11 de diciembre de 2019
por
Liliana Arroyo
Jordi Jubany
Ilustrador
Ana Galvañ
Estamos en un momento crucial para el presente y el futuro de nuestra vida individual y colectiva. Debemos tomar conciencia de cómo los avances tecnológicos nos afectan en ámbitos tan dispares como la política, la salud, la economía, la educación o nuestros derechos. Estos cambios traen una gran oportunidad de diseñar una nueva cultura digital para desarrollar una sociedad mejor.
La digitalización, la irrupción de Internet y especialmente de las pantallas y las redes sociales, nos han hackeado algunos pilares básicos del funcionamiento social que entendíamos hasta ahora, situándonos ante nuevos retos éticos, sociales, políticos, económicos, culturales y demás. Hoy tenemos que afrontar situaciones imprevistas que distan mucho del sueño democrático del origen de Internet: monopolios, abusos, ataques a la democracia, trolls, Internet como Lejano Oeste, etcétera. Todas esta situaciones generan desequilibrios de poder y actualmente los riesgos y beneficios se distribuyen de forma desigual – y aún más: de forma inversamente proporcional.
Ante esta situación, son muchas las voces que invocan soluciones regulatorias, pero lo cierto es que se trata más bien de renovar el contrato social que de una legislación errática, limitada y tardía. Debemos avanzar en dirección a un pacto social que comprenda y regule la vida colectiva actual para conseguir el mayor impacto positivo con el mínimo riesgo.
A la vez estamos poco protegidos ante los retos, para comenzar porque en el nuevo contexto no tenemos las habilidades, capacidades y conocimientos suficientes y necesarios para participar.
Saber manejar botones y dispositivos no significa, para nada, que tengamos idea de las implicaciones que ello tiene. En esta línea, la primera reacción es volver la vista al sistema educativo, pero ni este ni la familia garantizan por sí solos la educación digital, entendida como lugar donde aprender a interpretar el mundo. Podemos enseñar algo si lo hemos aprendido antes, entonces estamos en situación de transmitir. Ahora estamos aprendiendo todos a la vez, porque es el ecosistema que nos rodea y no algo que va acorde con una etapa vital determinada. El riesgo principal es la brecha digital, que, generalmente, viene a amplificar las vulnerabilidades y los privilegios previos.
La Agenda 2030 con sus 17 objetivos de Desarrollo Sostenible es un buen marco para inspirar este contrato. En especial por el principio de “no dejar a nadie atrás”. Y esto nos lleva a recordar que las historias nunca tienen una sola parte. Si bien es cierto que cada persona necesita aprender las capacidades para manejarse en la era digital, no es menos cierto que en este camino tenemos que pedir responsabilidad no sólo a la parte de la demanda, sino también a la oferta la industria y empresas privadas. Por su lado, las instituciones públicas también deben situar su rol, por ejemplo en relación a la socialización de datos como bien público y común.
Existen intentos recientes de aportar una ética al desarrollo digital, tanto desde la industria, como de parte de instituciones públicas como la UE y su marco ético para la inteligencia artificial.
Estamos entonces en el albor de una nueva cultura digital, en el sentido más amplio y radical de la cultura. Requerimos un nuevo contrato social, pero cuesta entender por dónde hay que empezar. Por definición, un contrato social es un acuerdo entre las partes implicadas. Y de momento, las personas usuarias a menudo somos partes involucradas por defecto y por inercia sin saber muy bien hasta qué punto y de qué manera nos involucra. Porque lo digital no es un entorno solamente, es un nuevo ecosistema que nos alberga. ¿Por dónde empezamos esta conversación ardua, imprescindible y compleja a partes iguales?
Queremos que se hable, se debata, se reflexione, pero sobre todo, que nos apropiemos de nuestro presente para construir el futuro. Aquí está la cuestión: quedarnos como consumidores pasivos o reivindicar la ciudadanía digital, con el derecho a participar y transformar la sociedad, aprovechando las herramientas que tenemos al alcance para aprender y construir juntos un futuro más digital, inclusivo, responsable y donde las oportunidades superen los riesgos. Por eso nos imaginamos que una buena excusa podría tener forma de manifiesto.
Si queremos que ese nuevo contrato social que realmente sea útil, ético, informado y de mirada inclusiva necesitamos una participación muy amplia de sectores y colectivos diversos. La clave es que los diversos grupos de interés (ciudadanía, administraciones, empresas) estén presentes en la discusión. De alguna forma llegamos al punto huevo y gallina: no será inclusivo hasta que no haya una base de alfabetización digital suficientemente amplia como para que todo el mundo pueda participar en el debate y el proceso de construcción de dicho acuerdo. Y probablemente no se reclamarán esos espacios justamente porque las oportunidades y capacidades de participar son limitadas y las brechas cada vez mayores.
Para poner prioridades, elegimos 10 ejes o ámbitos del manifiesto, que representan 10 grandes retos que debemos abordar:
2.1. Sociedad Dinámica
¿Cómo podemos conseguir que toda la tribu sea digital y pueda estar al día de los avances si las tecnologías sociales cambian tan rápido? Educa toda la tribu. Si la tribu hoy es digital, la tribu se educa también en Internet. Aprender a vivir en sociedad implica poder crecer en todos los ámbitos, también el digital.
2.2. Derechos Humanos
¿Podemos conseguir que la conexión y la desconexión sean siempre actos voluntarios? ¿Cómo conseguimos que la conexión sea un derecho garantizado? Toda persona tiene derecho a estar conectada con el mundo y a conocer de forma comprensible los avances de las nuevas tecnologías, sometiéndolos a debates éticos y sociales.
