Situar el norte en el ecosistema digital

La conectividad global y constante, el acceso inmediato a una cantidad ingente de información, la automatización de procesos o las aplicaciones que han facilitado trámites cotidianos, han acortado distancias y generado nuevas dinámicas sociales. Es el fruto de la irrupción de las nuevas tecnologías en la vida moderna que han modificado nuestras rutinas en el ámbito personal y laboral, pero también la manera en la que nos relacionamos.

Este proceso no solo ha determinado cómo interactuamos con nuestro entorno, sino que ha generado una relación recíproca, pues mientras nos adaptamos al entorno digital, este también nos educa, condiciona y redefine nuestras percepciones, hábitos, conocimientos y valores. Los algoritmos y dinámicas digitales no son meros instrumentos pasivos que, en muchas ocasiones, nos facilitan nuestro día a día, sino agentes que nos influyen y condicionan. Es un vínculo de doble dirección. Las sociedades modernas han migrado de los espacios físicos, analógicos y personales, a un espacio digital, impersonal e hiperconectado, que forma un ecosistema con una cultura propia que nos afecta y modela.

Como ocurre cuando nos trasladamos a una ciudad o a un país diferente al nuestro, vivimos un proceso de aculturación por el cual adoptamos nuevos elementos culturales del entorno y modificamos otros asumidos de origen. En otras palabras, nos estamos “aclimatando” al nuevo espacio en el que, de hecho, ya estamos viviendo. En este nuevo ecosistema digital, si bien conocemos las ventajas, también somos cada vez más conscientes de sus efectos contraproducentes. La sobreexposición a pantallas, la hiperconectividad y la difusión masiva de contenidos han contribuido al aumento de trastornos como la ansiedad, la falta de atención, la propagación de noticias falsas, discursos de odio o calumnias personales. También han aparecido nuevas formas de explotación en el ámbito laboral o la vulneración de derechos establecidos y el surgimiento de desigualdades, como la brecha digital, que impiden el desarrollo y participación en la vida cotidiana de parte de la sociedad, especialmente la más vulnerable.

La creciente influencia del espacio digital, con sus profundas repercusiones sociales, económicas y políticas, ha hecho evidente la necesidad de establecer normas claras que regulen este entorno. Hablamos de una misma sociedad que habita en dos espacios, el físico y el digital, el primero con normas de convivencia y el segundo sin ellas, siendo una anomalía que debemos ajustar.

El Gobierno español ha expresado la urgencia de abrir el debate sobre los derechos digitales para garantizar una regulación justa y acorde con los desafíos actuales. Sin embargo, esta tarea exige una reflexión colectiva que involucre a la ciudadanía, la academia, las instituciones y los medios. En este contexto, TELOS 128 se presenta como un espacio para pensar, debatir y contribuir activamente a la construcción de un marco ético y legal que proteja nuestros derechos en el mundo conectado. No se trata de inventar nuevos derechos, sino de trasladar los ya existentes —como la privacidad, el trabajo o la igualdad— al entorno digital, adaptándolos a una realidad tecnológica que nos interpela cada vez más.

Situemos el norte en el ecosistema digital que guíe nuestras acciones hacia la convivencia, la protección de los derechos de las personas y traslademos los límites conocidos y reconocidos que garantizan la justicia, la prevención de abusos y conflictos y la equidad entre todas y todos.

Este número de TELOS ha sido realizado en colaboración con: