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Reflexiones en torno a la comunicación transnacional en el colectivo adolescente


Por Amparo Huertas BailénYolanda Martínez Suárez

El objetivo de este artículo es profundizar sobre las estructuras sociales que articulan el género y que promueven usos diferenciados de las TIC por parte de la adolescencia migrante en el ámbito de la comunicación transnacional.

Según la Sociología de las migraciones y los estudios de Comunicación, dos fenómenos caracterizan la sociedad actual y la diferencian del resto: los movimientos migratorios transnacionales y la comunicación que aprovecha las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) como puente intercontinental. Ambos fenómenos están indisolublemente imbricados en un proceso de transformación social a escala global (García Canclini, 2002; Morley, 2005, Göle, 2007 y Lévy, 2007). Ahora bien, la tecnología no es neutral, como tampoco lo son sus usos y apropiaciones por parte de la ciudadanía, y la perspectiva feminista nos ayuda a entender por qué se distancian los comportamientos de hombres y mujeres ante las TIC (Wacjam, 2006).

El objetivo de este artículo es analizar las estructuras sociales que articulan el género y que, en consecuencia, promueven usos diferenciados de las TIC por parte de los hombres y las mujeres migrantes, pero nos centramos en un período vital concreto, la adolescencia. La juventud migrante es un colectivo especialmente delicado desde el punto de vista psicológico, enfrentado a la formación de su identidad en un contexto cultural ajeno (Sharabany e Israeli, 2008; Zanfrini, 2007; Kymlicka, 1996). Focalizamos así la atención, al mismo tiempo, en un grupo social cuya apropiación de las TIC para usos sociales relacionales es más significativa (Huertas, Sáez y Baeza, 2010; Castells, 2009 y Gil et al., 2007), siendo el entorno digital un espacio en el que los procesos de sociabilidad e identidad se aúnan (Enli y Thumim, 2012; Gil et al., 2007; Leeuwy y Rydin, 2007).

Objetivos

En este texto se aborda, a partir de la reflexión teórica y del análisis de diversos trabajos empíricos, la comunicación transnacional y la adolescencia. El propósito es indagar sobre los motivos que hacen que este tipo de comunicación sea más habitual para las jóvenes que para sus homólogos varones, un hecho que ya ha sido constatado en varios estudios (Huertas y Martínez, 2012; Castaño, 2009), pero sobre el que falta reflexión y análisis.

Trabajamos a partir de la definición de brecha digital de Benítez (2011, p. 44), fenómeno que «supone la consideración de una compleja serie de elementos simbólicos, relaciones de poder y normativas que posibilitan o excluyen a determinados grupos sociales de una participación plena en las redes de conectividad que dan forma a la sociedad Red». Para analizar estas desigualdades, se tienen que manejar las variables tradicionales (como género, edad, educativas, socioeconómicas, culturales, idiomáticas, etc.), teniendo en cuenta en paralelo todo aquello relacionado con el propio consumo tecnológico (por ejemplo, sus diferentes niveles, los lugares de acceso o la finalidad del mismo). En este artículo nos centramos en las dimensiones generacional (focalizando el punto de mira en la juventud) y genérica de la brecha digital. Tal y como iremos viendo, en los contextos migratorios es más relevante, si cabe, la confluencia de diversos factores sociales estructurales relacionados con la construcción del género que no hacen otra cosa que pronunciar esa brecha digital.

Los primeros puntos de este texto tienen un carácter introductorio. El primero se centra en la importancia del desarrollo tecnológico en la evolución de la comunicación transnacional; el segundo incide en la importancia de aplicar la perspectiva de género en un tema como este, en el que las relaciones familiares son la principal columna de apoyo, y el tercero ofrece una breve descripción de la práctica comunicativa transnacional por parte del colectivo adolescente migrante. A continuación, pasan a desarrollarse los cuatro ejes de reflexión a partir de los cuales se intenta entender por qué las jóvenes migrantes recurren más a las relaciones sociales transnacionales que sus homólogos varones. Estos, a su vez, pueden dividirse en dos bloques. Los dos primeros ejes profundizan sobre cuestiones relacionadas con la cultura y la construcción de los roles de género (relaciones maternofiliales y el peso de lo patriarcal en las relaciones intrafamiliares) y los dos últimos indagan en las condiciones de uso de las TIC (autopercepción del conocimiento informático y condiciones de acceso).

