8 de junio de 2023
por
Marc Amorós
Los ejemplos de las fotos del falso desnudo de Rosalía o del falso vídeo en el que Will Smith interpreta a Hitler para una serie de Netflix o de las instantáneas de un falso atentado al Pentágono que llegó incluso a repercutir negativamente en los mercados financieros son muestras de la facilidad con la que la inteligencia artificial ha irrumpido en el terreno de la desinformación. Y lo peor de todo es que tan solo estamos al principio de su reinado. Un estudio de News Guard alerta del crecimiento en Internet de páginas web de noticias no creadas por periodistas sino por inteligencia artificial. Tan solo en abril de 2023 el estudio identificó 49 sitios web supuestamente periodísticos en siete idiomas distintos creados por inteligencia artificial y que difundían alrededor de 200 noticias falsas al día.
La sociedad de la información de principios de siglo ha hecho metástasis. El entorno digital que prometía un acceso universal a la información confiable ha dado paso a un entorno que “suprime generalmente la firmeza de lo fáctico”, tal y como sostiene el filósofo surcoreano Byung-Chul Han. La verdad en el ecosistema digital ya no se impone al relato emocional de las mentiras. La fe en que “dato mata relato” ya no es inquebrantable. Como dijo en un chiste el cómico norteamericano Stephen Colbert: “No confío en los libros. Son todo hechos, sin corazón”. Los datos son fríos, carentes de emoción. Y en la dictadura del like ya no enamoran. En cambio, las noticias falsas no dejan nunca de alimentarnos el corazón con impactos emocionales que se imponen al raciocinio más elemental. El pensamiento racional necesita tiempo, pero las emociones son siempre más rápidas. Por eso la desinformación se comparte seis veces más rápida que los hechos en redes sociales, según un estudio del MIT. Y por eso también, las fake news nos abocan a un comportamiento impulsivo y pasional.
La verdad en el ecosistema digital ya no se impone al relato emocional de las mentiras
Las noticias falsas actualmente, sostiene Han, “nos ofrecen recursos de identidad y significado ante la confusión informativa” y se imponen como verdades incuestionables porque no saber qué es cierto y qué es falso es peor que no tener ninguna certeza. En la actual sociedad de la confusión informativa, “la desinformación ofrece nuevas micro-religiones” y su adhesión a ellas nos radicaliza aún sin ser conscientes. ¿Entendemos ahora por qué la derrota de Trump en 2020 culmina en una invasión del Capitolio norteamericano?
La sociedad de la confusión informativa también viene dada por la pérdida de importancia del espacio público. Ahora las noticias se consumen y se difunden en el espacio privado y mayoritariamente oculto. Redes sociales cerradas e incluso alternativas se han impuesto como canales de supuesta información y como resultado “nuestra atención ya no se centra en cuestiones relevantes para la sociedad en su conjunto”, argumenta Han.
Estamos confundidos informativamente hablando y también distraídos. Nuestra atención se ha fragmentado y en tan solo tres segundos estamos decidiendo si seguimos leyendo o no una noticia o si le damos credibilidad o no a una información. Demasiada prisa para algo tan relevante. Una sociedad confundida y distraída es más fácilmente manipulable desde el punto de vista informativo porque ante tal situación el yo individual toma fuerza respecto al yo colectivo y su predominancia facilita la desaparición del espacio público que comparte unas noticias y promueve un consenso y en su lugar potencia la creencia en la desinformación que confirma las ideas propias y alimenta un disenso informativo en el que todo el mundo tiene acceso a las noticias (verdaderas y falsas) que elige creerse.
An Xiao Mina es una tecnóloga experta en redes y comunicación viral. En su opinión, las redes sociales han matado el consenso y por eso cada vez es más difícil que todos aceptemos lo mismo como verdad. “Vivimos en una sociedad del disenso en la que la información errónea se propaga de manera más efectiva porque alguien, en algún lugar, encontrará siempre información que se ajuste a su visión del mundo existente, y esa visión es más difícil de cambiar cuanto más arraigada está”. Dicho de otro modo, “las micro-religiones que ofrece la desinformación alimentan prejuicios e impulsan la desaparición del contrario a través de una compulsión auto-propagandística de adoctrinarse con las propias ideas”, razona Han.
Las noticias han dejado de construir un relato para unirnos como comunidad y han pasado a potenciar nuestra opinión individual ofreciéndonos información y desinformación hecha a medida de nuestras creencias. El sociólogo Manuel Castells afirma que “vivimos en una mass self-comunication”, es decir, en una sociedad de la comunicación masiva basada en nuestro yo individual. En España, por ejemplo, seis de cada diez personas creen que la gente solo busca información que confirme su opinión.