2.3. Educación Universal
¿Dónde está la línea que marca el éxito de la alfabetización digital adecuada, neutra e informada que no aumente las desigualdades sociales existentes? La red entre familias, entidades, empresas e instituciones educativas debe asegurar la educación digital de criaturas, jóvenes, personas adultas y personas mayores.
2.4. Competencias Digitales
¿Necesitamos entender cómo funciona un algoritmo, la inteligencia artificial o la economía de la atención? Desarrollamos competencias digitales a lo largo de la vida, donde el uso adecuado de las herramientas reside más en el ‘para qué’ y el cómo, y menos el ‘cuándo’ o ‘cuánto’.
2.5. Gestión de la Identidad
¿Cómo hacer de la red un espacio de relación donde mostrarnos no esté sujeto a normas y a repercusiones de las que no somos aún conscientes? Debemos gestionar las emociones en la red para preservar la propia privacidad, la seguridad y la identidad, equilibrada entre el yo presencial y el virtual.
2.6.Desarrollo Profesional
¿Qué implicaciones tiene la cultura digital para nuestro desarrollo personal y laboral a lo largo de toda la vida? Debemos replantear el diseño y la función los sistemas educativos, las nuevas formas de trabajo y las relaciones entre ciudadanía e instituciones públicas y privadas.
2.7. Cultura Colaborativa
¿Cómo podemos construir conocimiento pensando en el bien común y no con visiones interesadas al servicio de grandes capitales? Participemos creativamente en el diseño de una cultura de datos abiertos con nuevas apropiaciones de la tecnología y formas de relaciones humanas.
2.8. Comunicación Crítica
¿Cómo hacer explícitos los valores, ideologías y finalidades de los mensajes comunicativos para hacer que la comunicación sea efectiva, respetuosa, veraz e informada? Los medios de comunicación y las redes sociales son responsables de los mensajes y valores que transmiten. Productores y consumidores debemos tener espíritu crítico.
2.9. Consumo Consciente
¿Debemos ser consumidores de productos con obsolescencia programada y de contenidos bajo la dictadura de los medidores de audiencias a la vez que incansables generadores de datos para la red? El consumo digital responsable genera hábitos saludables y respetuosos en la conexión con un nuevo equilibrio entre horarios, espacios y usos conscientes.
2.10. Uso Responsable
¿Es posible un escenario en el que sepamos cómo se utilizan los datos que generamos, podamos modificar permisos y generar con ello beneficios para la comunidad? Usemos los recursos adecuados de forma justa, equitativa y solidaria, en favor de la transparencia, la neutralidad, la reutilización y la soberanía tecnológica.
* La idea de este manifiesto nació de las reflexiones de una socióloga y un educador que coinciden en la urgencia y la necesidad de construir la mejor versión de esta promesa digital. Somos conscientes de que no somos los primeros que sueñan el futuro digital en forma de manifiesto. En una búsqueda amplia, hemos revisado propuestas de diversos ámbitos. Y en nuestro camino hemos contado con la colaboración de entidades y colectivos como el Diario Educación, la Fundación Espiral, el Fórum Internacional de Educación y Tecnología, l’Ateneu Barcelonès o el CCCB.
Muchas voces esperan que sea “la educación” la que solvente estas disparidades sociales y la falta de conocimientos. No obstante, siendo un reto tan transversal y universal tiene poco sentido que esta formación o educación la debamos reclamar sólo a la familia, a las escuelas, institutos o universidades. Ante el omnipresente Internet creemos importante recuperar la idea de la tribu que educa, colectivamente y en todas las direcciones. Tenemos que hacer frente el abismo de conocimiento actual de las implicaciones sociales, legales y económicas de la población. Por ello el manifiesto está pensado como una herramienta que ayuda a centrar el debate para toda clase de colectivos. No queremos que sea el mejor manifiesto, sino el más aplicable, que sea vivo, dinámico y adaptable para que lo debatamos en los centros de trabajo, hogares o clubes deportivos. Es en definitiva un punto de partida.
Es una forma de reivindicar y activar la gestación de ese anhelado contrato social. Sin términos y condiciones de 12 páginas inteligibles, redactados unilateralmente y que sólo son de aceptación total. El momento en que pensemos en los efectos que tiene la digitalización en el pensamiento, en la cultura, en las emociones, en cómo nos cambia la forma de pensar, vivir y relacionarnos, no olvidemos que está en nuestro derecho determinar, o al menos influenciar, cómo queremos vivir esta digitalización. La base de todo al final es que nos preguntemos (y seamos suficientemente libres para poder responder) cómo queremos aprovechar los avances tecnológicos para reducir las brechas actuales y dejar a las generaciones futuras un mundo mejor al servicio de las personas y no al de los algoritmos, los robots o las mega corporaciones.
Más información: https://manifestoculturadigital.wordpress.com/
Doctora en Sociología, especialista en impacto social, vinculado a sostenibilidad y transformación digital. Actualmente es investigadora del Instituto de Innovación Social de ESADE.
Ver todos los artículosDoctora en Sociología, especialista en impacto social, vinculado a sostenibilidad y transformación digital. Actualmente es investigadora del Instituto de Innovación Social de ESADE.
Ver todos los artículosMaestro y antropólogo. Formador y asesor en Competencia, Cultura y Ciudadania Digital. Autor de ¿Hiperconectados? Educarnos en un mundo digital (Lectio, 2018) y de Aprendizaje Social y Personalizado”(UOC, 2012).
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