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La intimidad de los jóvenes en las redes sociales


Por Rosalía Winocur

Para los jóvenes, en términos de trascendencia social, lo que no puede ser visto en los medios o subido a la Red ‘no existe'. Pero ¿qué ocurre entonces con la intimidad?, ¿desaparece, se transforma o cambia de sentido? Este artículo intenta responder a estas preguntas a partir de recuperar su experiencia en las redes sociales.

Para mi sobrina Luisa
que usa el celular porque tiene
una mamá que lo requiere

En la literatura anglosajona reciente destacan dos posturas sobre el tema de la exhibición de la intimidad en la Red que oscilan entre la crítica apocalíptica a la total e ineludible transparencia de la redes sociales que conlleva la anulación de la privacidad (Keen, 2009), y un enfoque más mesurado que asimila los comportamientos on line a los de la vida cotidiana off line; y en ese sentido, el uso de la Red no supone más peligros que los de ventilar la privacidad personal y familiar gritando, peleando o haciendo ruidos que los vecinos escuchan a través del cubo del edificio, o esparciendo chismes y rumores de una oficina a la otra (Johnson, 2011).

Respecto a la primera postura, en su artículo Sharing is a trap, Keen sostiene que con la compulsiva exhibición de datos de nuestra vida privada estamos erosionando la conquista histórica del derecho a la privacidad: «El panóptico ha reaparecido con un giro escalofriante: lo que alguna vez vimos como una prisión, ahora es considerado un patio de recreo» (Keen, 2011, p. 1). Por el contrario, Johnson cree que esos temores son exagerados y que nuestros intercambios de chismes y novedades en Facebook son muy similares a los que teníamos -y aún tenemos- por teléfono y que para los ajenos estas conversaciones no tienen ninguna relevancia ni interés: «Las cosas sobre las que la gente habla en Facebook han sido siempre parte de la sociabilidad: la información se transmitía cara a cara o por teléfono. Actualmente la misma conversación está en una red mayor, y es más fácil tropezar con esas conversaciones siendo de afuera porque tienen un registro permanente on line, y cuando oyes por casualidad conversaciones privadas de otras personas, suenan como un desperdicio de Banda Ancha» (Johnson, 2011, p. 2).

¿Qué muestran los jóvenes en la Red acerca de su intimidad?

Más allá de los aciertos ensayísticos de ambos autores1, sus reflexiones reflejan de manera bastante fiel las preocupaciones acerca del tema que circulan en el imaginario social, reproduciendo por una parte la excitación y el empoderamiento que nos genera la apropiación de una nueva herramienta con posibilidades inéditas de trascendencia social, pero también los miedos y ansiedades que nos produce la exhibición y el almacenamiento de nuestros gustos, sentimientos y circunstancias biográficas. Y, en ese sentido, difícilmente podemos no estar de acuerdo -al menos en parte-, con alguna de ellas. ¿Quién podría negar que la denominada data mining2 nos alcanza a todos los usuarios de la Red sin que podamos hacer prácticamente nada para impedirlo?: «Algunos datos personales siempre fueron públicos -el precio de tu casa, algunos papeles de divorcio, tus antecedentes penales, tus donaciones políticas-, pero eran guardados en edificios diferentes, accesibles solo por aquellos que completaban molestos formularios; ahora pueden ser cliqueados. Antes de Internet, no era posible reunir otro tipo de información porque hubiera requerido enviar una persona a seguirnos en el shopping, escuchar nuestras conversaciones y mirar lo que leíamos en el periódico. Ahora todas esas actividades ocurren on line -y pueden ser rastreadas instantáneamente-» (Stein, 2012, p. 2).

Pero al mismo tiempo, si somos personas corrientes y no utilizamos la red social para hablar mal de nuestro jefe, del profesor de matemáticas, de la suegra o del líder narco de la comunidad, y nuestro patrón de comportamiento no se asemeja al de un terrorista en potencia, la modesta y performática exhibición de datos de nuestra intimidad sumada a la de millones de usuarios se pierde en el total y absoluto anonimato que provoca la saturación de datos biográficos en la Red, sin que este hecho tenga consecuencias graves ni manifiestas en la vida privada.

En el mismo sentido, sorprende con qué facilidad algunas interpretaciones sobre las transformaciones en el espacio público y privado se dan por descontadas para ilustrar los cambios en la subjetividad contemporánea, sin que eso tenga su correlato en la indagación de la perspectiva de los sujetos acerca de lo que está pasando con su intimidad, no con el ánimo de desmentir la evidencia de esos cambios, sino con el de profundizar en su dimensión simbólica y subjetiva. Creo que existe una sobredeterminación de interpretación sobre el comportamiento visible de los sujetos, más precisamente de algunos sujetos que aparentemente exhiben todos los rincones de su intimidad en Internet, que por una parte lleva a ignorar la manera en que construyeron subjetivamente esos actos y cómo se los representan en términos de su intimidad; y, por otra, inducen a pensar que los casos excepcionales son casos paradigmáticos de la erosión de la privacidad, cuando en realidad la abrumadora mayoría de los jóvenes muestra muy poco de su intimidad en las redes sociales.

Una mirada rápida de la página de cualquier joven usuario medio de una red social evidencia que allí se encuentra exhibido, con distinta intensidad y grado de audacia, todo lo que tradicionalmente se consideraba parte del reino de la intimidad: diálogos amorosos, referencias eróticas, conversaciones cotidianas, chismes y fotos familiares, estados anímicos y comunicación del malestar físico y/o psicológico.

No obstante, para entender el sentido de esta nueva clase de ‘intimidad pública’ (Arfuch, 2005) o ‘extimidad’3 (Sibilia, 2008, p. 16), no basta con registrar lo obvio, sino que es necesario preguntarse por el significado que la intimidad tiene para los jóvenes a partir de su experiencia en Internet, especialmente con los blogs y las redes sociales. Y para responder a esta pregunta parece pertinente abandonar el presupuesto y lugar teórico de referencia de todo lo que tradicionalmente se considera parte del reino de la privacidad y estar abiertos a que las respuestas traigan nuevas definiciones sobre lo íntimo, lo privado y lo público que no necesariamente implican una pérdida de la intimidad en la perspectiva de los jóvenes: «Para mí, el participar en todas las redes sociales no es señal de estar visible, uno puede publicar de pe a pa su vida en la Red, pero siempre quedará algo en la parte privada, que celosamente guardamos y que desconfiamos de ‘colgar’ en la Red» (Mónica, 29 años).

‘Intimidades privadas’ e ‘intimidades públicas’

Estar conectado implica esencialmente estar visible. La visibilidad garantiza la inclusión en un mundo cuya representación se ha desplazado de lo palpable a lo comunicable. La clave que explica lo trascendente que se ha vuelto estar visible radica en lo amenazadora que resulta la invisibilidad. En términos de trascendencia social, para los jóvenes lo que no puede ser visto en los medios o subido a la Red no existe (Winocur, 2009).

Parece oportuno entonces preguntarse si en estas condiciones de exhibición total del yo, hay algo que todavía pueda ser considerado -de manera individual o compartida con otros- un secreto, una práctica privada, un pensamiento oculto, un momento de introspección, un acto pudoroso o una acción pecaminosa.

En este artículo citamos testimonios de dos investigaciones socioantropológicas llevadas a cabo en momentos diferentes y con estrategias metodológicas diversas. La primera, realizada en la Ciudad de México en el año 20074, tuvo por objeto reconstruir las prácticas y representaciones de los jóvenes universitarios en Internet a través de entrevistas en profundidad cara a cara. De la otra investigación en curso, que tiene como propósito dar cuenta de las nuevas formas de sociabilidad e inclusión social entre los jóvenes, se citan observaciones y entrevistas en línea que fueron realizadas en Facebook a jóvenes entre 16 y 35 años en el año 2011.

En el primer estudio mencionado, cuando les preguntamos a nuestros entrevistados de entre 19 y 25 años cuáles eran las cosas íntimas-privadas y cuáles las públicas en la vida de las personas, obtuvimos tres tipos de respuestas, que al mismo tiempo involucran y trascienden su relación con la Red sin necesidad de que dicho vínculo fuera explicitado.

La pregunta se planteó de forma general, con toda la intención de comprobar si los espacios virtuales aparecían espontáneamente como referencia para definir lo íntimo y lo público, pero curiosamente ninguna respuesta mencionó la Red. Al parecer, los jóvenes no tienen necesidad de separar la vida on line de la vida off line, porque en sus prácticas cotidianas y en sus universos significativos ninguno de estos ámbitos existe ni funciona sin la presencia del otro (Winocur, 2009). Lo cual sugiere, desde el punto de vista metodológico, que para entender el significado de la práctica y exhibición de la intimidad en la Red es necesario ubicar el problema en un marco de observación e interpretación más amplio que comprende el conjunto de los espacios, tiempos y actividades de la vida cotidiana, y no solo los virtuales.

Lo íntimo es un lugar que reconoces como propio dentro o fuera de la casa

Una primera clasificación de sus respuestas alude a la intimidad como un lugar propio que tanto desde el punto de vista físico como simbólico, al igual que lo público, podría estar ubicado dentro o fuera de la casa: 

«Lo íntimo es tu habitación, tus cosas personales. Y lo público comienza en la misma casa, pero como la cocina, lugares comunes a toda la gente que vive ahí donde estén en relación» (Víctor, 25 años).

«Tu casa sería íntima, aunque se vuelve pública porque comienza a entrar gente que tú no conoces, pero creo que sería tu cuarto, tu cabeza» (Alejandra, 20 años).

Además de establecer áreas de mayor y menor intimidad dentro de la propia casa y respecto al resto de la familia, se percibe el hogar como un lugar que ya no está fortificado frente a los extraños. Aunque los testimonios no lo mencionan de esta forma, podríamos pensar que la sensación de extrañamiento la producen no tanto los que ocasionalmente llegan físicamente de visita, sino los extraños y conocidos virtuales que irrumpen permanentemente a través de las pantallas electrónicas y digitales. En sus opiniones destaca, por una parte, un sentimiento de extrañamiento dentro del propio hogar, marcado muy posiblemente por las diferencias generacionales; y por otra, la vinculación entre intimidad y sentimiento de pertenencia, donde lo íntimo estaría asociado a lo propio y lo público a lo extraño. En el segundo caso, lo íntimo y lo público no se relacionan de manera automática ni convencional con ciertos objetos materiales, espacios físicos o relaciones familiares, sino con aquellos objetos, espacios y relaciones, tanto físicos como virtuales, que nos hacen sentir que somos parte de algo significativo en nuestras biografías.

También todos coinciden, con distinto énfasis, en que el reino de la intimidad se ubica básicamente en cuatro ámbitos: su pareja, su cuarto, su cuerpo y sus pensamientos. En dicha clasificación la familia-casa ha pasado a tener un estatus ambiguo, donde algunas veces se la considera parte de las relaciones íntimas y otras, como veremos luego, es parte del ‘público’ que los rodea; y por el contrario, los pensamientos se han vuelto el núcleo duro de la intimidad:

«Los secretos más profundos e íntimos -salvo evidentes excepciones- no son expuestos en lo más mínimo o en algunos casos, con abstractas formas de expresión en las redes sociales. Producto de ello y tratando de responder a tu pregunta, la intimidad se ha segmentado de una manera que la polariza agudamente, quedando en un lugar mucho más profundo aquello tan oculto que muy difícilmente será revelado (y donde es mejor seguir siendo invisible), pero al mismo tiempo compartiendo lo que antes era más complejo externar (que es con lo que se desea ser visible)» (Ariel, 29 años).

En el mismo sentido, la relación soledad-intimidad ya no alude al aislamiento necesariamente, sino a un estatus muy particular donde estar solo físicamente en un cuarto, o en algún lugar del mundo, solo refiere a la ausencia física de los otros, porque virtualmente están todos presentes a través del celular o de la computadora. Los nuevos solos ya no son los que no tienen a nadie alrededor, sino los que están desconectados, y eso, obviamente, también resignifica la noción y la práctica de la intimidad.

Como bien señala Arfuch (2005), lo que caracteriza al reino de la intimidad es su «intrínseca condición comunicativa», cualidad especialmente denotada en las redes sociales. En cierta forma participamos de todas las conversaciones y eventos porque están disponibles, pero la mayoría de ellas no nos interesan; y de nuestras abultadas listas de 300 ó 400 amigos, solo interactuamos regularmente con aquellos 20 ó 25 que vemos todos los días o son significativos en nuestros afectos.

«Actualmente tengo 445 ‘amigos FB’. Mayoritariamente fui agregado por ellos. Yo me limito a aceptar las solicitudes sin muchos requisitos. Mi comunicación sigue siendo bastante escasa. De vez en cuando subo algún vídeo que me gusta, anuncio la entrevista que tendremos en el programa donde trabajo y rara vez comento alguna foto […] No suelo hurgar en los comentarios de los desconocidos, ni me sumerjo en debates de opinión sobre la situación política del país o la vida de la langosta» (Natalio, 24 años).

Intimidad versus privacidad

Casi todas las relaciones que los jóvenes cultivan cotidianamente en Internet o con su celular son con personas ‘conocidas’ con las que tienen (o tuvieron en el pasado) un contacto diario u ocasional fuera de la Red, o con ‘conocidos’ de sus ‘conocidos’. Estas redes tienen un carácter netamente endogámico, reciben visitas y solicitudes de amigos referidas por alguien a quien conocen y, aunque probablemente nunca lleguen a encontrarlos fuera de la Red, forman parte del mismo circuito referencial de familiares y amistades de unos y otros:

«Se forman grupos de gente con las mismas afinidades y es chistoso, pero después de un tiempo resulta que tus mismos amigos son amigos de otros que también lo son y piensas que quizá el espacio cuenta con poca gente y por eso coinciden tanto, pero no es así, es simplemente que los gustos y los tipos de personalidades provocan que todos terminen siendo parte del mismo grupo y sí, después todos coincidimos en las mismas tocadas» (Graciela, 26 años).

