12 de diciembre de 2024
por
Telos
“Las personas mayores no necesitamos pastillas, lo que de verdad necesitamos es que nos quieran y nos dejen querer. A veces, los mayores no nos dejamos querer, creemos que estorbamos. Decimos: no, no te preocupes por mí. Pero sí, claro, que debemos preocuparnos el uno por el otro”. Conversar con el Padre Ángel, presidente de la Asociación Mensajeros de la Paz es siempre una lección de vida. Sus palabras desprenden bondad, sabiduría y experiencia. A continuación, ofrecemos un extracto de la conversación entre Luis Prendes, director general de Fundación Telefónica, y el Padre Ángel, realizada en el Espacio Fundación Telefónica con motivo del Día Internacional de las Personas Mayores.
Luis Prendes. Hoy es 2 de octubre. Es un día muy importante porque celebramos dos cumpleaños; y yo estoy seguro de que nuestros oyentes quieren que usted les hable de esos dos cumpleaños.
Padre Ángel. Sí, es cierto. Hoy es un día importante para nosotros, para mí y para la sociedad. Hoy hace 62 años que un compañero y yo fundamos Mensajeros de la Paz. Era el día de los Ángeles Custodios y quisimos poner el nombre del Club de Los Ángeles de la Paz. Éramos dos críos que creíamos que un mundo mejor era posible.
L. P. Y qué cosa más curiosa que hace también ahora casi 40 años, aquí mismo, en esta casa, iniciábamos el Teléfono Dorado, un teléfono gratuito, algo extraordinario en aquella época.
P. Á. Sí. Yo comencé aquí diciendo: “Hoy vamos a inaugurar el Teléfono Dorado, que es para que las personas mayores que se encuentran solas nos puedan llamar, que las podamos llamar, porque aquí es la casa de las citas”. Y entonces mi arzobispo, don Gabino, del que llevo el anillo desde que se fue, se sonrojó mucho. Dije: “No, no se preocupe, las citas es que los pueblerinos cuando veníamos de otro sitio decíamos: ¿Dónde nos vemos? En la Telefónica”.
Amamos y perdemos. Reímos y lloramos. Fallamos y nos levantamos
L. P. Qué importante en la vida es que nos queramos.
P.Á. Lo que necesitamos de verdad es que nos quieran y que nos dejen querer, porque a veces creemos que solamente hay que querer. Hay que dejarse querer. Y a veces los mayores no nos dejamos querer porque creemos que estorbamos. A los amigos y a las familias les dicen: “No, no te preocupes por mí.” No, no. Hay que preocuparse uno por otro.
L. P. Estoy feliz de estar contigo porque hoy venimos a hacer un elogio a nuestros antepasados, no a nosotros, porque nosotros somos mayores. Pero es que hubo otros mayores antes que nosotros.
P. Á. Exacto. Y es curioso cómo los jóvenes de hace 62 años están muchos sentados aquí en este momento. Como las décadas dejan paso a las décadas, los días dejan paso a los días. Y afrontamos y enfrentamos un momento de la vida que, lejos de ser un momento que uno tenga que temer, como si fuera ladrón en la noche, debemos hacerlo de forma totalmente contraria.
L. P. Llegar a la edad de la seniority. No es un accidente, es un viaje.
P. Á. Es un viaje que, como todo viaje, tiene sus propias cicatrices, sus propias historias, algunos arañazos en el alma. Tiene algunas sonrisas en la cara a lo largo de los años. Amamos y perdemos. Reímos y lloramos. Fallamos y nos levantamos. Pero quizá es un momento y una época de equilibrio, de perdonar y de ser perdonado, de amar y ser amado, de pedir ayuda y de recibir ayuda.
L. P. ¿Y usted, Padre? Antes le calificaban como influencer…
P. Á. No lo he oído nunca.
L. P. … con el título de influencer. Usted, Padre, sabe mucho. Sabe mucho de amar y de llorar. Sabe mucho de levantar rodillas caídas y de dar esperanza que han pasado en sesenta años.
