23 de octubre de 2020
por
Francisco Rouco
Ilustrador
Víctor Coyote
El origen de COVID-19 podría estar en Ucrania, en unos laboratorios secretos estadounidenses. ¿Información o desinformación? Los laboratorios existen, pero no hay pruebas de que allí hayan trabajado con virus parecidos al SARS-CoV-2. Como la noticia fue publicada por el medio Primavera rusa, una publicación afín al gobierno de Putin y distribuidor habitual de desinformaciones y bulos, la teoría de la desinformación parece la más viable.
La primera mitad de 2020 ha tenido a los equipos de verificadores muy ocupados. A los habituales desmentidos de bulos se han sumado centenares de desinformaciones que el bloque sino-ruso y Estados Unidos se han lanzado mutuamente. COVID-19 ha entrado en la competición por la influencia mundial y los principales contendientes han incorporado la pandemia a sus estrategias de propaganda y de desinformación.
China, que comenzó el año intentando silenciar el brote detectado en Wuhan, hoy crea sus propias narrativas en torno a la pandemia. El gran cambio se produjo en marzo de 2020, cuando empezó a promocionar el envío de suministros médicos a varios países, España e Italia entre ellos. La propaganda emergió tanto de las embajadas de China en Europa como de medios afines. Medios como la agencia de noticias Xinhua, el diario Global Times o la cadena China Global Television Network (CGTN), plataformas que publican en inglés, francés y español y que están orientados a ciudadanos occidentales.
Pasados los peores meses para Europa y China, el país asiático inició mayo contándole al mundo los esfuerzos de sus científicos en la búsqueda de la vacuna. Una propaganda blanda que se mantiene actualmente. Sin embargo, esta publicidad en positivo no ha hecho que China reniegue de la desinformación, como denunció la Unión Europea en junio. Muchos de los textos y piezas que elogian los avances científicos chinos reservan los párrafos finales para introducir críticas a los gobiernos estadounidense y europeos, con argumentos a veces veraces y otras, falsos.
Tiene sentido que China combine la propaganda blanda con la desinformación. Para Ángel Badillo Matos, investigador en el Real Instituto Elcano, ambas fórmulas funcionan en distintos niveles. “La desinformación parece circular con mucha más facilidad a través de redes sociales porque se presenta no como un acto de relaciones públicas, sino como la subversión del orden informativo/geopolítico y, por lo tanto, menos proclive a ser difundido por medios mainstream”, explica.
Un informe de la Universidad de Oxford, publicado a comienzos de junio, abordaba precisamente la difusión en redes de los contenidos sobre el coronavirus auspiciados por varios medios estatales de China, Irán, Rusia y Turquía. El informe, denominado Covid-19 News and Information from State-Backed Outlets Targeting French, German and Spanish-Speaking Social Media Users, concluyó que, pese a contar con canales sociales más limitados que los grandes medios mainstream, las noticias sobre coronavirus de estos medios afines superaban, en promedio, el engagement de las fuentes noticiosas tradicionales como Le Monde, Der Spiegel y El País.
Es posible ver un paralelismo entre la postura china y la rusa en cuanto a acciones propagandísticas durante la pandemia. En las primeras semanas, Rusia minimizó las cifras de contagios, al tiempo que se multiplicaron las críticas hacia las potencias occidentales sobre cómo afrontaron las primeras fases, contenidos difundidos especialmente por los medios afines Sputnik y RT.
Pasadas las primeras semanas, cuando Rusia finalmente empezó a informar sobre sus infectados, se establecieron dos hitos a nivel propagandístico: se redujeron las críticas al exterior y se explotaron propagandísticamente los envíos de materiales y ayudas rusos a países europeos. Aunque los paralelismos con China son evidentes aquí, en el caso de Rusia las noticias positivas no estaban dirigidas al exterior, sino hacia los ciudadanos rusos.
Esta concentración de Rusia hacia la situación interna se desarrolló en paralelo a la creación de numerosos bulos, estos sí, dirigidos a las poblaciones estadounidenses, europeas y de países exsoviéticos. Son de este periodo las teorías conspiratorias, de las que sobresale especialmente la que sitúa a Bill y Melinda Gates como creadores del COVID-19 y las dudas infundadas sobre las medidas de protección individual contra el virus. Además de los bulos en torno a la pandemia, Rusia no olvidó sus temas recurrentes, como sus intereses en Ucrania ni su lucha contra los derechos de los homosexuales.
A comienzos de abril se produjo un acontecimiento peculiar. El gobierno ruso prohibió la discusión en torno a las noticias falsas sobre el coronavirus, una infracción castigada con cinco años de cárcel. La medida, una más dirigida a mejorar entre los rusos la imagen del Kremlin en su gestión de la crisis, apenas afectó a la circulación de este tipo de noticias sobre la pandemia, especialmente fuera de Rusia. Sirva de ejemplo este resumen de bulos originados en Rusia recopilado por el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE)1 –ver gráfico a pie de página–.
Para Badillo, “Estados Unidos inventó la propaganda moderna —en especial con la USIA, US Information Agency, creada en 1953—, pero hoy utiliza instrumentos muy distintos para influir en la circulación global de información, por un lado, más acordes con los valores de su sistema político y por otro más complejos, heterogéneos y difíciles de atribuir a estrategias nacionales de diplomacia pública o de propaganda”, explica el investigador.
Al contrario que China y Rusia, Estados Unidos no cuenta con medios de comunicación estatales para la difusión acrítica de sus mensajes. Al contrario, las ocurrencias que el presidente Trump publica en Twitter de buena mañana suelen ser desmentidas horas después por el Washington Post y el New York Times. Solo algunos medios afines a Trump y su equipo, como Fox News, aceptan y alimentan narrativas como que el virus fue creado por China.