La influencia del desarrollo tecnológico en la comunicación transnacional

Uno de los principales cambios que han supuesto las TIC en la vida de la población migrante es la posibilidad de mantener un contacto regular con el país de origen -considerando este no solo como un territorio físico, sino también como un objeto simbólico-, lo que en este texto se denomina comunicación transnacional y cuyo estudio requiere de la mirada tanto del contexto receptor como del emisor. El concepto de comunicación transnacional se refiere no solo a la comunicación interpersonal entre familiares y amistades que viven en países distintos, sino también a la búsqueda de referentes procedentes de la cultura de origen.

Cuando la comunicación interpersonal a través de Internet se basaba exclusivamente en el texto, mediante el correo electrónico y los chats, ya se percibió la importancia que la Red acabaría adquiriendo para las comunidades en diáspora. Uno de los primeros estudios en apuntar esta idea fue el de Miller y Slater (2000), quienes, desde la Antropología, advirtieron de lo útiles que eran estas herramientas textuales para la población trinitense[1] a la hora de mantenerse en contacto con familiares emigrados.

En la actualidad, las posibilidades de intercambio se han ampliado a material audiovisual de todo tipo, por lo que puede hablarse de ‘presencia conectada’: las TIC posibilitan situaciones de copresencia en las que las personas que interactúan comparten el tiempo, a pesar de la distancia (Liccope, 2004). De este modo, la introducción de las TIC ha supuesto un cambio muy significativo en la vida del migrante, ya que «ha transformado profundamente la organización social, tanto en el tiempo como en el espacio» (De la Fuente, 2011, p. 22).

Ahora bien, la comunicación entre migrantes y sus sociedades de origen siempre ha tenido lugar; lo que sucede es que el desarrollo tecnológico de cada época determina su carácter y frecuencia (Cogo, Gutiérrez y Huertas, 2008). Benítez (2011), que compara el uso de las diferentes herramientas disponibles por parte de familias en El Salvador con miembros emigrados, destaca que las personas mayores, quienes han vivido en primera persona la evolución desde el correo postal hasta la actualidad, son plenamente conscientes de esta evolución.

La necesidad de aplicar la perspectiva de género en el estudio de la comunicación familiar transnacional

Las investigaciones actuales sobre la comunicación interpersonal transnacional se centran básicamente en el carácter intrafamiliar, siguiéndose así la tradición implantada con anterioridad por los estudios sobre la correspondencia (Chartier, 1991) y en consonancia, también, con el hecho de que el interés por el estudio de las relaciones amistosas fuera del entorno familiar es relativamente reciente (Requena, 2001). Y lo cierto es que, como señala Puyana (2009), «las familias transnacionales constituyen uno de los vínculos más significativos de este vivir».

Sin duda, esta aproximación tiene ventajas, como la posibilidad de articular el análisis en las dimensiones «de lo macro y lo micro y entre la esfera productiva y la esfera reproductiva» (Parella y Cavalcanti, 2010, p. 94). Pero también tiene sus riesgos. Desde la teoría feminista se advierte sobre el peligro de perpetuar las estructuras discriminatorias y los estereotipos que apuntan a las mujeres, si al aproximarnos a la familia lo hacemos de un modo estanco, es decir, si olvidamos que en el interior de las familias se establecen y mantienen jerarquías. Como siguen Parella y Cavalcanti, en los senos familiares se identifican «conflictos de intereses entre sus miembros y relaciones jerarquizadas en términos principalmente de género y edad, así como impactos diferenciados».

