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La permanencia de lo virtual en la educación


Por Héctor S. Barrón Soto

Se interpreta el desarrollo del concepto de lo virtual para ubicarlo en nuestro contexto, referido sobre todo al ambiente educativo y su perspectiva cultural.

Con esa nostálgica contundencia con que se recuerda que lo nuevo, o lo moderno, lo son tanto como el pensamiento compartible, Michel Serres (2001) afirma que «lo virtual es la misma carne del hombre», manjar expuesto desde la intimidad para ser ofrecido y ofrendado a la comunidad.

Lo virtual y su espacio siempre han existido; ¿a qué nos referimos ahora con la exposición de este concepto de ‘virtual’, siendo que, como el mismo Serres recuerda, «desde el siglo VI antes de Cristo, cada vez que un geómetra dibujaba un círculo o un triángulo en el suelo, agregaba lo siguiente: ¡Cuidado, esta figura no está allí, no se trata de eso, esa no es la real o verdadera!»?

No era gratuita esa prevención para evitar las confusiones, pues en ello iba el deslinde entre los espacios de la realidad y de lo virtual: una frontera que si bien mantiene sus firmezas, también se ha nutrido de tantos matices que es plausible hablar de la realidad virtual y de la concreta, ambas verdaderas.

 

Un nuevo significado para un viejo término

Como punto de partida, vinculemos la tradición de lo virtual con su perspectiva de permanencia y, en ese sentido, admitamos la influencia actual de las tecnologías para transformar menos los objetivos a lograr que las posibilidades plausibles de conseguir esos objetivos y diversificarlos. Es decir, encarnar el concepto de lo virtual en la singularidad del hombre contemporáneo.

La presencia y el uso cotidiano -cada vez más extendido- de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC) han actualizado el significado de lo virtual, despojándolo paradójicamente de su entorno abstracto y recubriéndolo con una imagen tan palpable como lo puede ser Internet.

Esta presencia extendida de lo virtual, además, ha reubicado el concepto más allá de la trampa de ceñirlo a la verdad o a la falsedad en que lo podría ubicar la tradición cultural del geómetra Euclides, aunque sin eliminar del todo la presencia ‘divina’ del significado de ‘virtud’, de donde proviene ‘virtual’, y que en la Edad Media remite a la potencia, a la fuerza, al impulso, a la energía.

Durante el medioevo, el término ‘virtual’ se empleaba para calificar el poder divino, porque tenía la ‘virtud’ de ser real, aun cuando no se pudiera constatar a primera vista en el mundo material. Esta es la primera vertiente semántica del término: lo virtual era algo que poseía la virtud de la presencia divina en las cosas creadas, para producir un efecto o tener una consecuencia.

Para el hombre contemporáneo, la propiedad de lo divino se ha desplazado de lo intangible a lo colectivo, hacia esa entidad única que tiene la posibilidad de comprender, imaginar y sentir todo, en un espacio donde lo alcanzable es una promesa que se cumple sólo al inscribirse en procesos de diálogo, de comunicación y de participación: no hay posibilidad de un hombre solo en un espacio virtual.

En ese incremento incesante de la presencia de lo virtual en las actividades cotidianas, se ha planteado el interrogante: ¿dónde está lo real?

Con esta preocupación por la ubicación de lo real, regresamos a la encarnación de lo virtual en el hombre contemporáneo. ¿A qué estamos asistiendo? A un movimiento lento, pero irreversible: el desplazamiento de la inteligencia, de la imaginación y de la percepción. Hay un desplazamiento sutil y temible de la inteligencia individual a la inteligencia colectiva. Sutil porque las transformaciones se producen en las mentalidades, más que en los procesos y productos. Temible porque acontece a pesar de la organización de las sociedades.


La virtualidad en el contexto actual de la educación

A diferencia de nuestros padres, es decir, de los hombres de apenas hace un par de generaciones atrás de la nuestra, el hombre nacía en un contexto donde debía alcanzar y dominar un conocimiento para insertarse en un ambiente laboral estable y permanente. Eso ya no es concebible.

El hombre actual se enfrenta a un escenario donde es imposible que de manera individual posea y domine un solo conjunto de conocimientos; además, el panorama laboral predominante está caracterizado por la inestabilidad y el cambio dinámico de conocimientos.

Nuestra generación asiste al tránsito de la educación concebida como un mecanismo para preparar al hombre en el manejo de saberes para el desarrollo de sociedades hacia la educación, como un instrumento para prepararlo también en el manejo de fuentes de información para identificar el conocimiento para el desarrollo de comunidades.

La educación en un espacio cada vez más arraigado en una virtualidad cotidiana no habría de ver modificados sustancialmente ni sus fines ni su naturaleza ni a sus actores, sino esencialmente por lo que significa el alcance de sus propósitos y sus alternativas para conseguirlos, dispersarlos y, en ocasiones, confundirlos; esto es, la educación en un espacio virtual advertiría el impacto de las transformaciones más en sus formas de organización que en las fuentes de sustentación.

Es decir, por ejemplo, si bien es cierto que los volúmenes de información han incrementado de manera sostenida sus niveles de producción, también es cierto que los de aplicación del conocimiento no han variado; en este sentido, lo que se transforma es la manera de manipular esos conocimientos.

Sólo por ilustrar con uno de los miles de ejemplos lo que sucede con la información en nuestros días, recordemos lo que está sucediendo con el acelerador de partículas, que en realidad se llama Gran Colisionador de Hadrones, del Consejo Europeo para la Investigación Nuclear (CERN), donde precisamente su director, Lyn Evans, ha reconocido que una de las tareas más complicadas será la gestión de la enorme cantidad de datos que se irán almacenando debido a los 600 millones de colisiones que se producirán cada segundo. Lyn Evans ha calculado que en un año se habrá generado suficiente información como para completar de datos una columna de discos compactos de 19 kilómetros de altura (las Torres Petronas de Kuala Lumpur, en Malasia, tienen una altura de 452 metros). Físicamente, sólo los cables utilizados en el túnel, a un centenar de metros bajo tierra, podrían cubrir cinco veces la distancia entre la Tierra y el Sol. Bien lo dice Serres: «No son los saberes los que son transformados; es el sujeto de los saberes».

Materia de la educación, saberes y sujetos, en un espacio virtual, adquieren formas de interrelación inusitadas, donde los conocimientos experimentan formas diferentes para ser expuestos, mientras los sujetos son ubicados en escenarios innovadores de experimentación de sí mismos.

Por el lado de los saberes, se transmiten por medio de formulaciones didácticas sostenidas sobre un discurso múltiple, que confronta la linealidad clásica de la argumentación, donde hay un principio y un final únicos, con un discurso singularizado por la fragmentación y lo rizomático, donde hay una multiplicidad de posibilidades de inicio y de conclusión, en suma, se adelgaza la linealidad por la preeminencia de las estructuras lingüísticas menos lineales que neurísticas.

En este escenario, y hablando sobre la educación, es tarea de los educadores pensar en algunas reglas, desprendidos del sentido en que Ricoeur piensa el método, como abierto, de lineamientos generales, flexible y dinámico. Un método, o un camino, que sea tan maleable como los puntos de inicio, de llegada y de transcurso, que nos permita reconocernos en las impredecibles bifurcaciones posibles del discurso.

Así, la estética del discurso neurístico modifica las formas preconcebidas para la transmisión del conocimiento y atestiguamos el tránsito de la organización de saberes para la práctica a la práctica de los saberes; es decir, de la administración de estructuras de conocimientos homogéneos a otras no solamente heterogéneas, sino altamente versátiles y de aplicación menos permanente.

Es ya un lugar común considerar en este aspecto que el conocimiento registrable se duplicó por primera vez en la historia de la humanidad en 1750, desde el comienzo de la era cristiana; se volvió a duplicar 150 años después, en 1900; el tercer momento de duplicación del volumen de información ocurrió 50 años después, en 1950. En la actualidad, el conocimiento se está duplicando cada cinco años. Para 2020 se estima que se duplicará cada 73 días.

Sin embargo, no es tan común considerar que el hombre actual nace en medio del conocimiento. Aún más, el hombre es el conocimiento mismo, es él mismo su objeto de estudio y forma parte de un entramado de lectura donde se concibe como parte de un signo, de una malla de genes lista para ser leída e interpretada.