Esto no quiere decir que EE. UU. mire el partido por la influencia mundial desde el banquillo, al contrario, tiene un papel protagónico, pero distinto. Para el profesor Badillo, las piezas clave son las empresas privadas, desde las agencias de noticias como Associated Press (AP) y United Press International (UPI) hasta la CNN o Disney, sin olvidar las GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft). “Creo que cuando un ciudadano europeo lee Sputnik, ve RT o CGTN, está listo para hacer una decodificación ideológica muy distinta de la actitud que tiene cuando ve una película de Fox o una noticia de CNN, del mismo modo que cuando viajamos a China o Rusia tenemos una sensación de vigilancia sobre las comunicaciones que no parece que sea la misma (pese a la NSA o los Five Eyes) que tenemos cotidianamente cuando usamos los servicios de Google o WhatsApp”.
“No estoy diciendo”, continúa Badillo, “que no haya diferencias —China no es un país democrático, Rusia tiene un control estatal de la información denunciado por todas las organizaciones internacionales— o que esa diferencia de percepción no esté justificada, pero creo que en Occidente, por un lado, existe una percepción menos acusada de la acción de los estados en materia de control y difusión de información —lo veo constantemente en las aulas de la universidad— y que el gran cambio de paradigma que supuso el 11-S en el binomio seguridad-libertad tiene una gran importancia en ese proceso”, concluye el investigador del Real Instituto Elcano.
La situación de Europa en el terreno de la propaganda y desinformación durante la pandemia no está siendo cómoda. Al mismo tiempo que es objetivo de bulos y desinformaciones de China y Rusia, Estados Unidos reprocha su falta de energía a la hora de denunciar las injerencias que proceden del país asiático. A esto hay que sumar que en ningún momento la UE ha intentado construir su propia narrativa en torno al virus, sino que se limita a una posición reactiva, de detección y desmentido de bulos en colaboración con las plataformas digitales. O como la propia Comisión Europea afirma: contrastar datos.
Esta estrategia permite que sean Rusia y China quienes lleven la iniciativa en la narrativa sobre la pandemia. El mejor ejemplo de esto tuvo lugar en abril. Solo tres semanas después de que Rusia y China enviaran sus suministros médicos a Italia, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se disculpó oficialmente por la falta de ayuda a Italia, una reacción que probablemente provocó más de una alegría en los despachos encargados de la propaganda rusa y china.
Pero este mes horrible para la UE no acabó aquí, porque desde Estados Unidos llegaron duras críticas sobre la labor europea de señalar y condenar la desinformación y los bulos procedentes de China. El New York Times accedió a unos informes y correos donde diversos funcionarios europeos recomendaban aligerar un informe que denunciaba las tácticas propagandísticas y de desinformación del país asiático. Las recomendaciones para aligerar la responsabilidad china llegaron después de que diplomáticos chinos contactaran con sus homólogos europeos.
La noticia hizo que la UE se pronunciara al respecto. Peter Stano, portavoz de Exteriores de la UE, elevó el tono de voz: “Quien dude de la transparencia de nuestro trabajo que mire la página web euvsdisinfo.eu”. La invitación no debió de surtir efecto, probablemente porque ese portal está centrado en Rusia y menos en China.
Desde entonces han sido constantes las críticas a la UE, fundamentalmente desde EE. UU. Pero Europa, lejos de endurecer su postura, no duda en mostrar una actitud tranquilizadora hacia China. La penúltima, en junio: “Se lo dije al ministro de Asuntos Exteriores chino: no se inquiete. Europa no va a embarcarse en ninguna guerra fría con China”, dijo recientemente Josep Borrell, Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.
Adopte Europa una posición más belicosa, como es deseo de Estados Unidos, o se mantenga navegando entre dos aguas, como parece ser el rumbo marcado por la actual Comisión Europea, está claro que la competición por erigirse como la potencia que mejor comunica lo bien que gestiona la pandemia sigue abierta.
1Fruto de las injerencias de Rusia durante las elecciones al Parlamento Europeo de 2014, la UE decidió un año después crear la EEAS Stratcom Task Force, donde las siglas EEAS pertenecen al Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) y el resto podría traducirse como equipo de trabajo para la comunicación estratégica del Este (en este caso, países en la órbita de las antiguas repúblicas soviéticas: Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia, Moldavia y Ucrania). La web euvsdisinfo.eu, dependiente del organismo descrito, recopila ejemplos de propaganda y desinformación de Rusia, China, Irán y Turquía (aunque sobre todo, de Rusia).
Badillo, A. (2019): “La sociedad de la desinformación: propaganda, «fake news» y la nueva geopolítica de la información”. Real Instituto Elcano. Disponible en: http://www.realinstitutoelcano.org/wps/portal/rielcano_es/contenido?WCM_GLOBAL_CONTEXT=/elcano/elcano_es/zonas_es/dt8-2019-badillo-sociedad-de-desinformacion-propaganda-fake-news-y-nueva-geopolitica-de-informacion
Milosevich-Juaristi, M. (2020): “¿Por qué hay que analizar y comprender las campañas de desinformación de China y Rusia sobre el COVID-19?”. Real Instituto Elcano. Disponible en: http://www.realinstitutoelcano.org/wps/portal/rielcano_es/contenido?WCM_GLOBAL_CONTEXT=/elcano/elcano_es/zonas_es/ari-58-2020-milosevich-analizar-y-comprender-campanas-desinformacion-china-rusia-covid-19
Periodista y redactor freelance. Escribe sobre sociedad, educación, tecnología y medios de comunicación. También ha trabajado en comunicación empresarial y política.
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