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De las promesas de la Cumbre a la crisis global


Por Alma Rosa Alva de la Selva

El objetivo del texto es reflexionar sobre el impacto de la crisis financiera global en el desarrollo de la Sociedad de la Información y el Conocimiento (SIC) en América Latina, con la profundización de la brecha digital como una de las repercusiones más evidentes en la materia.

A casi cinco años de crisis financiera global, la situación en el mundo sigue siendo incierta y frágil. El desequilibrio económico se ha ahondado, con una recesión generalizada e impactos múltiples.

Como se sabe, los primeros signos del estallido de la ‘crisis global’, largamente incubada, aparecieron en el año 2007, con los Estados Unidos como el epicentro. El mercado hipotecario fue el detonador, cuando aumentaron de forma explosiva las deudas de los tenedores de hipotecas en ese país. Esto provocó una rápida disminución del valor y, por consiguiente, de la liquidez de los activos financieros documentados en que se basaban en esas deudas hipotecarias. Las empresas financieras con mayores compromisos en ese mercado hipotecario fueron las primeras perjudicadas, pero el daño se extendió a todos los activos financieros. Dicho colapso global ha generado la crisis más importante registrada en el orden capitalista desde la Segunda Guerra Mundial, hasta el extremo que, de acuerdo con algunos analistas, llevó al sistema financiero global al punto de la desintegración (Ingham, 2010).

Cinco años de crisis

Se trata de una crisis de deuda-deflación de ‘nuevo tipo’ que, de acuerdo con algunos analistas, está señalando los límites del ‘régimen de acumulación con dominación financiera’ vigente desde la década de 1980 (Guillén, 2010).

Sin embargo, la crisis que estalló en 2008 no era nueva, contaba con importantes antecedentes. El montaje de ese régimen de acumulación, apuntalado con los capitales financieros y las políticas de liberalización y desregulación, con la globalización de los mercados de bienes y financieros, fue una respuesta de los segmentos de punta del capital y de las principales potencias a la ‘gran crisis’ capitalista que arrancó a fines de la década de 1970, para marcar el fin del modo de regulación monopolista-estatal vigente desde la posguerra y del régimen de acumulación fordista en el cual se sustentaba. Por esto varios estudiosos consideran que la ‘burbuja hipotecaria’ en los EEUU no fue una ‘nueva gran crisis’, sino propiamente la prolongación de la crisis de los setenta.

Más allá de los debates sobre este punto, en este momento resulta indispensable reconocer, al lado de los efectos de la ‘crisis global’ en los procesos de producción y consumo de economías locales pero articuladas globalmente, que esa crisis no ha llegado a su fin. En medio de un panorama de recesión generalizada, de una creciente inestabilidad financiera y de un esquema donde las pérdidas y costes se han socializado, los elevados beneficios de asumir un mayor riesgo financiero se han privatizado (Ingham, 2010).

Hoy, en el contexto de una estructura de intensa interdependencia entre el capital financiero y los Estados, con una aguda contracción crediticia, crisis bancaria y la quiebra y la casi disolución de la banca de inversión, entre otras características, puede decirse que la crisis global ha llevado a la actividad económica en el mundo a una desaceleración en su conjunto, para configurar el ciclo crítico más largo desde 1945.

En tal contexto se ha hecho patente ya la inaplicabilidad de las hipótesis del llamado ‘desacoplamiento’ (decoupling) de los efectos de la crisis de los países emergentes, entre ellos los latinoamericanos, excepción por demás improbable de cara al carácter globalizado de la economía actual y en función de que el colapso de la misma no fue un fenómeno aislado a los EEUU, sino una crisis financiera sistémica.

Para los también llamados PMA (Países Menos Adelantados), la crisis conllevó un abrupto retiro de los flujos externos de capital. Incluso países como Brasil, Chile o México han registrado serios problemas financieros y paradójicamente, repuntes de inflación en un contexto deflacionario global (Guillén, 2010).

En la segunda mitad de 2011 estalló otro colapso, de nuevo con Estados Unidos como parte nuclear. Pero a diferencia de 2008, cuando los préstamos gubernamentales a bancos y grandes empresas permitieron sobrellevar la situación, en 2011 la crisis se detonó hacia el interior del gobierno norteamericano mismo, que como se recuerda, decidió elevar el ‘techo de deuda’ para salir del paso, aunque solo temporalmente, pues lo que emergió fue un conflicto que de financiero pasó a ser económico… En poco tiempo, la llamada ‘crisis de la deuda’ se amplificó y de un primer impacto sobre los países europeos más pequeños pasó a convertirse en seria amenaza para otros con mayor desarrollo, incluso a nivel mundial.

A lo largo de 2011 se buscó impulsar la restauración del sistema financiero global, con base en las estrategias para ‘neutralizar’ (si es que ello es factible) la crisis; sin embargo, el panorama es complicado. No parece fácil remontar lo que se ha convertido en ‘la gran crisis’ del capitalismo en el siglo XXI.

La SIC y la restructuración capitalista

Llegado este punto, resulta fundamental tener presente la relevancia del desarrollo de la Sociedad de la Información y el Conocimiento (SIC) en tanto proceso adscrito a la propia evolución del sistema económico.

De acuerdo con Castells (1999), a partir de la década de 1980 la revolución de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), uno de los pilares de la SIC, ha sido útil para llevar a cabo un proceso de restructuración del orden capitalista. Cabe recordar que desde la visión de dicho autor, a partir de tal escenario surge una nueva organización social, manifestada bajo distintas formas y que está asociada con un nuevo modo de desarrollo, el informacionalismo, «encarnado en las nuevas tecnologías de la información [y que] se orienta hacia la acumulación del conocimiento y hacia grados más elevados de complejidad en el procesamiento de la información».

Vale tener presente también que, por su parte, Bernard Miége enfatiza que la SIC, proceso en curso, imbrica crecientemente a la producción de riquezas y generación de valor con el acceso a la información, de manera que esta no solo constituye una fuerza productiva importante, sino que también se convierte en fuente de valor (Miége, 2002).

Con el significativo papel de las TIC en el proceso -como valioso instrumento para la expansión de las relaciones productivas del capitalismo global, tanto por reducir los tiempos y costos de la circulación mercantil como por conectar los espacios de la producción y propiciar el surgimiento de actividades y mercados nuevos-, la SIC se perfila como un proyecto que, desde la perspectiva de Castells, con el impulso de los ‘países centrales’ e industrializados en mayor medida, resulta funcional para la restructuración del modo de producción capitalista.

Incluso hay autores que más allá de una mera restructuración han subrayado lo que consideran el surgimiento de ‘un nuevo capitalismo’, a partir del ‘efecto’ de dos grandes fuerzas transformadoras: las TIC y la globalización financiera (Plihon, 2003).

Las promesas de la Cumbre: primera etapa

De cara a los estragos que está generando ya esa gran crisis capitalista en su esquema neoliberal, los objetivos y compromisos establecidos en Ginebra (2003) y Túnez (2005) en el marco de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (CMSI) suscritos por 170 países para el desarrollo de la nueva organización social, resultan por demás difíciles de alcanzar, sobre todo para los llamados países emergentes.

La Cumbre fue el espacio donde se esperaba concretar la deslumbrante promesa de la Sociedad de la Información, presentada como el arribo final al progreso, tal era la parte medular del discurso entronizado a lo largo de la década de 1990 en las más altas esferas globales, al igual que en el gran público. Ese discurso estaba construido en buena medida con las tesis de lo que podría llamarse la neomodernización y del tecnodeterminismo, perspectivas ambas según las cuales las TIC, cual motor de la historia, ofrecerían a los países emergentes la posibilidad de ‘alcanzar’ con rapidez a los países desarrollados.

La última década del siglo XX fue la etapa en la cual los ‘países centrales’ proclamaron la necesidad de entrar en la Sociedad de la Información (SI), por lo que se dedicaron a generar planteamientos múltiples para insertarse en ese naciente ámbito. Para la amplia porción del mundo cuyos problemas estructurales impidieron avanzar en la ruta del desarrollo en las décadas anteriores, la Sociedad de la Información se avizoró como la nueva posibilidad para resolver el ‘salto’ de la región al progreso, la gran asignatura pendiente del siglo XX latinoamericano. Fue así como América Latina intentó integrarse en lo que fue convirtiéndose en un objetivo común.

A partir del año 2000, y sobre todo desde 2001, ante el anuncio de la realización de la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información (cuya primera etapa se llevaría a cabo en 2003), el tema tuvo un notable avance en la agenda latinoamericana, sobre todo a nivel de los gobiernos. Fue así como de una serie de reuniones surgieron planteamientos para una postura regional a ser llevada a ese importante foro.

En los primeros años del nuevo siglo se realizaron muchos otros cónclaves, de los cuales se derivaron significativos compromisos. Uno de los más importantes se realizó en la ciudad dominicana de Bávaro en 2003. Por los compromisos asumidos, la Declaración de Bávaro surgida en esa reunión quizás siga siendo el posicionamiento latinoamericano más completo hasta ahora sobre el tema. Destacó el objetivo de «[…] superar la brecha digital, la cual refleja e incide en las diferencias sociales, culturales, educacionales, de salud y acceso al conocimiento, entre los países y fuera de ellos»(1).

En el marco de planes como el citado a nivel de la región, los países latinoamericanos elaboraron proyectos a nivel regional y local sobre el tema, algunos en etapas más tempranas que otros y frecuentemente bajo la influencia de los modelos trazados por los ‘países desarrollados’.

La CMSI, en sus dos etapas, fue la sede de la discusión sobre los nuevos itinerarios para la comunicación en el mundo, con las TIC como elemento emblemático. Pero a diferencia del otro gran momento de debate sobre ese punto (la discusión de los años setenta, que derivó en la propuesta de un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación, conocido como NOMIC), en Ginebra primero y Túnez después, la entidad auspiciadora ya no fue la Unesco, sino la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT). Mas no fue solo eso lo que cambió, pues como se sabe, la Cumbre fue singular por haber otorgado por primera vez un importante sitio en las discusiones a los consorcios y a las organizaciones de la sociedad civil global.

Aunque en la Cumbre se buscó abordar un amplio conjunto de asuntos, el tema que gravitó en el ambiente y que fue de particular interés para algunos de los actores allí presentes fue la idea de que ahí se podría lograr sentar las bases para la instauración de condiciones favorables a las inversiones en TIC de frente al desarrollo de la SI, entendida y presentada por aquellos en términos de implantación de infraestructuras.

En un escenario en el que no se consideraban los factores de carácter estructural con impacto en la economía del mundo en el siglo XXI y así no se vislumbraban siquiera las posibilidades de crisis -por el contrario, los escenarios que se anticipaban eran del ‘fin de la historia’ y del arribo al ‘progreso seguro’ por medio de las TIC-, el encuentro mundial suscitó grandes expectativas.

Aunque la Cumbre mostró un gran poder de convocatoria -los compromisos emanados de la misma fueron suscritos por 170 países-, en su seno hubo una confrontación de intereses, pues en contraste con lo anterior, para otros participantes el tema fundamental era cómo financiar el desarrollo de la SI. La propuesta del Fondo de Solidaridad Digital (FSD) respondía a la preocupación de los países en desarrollo por contar con recursos para abatir o al menos acotar la magnitud de lo que ya desde entonces se mostró como un complejo y nuevo fenómeno de desigualdad, aunque con viejas raíces estructurales: la brecha digital. De hecho, el tema que suscitó mayores divergencias en la Cumbre de Ginebra -cuyo propósito fundamental fue el de fijar las metas para construir la SI, plasmadas en planes de acción- fue justamente la creación del FSD, propuesto por los países africanos y que requería fondos de las naciones desarrolladas para la instauración de infraestructuras de telecomunicaciones, educación y capacitación en materia de TIC, así como creación de contenidos en los países con escasos recursos para asumir tales tareas.

Como se sabe, a cambio de la creación del Fondo, la Cumbre se comprometió a articular un mecanismo a partir del cual, de diciembre de 2003 a diciembre de 2005 se destinasen recursos financieros de los países ricos para un Fondo Internacional con distintos usos. Sin embargo, el saldo de la reunión de Ginebra alejó la cristalización de la propuesta de esa iniciativa original, que finalmente quedó reducida a un proyecto dependiente de donaciones.

Las promesas de la Cumbre: segunda etapa

Así pues, puede decirse que la primera etapa de la Cumbre dejó ver las tensiones que existían entre las posturas y demandas de los diferentes actores de la arena internacional en el campo de las telecomunicaciones frente a la SI, los que, si bien discutieron juntos temas de interés común y lograron algunos acuerdos, no llegaron a consensos en puntos cruciales.