En cuanto se advierte que el conocimiento es inabarcable, se vislumbra que para llegar a comprenderlo sean necesarias más de una inteligencia individual: la colectiva de la que habla Pierre Lévy.

La historia de los recintos educativos concebidos como espacios establecidos donde se organizaba la certeza de los conocimientos ha cedido paulatinamente ante la irrupción del concepto de la escuela como un espacio organizador de la inestabilidad de los conocimientos y -ahora se advierte- ante la prefiguración de las escuelas como organizadoras de la finitud -o aplicabilidad- de los saberes.

 

Conocimiento y seres humanos

Asistimos así a una vuelta de tuerca a lo que ya Aristóteles, y después Gadamer, llama phrónesis o sabiduría práctica, cuya función es la de intervenir desde principios comunes en las circunstancias que ubican y hacen comprensible las acciones del hombre en su individualidad. Hablo de vuelta de tuerca porque no se alude a principios universales, sino sólo a aquellos que son aceptados por un conjunto de comunidades.

No es sencillo ahora encontrar una relación directa entre el ser humano y los conocimientos, a menos que sea entre los seres humanos y el conocimiento; hay también otra transformación que conduce a una sensibilidad colectiva: descubrimos con azoro cuánto podemos estar solos en esta sociedad, pero con más azoro descubrimos que esta soledad es posible compartirla: esta sociedad de soledades rebasa nuestra existencia cotidiana y nos transforma, individualizándonos. Somos más únicos, pero para serlo se requiere acudir con mayor apego y fidelidad a la imaginación, para construirnos mirándonos: podemos ser un icono, pero éste requiere pulsos, miradas que nosotros manipulamos. Esta es otra sensualidad: la de la palabra, la de la imaginación, la de la percepción.

Pero hay que acotar esta manera de tratar el tema de la educación en espacios virtuales; por ello vale la pena preguntarse: ¿cuál es la esencia de este tipo de educación? Y quizás podamos desprenderla de su propio discurso. A este dis-cursus, a este ir deprisa de la inteligencia en direcciones diferentes lo singulariza su fragmentación, su falta de linealidad, su carencia de principio y de fin.

Este discurso fragmentado es el que permite proponer un razonamiento que sustenta una comunicación y, en otro nivel, una comunión entre dialogantes, es decir, una transformación propiciada por la voluntad de compartir un conocimiento. Modifica la percepción y las ideas; o, por lo menos, la forma de expresar las ideas y la de experimentar las sensaciones. Plantea la posibilidad de instaurar un verdadero nuevo paradigma o una nueva forma de comprender y comunicar el mundo; es decir, una nueva forma de estar en él. La individualidad, en este entorno, es una condición para la convivencia con los demás.

La voluntad y la conciencia se vuelven irrenunciables en este tipo de educación: voluntad de aprender y conciencia de estar aprendiendo, es decir, voluntad para exponerse a ser transformado por el conocimiento, y conciencia de renunciar a ser el mismo, para ser Otro, para ser los demás, para ser la Historia -lo que ya ha sido- y para influir en ella, en lo que está sucediendo.

En tanto que el conocimiento ya no será producido ni concebido por una sola persona, sino por comunidades que le darán el sentido a este conocimiento, la visión del mundo tendrá que compartirse y recrearse socialmente: importan cada vez menos las personalidades y cada vez más las comunidades de personalidades.

Comunidades, en este sentido, implica un enfrentamiento de personas comunicadas para lograr ser consustanciadas, para reconocerse una en las otras. Comunicación es comunión. Comunión es transformación en el otro. En el otro real y en el otro simulado: «Un individuo puede convertirse en una explosión demográfica en la Red», dice Sadie Plant (1997).

Junto con el desplazamiento de la inteligencia individual a la colectiva, está este otro desplazamiento igualmente profundo: el desplazamiento de la sensibilidad individual a la sensibilidad colectiva. ¿Cómo es posible nada más imaginar que ya no se baste uno solo para sentir todo lo que es posible sentir como ser humano? ¿Acaso estamos poniendo en duda el paradigma del ser humano concentrado en Hamlet? ¿Es posible ser y no ser al mismo tiempo, todo en uno o, mejor, todo en todos?

