26 de junio de 2025
por
Adriana Botelho
[ ILUSTRACIÓN: DORIANO SOLINAS / ISTOCK ]
No es la primera vez que la humanidad reacciona con temor ante una transformación tecnológica. En el siglo XIX, los luditas ingleses destruyeron telares mecánicos convencidos de que aquellas máquinas amenazaban su sustento. Su reacción fue juzgada por la historia como irracional, como un intento de frenar lo inevitable. Pero sería injusto ridiculizar su miedo: intuían, con razón, que algo profundo estaba ocurriendo, que una fuerza ajena a su control transformaría sus vidas para siempre.
Y, sin embargo, el paralelismo con el presente no puede trazarse sin matices. Porque, a diferencia de aquellos telares, las máquinas actuales –el software, los algoritmos, la inteligencia artificial– no solo ejecutan tareas: toman decisiones por nosotros. Y, lo que resulta aún más inquietante, influyen de forma silenciosa en cómo decidimos.
El poder ha mutado. Ya no reside únicamente en la capacidad de producir más rápido o con menor esfuerzo, sino en la posibilidad de modelar el comportamiento humano desde la raíz. Los algoritmos no solo responden a nuestras preferencias: las anticipan, las moldean, las inducen. Mientras reaccionamos, nos predicen. Agotados por el ritmo de vida actual –un ritmo de máquina, no de humano–, compartimos sin pensar y opinamos sin análisis real –porque no hay tiempo–. Mientras, otros diseñan futuros. No siempre a nuestro favor.
En este contexto, el miedo ya no proviene únicamente de la amenaza de perder un empleo o de quedar rezagados. Proviene de la sensación de no comprender, de no tener el lenguaje, las herramientas ni la consciencia necesarias para participar en la conversación de nuestro tiempo. En otras palabras: de nuestro analfabetismo tecnológico.
Como mucho, nos ocupamos como sociedad de enseñar a usar la tecnología, cuando el pensamiento crítico solo emerge si entendemos, antes, qué es, cómo funciona. Nos forman como usuarios, como sirvientes. Y lo que necesitamos es capacitarnos como ciudadanos, en un contexto de luces, no de ignorancia.
El miedo es natural. Forma parte de nuestra arquitectura biológica. Se cuece en lo más antiguo de nuestro cerebro, ese cerebro reptiliano que ha cambiado poco en los últimos 100 millones de años. Pero esa herencia evolutiva, que un día nos protegió de los depredadores, hoy se convierte en obstáculo si no la acompañamos de un ejercicio deliberado de lucidez.
Porque el miedo ante lo desconocido no se combate solo con esperanza. Se combate con conocimiento, con ciencia, con comprensión profunda. Curiosear sobre tecnología no es suficiente. Necesitamos comprender sus lógicas, su lenguaje, sus límites y, sobre todo, sus implicaciones éticas y sociales.
Y no nos equivoquemos: quienes diseñan estos sistemas conocen nuestros miedos mejor que nosotros. Se alimentan de décadas de investigación en psicología conductual, en neurociencia, en manipulación de masas. Han aprendido a usar el miedo como vector de influencia, como catalizador de decisiones, como herramienta para mantenernos en estados de polarización, sumisión o distracción.
No estamos simplemente ante una bifurcación entre aceptar o rechazar la tecnología. Estamos ante una batalla silenciosa por el alma humana. Por nuestra capacidad de pensar, de decidir, de imaginar otros futuros. Porque la tecnología no es neutra. Nunca lo fue. Y, como todo artefacto humano, puede servir para emancipar… o para oprimir.
Progresar no es simplemente avanzar. Progresar, en su sentido más profundo, es mejorar la vida humana. Es ampliar la dignidad colectiva. Es proteger lo esencial.
Por eso, más que nunca, necesitamos cordura. Y una consciencia informada y formada como brújula. Porque ya no somos nosotros quienes decidimos cómo convivir con la tecnología: son otros –ya lo están haciendo– quienes lo hacen por nosotros.
Para que el miedo no decida por nosotros, no nos paralice, no nos siga radicalizando y no nos adormezca, es preciso que formemos un criterio propio. Ampliemos el entendimiento. Recuperemos nuestra agencia.
Tal vez no, se trate de elegir entre humanidad o tecnología, sino de asegurarnos de que la primera siga guiando a la segunda. Y para eso, tenemos que empezar por algo urgente y esencial: entenderla.
Harford, T. “We’re living in a golden age of ignorance”. 2021. Disponible en: https://timharford.com/2021/02/were-living-in-a-golden-age-of-ignorance/?utm_source=chatgpt.com
O’Neil, C. (2016): Weapons of Math Destruction: How Big Data Increases Inequality and Threatens Democracy. New York, Crown Publishers. Disponible en: https://timharford.com/2021/02/were-living-in-a-golden-age-of-ignorance/?utm_source=chatgpt.com
CEO de KeepCoding. Se distingue como una líder innovadora en el ámbito de la tecnología y la educación. Bajo su visión y liderazgo, KeepCoding se ha consolidado como un referente de excelencia, formando a programadores, desarrolladores y profesionales del sector tecnológico para impulsar sus carreras a niveles sin precedentes. A través de la neuroeducación y un enfoque human-centric, ha logrado optimizar el proceso de aprendizaje, ofreciendo una formación más efectiva, centrada en las personas y alineada con las demandas reales del mercado.
CEO de KeepCoding. Se distingue como una líder innovadora en el ámbito de la tecnología y la educación. Bajo su visión y liderazgo, KeepCoding se ha consolidado como un referente de excelencia, formando a programadores, desarrolladores y profesionales del sector tecnológico para impulsar sus carreras a niveles sin precedentes. A través de la neuroeducación y un enfoque human-centric, ha logrado optimizar el proceso de aprendizaje, ofreciendo una formación más efectiva, centrada en las personas y alineada con las demandas reales del mercado.
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