La familia es una institución de tradición marcadamente patriarcal. En este aspecto interviene el feminismo mostrando otras variantes familiares y enfatizando que se trata de una construcción social, que, por lo tanto, cambia en función del tiempo y los contextos. Esta última premisa es manejada en una importante parcela de estudios sobre la comunicación familiar trasnacional, ya que son la antropología y el feminismo las dos principales disciplinas que se aproximan al estudio transnacional de las migraciones (Carrillo, 2009) y, por extensión, al análisis de la comunicación trasnacional.

Un campo de estudios en alza se centra en la maternidad transnacional. Estos trabajos apuntan a las transformaciones de las estructuras familiares promovidas por las prácticas migratorias transnacionales y claramente asistidas por las TIC. «El evento migratorio muestra cambios, rupturas y/o continuidades, que inciden en la estructura y organización de la familia, de acuerdo a las relaciones de parentesco que se tienen entre el padre y/o la madre migrante con los demás integrantes» (Morad, Bonilla y Rodríguez, 2011, p. 2.045; Parella y Cavalcanti, 2010). La interiorización acrítica de la concepción tradicional de familia deriva en sentimientos negativos por parte de las mujeres madres que migran, ya que la diáspora no les permite cumplir los requisitos tradicionales de la buena maternidad. Puyana (2009) señala que las mujeres madres que abandonan su país de nacimiento consideran que su acto y decisión causa la ‘desintegración familiar’, con el consiguiente sentimiento de culpa. En este contexto, las TIC juegan un papel esencial, ya que permiten mantener fuertes (y constantes) los vínculos emocionales familiares.

Como objeto de estudio emergente tenemos los efectos de la crisis económica actual en relación con el proceso de feminización migratoria. Desde el feminismo, «la perspectiva de género permite cuestionar la conceptualización de lo económico como ajeno a lo social y a las dinámicas de las relaciones, responsabilidades y estrategias familiares» (Parella y Cavalcanti, 2010, p. 95). Comienza a ponerse de manifiesto la transformación en los roles que puede promover la migración femenina instrumentados en las remesas económicas, lo que también influye en sus procesos comunicativos transnacionales[2].

Comunicación transnacional y adolescentes migrantes

Para abordar este apartado nos centraremos exclusivamente en un estudio realizado sobre una muestra de 182 migrantes residentes en las provincias de Barcelona, Madrid y Málaga. Esta abarcó a 94 mujeres y 88 hombres, todos entre 15 y 19 años (Huertas y Martínez, 2012).

En este trabajo se constató que la interacción social transnacional está más extendida que la búsqueda de referentes mediático-culturales de la cultura de origen, siendo esta última una actividad minoritaria. Mientras que el 97,3 por ciento de las personas consultadas indican relacionarse con personas residentes en otros países (sobre todo con familiares, pero también con amistades), tan solo el 27 por ciento señalan buscar productos mediático-culturales cercanos a sus raíces culturales. La búsqueda de referentes mediático-culturales parece centrarse en los colectivos no castellanohablantes, ya que fueron jóvenes procedentes de China, Rusia, Ucrania, Brasil, Marruecos y Pakistán los que más explican realizar este tipo de actividad en este trabajo de campo.

Para el desarrollo de estas relaciones sociales transnacionales, los y las jóvenes migrantes suelen usar redes sociales virtuales específicas. Es decir, emplean una para contactar con personas conocidas en el nuevo entorno de convivencia (sobre todo Facebook) y otra para mantener relaciones transnacionales. Por ejemplo, la diáspora latinoamericana usa mayoritariamente con este fin Hi5; la china, QQ, y la población procedente de Europa del Este, Vkontakte. De este modo, lo más habitual es tener dos perfiles abiertos en redes distintas y este ‘desdoblamiento’ da cuenta de la importancia que supone para los y las adolescentes el mantener este tipo de contacto.

Evidentemente, la posibilidad de mantener contactos transnacionales mediante las TIC viene, en gran medida, determinada por el desarrollo tecnológico del país de origen. Ello puede justificar el hecho de que el colectivo africano sea uno de los menos activos en este sentido. Aunque, por otro lado, también se detecta un bajo nivel de esta práctica entre el grupo asiático, pero en este caso la razón parece relacionarse más bien con el hecho de que no toda la población migrante tiene un conocimiento suficiente de la lengua materna que le permita manejarse en ese entorno digital con comodidad.

Pero vayamos a la cuestión que nos interesa aquí. En lo referente al género, Huertas y Martínez (2012) plasman que el 39,3 por ciento de las jóvenes entrevistadas utiliza Internet para establecer esos lazos comunicativos transnacionales (frente al 11,3 por ciento de los chicos) y, de hecho, el 28,7 por ciento de ellas la considera su actividad favorita, una idea que solo fue apuntada por el 6,8 por ciento de los adolescentes consultados. En cambio, no se detectaron diferencias de género, ni en lo que se refiere a su penetración, ni al tipo de contenidos buscados, en lo referente a la búsqueda de productos mediático culturales del país de origen.

Los estudios disponibles indican que la penetración de la Red como herramienta para la sociabilidad es mucho mayor entre ellas que entre ellos, lo que resulta coherente con el hecho de que, en el colectivo migrante, la comunicación transnacional también presente este desequilibrio según el sexo. Por ejemplo, Aranda et al. (2010) señalan que el número de usuarias es mayor que el de usuarios en todas las redes sociales que analizan (Tuenti, Fotolog, Facebook y Metroflog) a partir de una muestra de personas de entre 12 y 18 años residentes en España. Nielsen reveló que en 2011 el consumo de telefonía móvil se triplicó entre los jóvenes de 13 a 17 años en EEUU y que ellas envían al mes casi más de mil mensajes SMS que ellos (3.952 versus 2.815).

Para entender estas diferencias se han de observar inevitablemente los aspectos cualitativos. Resulta necesario comparar la finalidad con que ellos y ellas emplean las TIC, yendo más allá, incluso, de la comunicación transnacional. Siguiendo las aportaciones de Castaño (2009, p. 78), se puede distinguir perfectamente entre ‘usos femeninos’ y ‘usos masculinos’ de la Red: «Los hombres jóvenes destacan en los usos más relacionados con el ocio, más comerciales y a la vez más tecnológicos, mientras que las mujeres jóvenes lo hacen en usos que contribuyen más al bienestar social» (Castaño, 2009, p. 78). Como ejemplo de los usos femeninos la autora señala las tareas escolares, los usos familiares o de cuidados y, en relación a los masculinos, la música y los juegos. Huertas, Sáez y Fleischman (2010), que incluyen en la muestra del trabajo de campo a autóctonos y migrantes, confirman el anterior trabajo, ya que también alcanzan a marcar diferencias genéricas de uso. Así, por ejemplo, la búsqueda de información deportiva y los videojuegos on line responden mayoritariamente a un perfil de usuario masculino y, en lo que se refiere a las chicas, ellas destacan en la localización de imágenes y dibujos en la Red para la realización de actividades creativas. En cambio, a diferencia de Castaño (2009), no aparece una diferencia marcada en lo referente a las tareas escolares.

Detrás de estos usos diferenciados no hay duda de que hay una construcción cultural que, de alguna manera, también acaba repercutiendo en la definición de la oferta disponible en la Red. El mejor ejemplo sobre este tema se da en el área de los videojuegos. Huertas, Sáez y Fleischman (2010) detectan que algunas chicas rechazan abiertamente para el consumo propio lo que el mercado ha definido como de interés masculino (juegos de guerra, violencia…) y, paralelamente, la mayoría no suele mostrarse interesada en lo que este ha determinado como femenino (maquillaje, vestido, decoración…).

Maternidad transnacional

Los estudios antropológicos sobre la migración con perspectiva de género ponen de manifiesto que la migración tiene, en función del sexo del migrante, diferentes lecturas en cuanto a las consecuencias familiares. Cuando son los padres los que migran, esto se significa como un esfuerzo de ellos para convertirse en ‘mejores proveedores’ de una familia que continúa unida, ya que la esposa permanece en el hogar. Sin embargo, cuando son las madres las que emigran, esto se conceptualiza como ‘abandono de hogar’ y los/as hijos/as pasan a ser responsabilidad de otras mujeres, de la familia de ella o asalariadas más pobres (Puyana, 2009; Gregorio, 1998).

La definición de la maternidad en torno a lo que se llama ‘ética de los cuidados’ es la responsable de esta oposición conceptual. La construcción de la paternidad es muy diferente a la de la maternidad. Morad, Bonilla y Rodríguez (2011, p. 2.049) identificaron que «en los padres -más que las madres- se da un distanciamiento de los hijos en todos los aspectos que tienen que ver con sus obligaciones parentales afectivas, económicas y de cuidado»; en cambio, en la maternidad el distanciamiento se ve como algo no ‘natural’ y, por lo tanto, negativo. Esto es lo que genera sentimientos de culpa para las madres transnacionales, y que, además, «no solo se debe a la renuncia a la crianza de los hijos propios, sino también a la disonancia que se genera por el ejercicio de un rol de madre y cuidadora que no se corresponde con la idea previa que se tiene del cuidar, educar y criar» (Peñaranda, 2011, p. 11).

Para paliar esa ausencia se recurre a la ‘presencia conectada’, convirtiéndose esta en una actividad frecuente y constante. Al menos una vez a la semana suelen producirse conversaciones o encuentros on line entre migrantes y familiares, si bien las circunstancias, tanto en origen como en destino, son las que en última instancia determinan la frecuencia de estos contactos. Por ejemplo, una enfermedad puede intensificarlos o una situación precaria puede disminuirlos para ahorrar los costes u ocultar la misma (Reist y Riaño, 2008).

Puyana et al. (2008), a partir de un trabajo de campo sobre familias colombianas, constataron que la persona con la que se entablan más comunicaciones transnacionales es con la madre. Las madres -tanto en destino como en origen- son uno de los principales usuarios de la comunicación trasnacional. Se recurre a esta figura para obtener consejos, ya que es ‘un referente de consulta y apoyo’ (Puyana et al., 2008, pp. 145 y 147).

En definitiva, las mujeres no renuncian a cumplir su papel tradicional de madres incluso cuando viven procesos migratorios, y las TIC se convierten en algo imprescindible porque les sirven para cubrir ese rol tradicional en la distancia física. Como lo sintetiza Pedone (2010, p. 11): «A partir de la aceleración y feminización de los flujos migratorios, a inicios del siglo XXI, las madres transnacionales y sus familias están consolidando nuevos espacios, expandiendo límites nacionales e improvisando estrategias de maternidad, hecho que se presenta como una verdadera odisea con altos costos afectivos y económicos».

Si centramos el encuadre de estudio en la adolescencia migrante, este malestar solo podríamos plantearlo como hipótesis del comportamiento de las jóvenes madres que viven alejadas de sus hijos/as y del conjunto del colectivo juvenil que vive distanciado de sus propias madres. No debe ser casual que los niveles de comunicación transnacional más bajos se den en aquellos hogares donde el/la joven es hijo/a único/a y vive o bien solo con su madre o bien con ambos progenitores, aunque, al mismo tiempo, se detecta que cuando convive con hermanos/as esta práctica comunicativa aumenta (Huertas y Martínez, 2012). Además, en cualquier caso, no cabe duda que esta diferencia entre los roles maternales y paternales puede derivar en comportamientos diferenciados entre la juventud según el sexo.

Las TIC como vía de control o como vía de salida en un entorno vigilante

Siguiendo la misma lógica argumentativa, debemos abordar también la relación de pareja, que -como han demostrado diversos estudios antropológicos y feministas- no es simétrica ni horizontal, sino que «está permeada por juegos de poder y relaciones de dominación material y simbólica» (Herrera, 2003 y Puyana et al., 2008, p. 150).

En lo que se refiere a las parejas cuyos miembros viven alejados entre sí como consecuencia de un proceso migratorio, Puyana (2009) y Gregorio (1998) comprueban cómo las mujeres, tanto si es ella la que emigra como si es quien permanece en el país emisor, tienden a sufrir un mayor control social y familiar que sus maridos. Este se puede ejercer de forma tradicional, es decir de modo presencial: la comunidad del entorno asume un papel vigilante y presiona a estas compañeras/esposas para que mantengan su compromiso y fidelidad respecto a la pareja que reside en el exterior; pero también puede darse en el entorno digital. Varios trabajos apelan a la comunicación trasnacional mediante las TIC como una forma de control del hombre sobre la mujer en contextos migratorios. Así, por ejemplo, Benítez (2011, p. 140) señala que las formas de control se «pueden dar más a menudo en el caso de parejas que buscan mantener su relación sentimental pese la separación en tiempo y espacio»; o De la Fuente (2011), a partir de su estudio sobre cuarenta mujeres bolivianas inmigradas en Barcelona, concluye que los temas que más controversia generan en estos encuentros digitales son la fidelidad en la pareja y la educación de los hijos[3].

Pero estas prácticas de control tienen lugar en diferentes niveles jerárquicos familiares. No solo aparecen entre miembros de una pareja sentimental estable, sino también por parte de los progenitores, que vigilan a las hijas, y por parte de los hermanos, que controlan a sus hermanas. Este eje de reflexión nos lleva a plantearnos si ese mayor seguimiento femenino de la comunicación transnacional tiene que ver con la asunción de una mayor obligación de dar cuenta a la familia de las actividades y sentimientos propios en respuesta a ese control que el entorno ejerce sobre ella.

No obstante, conviene advertir que la comunicación transnacional también puede ser una vía de salida. En un trabajo sobre 23 adolescentes migrantes en Barcelona (Huertas y Martínez, 2012), aparece una cita de una joven que es un claro ejemplo de una circunstancia que responde a un estricto control familiar. En ella queda reflejado el uso de la Red como única vía de salida hacia el exterior. Los progenitores de la joven solo le permitían hablar con chicos en la Red (y no de forma presencial): «(me gusta relacionarme por Internet)… porque fue la primera vez que conocí a mi marido por Internet. Sí, sí […] Él estaba aquí en Barcelona. […] Si no fuera por Internet, mi madre y mi padre me maltrataban… porque si yo decía que voy a hablar con un chico por Internet, mis padres me decían ‘sí, ve, hija, que no pasa nada’. Entonces me daban media hora… más tiempo no podía estar… porque me aburría ahí» (Chica de Rumanía, 20 años de edad, residente en España desde hacía un año en el momento de la entrevista).

En este mismo texto (Huertas y Martínez, 2012), y apelando a parejas en las que ambos miembros han emigrado y viven juntos en Barcelona, se expone que las posibilidades que tiene la mujer de formar amistades en el nuevo entorno de convivencia dependen en gran medida del marido/compañero, lo que suele acabar convirtiendo la comunicación transnacional en una vía de escape. Además, el estudio plantea que este tipo de prácticas comunicativas se acrecienta cuando la mujer no tiene ninguna ocupación (laboral o de estudios) fuera del hogar y cuando no domina la lengua del nuevo entorno de convivencia.