Entonces, si la intimidad exhibida en la mayor parte de los casos es solo de la incumbencia de unos pocos que la comparten fuera de la Red y le resulta completamente indiferente al resto, cabe preguntarse en qué sentido dejó de ser parte de la privacidad personal y familiar. Como bien se pregunta Johnson: «¿Pero la generación Facebook está compartiéndolo todo? Lo dudo. Las interacciones que yo veo sugieren que la gente está guardando la mayor parte de su vida privada off line. Chismean, flirtean, aconsejan, comparten noticias en Facebook, pero hablan poco de los problemas en su matrimonio o de las dudas acerca de la carrera que eligieron. Hay quienes comparten demasiado on line, pero también siempre hubo quienes compartían demasiado en la época de la plaza pública y el teléfono. Sospecho que la mayoría de nosotros nos ubicaremos en una situación en la que disfrutemos de las nuevas posibilidades que se abren cuando puedes hablar en una red social extendida, pero al mismo tiempo conservaremos el espacio de nuestra vida privada» (Johnson, 2011, p. 2).

Asimismo, otro fenómeno paradójico puede contribuir significativamente a preservar nuestra intimidad por la vía de la saturación de la información. Como agudamente lo describe Cabrera Paz, es el momento «en que el secreto descubierto retorna al silencio»: «Una vez producida la fase de saturación sobreviene el momento más paradójico, donde el ‘exceso de lo visible produce la invisibilidad’ […] Lo que estaba oculto y se sobre-expone retorna entonces al mundo de lo invisible. Es el retorno de lo secreto al reino de lo no visible ni significativo. Para ocultar el secreto basta hacerlo excesivamente visible. La mejor manera de ocultar es sobre-exponer las evidencias, mostrarlo todo, saturar el canal de distribución, hacer del detalle el exceso. En la abundancia de información la mirada sobre-estimulada se agota y se pierde, se satura y se acaba el interés» (Cabrera Paz, 2011, p. 9).

Lo íntimo es una decisión que tomas en cualquier momento de comunicar o no lo que sientes

Una segunda clasificación de las respuestas de nuestros informantes alude a la decisión personal de decidir en cada momento y situación lo que quieres comunicar sin referencia a ningún lugar ni tiempo especial. Todos los testimonios hacen mucho hincapié en la soberanía de la decisión y en la responsabilidad personal por lo que se muestra o se omite. Es interesante comprobar que en ese sentido no hay ninguna mención a hacer las cosas según indique la tradición, el sentido común, la moral o las buenas costumbres:

«Yo creo que lo público es todo lo que quieres dejar ver y lo privado pues lo contrario ¿no? Pero eso ya depende de cada persona» (Ana María, 20 años).

«Las cosas públicas son aquellas que la misma persona quiera difundir […] Y las íntimas las que no quiere decir, pues yo creo que podría no querer decir su edad, podría omitir su ocupación, podría no querer dar explicaciones» (Alicia, 20 años).

«Las cosas públicas en la vida de las personas son las cosas que la persona está dispuesta a decir y dar a conocer. Las cosas íntimas son las que, o no quieres decir, o no quieres que los demás sepan. Creo que esa es la distinción, una cuestión de voluntad» (Luisa, 23 años). 

Y la última frase del tercer testimonio de Luisa es bastante ilustrativa al respecto: «Creo que esa es la distinción, una cuestión de voluntad». La intimidad, en ese sentido ya no puede darse por hecho, ya no forma parte de la vida cotidiana ni de lo que tradicionalmente se entendía como privacidad. La intimidad es algo que voluntaria y permanentemente hay que construir y decidir, lo cual requiere invertir una cantidad considerable de energías. Una sólida puerta de madera cerrada era un claro símbolo de que aquí comienza mi intimidad y acaba la tuya -y en cierto sentido sigue siéndolo-, pero las múltiples puertas y ventanas virtuales que están a nuestra disposición son vulnerables, podemos controlar relativamente la privacidad de lo que allí guardamos y además estamos obligados a decidir permanentemente cuándo estar visibles y cuándo no, qué decir, cómo hacerlo, quién será el destinatario aparente y quién el verdadero, quién debe quedarse y quién eliminarse de nuestra lista de contactos y cómo cuidar que los que mantenemos separados en la vida fuera de línea no se mezclen en la vida on line.

Lo íntimo es aquello no comunicable porque puede ser objeto de estigmatización y sufrimiento

Un tercer grupo de respuestas aluden a lo íntimo como un padecimiento no comunicable por el temor al rechazo, la burla, o la estigmatización:

«[…] también se me viene a la mente que todo lo privado son las cosas que la sociedad de alguna manera estigmatiza ¿no?, las preferencias sexuales tal vez, bueno, ahora ya menos, pero en el grueso de la sociedad creo que sigue siendo así» (Gabriel, 22 años).

En el caso de los adolescentes, la intimidad, en el sentido de lo que no es comunicable en la Red, no es ocultar que alguien le fue infiel a otro o que se emborrachó en una fiesta, o que habló mal de un compañero, preceptor o maestro en el receso de la escuela, sino otro tipo de asuntos que la mayoría evita cuidadosamente mostrar. Asuntos penosos y que por lo general entrañan un profundo sufrimiento, como las peleas con los padres o los conflictos familiares; los complejos de inferioridad (lo que no les gusta o les da vergüenza de sí mismos), los sentimientos de exclusión (sentir que quedaron fuera de algo o no fueron tenidos en cuenta en alguna movida, chisme o actividad) y las fantasías sexuales, en la mayoría de los casos no son objeto del intercambio cotidiano en las redes sociales.

En el siguiente ejemplo de una adolescente de 16 años muy popular en su escuela y que hace un uso intensivo de Facebook, del Twitter y del teléfono celular, podemos apreciar cuáles son claramente los ámbitos de su intimidad que ella considera que no deben publicarse en su muro5:

«En general todo depende de con cuál de tus amigos estés hablando. A algunos claro que no les cuentas todo, pero las pláticas comunes son: lo que has hecho en estos días, relaciones amorosas, ligues, calificaciones, o cosas que pasen en fiestas o así. Y a tus amigos cercanos les cuentas […] quién te gusta, o si tienes problemas familiares, pero eso en general solo se lo cuentas a una persona a la cual le tengas muchísima confianza […] Eso se habla en privado, o sea, este tipo de cosas nunca se ponen en el perfil de una persona en Facebook porque son cosas que generalmente son más serias, no para que todos se enteren y pongan su opinión. La antipatía hacia la gente también se comenta mucho entre tus mejores amigos, pero cuando se trata de algún familiar no se publica tanto, a menos que no sea algo muy serio […] Cara a cara pues también es común, generalmente en la escuela le cuentas a alguno de tus amigos o van a tomarse un café, pero otra vez ahí, es mucho más común eso solo con tus amigos más cercanos» (Sonia, 16 años, estudiante de preparatoria).

En el caso de jóvenes entrevistados entre 25 y 30 años, todos dijeron haber superado cierta necesidad compulsiva de exhibirse cuando maduraron y califican estos comportamientos entre su congéneres como típicamente adolescentes y riesgosos. A los ojos de estos jóvenes ‘maduros’, los adolescentes, y los jóvenes que se siguen comportando como adolescentes, asumen riesgos innecesarios cuando exhiben su sexualidad, adicciones o conflictos con la autoridad, que los pueden hacer objeto de estigmatización entre sus pares o de discriminación, por ejemplo en el momento de buscar trabajo, porque saben que muchas empresas han asumido como práctica rutinaria para decidir si dan un puesto o no, observar el comportamiento del aspirante en las redes sociales. 

Por otra parte, la comunicación del malestar cotidiano o el sufrimiento, ya sea eventual o crónico, en la mayoría de los casos no ofrece detalles sobre los motivos o las circunstancias del mismo. Se expresa en tercera persona o utilizando recursos literarios, como citar una frase de algún autor, pero lo más importante es que el mensaje no tiene un destinatario claro. Pueden ser todos los de la lista que se comportan como las audiencias mudas de los programas del corazón de la radio, que escuchan pero que no se supone que opinen ni que intervengan; puede ser alguien en particular, quien no necesariamente se siente aludido porque el mensaje no lleva su nombre, o por el contrario, sabe que es el único destinatario porque interpreta el sarcasmo, la ironía o la metáfora de su contenido; o pueden ser los amigos o familiares más cercanos quienes conocen y comparten las circunstancias de la confidencia. En suma, a diferencia de lo que indica el sentido común, la publicidad de un estado anímico no significa necesariamente, ni en todos los casos, desnudar la intimidad. La mayoría de los comentarios se escriben con la suficiente ambigüedad para que el contexto, los antecedentes y los detalles del hecho solo puedan ser descifrados por los más cercanos y conocidos. Como vemos en los ejemplos que se presentan a continuación6, de las frases publicadas, ‘los ajenos’ solo podemos estar seguros de que quien las escribe tuvo un mal día, padece un malestar transitorio, una insatisfacción permanente, sufrió una pérdida o está atravesando un episodio amoroso doloroso, pero eso es todo:

«Cansada de tener días de mierda… de estar angustiada, rabiosa, impotente» (Fabiana, 31 años).

