10 de mayo de 2025
por
José A. Morales García
[ ILUSTRACIÓN: MOOR STUDIO/ ISTOCK ]
La creatividad es una capacidad humana que a muchos nos gustaría tener pero que no sabemos cómo potenciarla. Se define como la habilidad para generar ideas nuevas, útiles y originales. Tradicionalmente, se consideraba una cualidad innata, casi un don de la naturaleza. Sin embargo, los avances en neurociencia cognitiva han permitido estudiarla desde un enfoque más empírico. Gracias a la ciencia, hoy se sabe que el cerebro creativo genera ideas a través de un equilibrio dinámico entre pensamiento libre (espontáneo y sin restricciones) y control ejecutivo (nos ayuda a organizar, planificar y tomar decisiones).
¿Por qué, entonces, algunas personas parecen ser intrínsecamente más creativas que otras? Según la neurociencia, nos enfrentamos a un fenómeno complejo que surge de la participación conjunta de diversas redes cerebrales, procesos neuroquímicos y una combinación de influencias genéticas y ambientales. No hay una única causa que explique por qué unas personas son más creativas que otras, pero sí hay varios mecanismos y hallazgos científicos relevantes.
La creatividad se asocia con la interacción entre tres redes principales del cerebro. En primer lugar, la red por defecto es la que se activa durante la ensoñación, cuando ponemos en marcha nuestra imaginación o con el pensamiento introspectivo. Resulta clave en la generación de ideas espontáneas, asociaciones inusuales y se relaciona con la generación de ideas nuevas.
En segundo lugar, la red ejecutiva central está implicada en el control de la atención, la planificación y el pensamiento lógico. Ayuda a evaluar y seleccionar ideas útiles o viables, es decir, permite filtrar y seleccionar las ideas más prometedoras.
Y la tercera red implicada, la red de saliencia, actúa como mediadora entre las otras dos. Es una especie de «interruptor» entre ambas, que identifica qué estímulos internos o externos son relevantes y decide cuándo alternar entre el pensamiento libre y el control ejecutivo.
Estudios científicos basados en el uso de resonancia magnética funcional han demostrado que las personas creativas tienen una mayor conectividad funcional entre estas tres redes (Beaty et al. 2018). Es decir, la creatividad es el resultado de la colaboración entre áreas cerebrales diferentes, existiendo un equilibrio entre dos procesos mentales importantes: la aparición espontánea de ideas y el control cognitivo, o lo que es lo mismo, la capacidad de evaluar esas ideas para que sea útiles.
Por tanto, un cerebro creativo no solo genera muchas ideas (pensamiento divergente), sino que también sabe seleccionar las más útiles (pensamiento convergente). Debido a esto, las personas creativas alternan eficientemente ambos procesos, utilizando tanto la red por defecto como la ejecutiva central. Esta capacidad de flexibilidad cognitiva permite navegar entre la espontaneidad y la evaluación crítica.
En cuanto a las áreas cerebrales implicadas en los procesos creativos, los expertos han identificado también tres (Jung et al., 2009):
¿Y cómo trabajan estas regiones para favorecer la creatividad? La red por defecto genera una idea inesperada, momento en el que el sistema mesolímbico la identifica como una idea interesante, novedosa o prometedora y produce un pico de “placer por novedad”. Ahora es el cuerpo estriado el que refuerza esa idea que ha producido un pico de placer, y la corteza prefrontal analiza si la idea, como tal, es útil o es necesario modificarla, decidiendo que hacer a continuación. La creatividad, por tanto, no es solo cuestión de generar ideas, sino de evaluarlas y refinarlas, disfrutando del proceso.
La neuroquímica cerebral también influye en la creatividad, especialmente la dopamina, neurotransmisor relacionado con la motivación, el placer y la exploración cognitiva. Según F. G. Ashby y colaboradores (1999), los niveles elevados de dopamina facilitan el pensamiento divergente, la fluidez verbal y la flexibilidad cognitiva, todas competencias fundamentales para la creatividad. Asimismo, se ha observado que estados de ánimo positivos, los cuales incrementan la liberación de dopamina, pueden expandir el rango de asociaciones mentales, permitiendo conexiones más originales entre ideas aparentemente inconexas.
El regulador emocional es la serotonina. Su papel no está tan bien definido como el de la dopamina, pero al favorecer la estabilidad emocional y la perseverancia, factores importantes en la creatividad a largo plazo, también participa en el proceso creativo (Cools et al., 2008).
A niveles altos, la noradrenalina favorece el pensamiento convergente y focalizado, lo cual resulta de utilidad para evaluar ideas. Esto sugiere que este neurotransmisor modula el cambio entre creatividad divergente y convergente, según el contexto (Aston-Jones & Cohen, 2005).
Y como potenciador de la memoria aparece la acetilcolina. Aunque su relación directa con la creatividad está menos estudiada, su acción repercute en la fijación y recuperación de recuerdos, lo cual es primordial para conectar ideas y experiencias durante la creatividad, puesto que mejora la fluidez de asociaciones mentales (Hasselmo, 2006).