Minusvaloración del conocimiento informático

Evidentemente, el uso que un individuo puede hacer finalmente del hardware y el software disponible está relacionado con la capacitación tecnológica. Según Castaño (2009, p. 82), «en todos los grupos de edad la proporción de mujeres con niveles altos de habilidades informáticas y navegadoras es más pequeña que la de hombres». Para el colectivo joven, plantea una brecha de 18 puntos porcentuales. Además, también se percibe una mayor tendencia entre las mujeres a menospreciar sus conocimientos sobre la Red. Huertas y Martínez (2012) an de que la tendencia mayoritaria entre las jóvenes adolescentes es considerar que apenas dominan una parte de las posibilidades que ofrece Internet. Este trabajo, cuya muestra abarca a migrantes (23) y autóctonas (14), aproximó el comportamiento de ambos grupos. En cambio, desde el punto de vista cualitativo, quedó plasmada cierta diferencia: los discursos de las migrantes apuntaron más habitualmente a la disposición a aprender que los de las autóctonas.

Aunque, como advierte Retis (2011), al tratar la población migrante también convendría comprobar qué diferencias se producen entre aquellas jóvenes que han vivido su infancia fuera de su país y aquellas que no -teniendo en cuenta cómo los modelos educativos pueden haber influido en sus conocimientos y habilidades informáticas- y, siguiendo a Castaño (2009), sería necesario ahondar más en la influencia que la familia y la escuela ejercen en las actitudes de las jóvenes respecto de las tecnologías; lo cierto es que esta minusvaloración del conocimiento informático propio, unido a la elevada penetración de la sociabilidad digital entre las mujeres, nos hace plantearnos otras preguntas: ¿hasta qué punto la mayor dedicación de la mujer hacia la sociabilidad en la Red puede responder a su inseguridad (o desconocimiento) ante otras opciones digitales? Y ¿por qué este uso destacado no contribuye a que se sientan más seguras?

«La frecuencia de uso sin duda influye en el conocimiento y el control que se posee acerca de la herramienta y, por tanto, en las posibilidades de adaptarla a las necesidades, deseos e intereses de cada persona» (Castaño, 2009, p. 85). Entonces, si un mayor uso no se corresponde con una mayor conciencia del dominio tecnológico, significa que algún factor falla en la ecuación. Y ese es el imaginario patriarcal que asigna a los varones en exclusiva el ‘gen tecnológico’.

Diferencias en las condiciones de acceso

Unas condiciones favorables de acceso a Internet se dan cuando la persona tiene tiempo libre y un espacio cercano donde realizar la conexión. Los estudios disponibles[4] apuntan que las chicas migrantes tienen menos tiempo libre que los chicos, como consecuencia de que ellas suelen asumir tareas domésticas -estableciéndose grandes diferencias cuando en el hogar conviven con hermanos varones-; tienen una menor gama de opciones de ocio a realizar con el grupo social amistoso fuera del hogar y presentan una mayor predisposición a desarrollar actividades de ocio en solitario en casa. Es decir, se reproducen roles familiares y sociales tradicionales ya marcados por Feixa (2006) cuando hablaba de una juventud femenina más asociada al mundo privado que la masculina.

Este argumento conlleva pensar que el espacio de acceso a Internet mayoritario sea la casa, pero, al ser el grado de equipamiento informático de los hogares de migrantes inferior al del de los hogares de la población autóctona, lo que sucede es que se da una amplia gama de espacios de conexión. Por ejemplo, a partir del estudio sobre 23 chicas migrantes, Huertas y Martínez (2012) indican, además del hogar familiar, el teléfono móvil, el centro escolar, el locutorio, centros/cívicos y bibliotecas, lugar de trabajo y casas ajenas. Según el lugar de origen, las asiáticas son las únicas que se conectan mayoritariamente desde casa, lo que resulta coherente con el hecho de que el colectivo asiático es el que presenta un comportamiento más aislado; y las latinoamericanas lo hacen más desde centros cívicos o bibliotecas que desde el entorno escolar. Este último es un comportamiento completamente diferente al de las autóctonas, lo que nos hace pensar en problemas de convivencia en las aulas. Desde la perspectiva de género, el estudio revela que, entre las magrebíes, la conexión a Internet desde bibliotecas y centros cívicos es mayor entre ellas que entre ellos, lo que genera la hipótesis de que a ellas les resulta más difícil el acceso a los locutorios.