«Pero qué día de mier…» (Inés, 31 años). 

«FUCK! Que injusticia la re puta madre… Como que ya fue, no? No será hora de que manden algo bueno? Satán? Dios? Buda? El karma? El destino? Doña María? Que tienen conmigo? Púdranse todos y dejen vivir de una maldita vez!» (Marcos, 25 años).

«Q año de mierda q termine de una vez. No quiero seguir perdiendo gente» (Gustavo, 33 años).

«Necesito un poco de paz. No resisto más este sufrimiento» (Josefa, 35 años).

Por último, es necesario destacar que en las redes sociales no todas las intimidades tienen el mismo valor ni son objeto de la misma atención. Existen intimidades de primera y de segunda clase. Algunas pasan absolutamente desapercibidas aunque se exhiban explícita y crudamente; y en otras, el más mínimo e intrascendente gesto es motivo de curiosidad de todo el mundo. Y aunque las redes se muestran más flexibles en sus mecanismos de inclusión social, tienden a reproducir las desigualdades que se dan fuera de la Red: si alguien es muy popular fuera de la Red, lo es igualmente en la Red; si alguien es invisible en el mundo off line lo más probable es que también lo sea on line. Porque la red social es una extensión de la sociabilidad en el mundo real, por muchos amigos que aparezcan en la lista de un joven, la mayor interacción -y la más regular y constante- se da con los que ve todo el día en la escuela o en los lugares donde circula habitualmente.

Lo íntimo como performance o producción de sí mismo

Un tercer grupo de respuestas define lo público como la actuación que montas para los demás; y lo íntimo es lo que está detrás de lo aparente, los verdaderos motivos o intenciones de tu actuación:

«Lo público sería que tienes novio y todo el mundo sabe que tienes novio, y te ven con él que andas de la mano y que te besas y que vas al cine con él y vas con los amigos y sha la la, no? entonces de repente la gente te ve feliz; o a veces te ve molesta, especulan, pero no tienen por qué saber, a lo mejor sí, tú estás bien o si a lo mejor detrás de esa felicidad aparente hay otra cosa, o a lo mejor si tienes problemas con tu pareja no todo mundo se tiene que enterar, entonces eso es como muy íntimo, entonces creo que eso aplica en general» (Laura, 25 años).

Cuando un joven escribe en su muro sugiriendo un acto de masturbación, no está necesariamente exhibiendo su intimidad, sino haciendo de su intimidad una actuación, que es algo muy distinto:

«Estoy como en la peli loco por mary, tengo semen en el pelo» (Leandro, 27 años).

«nahhhh!!! NOOOO!!! no podes tirar estos comentarios!!! noooo : O
P.D.: espero que estés hablando de algún trabajo rural que estés haciendo… (tapándome los oídos y los ojos para no enterarme de lo que vas a contestar» (Fabiola, 25 años).

«Asas Florencia a todo hombre le ha pasado al menos una vez en su vida jajaja» (Leandro, 27 años).

Se trata de una intervención calculada y en ocasiones cuidadosamente preparada, cuyo material lo toma del repertorio de escenas íntimas de su vida privada y la composición está inspirada en las múltiples narrativas que consume en Internet y en los medios electrónicos. Se trata de una producción de sí mismo donde lo que importa es la ‘verosimilitud del personaje’ (Mayans, 2002, p. 193). A diferencia de lo que se piensa, mientras más audaz es el acto de exhibición, más elaborado y preparado suele ser. Lo que se escribe o lo que se muestra no es producto de un acto espontáneo e irreflexivo como se suele pensar, sino que requiere en cada momento pensar a quién va dirigido, quiénes serán testigos y qué efectos puede causar:

«Yo comparto muchas intimidades pero de maneras más sutiles, intento que tengan ingenio y que no describan exactamente lo que pasó sino solo contar una parte, por ejemplo si me peleo con Jorge un día pondría algo como ‘vaya que es cierto eso de que todos los hombre son iguales, ¡igual de pendejos!!’ eso sería si estuviera realmente enojada, pero NUNCA pondría algo como ‘me peleé con Jorge, es un idiota’» (Valeria, 19 años).

Exhibirse y practicar el voyeurismo es parte del juego; y a diferencia de lo que ocurre en el mundo off line, son comportamientos completamente aceptados porque garantizan la condición de visibilidad, siempre y cuando el voyeur no se extralimite en su intento de pasar ‘del otro lado del espejo’, es decir, cuando intenta hackear su cuenta o deja comentarios ofensivos en su muro, y es en ese momento que siente vulnerada su intimidad, no cuando la exhibe, sino cuando esta es profanada.

