L
La nueva comunidad virtual


Por Fernando Vallespín

Se observan algunas de las peculiaridades de las relaciones virtuales que permite Internet, tales como la posibilidad de pertenencia a distintos grupos de de manera no excluyente o la difuminación entre lo virtual y lo real a la que este nuevo medio ha dado lugar.

No es fácil saber cuál es el aspecto de la vida social más afectado por la revolución introducida por las nuevas tecnologías; es una decisión que seguramente habremos de dejar a los observadores del futuro. Sí es cierto, sin embargo, que desde el horizonte actual todas las miradas se dirigen a Internet. En ello coinciden prácticamente todos los observadores, aunque no haya un acuerdo claro a la hora de definir qué es lo que hace a este invento tan especial.

Dos visiones paralelas para un mismo fenómeno

Quienes nos dedicamos a las Ciencias Sociales tendemos a poner el acento no tanto en lo que significa Internet como fuente casi ilimitada para acceder a la información o a lubricar y facilitar la comunicación social en general, como en su dimensión en tanto que espacio o comunidad que funciona de forma paralela a las comunidades o espacios no virtuales. Es la ya clásica distinción entre Internet como instrumento, el uso que hacemos de este medio en empresas o en el ámbito privado para comprar, informarnos, comunicarnos puntualmente con alguien, etc., y su utilización como ciberespacio.

En la primera dimensión, Internet aparece como uno de tantos inventos que nos permiten potenciar prácticas que ya de por sí se llevaban a cabo, facilitándolas, haciéndolas menos costosas y más accesibles. Lo característico de la segunda, por el contrario, es que ha dado origen a una nueva forma de comunidad a través de la creación de redes fuera de espacios nítidamente delimitados en los que la dimensión territorial está del todo ausente. Hablar aquí de ‘espacio’ no deja de ser irónico, ya que su rasgo más característico es, precisamente, su ‘desespacialización’, el poder traspasar todos los límites geográficos conocidos. Es, sin embargo, un ‘lugar’ de encuentro, como ocurre en las llamadas redes sociales, pero también en todas las demás páginas web en las que ‘coincidimos’ con otros -o los buscamos- y nos comunicamos con ellos.

La sociabilidad de la Web 2.0

La aparición de la Web 2.0, con sus inmensas capacidades para la interacción, permite hablar de una nueva comunidad; una comunidad virtual con rasgos propios, diferentes de los ya característicos de las interacciones cara a cara -la ‘comunidad’, en su sentido técnico de Gemeinschaft-, o los más abstractos de la ‘sociedad’ (o Gesellschaft), por seguir con la famosa distinción de Tönnies.

Genera un nuevo tipo de sociabilidad, aunque no sepamos bien todavía cómo conectarla a los dos tipo ideales anteriores. De la sociedad parece tener en común la frialdad y la distancia del tipo de comunicación que genera, muchas veces anónima; también la voluntariedad de las conexiones, menos dependiente de vínculos en los que uno nace; no es ‘adscriptiva’, como suele ser el caso de la Gemeinschaft.

Pero esto sólo es así en parte. Muchas de las comunicaciones dentro de esta comunidad virtual sirven para dotar de una mayor consistencia, pregnancia y durabilidad a vínculos intensos -de amistad, sentimentales, de afinidades- que antes, por separación geográfica u otras razones, se perdían en el devenir de la vida.

La inmersión en los nuevos espacios que nos ofrece la Web no prejuzga, pues, el tipo de intensidad que hayan de tener los contactos y por eso mismo tampoco se subsume claramente dentro de una u otra categoría. Constituye una nueva forma de sociabilidad, un tertius genus, cuyo rasgo más característico puede que sea el facilitar la vida social en tiempos del individualismo y que a la postre contribuye a potenciarlo.

Libertad de agrupación

El diagnóstico que habitualmente se hacía de la sociedad informacional, sujeta a una cultura banal y sin raíces, era el detectar en ella una dialéctica entre dos poderosas fuerzas: la más ligera de la cultura de la globalización comercial (eso que B. Barber calificó como Mc-World) y la más densa de las fuertes ligazones identitarias, la Yihad, por seguir con la distinción de este autor. Cuanto más nos enfrentamos a la ligereza del mercado y de la comunicación global -ésta era la tesis-, tanto más precisaremos compensarlo con los vínculos fuertes asociados a la religión o a otras identidades ‘pesadas’ (I. Calvino).

La realidad de la puesta en práctica de las comunidades virtuales ha provocado, sin embargo, que no tengamos que caer fatalmente en ninguna de estas dos opciones; ambas pueden ser digeridas de forma simultánea, como cuando nos conectamos con grupos que satisfacen nuestras necesidades de pertenencia a asociaciones en una determinada red de personas que comparten nuestros rasgos identitarios específicos, ya sean éstas grupos religiosos, de nacionalistas radicales o de militantes de extrema derecha. Virtualmente conseguimos sublimar así nuestra ‘necesidad de comunidad’, del mismo modo que ello no excluye nuestra participación en otras redes que satisfacen las demandas del hiperconsumo o de la cultura popular de la sociedad globalizada.

En cierto modo puede afirmarse, pues, que se superpone a otras formas de sociabilidad, con independencia de su calidez o frialdad. Pero al mismo tiempo no equivale exactamente a ellas. El hecho de que el punto de conexión sea el individuo y que sea él quien establezca los contactos o se vincule a una u otra comunidad virtual, pone el acento y la carga de la pervivencia de las mismas en el compromiso, más o menos laxo, de quienes se unen a ellas, de cada individuo.

No hay comunidad virtual sin continuidad y sin la existencia de un núcleo de personas activas que contribuyan a su mantenimiento; y eso las diferencia también de las formas de sociabilidad que beben en el paradigma anterior. Su rasgo distintivo parece ser el facilitar redes comunicativas bajo el modelo de las ‘afinidades electivas’. Cada cual elige a sus ‘vecinos’ de la Red, del mismo modo que en ella cada uno puede jugar el rol que le venga en gana o mantener el grado de anonimato que desee, con lo que ello significa para potenciar una continua reinvención del yo.

¿Qué es lo virtual y qué es lo real?

Lo más sorprendente de algunas de estas comunidades -y esto merecería en sí mismo un artículo aparte- es, sin embargo, la nueva dimensión de la que se ha dotado a la relación entre realidad y virtualidad. Puede que aquí se encuentre el aspecto más revolucionario y sorprendente de esta nueva sociedad emergente. Si uno observa, por poner un ejemplo, la influencia de las redes sociales (Facebook, etc.) en el comportamiento de muchos usuarios, llega en seguida a la conclusión de que ya casi se ha convertido a la vida en virtual y a lo virtual en real.

Más que la vivencia inmediata de algo, parece que importa su reflejo en la Red. Sobre todo entre los más jóvenes, se ‘vive’ para poder dejar constancia de ello ante los ‘amigos’ con los que interacciona en Internet. No importa tanto la experiencia de algo, como la forma en la que esto será plasmado después -mediante fotos o comentarios- en su página; y esto, la comunicación de la experiencia, es anticipada en el mismo momento en el que es vivida. De forma similar, la gente prefiere sincerarse más en el chat que en persona, con lo cual se crean nuevas pautas de sociabilidad que son completamente distintas a las de épocas anteriores. Por no hablar de la facilidad con la que se entra en nuevas relaciones a través de un mero clic del ordenador. Al final, la vida tal y como la veníamos entendiendo es secundaria, lo primero y fundamental es comunicarla.

Artículo extraído del nº 81 de la revista en papel Telos

Ir al número Ir al número



Comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *