11 de mayo de 2020
por
Sandro Pozzi
La sensación es extraña, como cuando se le quita el volumen a una radio fuera de sintonía o se apaga el compresor de un martillo neumático de los que machacan el asfalto. Nueva York, la ciudad que nunca para, se congeló de golpe hace ocho semanas. Es como una mala película de ciencia ficción. No se escucha por la noche los aviones que suben el río Hudson por el corredor hacia la LaGuardia. En el cruce de caminos de Times Square hay más palomas ante las pantallas gigantes que personas. Y los pocos locales abiertos en las zonas residenciales de Manhattan se limitan a servir comida para llevar. Hasta los Starbucks cerraron.
Nueva York es también cercanía, una ciudad con un gran sentido de comunidad. Es como una gran familia. Esa proximidad la hizo vulnerable al coronavirus y es lo que le dará fuerza para salir de este inesperado letargo, como sucedió tras el atentado del 11-S. La ciudad de los rascacielos pasó ya lo peor de la epidemia y como el resto del mundo se prepara para iniciar el camino a la normalidad, de una manera prudente. Es un proceso complicado en una metrópoli con 12 millones de habitantes, la más poblada y densa de los Estados Unidos.
Y como no puede ser de otra manera, Nueva York aspira a ser la punta de lanza, el ejemplo para el resto a la hora de marcar el rumbo hacia el nuevo tipo de sociedad que se quiere lograr tras el Covid-19. El coronavirus volvió a poner de relieve la necesidad de que las grandes ciudades cuenten con una economía que sea lo más justa posible y que permita compartir de la manera más amplia tanto sus oportunidades como sus beneficios para corregir el problema de la desigualdad. Lo que se consideraba normal antes de la pandemia, ya no vale.
No es la primera vez que Nueva York hace frente a una epidemia, como el azote de la fiebre amarilla al poco de ser creada hace más de 350 años. Por aquel entonces contaba con unos 5.000 habitantes. El 10% falleció en tres meses. La enfermedad estuvo sacudiendo la ciudad de manera intermitente durante más de un siglo. Desde el cólera a la poliomielitis y la gripe española, sucesivos brotes le llevaron a adoptar cambios en las infraestructuras de saneamiento y reformas en la vivienda para preservar la salud pública conforme crecía su población.
Nueva York aspira ahora aprender la lección y empezar a construir de una manera inteligente algo nuevo que le haga una ciudad aún más robusta. Para empezar a darle forma, el alcalde demócrata Bill de Blasio acaba de crear un grupo de trabajo (task force) integrado por representantes del mundo de la cultura, organizaciones sin ánimo de lucro, sindicatos y del sector financiero para guiar un proceso de recuperación que se espera durará 20 meses. Entre otras figuras incluye a Richard Ravitch, que lideró la recuperación tras la crisis financiera de 1975, o Fred Wilson, uno de los primeros inversores en el sector tecnológico.
Lisa Orman es cofundadora de Neighborhood Empowerment Project. Considera que la ciudad puede empezar construyendo un futuro más saludable y sostenible reclamando la calle. La imagen de Los Ángeles sin la nueve de contaminación se hizo viral en las redes sociales. Y al mismo tiempo que se impuso el silencio sobre el estruendo de las máquinas, se redujeron las admisiones en las unidades de cuidados intensivos por trauma gracias al desplome de los accidentes de tráfico. “No podemos volver al status quo”, clama, “hay que reducir la flota de vehículos de una manera más inteligente que hasta ahora”.
El alcalde de Nueva York ha creado un grupo de trabajo integrado por representantes del mundo de la cultura, organizaciones sin ánimo de lucro, sindicatos y del sector financiero para guiar el proceso de recuperación
El gobernador Andrew Cuomo planteó en plena crisis peatonalizar algunas calles de Nueva York para promover el distanciamiento social. Algunos de estos cambios, coinciden los expertos, deberían hacerse permanentes. Los carriles bici que tejen el plano urbanístico de la metrópoli, deberían expandirse y contar con mejores protecciones. Las aceras, especialmente en los distritos de negocios y las zonas de tiendas más transitadas, necesitarían al mismo tiempo ensancharse.
Esto debería hacerse al tiempo que se dan pasos de una manera proactiva para proteger el corazón de las economías locales. El golpe de la crisis en Main Street está siendo colosal. Hay proyecciones que sugieren que tres cuartas partes de los restaurantes, barberías y tiendas independientes podrían sucumbir. El profesor Richard Florida, cofundador y editor de CityLab, advierte en este sentido de que el coste económico del confinamiento será devastador. También habla del lastre que tendrá en la sociedad y en la salud mental. Pero explica que no se trata de apretar el botón de reseteo y volver a lo anterior.
Hay cambios clave que deben hacer las ciudades para prepararse ante eventos futuros, empezando por adaptar la infraestructura de transporte. “Es el sistema de circulación y la sangre de la economía”, observa. Y no se refiere solo a los autobuses, coches y trenes que llevan a la gente al trabajo. Pone especial atención a la función de motor de la economía urbana que tienen los aeropuertos. Eso, explica, requerirá de una movilización como la que se hizo tras el 11-S, la adaptación de medidas para reducir el amontonamiento en las terminales en las zonas de espera hasta gestionar los retrasos o recudir los pasajeros en un avión.
Las grandes ciudades necesitan también definir una estrategia para alterar el uso de otras infraestructuras de gran escala, como centros de convenciones, estadios deportivos, instalaciones culturales y centros de enseñanza. Son activos claves para la vida social y económica de metrópolis como Nueva York, sin los que no podría subsistir como polo de atracción global. La audiencia en los cines y teatros necesitaría reducirse, como el tamaño de las clases. Y al igual que los aeropuertos, quizás sea necesario implantar controles de temperatura en la entrada.
Tan pronto como la infraestructura cívica pueda abrir de una manera segura, la economía urbana podrá recuperar con más rapidez la actividad
Tan pronto como la infraestructura cívica pueda abrir de una manera segura, con más rapidez la economía urbana podrá recuperar la actividad y vibrar. Florida insiste que hay luz al final del túnel. Lo que se haga en el curso de los próximos 12 y 18 meses será vital para la seguridad de las grandes ciudades y que en el curso de dos años se recupere la normalidad. Pero todo esto se debe hacer sin olvidar que la concentración de la pobreza y de la desigualdad crear un terreno muy fértil para que las pandemias echen raíces y se expandan.
La mitad de los estadounidenses ocupan trabajos en el sector servicios con unos salarios muy bajos y muchos de ellos se consideraron esenciales en la batalla contra la pandemia. Protegerlos es imperativo. El resto lo hace confinado desde casa y está protagonizando el gran experimento del teletrabajo. Aprender de esta experiencia, concluye Florida, ayudará a las grandes ciudades a entender también cómo planificar sus infraestructuras y a las pequeñas ofrecer programas de incentivos a atraigan una nueva generación resistentes.
Periodista freelance con más de 25 años de experiencia afincado en Nueva York. Ha sido corresponsal de El País en Bruselas y Nueva York. En la actualidad es colaborador de La Información, entre otros medios.
Ver todos los artículosPeriodista freelance con más de 25 años de experiencia afincado en Nueva York. Ha sido corresponsal de El País en Bruselas y Nueva York. En la actualidad es colaborador de La Información, entre otros medios.
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