18 de noviembre de 2025

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Antonio Diéguez: «Debemos estar abiertos a la posibilidad de mejoras humanas éticamente aceptables»

por Eva Catalán

La gran promesa transhumanista de una vida eterna es pura ciencia ficción, opina este filósofo de la ciencia. Pero ya es posible una existencia humana mejorada y alargada: el reto es hacerla igualitaria y regularla para que no vulnere nuestros derechos.

 

FOTOGRAFÍAS: MARTA LANZAS

 

Antonio Diéguez entrevista Telos 128

 

No debemos dejarnos deslumbrar ni espantar por la “charlatanería” futurista bajo la que algunas voces de la industria tecnológica ocultan sus intereses económicos. Antonio Diéguez analiza esta corriente en su libro Transhumanismo. La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano (Herder, 2017), y defiende la posibilidad de una vida humana amplificada a través de la edición genética, la biotecnología o la inteligencia artificial. Este filósofo de la Universidad de Málaga, experto en lógica y realismo científico, apela a huir de extremismos, a seguir investigando y a mantenernos alerta.

El transhumanismo fascina y repele a partes iguales. ¿Es utopía o distopía?

Distopía, aunque nos sirve para señalar algunos problemas a los que vamos a tener que enfrentarnos. Defiende la necesidad —e incluso la obligación moral— de mejorar al ser humano mediante la aplicación directa de las nuevas tecnologías, fundamentalmente las biotecnologías, la inteligencia artificial y la robótica. Se trata de perseguir mejoras cognitivas, emocionales y físicas, mayor longevidad, mayor resistencia a las enfermedades… a través de la farmacología, de la modificación genética de los seres humanos y hasta de la unión con la máquina.

Desde un punto de vista filosófico, los transhumanistas han hecho algunas aportaciones interesantes. Por ejemplo, defienden que no podemos seguir aferrándonos a una noción de naturaleza humana esencialista, basada en la idea de que hay un conjunto de propiedades necesarias y suficientes para el ser humano, inamovibles, que la ciencia y la tecnología no deberían tocar jamás. Desde el punto de vista de la biología evolutiva, y también desde el punto de vista de la filosofía, es muy discutible que se pueda hablar de una naturaleza humana en ese sentido.

El debate sobre la mejora humana ha comenzado y debemos estar abiertos a la posibilidad de que algunas de estas mejoras sean éticamente aceptables. No debería haber un mercado libre de modificaciones y de discutibles “mejoras”, pero tampoco parece razonable una prohibición total. Mi posición ahí es abierta a la posibilidad de modificaciones cuando la tecnología lo permita.

¿No es imprescindible tener claro qué es lo humano, qué nos hace humanos, para decidir qué mejoras aceptamos y cuáles no? ¿Cómo decidiríamos, si no? ¿En función de qué criterio?

 

Es importante, en efecto, tener criterios consensuados acerca de qué consideramos como propio de los seres humanos y qué consideramos deseable cambiar, pero eso no implica que esas directrices deban ser irrevisables y permanentes, ni que deban reunir propiedades esenciales e intemporales de lo humano. Deben ser pautas claras, susceptibles de variar a medida que la sociedad vaya percibiendo las posibilidades de la tecnología, y vaya modificando también sus actitudes ante las mejoras que puedan hacerse con seguridad en el futuro. No podemos fijar ahora unos principios que valgan para siempre, porque no podemos saber cuáles serán los ideales morales ni las aspiraciones de las generaciones futuras.

¿Ha comenzado ya la era transhumanista? ¿Hemos abandonado el ámbito de la ciencia ficción y hablamos de ciencia real, de ciencia posible?

Se están empezando a ver resultados que los transhumanistas han tomado como base para sus promesas. Por ejemplo, hay estudios muy serios acerca de la posibilidad de alargar la vida y rejuvenecer a los seres humanos. Estos avances se han conseguido ya en animales, incluso en mamíferos como ratones, y empresas como Altos Labs en California (con miles de millones de dólares de inversión) están trabajando en ello. Existen ensayos clínicos con personas, por el momento con resultados modestos, pero es un camino de investigación serio. Y muchos científicos admiten que la vida podría prolongarse hasta los 150 años o más.

En farmacología aparecen medicamentos para mejorar nuestras capacidades, como la viagra y los fármacos inteligentes para aumentar la memoria y la atención. Mientras, la edición genética se está aplicando a embriones humanos para eliminar enfermedades genéticas. Por ahora, esos embriones deben destruirse a los 14 días y no pueden implantarse en un útero con fines reproductivos. Sin embargo, la investigación sobre edición genética en embriones humanos ya está en marcha.