«Por lo menos en mi caso me he sentido desnudada, he sentido que me han despojado de la posibilidad que tengo de ser sujeto, para ser objeto. Lo digo de esta manera porque una persona me ha privado de la libertad de tener mi intimidad metiéndose a mi Facebook» (Ana, 24 años).

Para concluir

Lo que sugieren las prácticas y representaciones de los jóvenes estudiados es que la intimidad, más que desaparecer, ha sufrido una transformación de sus sentidos y uno de esos cambios se expresa en el desdoblamiento de su naturaleza en una ‘intimidad pública’ (Arfuch, 2002) y otra privada, donde los mismos actos pueden ser objeto y expresión de ambos tipos de intimidad, en ocasiones mantenerse cuidadosamente separadas y en otras confundirse. Tal vez los jóvenes tengan dificultades para definir en abstracto lo que significa un espacio u otro, o para hablar de alguno de ellos sin referirse inmediatamente a su contraparte (mi cuarto es parte de mi intimidad, pero al mismo tiempo se vuelve público cuando chateo o hablo por Skype en mi compu), pero pueden dar múltiples ejemplos en su biografía de lo que ambos representan situados en distintos escenarios de su vida diaria y en diferentes momentos de su historia. Y en ese sentido, lo público y lo privado-íntimo siguen representando dos ámbitos que pueden distinguirse en la experiencia cotidiana y biográfica.

Lo de ‘situados’ reviste particular importancia en sus relatos, porque respecto al tema que nos interesa, la intimidad en Internet, ellos hacen mucho hincapié en marcar que en ciertas circunstancias que van cambiando con la edad, las mudanzas o diversas experiencias de socialización, algo que en algún momento fue considerado de carácter íntimo, puede hacerse público y a la inversa.

Los jóvenes admiten que tienen necesidad de ‘mostrarse’ en la Red, pero no reconocen que eso signifique exhibir o violentar su intimidad. En la percepción de nuestros entrevistados, sienten que controlan su intimidad mientras nadie violente la vulnerabilidad de los límites, es decir, intente romper o traspasar la pared trasparente que lo separa de la intimidad del otro. Con lo cual podemos concluir que el deseo de comunicarse es mucho más fuerte que el de mostrarse y que al mostrarse no están necesariamente desnudando su intimidad, sino produciendo una actuación con el objetivo de estar visible en los espacios significativos donde transcurre la sociabilidad -tanto on line como off line-, los cuales constituyen escenarios claves de recreación y dramatización de las nuevas formas de inclusión social (Winocur, 2011).

La compulsión de visibilidad de algunos jóvenes también obedece en muchos casos a una profunda necesidad de llamar la atención sobre algo que muchas veces no está claro para ellos, pero que puede ser dramáticamente expresivo de sus deseos más reprimidos o de sus padecimientos más ocultos. Esto nos permitiría suponer que la exhibición explícita del sufrimiento en muchas de sus manifestaciones no forma parte tendencialmente de la intimidad pública en las redes. Lo cual no quiere decir que si algún miembro de la tribu sufre una pérdida amorosa o una enfermedad, eso no sea objeto de una actuación en la Red que por supuesto genera toda clase de solidaridad y compasión. Pero ya sabemos que hay sufrimientos legítimos e ilegítimos y también que la exhibición de ciertos sufrimientos engrandece y convierte a quien lo exhibe en un héroe o heroína; y que la demostración de otros vuelve a la persona que lo comunica objeto de burlas y agresiones que se extienden fuera de la Red o, a la inversa, se originan fuera de la Red y se reproducen on line.

En estas nuevas condiciones de producción del yo, donde todos tienen la posibilidad de trascender públicamente, el ejercicio de la intimidad se ha vuelto un acto de naturaleza profundamente reflexiva, no solo porque producimos performances destinadas a alimentar nuestra ‘intimidad pública’, sino también porque, a diferencia de lo que ocurría antes donde ciertos espacios y tiempos nos indicaban que aquí comienza el reino de la intimidad y aquí se acaba -como las puertas de la casa y de las habitaciones, o la noche y el día-, han perdido mucho de su eficacia simbólica para marcar las fronteras y, como parte de nuestro proceso de individuación, tan caro a la modernidad, también debemos decidir y hacernos responsables todo el tiempo sobre lo que es comunicable o no de nuestra intimidad (al menos en un sentido manifiesto), con quién o quiénes compartirla, en qué momentos y en qué espacios reales o virtuales.

