidad de aprendizaje de las máquinas. Como pasos imprescindibles, Véliz aboga por acuerdos internacionales de estándares mínimos de seguridad en la red y acabar con la economía de datos, o al menos gravarla, para que deje de ser un negocio tan atractivo y tan opaco.

Aunque la interconexión y la infodemia provocada por las redes sociales son un reto para las democracias, desde luego tampoco estamos preparados para prescindir de Internet. La posibilidad de un apagón generalizado de la Red, como explora Esther Paniagua en su libro Error 404, es cada día más real. Se acumulan los fallos y ataques a redes informáticas que los medios investigan poco y las instituciones o empresas víctimas de ellos no quieren difundir. Estos hackeos, secuestros y chantajes aumentan a medida que aumenta nuestra dependencia de la Red para cosas tan básicas como la banca o la red eléctrica. Marilín Gonzalo aboga por traer a las aulas educación tecnológica que nos permita entender mejor la tecnología, exigir transparencia y trazabilidad. Hay una enorme responsabilidad de los medios, que deben informar sobre ella con seriedad y de manera crítica. No solo no podemos, no queremos, ni tampoco debemos, renunciar a la digitalización, pero hay que crear los protocolos de protección y respuesta necesarios para no convertirnos en sus esclavos.

De esclavitud y subordinación nos habló el escritor Jorge Carrión: ¿Y si nuestro peor error con la inteligencia artificial radica en que en estos momentos, que pueden ser considerados la infancia de estas tecnologías, la relación que estamos estableciendo con ellas es de subordinación, una repetición de patrones colonialistas del pasado? Esa lógica del ordeno y mando, de usarla como mayordomos, justo en los años de “formación”, puede llevar a un futuro poco halagüeño. Defiende el escritor que nos centremos en una pedagogía en la que seamos aliados, compañeros de las máquinas.

En esa línea está una aplicación positiva que Noreena Hertz  ve a los robots. La pensadora reflexiona en su último libro, El siglo de la soledad, sobre una pandemia que, aunque no vírica, tendrá consecuencias a medio plazo en salud mental y física más devastadoras que la COVID. En su investigación, Hertz encontró ejemplos positivos del uso de las máquinas para paliar este sentimiento de desconexión, no solo personal sino también social, del que es víctima ya una mayoría de la población en las ciudades ricas. Por ejemplo, los mayores japoneses que durante el confinamiento se habían aferrado a su robot doméstico, incluso tejiendo gorros de punto para ellos. ¿Podemos “querer” a nuestras máquinas, de la misma manera espontánea con que la sobrina de la propia Hertz propuso enviar a su Alexa una felicitación de Navidad?

¿Acabaremos alquilando amigos o prefiriendo la compañía de una máquina a la de un humano? Es tentador pero peligroso, advierte la escritora: los humanos son los únicos que nos exigen esa reciprocidad y empatía fundamentales para una sociedad inclusiva y democrática. Hertz pone en gobiernos e instituciones, empresas e, incluso, individuos, la responsabilidad de facilitar una convivencia presencial entre personas de carne y hueso a través de bibliotecas, parques, asociaciones vecinales, centros de cuidado y de mayores: medidas si cabe tanto o más urgentes que la de regular las redes sociales.

En el ámbito cognitivo, los ordenadores nos liberan. El neurocientífico Rodrigo Quian Quiroga explica cómo, al almacenar información, dejan espacio en nuestro cerebro para otras funciones: el quid está en encontrar ese punto de equilibrio, delegar lo suficiente, pero no tanto como para depender de ellos. La neurociencia es un campo que se ha beneficiado de los avances tecnológicos: la capacidad de obtener y analizar datos del cerebro ha crecido hasta el punto de que hoy en día es posible registrar la actividad de hasta 10.000 neuronas al mismo tiempo. Pero como buen científico humanista, Quian recuerda que los avances tecnológicos no sustituyen a la mente humana para darles sentido, y que ya Aristóteles se planteaba muchas de las dudas e incógnitas que se mantienen a día de hoy en el campo de la investigación neuronal.

La cacofonía informativa de las redes y la soledad son el tándem perfecto para la proliferación de la conspiranoia. Como explica el escritor y periodista Noel Ceballos, son los momentos de cambio de paradigma como el actual los más fecundos para las teorías alternativas; ante el arsenal de información real y ficticia disponible a golpe de clic, muchos, desconfiando de los medios tradicionales, optan por hacer su propia investigación particular. Es más tranquilizador encontrar una mano negra, un malvado con nombre y apellidos, que asumir una realidad fragmentada y compleja.

Quizá el tono narrativo más característico de estos tiempos inciertos sea el de la distopía, la narración de un futuro postpocalíptico, como hacen las novelas de Marta Carnicero y Pablo Martín. Ambas tocan los temas de la memoria y su papel en nuestra identidad, y del avance demoledor de la tecnología sin control. Ante las tres “Ces” que plantea nuestra post normalidad (complejidad, caos y contradicciones), una vez más la creatividad y la imaginación tienen la llave para crear realidades distintas.

Puede que estos relatos distópicos sean señales de alerta: nuestras peores pesadillas convertidas en ficción para, quizá, estar preparados. Pero, como explica Niall Ferguson, darle vueltas a la catástrofe posible no suele servirnos, como ha demostrado la pandemia. El historiador británico reflexiona: pese a haber sido algo predecible, pese a haber sido, en términos numéricos, una pandemia “menor”, las consecuencias económicas y sociales han sido exponencialmente terribles porque no estábamos preparados y porque hemos tardado mucho en responder a la crisis.

Tan importante como estar preparados es sacar las conclusiones correctas: analizar los errores y reforzar, con simulacros y cortafuegos, todas las medidas de prevención que tenemos disponibles. Ferguson propone seguir los ejemplos de democracias que han sabido utilizar la tecnología de manera eficaz durante la pandemia, como Corea del Sur y Taiwán. Y advierte: no hay un futuro, hay múltiples futuros: usemos la imaginación para dibujar los escenarios posibles y estar preparados. Al fin y al cabo, pese a lo abrumador del reto al que nos enfrentamos, tenemos la certeza de que, si el presente es producto de nuestros errores, el futuro también lo puede ser de nuestros aciertos.

Gornick, Spiegelmam

y la mirada al pasado

Testigos de lujo de un final e inicio de siglo marcado por la aceleración de los cambios sociales, políticos y tecnológicos, Art Spiegelman (Estocolmo, 1948) y Vivian Gornick (Nueva York, 1935) ven nuestro presente convulso, con un punto de escepticismo y distancia. Son las ventajas de pertenecer a una generación que ha vivido la mayor transformación social en el menor número de años que se conoce en la historia. La mayoría de sus reivindicaciones (feministas o de diversidad sexual en el caso de Gornick, artísticas en el caso de Spiegelman), se han visto colmadas con creces. Incluso, a ojos del autor y dibujante, es posible que se haya dado algún paso atrás en lo que a libertad de expresión se refiere. Repasando su obra en los 70 y 80, Spiegelman es muy consciente de que lo que entonces dibujaba sería inmediatamente “cancelado” en las redes sociales de hoy. Por su parte, la autora y crítica feminista recupera en Cuentas pendientes, su último libro, las lecturas que le marcaron en el pasado para darse cuenta de que ahora le resultan inaguantables. El ejercicio del arte y de la comunicación exigen un continuo reexaminar posiciones, una continua mirada atrás y adelante. Nada es inamovible, y menos que todo, las nociones sobre ruptura y progresismo que abraza la sociedad de cada época. Releer y recuperar obras pasadas es, dice Gornick, una prueba de fuego para valorar cómo hemos cambiado, tanto en el ámbito personal como en el colectivo. Un ejercicio imprescindible para que la creatividad siga siendo relevante. Ambos escritores explotan en su trabajo ese constante mirar atrás y adelante que es la creación artística. La recuperación de la memoria personal y colectiva fue lo que dio al dibujante estadounidense de origen polaco la llave para su gran éxito: Maus. Este cómic sobre el Holocausto, Premio Pulitzer y transformador de la novela gráfica, se publicó como volumen hace 30 años. Su elaboración permitió a Spiegelman recuperar la relación con su padre a través de las historias que le contaba sobre su experiencia directa en los campos de concentración. Al igual que para Gornick, el cisma con la generación de sus padres era grande, pero la diferencia entre la realidad de padres e hijos es todavía mayor en nuestros días. El neoliberalismo prima la inmediatez; quienes ostentan poder no son capaces de pensar a largo plazo, y a los humanos se nos olvida rápido lo que dejamos atrás. Los libros (en el formato que sea) son nuestras tablas de salvamento, los puentes que unen pasado y futuro para que no nos ahoguemos en el torrente constante de la actualidad.

 

Invitados

Vivian Gornick

Reconocida autora estadounidense

Art Spiegelman

Reconocido artista y ganador del Premio Pulitzer

Isabel Wilkerson

Ganadora del Premio Pulitzer y de la Medalla Nacional de las Humanidades

Noreena Hertz

Economista y autora del best seller ‘El siglo de la soledad’

Niall Ferguson

Reconocido historiador y escritor

Chuck Palahniuk

Periodista y autor de ‘El club de la lucha’

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