Y en el campo de la tecnología ligada a la robótica y la inteligencia artificial, estamos viendo cómo los progresos en las interfaces cerebro-máquina están ayudando a comunicarse a pacientes con parálisis severa a través de ordenadores. Científicos como Rafael Yuste, director del proyecto BRAIN en Estados Unidos, están convencidos de que, en pocos años, tendremos la posibilidad de conectarnos con nuestros dispositivos electrónicos directamente a través de electrodos colocados sobre el cráneo. Podremos, así, controlar el smartphone o el ordenador con nuestros pensamientos. Este tipo de prótesis se van a extender, ya no es un asunto de ciencia ficción.

Hay otras cosas, no obstante, que en mi opinión sí son ciencia ficción y lo van a seguir siendo. Por ejemplo, la descarga de una mente en una máquina, eso que muchos transhumanistas consideran que debería ser el objetivo final para conseguir una inmortalidad tecnológica. Esas promesas tan exageradas son las que hay que tomarse con calma porque muchas veces, como en el caso de Yuval Noah Harari, se aceptan como si fueran inevitables. Y si no cumplen, muchas personas pueden sentirse defraudadas y concluir que la ciencia está fallando.

Harari preconiza el fin de la especie humana…

Todas las especies biológicas tienen un principio y un final. Nuestra especie, si sigue evolucionando, terminará por convertirse en otra —si es que no nos extinguimos antes debido a un cambio climático catastrófico, una guerra nuclear o una epidemia terrible—. La evolución acabará reemplazando a los seres humanos por otra especie, distinta sí, pero heredera de la nuestra desde el punto de vista filogenético.

Los transhumanistas quieren acelerar este proceso, quieren obtener al posthumano mucho antes de que lo consiga la evolución biológica. Por eso, creen que debemos aplicar la tecnología al ser humano para conseguir una nueva especie. Una vez tengamos una tecnología segura —porque, por el momento, no la tenemos—, sería posible (mediante modificaciones genéticas) crear humanos con una dotación genética tan distinta de la que hoy conocemos que ya no pudieran reproducirse entre sí, pero sí con aquellos de su misma condición. En ese momento, estaríamos creando ya una nueva especie: una especie posthumana.

Por otro lado, los partidarios de la unión con la máquina piensan que ese híbrido humano-tecnológico llegará a ser una nueva especie, no tanto por la separación biológica respecto a los humanos como por sus capacidades. Tendría una superinteligencia de varios órdenes de magnitud superior a la nuestra o una longevidad mucho más prolongada, o una fortaleza muy superior. Entonces, dejaría de tener sentido hablar de lo natural y lo artificial en una persona posthumana.

Y eso conlleva también sus peligros. Por eso, en muchos países se están promoviendo leyes en materia de neuroderechos, para que nuestra mente mantenga la intimidad, la privacidad y no sea manipulada externamente.

Un adolescente que va a todas partes con su teléfono móvil en la mano, ¿es una especie de protocíborg que vive a medias entre el mundo físico y el digital? Es como si el smartphone casi formara parte de su cuerpo y de su mente…

Efectivamente, ahora mismo dependemos de esa telefonía móvil y de aparatos electrónicos como el ordenador o la conexión a internet para muchas cosas en nuestra vida y eso, en gran medida, potencia nuestras capacidades. Pero cíborg significa organismo cibernético; un organismo en el que lo digital, lo artificial, lo ligado a la máquina está estrechamente conectado con lo orgánico. En ese sentido, un chaval joven o cualquier persona con un teléfono móvil no es un cíborg, como tampoco lo es alguien con un marcapasos o un sordo con un implante coclear.

En los últimos años se han concentrado muchos esfuerzos e inversiones en modelos de inteligencia artificial generativa que parecen permear todas las facetas de la vida. ¿Pero nos es útil la inteligencia artificial? ¿A quiénes?

Ortega y Gasset defendía que la tecnología no viene a satisfacer necesidades básicas de los seres humanos, sino que lo novedoso de la tecnología es que viene a satisfacer, en realidad, necesidades superfluas, pero que hacen que una vida sea auténticamente humana. Por ejemplo, escuchar música, leer un libro o poder adquirir una cultura. La tecnología es fundamental para la transformación de nuestras vidas en un proyecto creativo, que es lo que le importa para ser, como él decía, “novelistas” de nosotros mismos, crear nuestras propias vidas.