Conclusiones

La comunicación familiar transnacional, altamente potenciada por el desarrollo de las TIC, es una necesidad intrínseca a la condición de migrante. Ahora bien, se observa que tiene más peso entre las adolescentes migrantes que entre los varones. En este trabajo se intentan perfilar las posibles causas de esta diferencia a partir de la reflexión teórica feminista y del análisis de estudios empíricos que han abordado este tema de manera directa.

En concreto, las ideas que se plantean como posibles motivos de esta diferenciación genérica son las siguientes (las expondremos aquí resumidamente). En lo que se refiere a los roles de género construidos culturalmente en relación a la familia, estos parecen contribuir en esa dirección. En primer lugar, la culpabilidad de las madres transnacionales por no adecuarse a su rol puede impulsarlas a paliar su ausencia física mediante una ‘presencia conectada’ más frecuente; prueba de ello es que en los hogares de migrantes formados por la madre o ambos progenitores y un/a único/a hijo/a, la comunicación transnacional presenta los niveles más bajos. Y, en segundo lugar, las mujeres migrantes suelen estar sometidas a la vigilancia de su entorno familiar más próximo, normalmente hombres (pareja/marido, padre, hermano/s). Este hecho puede estar detrás de ese mayor uso de la comunicación transnacional, aunque también pueden darse circunstancias opuestas. Los encuentros digitales pueden producirse por la necesidad creada de tener que explicar (o dar cuenta) de lo que hace o, algo que parece más común, como vía de escape.

En lo que se refiere a sus características como usuarias de TIC, la población adolescente -migrante y autóctona- femenina es proclive a minusvalorar sus conocimientos informáticos, lo que puede actuar en detrimento de la diversidad de usos -que sí aparece como característica del consumo masculino- y en una mayor concentración de la actividad en el terreno de las relaciones sociales. De este modo, la falta de reconocimiento refuerza la dificultad de moverse fuera de los límites de los roles: así las mujeres son menos libres, también, en la esfera tecnológica.

Y, por otro lado, las condiciones de acceso parece que solo afectan en ese desequilibrio genérico en el caso de las chicas magrebíes. La población migrante accede a Internet desde una gama de espacios más amplia que la autóctona debido al menor nivel de equipamiento informático de sus hogares, pero en el caso de la migrante magrebí el acceso desde lugares públicos es mucho menor que en el caso de los jóvenes de su mismo origen.

En definitiva, tanto si miramos la comunicación transnacional de la adolescencia migrante desde la perspectiva de las relaciones familiares como desde las condiciones en que se realiza esta actividad, podemos concluir que la presencia de los roles sociales alimenta de forma diáfana la brecha tecnológica de género.

Notas

[1] Originaria de la isla de Trinidad.

[2] Esta fue una idea recurrente en el congreso FEMIGRA (Congreso Internacional Feminismo y Migración: Intervención Social y Acción Política), organizado en febrero de 2012 por la Universidad Autónoma de Barcelona.

[3] Otras perspectivas, en cambio, señalan aspectos positivos de las TIC para el mantenimiento de las parejas en la distancia, apelando a que refuerzan el contacto y, en ocasiones, alimentando el mito del amor romántico, tan criticado desde la perspectiva feminista.

[4] Sobre todo, se han consultado los trabajos del grupo de investigación Comunicación, Migración y Ciudadanía CMC InCom-UAB. Véase: http://www.portalcomunicacion.com/cmc/esp/home.asp

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Artículo extraído del nº 96 de la revista en papel Telos

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Amparo Huertas Bailén

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Yolanda Martínez Suárez

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