P.Á. Es una bendición de Dios, ser mayor es una bendición de Dios, porque es recordar muchas cosas, haber vivido tantas cosas, decir en la vida hemos nacido para vivir, para ser felices y para hacer felices a los demás. ¿Y las personas que han tenido y que hemos tenido el privilegio de vivir años y años? Es una gozada pensar que hemos podido besar a mucha gente, como decías. La Madre Teresa de Calcuta decía que la vida es bella y que hay que vivirla y compartirla y que hay que estar en la vida y ser feliz. Es decir, hay tantas personas que a veces no tienen ganas de vivir y nosotros tenemos que darles ese impulso para que tengan ganas de vivir, incluso cuando a veces les quedan pocos días.
L. P. Vivimos en una sociedad, Padre, en la que no falta de casi nada para la mayoría de la gente, pero solamente cuando comparas puedes entender algunas de las lecciones que nos da la vida. Yo tuve el privilegio hace cuatro o cinco semanas de estar en la selva peruana, en Pucallpa, inaugurando un colegio, y lo que más me llamó la atención de ese momento es que toda la comunidad esperó con respeto a la llegada de los mayores y ocuparon el lugar principal y marcaron la pauta del acontecimiento. Los niños se inclinaron frente a los mayores: respeto, consideración, cariño, devoción. Y como en una sociedad en la que sobra de casi todo, hemos perdido ese elemento que dignifica a las generaciones. Cuando uno olvida el eslabón que le precede, no podrá entender el eslabón que viene después.
P. Á. Sí, es verdad. Cuando vamos a algunos de estos países como Perú o en África uno siente una cierta envidia sana por cómo se respeta a las personas mayores. Pero déjame decirte que la sociedad de hoy es mucho mejor que la de hace años. La sociedad de hoy comienza a respetar, a querer admirar a las personas mayores y a no sentir pena. Los jóvenes dicen: “cuando sea mayor quiero ser como él”. Hemos pasado de sentir pena de las personas mayores a considerarlos admirables y los admiramos. Mujeres, pero también hombres, que están de pie con 70, 80
o 90 años. Me decían hace unos días que en España hay casi 180.000 personas mayores de 100 años. Y esto significa que el mundo de hoy es mucho mejor que el de antes y el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos, a nuestros niños, va a ser mucho mejor que el que nosotros vivimos.
L. P. Es muy relevante ese mensaje.
Hemos pasado de sentir pena por las personas mayores a considerarlas admirables, y ahora las admiramos
P. Á. Sí, algunos son pesimistas. Pues les dejamos un mundo donde van a tener muchos más años de vida en el mundo, donde van a poder apreciar y gozar mucho más de lo que hemos gozado nosotros, porque va a haber muchas más posibilidades.
L. P. Tengo una tradición que es escribir todos los días un diario en el que reflejo las lecciones del día. Tengo el diario de mi padre desde que falleció y heredamos el de mi abuelo. Y para este momento tengo un escrito en el año 1966 y dice así: “¿Cómo llegamos a esta parte del viaje? Con el corazón lleno de remordimientos, con palabras no dichas, abrazos no dados o besos no compartidos, o llegamos como un alma ligera, habiendo sanado las heridas del pasado, perdonándonos por los errores cometidos y agradeciendo las lecciones aprendidas. Quizá no se trata tanto de llegar, sino de hacerlo con propósito, con plenitud. Consciente de que las cicatrices nos muestran que aquello dolió, pero aquello también sanó”. ¿Qué consejos podemos darles a quienes vienen detrás? Con mucha fuerza, con mucha ilusión, con muchas ganas de quienes ya están en un lugar en el que pueden, desde lo alto de una cima, mirar hacia atrás y compartir experiencias y lecciones aprendidas.
P. Á. Uno de los mejores consejos es pensar siempre que estamos vivos, que no nos debemos rendir; ser conscientes de lo importante que es esta vida. Querer y dejarse querer es lo más importante.
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