Es verdad que la inteligencia artificial está avanzando de una forma tan rápida que ni siquiera estamos muy seguros de qué queremos hacer con ella, qué necesidades creemos que puede satisfacer, qué deseos realmente viene a cumplir; es lo que el propio Ortega y Gasset llamaba en los años 30 “la crisis de los deseos”. El progreso tecnológico se ha hecho tan grande y tan rápido que ni siquiera tenemos claro los fines que queremos perseguir con la tecnología.

Por eso, yo creo que es muy importante la tarea de regular bien la inteligencia artificial. Europa lo ha hecho con una normativa legal que a mí me parece modélica, a pesar de que está recibiendo muchas críticas injustas. En Estados Unidos, donde se había iniciado ese proceso, se ha paralizado desde la victoria de Donald Trump en las elecciones. Pero se tendrá que regular también.

La alternativa es que los grandes directivos de Silicon Valley decidan el futuro de la humanidad; que personas como Sam Altman o Elon Musk decidan cómo se va a desarrollar la inteligencia artificial y qué se va a hacer con ella. Por lo tanto, que decidan también cómo va a ser la economía de los próximos años. Y esto no parece un escenario muy deseable.

Si no regulamos, dejamos que los grandes directivos de Silicon Valley, como Elon Musk o Sam Altman, decidan el futuro de la humanidad

Algunos consideran que la intervención normativa es perniciosa para el progreso. Pero, en realidad, todas las tecnologías potentes están bien reguladas: en la aeronáutica, por ejemplo; el marco normativo es muy estricto y eso no la ha perjudicado, sino que la ha beneficiado. Ha pasado con los automóviles, las biotecnologías, las tecnologías farmacéuticas, la utilización de técnicas de edición genética… ¿Por qué la inteligencia artificial va a ser una excepción en todo eso? Un gran experto en inteligencia artificial, Gary Marcus, acaba de publicar Frenar a Silicon Valley. Cómo las Big Tech se aprovechan de nosotros y cómo la Inteligencia Artificial puede empeorarlo, donde deja muy claro los graves peligros que existen y cómo se puede regular.

¿Cuál sería el deber de un ciudadano o de una sociedad que es crítica con estos avances?

Informarse bien, preocuparse por la cuestión, porque hay mucha charlatanería y muchos intereses creados. Uno no puede confiar en que todo va a ser como prometen los grandes directivos de Silicon Valley porque, obviamente, sus promesas están motivadas, en buena medida, por la necesidad de conseguir financiación y de convencer a los inversores de capital de riesgo para que sigan apostando por las nuevas tecnologías.

No podemos confiar en los avances que prometen algunos emprendedores tecnológicos, porque están motivados por la necesidad de conseguir financiación

Hay científicos, divulgadores y humanistas que trabajan sobre estas cuestiones y que están haciendo un discurso bastante serio y bastante responsable. Yo creo que una de las cosas más obvias que un ciudadano puede hacer es acudir a fuentes fiables y vigilar para que no se violen sus derechos, porque estas tecnologías implican una grave vulneración de los derechos individuales.

Pensemos, por ejemplo, en la privacidad. Como explica Carissa Véliz en Privacidad es poder, hay empresas tecnológicas infringiendo nuestro derecho a la privacidad. O el derecho a tener una buena información. O cómo los grandes modelos de lenguaje como ChatGPT son entrenados con documentos, con textos o con obras de arte que están sujetas a derechos de autor. Se roba propiedad intelectual para entrenar a las máquinas, y los autores encima se ven sustituidos en su trabajo por estos sistemas.

Hay que mantener una actitud beligerante. No se trata de acabar con estas tecnologías; la inteligencia artificial es muy beneficiosa, por ejemplo en el ámbito sanidad, pero evitemos caer en lo que Langdon Winner denominó “sonambulismo tecnológico”, que es dejar en manos de una élite las grandes decisiones sobre el cómo será la vida humana en el futuro.

Francis Fukuyama ha dicho que el transhumanismo es la idea más peligrosa del mundo. ¿Cree que tiene razón?