Como parte de la segunda etapa de la Cumbre -cuya fase culminante fue la reunión internacional realizada en Túnez en noviembre de 2005-, se emprendieron esfuerzos por poner en marcha el Plan de Acción acordado en Ginebra. Asimismo, se impulsó el funcionamiento de grupos de trabajo para encontrar soluciones y acuerdos en los dos temas angulares, el gobierno de Internet y los mecanismos de financiamiento de las TIC para el desarrollo(2). Es así como, a pocos años de distancia de la CMSI, se presentan cada vez más lejanos los puntos nodales de, por ejemplo, la Declaración de Principios, que aunque no se aproximaban al plano de lo ideal, fueron importante referencia para las naciones que buscaban insertarse en el proceso.

Túnez, sede de la segunda etapa de la Cumbre, fue el momento en el cual se formularon dos documentos finales en términos de metas a alcanzar: el Compromiso de Túnez y el Programa de Acción para la Sociedad de la Información. Tales compromisos, junto con acuerdos surgidos entre los países participantes, tuvieron repercusiones en la formulación de las estrategias nacionales de varios países latinoamericanos, muchas de ellas dirigidas centralmente a incidir en la problemática de la brecha digital, persistente en la región, que como se sabe es la de mayor desigualdad del mundo.

Fue así como la deslumbrante promesa de la SI comenzó a avizorarse como la nueva posibilidad para resolver el ‘salto’ de la región hacia el desarrollo, la gran asignatura pendiente del siglo XX latinoamericano.

A varios años de la celebración la Cumbre, no ha existido ninguna otra iniciativa de esa magnitud para el tema. Y el panorama se ha transformado. Las razones estructurales se han abierto paso para, por ejemplo, confirmar que aquel discurso de la SI como ‘la tierra prometida’ era apenas una promesa convenientemente promovida: en lugar del progreso, los intentos de restructuración de un modelo económico agotado, que se apoyó en las TIC como plataforma fundamental para tratar de salir de uno más de sus colapsos, no fueron suficientes y han devenido en otra crisis, al parecer mayor y más compleja que otras del pasado.

De acuerdo con estudios de la CEPAL (2002), útiles para contar con una visión de conjunto sobre las condiciones bajo las que se han venido desenvolviendo los proyectos para construir la SI en América Latina, desde principios del siglo XXI estas no eran suficientemente favorables para impulsar la construcción de la nueva sociedad: al insuficiente crecimiento de las economías registrado a partir de la apertura comercial se agregó, entre otros factores, el de la desregulación de los mercados de la década de 1990.

Hoy habría que agregar entre los factores responsables de tal situación, agudizada por las crisis globales, la disminución de los flujos de inversión extranjera directa en numerosos países latinoamericanos; un renglón que, como ha hecho ver la propia CEPAL, es el que en todas las latitudes ha permitido la construcción, el mantenimiento y la expansión de la infraestructura básica de telecomunicaciones «en la que se asienta gran parte del mundo digital».

Otros factores que tornan aún más compleja la ruta latinoamericana hacia la nueva organización social han sido, también según la CEPAL, la insuficiente inversión gubernamental, la condición ‘relativamente inmadura’ de los marcos regulatorios y de las instituciones encargadas de diseñar las estrategias correspondientes y de aplicar políticas que fomenten la transición hacia la era digital en los respectivos países, así como la falta de continuidad en varios casos de esos proyectos nacionales.

Figura también la fragilidad de muchas de las economías de la región, agravada a partir de 2008, con el bajo poder adquisitivo de amplios sectores de la población y el desempleo, como algunas de sus expresiones más preocupantes de cara a la construcción de la SIC, pues si bien el acceso a las TIC no está determinado única y exclusivamente por el ingreso, en los países latinoamericanos donde ya aparece como una prioridad social, el gasto en la materia absorbe una porción considerable de la canasta individual de erogaciones.

Bibliografía

Castells, M. (1999). La era de la información. México: Siglo XXI.

Correa, Guillén y Vidal (Coords.) (2010). Capitalismo ¿recuperación? ¿descomposición? México: UAM; Porrúa.

Gifreu, J. (1996). El debate internacional de la comunicación. Barcelona: Ariel.

Ingham, G. (2008). Capitalismo. Madrid: Alianza.

Miège, B. (2002). La Societé de L’Information: Toujours Aussi Inconcevable. Révue Européene des Sciences Sociales, XL(23). París.

 

Notas

(1) Véase: http://www.eclac.org

(2) Véase: http://www.itu.int/wsis

(3) Véase: http://www.eclac.org

La brecha digital latinoamericana

Hoy en América Latina, inserta en el proceso de tránsito hacia la SIC en medio de los estragos de lo que puede entenderse como la segunda etapa de la ‘crisis global’, la brecha digital en la región se ha ahondado: a partir de los datos disponibles, al comparar la posición de países latinoamericanos y caribeños durante 2009 en el subíndice de acceso a Internet con respecto a 2007, se encontró que solo el 30 por ciento de los países de la región habían mejorado en el ranking respectivo (Chile y Colombia, por ejemplo) y el 9 por ciento se mantenía en las mismas posiciones (Brasil y México, país este último que generó uno de los proyectos nacionales con mayores recursos para su implementación, pero donde apenas poco más de una tercera parte tiene acceso a Internet), mientras que el 61 por ciento restante descendió en esos dos años (e-LAC 2015)(3).

En noviembre de 2010 se llevó a cabo en Lima (Perú) la III Conferencia Ministerial sobre la Sociedad de la Información en América Latina y el Caribe, de la que surgió el Plan de Acción e-LAC 2015. De nuevo, el planteamiento se centró en el problema de la brecha digital, ahora con la Banda Ancha como ‘objetivo estratégico’. Sin embargo, ese proyecto no parece haber considerado el posible impacto en el proceso de la ‘crisis financiera global’ estallada años antes, con su factible incidencia en el desarrollo de la nueva organización social.

Una de las razones para una mayor preocupación en el asunto es la complejidad que reviste esa cuestión, de carácter multidimensional, abarcando diversas esferas y ámbitos y que se presenta de forma diferenciada en los países latinoamericanos, algunos con estrategias pertinentes que les han permitido atender el problema con resultados más favorables que otros, con retrasos acumulados. Está fuera de discusión, por ejemplo, que el fenómeno de la brecha digital no se circunscribe a la problemática del acceso y de la posibilidad de utilizar las TIC en un sentido general; sin embargo, tal noción continúa prevaleciendo en las conceptualizaciones de varios de los proyectos nacionales de países latinoamericanos, así como de organismos internacionales.

Es necesario reconocer el factor educativo como de importancia central en este tema a nivel latinoamericano por su influencia en la persistencia de la ‘nueva desigualdad’, dado que en la región el analfabetismo digital presenta tasas considerables que varían de país a país y se incrementan en el caso de los grupos marginados o minoritarios. En este orden de ideas, la llamada por la Unesco ‘brecha cognitiva’ se constituye como uno de los mayores obstáculos para la construcción de la nueva sociedad y que requiere de significativos recursos y estrategias idóneas para su atención.

Un factor más de importancia a considerar en la persistencia de una amplia brecha digital en la región es el coste de acceso. Las altas tarifas impuestas a los servicios constituyen un serio obstáculo para el cual se buscan soluciones, aunque el problema procede en buena medida de las estructuras de concentración en los sectores involucrados.

La penetración de Internet continúa siendo relativamente baja en comparación con la existente en los países desarrollados, de modo similar a lo que ocurre con la expansión de conexiones de Banda Ancha.

Conclusiones

El problema de la brecha digital en América Latina es un vasto y complejo tema de investigación que merece recopilar datos múltiples sobre el comportamiento y estado actual de aquella en varios países de la región para construir un cuerpo de variables y categorías de análisis que permitan analizar el fenómeno.

En el marco del colapso financiero global y con el reconocimiento de la complejidad del fenómeno mencionado, resulta indispensable que en América Latina se lleve a cabo una reconfiguración de los proyectos regionales y nacionales para el desarrollo de la SIC, de cara a los nuevos desafíos que le impone una crisis cuyo fin es aún lejano.

En este sentido, hoy más que nunca es imperativo, como parte de esa reconfiguración de fondo, construir rutas para el desarrollo de una nueva organización social acorde con las características y realidades latinoamericanas, tomando distancia de nociones, planes y experiencias de otras latitudes para lograr dar pasos adelante en la construcción de la Sociedad de la Información y el Conocimiento.

Artículo extraído del nº 94 de la revista en papel Telos

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