Anteponer el yo individual al colectivo es el primer paso para restarle valor a la verdad de los hechos al considerar verdad solo lo que dicen los tuyos. Como apunta el filósofo Joan García del Muro en su libro Goodbye verdad: “¿Qué valor tienen los hechos, las constataciones empíricas y las investigaciones metodológicamente impecables si las enfrentamos a una certeza basada en la fe?”. En la fe en las propias ideas porque, en la sociedad de la confusión informativa, la verdad es aquello que a uno le interesa que lo sea. Eso explica porque el 59% de las personas ya no confían en las noticias de los medios de comunicación.
En la sociedad de la confusión informativa la realidad está en juego. La verdad derivada del ejercicio periodístico ya no tiene valor. O dicho de otra manera, tiene el mismo valor que la aseveración de un influencer en TikTok o Youtube o que un mensaje que se viraliza en cadena por WhatsApp o Telegram. Un estudio de la Universidad de Carolina del Sur afirma que las fake news se difunden porque las redes sociales promueven este hábito recompensando a quienes más información comparten, sea esta real o falsa. De hecho solo el 15% de los usuarios más habituales de noticias son responsables de difundir entre el 30% y el 40% de las noticias falsas.
Una sociedad confundida y distraída es más fácilmente manipulable
La verdad informativa descansa hoy en día en la opinión individual. De hecho somos las noticias (reales o falsas) que decidimos creernos y compartir. Ante esta situación, Byung-Chul Han lanza esta advertencia: “En la democracia actual todo se puede afirmar sin más y esto pone en peligro la unidad de la propia sociedad y abre la puerta a estados totalitarios donde decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”.
La desinformación va labrando su camino en esa dirección. Y a la luz de lo que vamos viendo en determinados países democráticos su triunfo es incuestionable. De entrada, como argumenta García del Muro, la desinformación está desarrollando en nosotros “un ego totalitario que no admite la discrepancia y que actúa como cualquier régimen autoritario rechazando y desacreditando toda aquella información que discute nuestros principios y creencias”. De hecho, el ego totalitario “está dispuesto a seleccionar escrupulosamente la información invisibilizando los aspectos nocivos y potenciando los beneficiosos”.
A eso juega la desinformación. Como sostiene Ressa, “busca manipular nuestras emociones y cambiar cómo pensamos, cómo actuamos o a quién votamos”. El caso de Filipinas con la llegada al poder en 2022 del hijo del dictador Ferdinand Marcos ilustra muy bien lo que está ocurriendo. Bongbong Marcos, apodo por el que se le conoce, activó una campaña de desinformación de largo recorrido para dignificar, glorificar y reescribir la cruda realidad de la dictadura que impuso su padre durante 21 años y lograr instalar un nuevo recuerdo que considere esa época como una era de prosperidad y paz. No es verdad, pero la desinformación triunfó y él también.
El último informe de Reporteros sin Fronteras alerta de que la industria de las fake news está activa en 118 países del mundo. Toda esa desinformación busca derrotar a la verdad y provocar que florezca en nosotros un ego totalitario. Una vez que hayamos perdido la referencia de la verdad de los hechos, todas la versiones informativas de una realidad serán igualmente válidas. Y esta es la verdadera metástasis de la desinformación: lograr poner sus mentiras al mismo nivel que la verdad de los hechos para que despierte en nosotros un comportamiento totalitario que rechace las demás versiones de una realidad que contradigan nuestra creencia y opinión. Este es el verdadero peligro de una sociedad confundida desde el punto de vista informativo: resignarnos a vivir sin la verdad. Porque, como sostiene Ressa, “sin hechos no hay verdad, sin verdad no hay confianza y sin confianza no hay realidad compartida, por lo que no se puede tener democracia”.
Han, B. (2022): Infocracia. Barcelona, Taurus.
García del Muro Solans, J. (2018): Good bye, veritat, una aproximación a la posveritat. Lérida, Pagès Editors.
Ressa, M. (2023): ¿Cómo luchar contra un dictador? Barcelona, Editorial Península.
Castells, M. (2009): Communication power. Nueva York, Oxford University Press.
Vosoughi, S., Roy, D. y Aral, S.: «The spread of true and false news online» en Mit Initiative on the Digital Economy Research Brief, 2018. Disponible en: https://ide.mit.edu/wp-content/uploads/2018/12/2017-IDE-Research-Brief-False-News.pdf
Reporteros sin fronteras: «Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa 2023: los peligros de la industria del engaño» en Reporteros sin fronteras, 2023. Disponible en:
https://rsf.org/es/clasificaci%c3%b3n-mundial-de-la-libertad-de-prensa-2023-los-peligros-de-la-industria-del-enga%c3%b1o
Periodista, guionista y director de programas de televisión. Ha dirigido programas para Movistar+, la Sexta y tVE y trabajado para Antena 3, Tele 5, TV3, RNE, RAC 1 y Cadena SER. Es autor del libro Fake news, la verdad de las noticias falsas.
Ver todos los artículosPeriodista, guionista y director de programas de televisión. Ha dirigido programas para Movistar+, la Sexta y tVE y trabajado para Antena 3, Tele 5, TV3, RNE, RAC 1 y Cadena SER. Es autor del libro Fake news, la verdad de las noticias falsas.
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