No hay que ser apocalípticos ni dejarse llevar tampoco por el discurso catastrofista. Es curioso cómo en ese tema los discursos dominantes son los extremos. Por un lado, los convencidos de que todo esto nos lleva a una especie de paraíso en la tierra donde seremos inmortales, donde no habrá enfermedades, donde tendremos una vida llena de felicidad. Por otro, están los que creen que el ser humano está ya acabado y que todo esto nos va a destruir. Es curioso que, muchas veces, una misma persona defiende ambos discursos. Por ejemplo, el gran filósofo del transhumanismo Nick Bostrom, en su libro Superinteligencia: Caminos, peligros, estrategias dice que, una vez que creemos la superinteligencia artificial, será prácticamente imposible controlarla, lo que probablemente llevaría a la extinción de nuestra especie. Y, sin embargo, en su último libro Deep Utopia. Life and Meaning in a Solved World, él mismo defiende que si conseguimos que la inteligencia artificial se alinee con la ética de los seres humanos, se resolverán todos nuestros problemas y tendremos una especie de paraíso en la Tierra. Estos discursos extremos son los que predominan, y los que más asustan o entusiasman a la gente.

Los discursos dominantes son extremos: entre un futuro tecnológico paradisíaco donde seremos inmortales
y el fin del ser humano

Parece difícil mantener una posición crítica moderada. Es decir, vamos a identificar lo bueno, vamos a conservarlo, regularlo y controlarlo bien para impedir que los peores efectos se cumplan.

¿Qué persigue como fin último el transhumanismo? ¿Tiene una dimensión moral?

Bueno, quizás para los transhumanistas el único criterio moral sea conseguir por todos los medios alcanzar al posthumano, alcanzar la fase de la posthumanidad. Su base ética es el utilitarismo: maximizar la felicidad o el bienestar; si la mejora humana maximiza el bienestar es, por lo tanto, moralmente buena. Pero claro, el utilitarismo es una corriente que ha recibido también bastantes críticas.

La tecnología no es gratis, aunque a veces lo parece. En un futuro transhumanista no veo posibilidad de equidad. ¿Estamos hablando de un mundo de humanos de diferentes categorías?

Claro, es la principal objeción. Estas tecnologías no son baratas y el acceso a ellas estaría restringido a una élite económica, que convertiría así sus ventajas económicas en ventajas de tipo biológico. Eso sería una distopía bastante clara. Ellos dicen que estas tecnologías se abaratarán mucho, como ha pasado con la telefonía móvil, y estarán al alcance de todos a través de los sistemas públicos de salud y bienestar. Podría ser, pero mientras eso ocurre ya habría una élite con ventajas respecto al resto. Para alcanzar la idea transhumanista de una sociedad verdaderamente feliz y plena, todos los miembros de esa sociedad deberían haber sido mejorados voluntariamente y no solo en lo intelectual, sino también en lo moral. No lo veo realista, ni siquiera en un futuro lejano.

Tampoco vivir eternamente nos haría más felices. Ni siquiera a los posthumanos.

Muy pocas personas desearían una vida de duración indefinida, aunque casi nadie, tenga la edad que tenga, desee morir pronto. Aquí hay una cierta contradicción, porque el deseo de no morir pronto, si se prolonga en el tiempo, conduciría de hecho al deseo de una vida de duración indefinida. En todo caso, parece que muchas personas verían con buenos ojos un aumento moderado de la longevidad en buenas condiciones físicas y mentales, porque eso ayudaría a completar mejor un proyecto de vida con sentido.

Ha habido muchas discusiones filosóficas acerca de si la inmortalidad es un bien deseable o, más bien, llevaría a una vida llena de aburrimiento, repeticiones y hastío. Es una discusión a la que no le veo mucho sentido práctico porque no creo que la inmortalidad sea posible. Es más interesante preguntarse por los efectos de un aumento de varias décadas en la longevidad en las personas y la sociedad, teniendo en cuenta que sería, sobre todo, una ralentización del envejecimiento, o la posibilidad de un cierto rejuvenecimiento. No creo que eso implique necesariamente un aumento de la felicidad o del bienestar. Dependerá de lo que cada persona sepa hacer con esos años y de las condiciones de vida que podamos tener en el futuro. Pero algo así sí me parece deseable y creo que muchas personas lo verían del mismo modo.

 

Este número de TELOS ha sido realizado en colaboración con:

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Artículo publicado en la revista Telos 128


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Autor

Periodista y filóloga, editora de Educación en The Conversation. Ha trabajado en CNN+, Canal+, Cuatro, y colaborado con El Confidencial, Retina, NiusDiario y El País Semanal. Licenciada en Hispanic Studies por la universidad King’s College de Londres, ha estudiado el máster de Periodismo de El País / UAM.

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