En resumen, aunque la dopamina sea el protagonista principal del proceso creativo, no se trata solo de producirla, sino de tener un equilibrio dinámico entre los múltiples neurotransmisores responsables del pensamiento libre, la atención, la motivación y la evaluación crítica. Un exceso o déficit de cualquiera de ellos puede obstaculizar el proceso creativo.
La creatividad tiene también una base genética moderada, según estudios con gemelos, aunque no existe un «gen de la creatividad». En cambio, ciertos rasgos de personalidad, como la apertura a la experiencia (uno de los cinco grandes rasgos de personalidad del modelo de los “Cinco Grandes”), se asocian con mayores niveles de creatividad. Dicha apertura hace referencia a la tendencia de una persona a ser curiosa intelectualmente, imaginativa, abierta a nuevas ideas y experiencias e interesada por la creatividad y la novedad. Colin DeYoung y colaboradores (2010) describieron cómo este rasgo se relaciona con un mayor volumen en la corteza prefrontal dorsolateral, región clave en la integración de información compleja.
Por otro lado, algunos estudios sugieren una posible conexión entre creatividad y ciertas formas de neurodivergencia, como el trastorno bipolar o el TDAH. En su libro Touched with Fire (1993), K. R. Jamison, propone que los estados hipomaníacos pueden fomentar la producción creativa intensa. Shelley Carson (2011), por su parte, sugiere que una menor inhibición cognitiva (típica en algunos perfiles neurodivergentes) permite acceder a ideas atípicas o menos convencionales, lo que podría favorecer el pensamiento creativo.
Si bien los factores neurobiológicos son importantes, el entorno también modula la creatividad. Estar expuesto a ambientes enriquecidos, diversidad cultural, experiencias nuevas o retos complejos estimula la plasticidad cerebral y fortalece conexiones que facilitan el pensamiento creativo. La creatividad, en este sentido, no es solo una cuestión de predisposición, sino también de “nutrición cognitiva”.
Esta capacidad no es algo reservado solo a unas pocas personas, sino que es el resultado de una serie de interacciones complejas entre nuestro cerebro, los procesos químicos, nuestra genética y el entorno que nos rodea. Los individuos más creativos suelen mostrar una mejor conexión entre ciertas redes cerebrales, tienen un equilibrio óptimo de neurotransmisores, poseen rasgos de personalidad que favorecen la innovación y, en algunos casos, tienen características neurodivergentes que facilitan su capacidad para pensar de forma diferente. Además, el ambiente y las experiencias de vida también juegan un papel importante en cómo se desarrollan estas capacidades.
Entender la creatividad desde el punto de vista de la neurociencia es esencial, no solo para desentrañar sus misterios, sino también para saber cómo podemos potenciarla.
Ashby, F. G. et al. “A neuropsychological theory of positive affect and its influence on cognition” en Psychological Review, 1999. Disponible en: https://doi.org/10.1037/0033-295x.106.3.529
Aston-Jones, G. and Cohen, J. D.“An integrative theory of locus coeruleus–norepinephrine function: Adaptive gain and optimal performance” en Annual Review of Neuroscience (2005). Disponible en: https://doi.org/10.1146/annurev.neuro.28.061604.135709
Beaty, R.E. et al. “Creative cognition and brain network dynamics” en Trends in Cognitive Science (2015). Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.tics.2015.10.004
Beaty, R.E. et al. “Robust prediction of individual creative ability from brain functional connectivity” en PNAS (2018). Disponible en: https://doi.org/10.1073/pnas.1713532115
Carson, S. (2011): The Creative Brain and the Disinhibition Model. New York, Kaufman & Sternberg (Eds.). (The Cambridge Handbook of Creativity). ISBN: 0521513669.
Cools, R. et al. “Serotoninergic regulation of emotional and behavioural control processes” en Trends in Cognitive Sciences (2008). Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.tics.2007.10.011
DeYoung, C. G. et al. “Testing predictions from personality neuroscience: Brain structure and the Big Five” en Psychological Science, 2010. Disponible en: https://doi.org/10.1177/0956797610370159
Hasselmo, M. E. “The role of acetylcholine in learning and memory en Current Opinion in Neurobiology (2006). Disponible en https://doi.org/10.1016/j.conb.2006.09.002
Jamison, K. R. (1993): Touched with Fire: Manic-Depressive Illness and the Artistic Temperament. Free Press. ISBN: 068483183X.
Jung, R. E. et al. “Neuroanatomy of creativity” en Human Brain Mapping (2009). Disponible en: https://doi.org/10.1002/hbm.20874
Salimpoor, V. N. et al. “Anatomically distinct dopamine release during anticipation and experience of peak emotion to music” en Nature Neuroscience (2011). Disponible en: https://doi.org/10.1038/nn.2726
Director del laboratorio de Modelos preclínicos de trastornos neurológicos en la Universidad Complutense de Madrid. Investigador científico en el ámbito de las enfermedades neurodegenerativas y profesor titular de Histología en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid.
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