Esta generación tiene la oportunidad de vivir la experiencia de ser otro, como estos espacios que ya anuncian los avatares, donde uno es quien manipula un icono que nos representa, nos hace ser otro y ser los demás, explorar otra sensibilidad, enamorarnos, compartirnos, casarnos en otro espacio.

 

Educación en espacios virtuales

La educación en el espacio virtual, en estos términos, hace insaciable procurar esa ‘negra inclinación’ por el conocimiento, como diría Sor Juana. Si hubiese una consigna para expresar la sustancia de la educación en el espacio virtual, atendiendo la evocación de Hamlet, ésta sería: «Todo el conocimiento para todos, porque es imposible que sea para uno solo». Lo que no tengo yo, lo tienen los demás, y por primera ocasión en la historia de la humanidad, yo puedo ser también los demás.

Es en Hamlet donde mejor se viven los riesgos de la virtualidad, que se tensa entre la anormalidad y la libertad, entre la enfermedad y la metáfora, entre la enajenación y la imaginación.

La educación en espacios virtuales, trátese de cualquier sistema en cualquier modalidad, convencional o abierta, a distancia o en línea, exige para su supervivencia de una revisión de sus formas de vinculación con el conocimiento. En ese sentido, deben atenderse por lo menos cuatro aspectos:

– La velocidad con que se renueva el saber y el saber hacer. Por primera vez en la historia de la humanidad, la mayor parte de los conocimientos adquiridos por una persona al inicio de su vida profesional serán obsoletos al final de su carrera.

– La nueva naturaleza del trabajo, en la que la transacción de conocimientos cobra cada vez mayor importancia. Cada vez más, trabajar es aprender, transmitir y producir conocimientos.

– La cultura de lo virtual, que constituye un soporte para las tecnologías intelectuales que amplifican y modifican numerosas funciones cognitivas del ser humano: la memoria (bases de datos, hiperdocumentos, archivos numéricos de todo tipo), la imaginación (simulaciones), la percepción (sensores numéricos, telepresencia, realidades virtuales), los razonamientos (inteligencia artificial, modelización de fenómenos complejos).

– Las referencias del sujeto. «¿Adónde me llevas? Habla. No daré un paso más». Habla Hamlet. Esta pregunta, que abre el inicio de cualquier conversación con alguien que se desconoce pero que se desea y se lleva dentro, nunca se resuelve y no busca responderse; sólo busca formularse para escuchar al otro. La inmovilidad o este ‘no dar un paso más’ es la petición de la reciprocidad: iré adonde quieras que vaya, pero siempre que vayamos juntos. Iré ‘contigo’, pero no iré solo. Si me voy a perder en un espacio que desconozco, será enlazado a ‘ti’, voz, espectro, fantasma que me seduce porque yo deseo ser seducido. El principio de esta reciprocidad es: ‘Se da lo que se espera recibir’. A cada paso que el otro dé, yo haré lo mismo. No es desconfianza, es un caminar alternado, es decir, un caminar en el otro: la respuesta escondida del ‘¿Adónde me llevas?’ es: ‘Te llevo a mí mismo’.

Bibliografía:

Derrida, J. (1972). Márgenes de la filosofía. Madrid: Cátedra.

Dery, M. (1998). Velocidad de escape. Madrid: Siruela.

Lévy, P. (1993). Las tecnologías de la inteligencia. El futuro del pensamiento en la era informática. Adaptación y traducción de Roberto Marafioti. París: La Découverte.

Plant, S. (1997). Ceros + Unos, Mujeres digitales + la nueva tecnocultura. Barcelona: Destino.

Senft, Th. M. (2004). Interpretar el cuerpo digital. Una historia de fantasmas [en línea]. Disponible en: http://w3art. es/estudios

Serres, M. (1995). Atlas. Madrid: Cátedra.

—– (2001). Lo virtual es la misma carne del hombre [en línea]. Le Monde. París. Disponible en: http://www.eduteka.org/pdfdir/Serres.pdf

Artículo extraído del nº 84 de la revista en papel Telos

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Héctor S. Barrón Soto

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