En esta perspectiva, la intimidad se autonomiza física y simbólicamente de sus referentes históricos -la casa, el cuerpo, la sexualidad y la familia- y, respondiendo a su propia historicidad, se ejerce fundamentalmente en una multiplicidad de relatos –on line y off line– ubicados existencialmente en el espacio biográfico que se constituye fundamentalmente en el discurso.

Por último, nos parece sugerente la interpretación de Arfuch sobre el fenómeno creciente de la exhibición de la vida privada en todos los canales mediáticos y virtuales: «No es entonces una hipotética summa de historias individuales lo que viene desplegándose desde hace más de dos siglos bajo la luz inquisidora de lo público -quizás las historias de vida sean hoy bastión de resistencia al creciente poder decisional de las estadísticas-, sino una sustitución perpetua entre dos términos, solo en cierto modo contrapuestos: diferencia y repetición.

Diferencia, como valor de rescate en una sociedad donde el trabajo reproductivo ha devenido la actividad principal y la uniformización cubre todos los aspectos posibles del ser y del quehacer humanos; y es la unicidad de cada vida la que alimenta en el relato la certeza -necesaria- de lo singular. Repetición, como espejo tranquilizador que nos devuelve, más allá de la peripecia individual, del éxito o del fracaso, la misma historia: aquella que puede permitirnos la inclusión -la ilusión- de un ‘nosotros’. Y en esa oscilación se dibuja también el dilema, la tensión irresuelta entre la utopía de las vidas deseables y aquellas verdaderamente existentes. (Arfuch, 2002, p. 255).

Bibliografía

Arfuch, L. (2002). El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea. Buenos Aires: FCE.

– (2005). Cronotopías de la intimidad. En L. Arfuch (Comp.), Pensar este tiempo. Espacios, afectos, pertenencias. Buenos Aires: Paidós.

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Sibilia, P. (2008). La intimidad como espectáculo. Buenos Aires: Argentina.

Stein, J. (2011). Data Mining: How Companies Now Know Everything About You. Time [en línea], Vol. 177, No. 11. Estados Unidos. Disponible en: http://www.time.com/time/magazine/article/0,9171,2058205,00.html

Winocur, R. (2009). Robinson Crusoe ya tiene celular. La conexión como espacio de control de la incertidumbre. México: Siglo XXI editores; UAM I.

– (2011). O lugar da intimidade nas práticas de sociabilidade dos joven. MatriZes [en línea], vol. 5, No. 1, 179-193. Brasil. Disponible en: http://www.matrizes.usp.br/index.php/matrizes/article/view/51

Notas

1 Una síntesis bastante clara sobre ambas posturas y otras intermedias se puede encontrar en el artículo Redefiniendo la visibilidad social o ser un Wikileakers de nuestras vidas, publicado en el blog Digitalistas. Disponible en: http://digitalistas.blogspot.com/2011/03/redefiniendo-la-visibilidad-social-o.html

2 «Las bases de datos aumentan masivamente hasta convertirse en un pandemonio de millones de entradas. De ese caos, sin embargo, es posible desentrañar pautas sobre nuestro comportamiento para elaborar modelos predictivos y aplicarlos a la publicidad y al marketing, claro, pero también a la medicina, la gestión empresarial, los procesos electorales y la lucha contra el terrorismo. A la búsqueda de esas pautas se dedican los expertos en data mining (explotación o minería de datos), básicamente especialistas en estadística, matemáticos e ingenieros informáticos, encargados de desbrozar semejantes junglas de archivos en busca de patrones de comportamiento que ayuden a anticipar nuestras decisiones» (Grau, 2009, p. 1).

3 Se trata de un juego de palabras que propone la autora que busca dar cuenta de las paradojas de esta novedad, que consiste en exponer la propia intimidad en las vitrinas globales de la Red.

4 A pesar de que en el año 2007 la mayoría de nuestros entrevistados no pertenecían a las redes sociales como Facebook que hoy son muy populares, todos tenían una participación social muy activa en la Red. Hacían un uso intenso del mail y del Messenger, pertenecían a diversas comunidades virtuales, posteaban en diferentes foros y muchos de ellos tenían su propio blog.

5 Los testimonios que siguen a continuación fueron obtenidos en entrevistas realizadas a través de Facebook a mediados de 2011 y corresponden a una investigación en curso acerca de cómo se construyen, se validan y se resignifican nuevas y viejas formas de sociabilidad entre los jóvenes en el circuito on lineoff line.

6 La observación participante se desarrolló en Facebook, en un total de 52 días elegidos al azar, comprendiendo alternativamente días de semana y fines de semana, así como horarios matutinos y vespertinos, a lo largo de cinco meses (entre agosto de 2011 y enero de 2012). Se recogieron para los efectos del análisis testimonios de un total de 68 cuentas, de entre una lista de 200 contactos que abarcaban grupos de adolescentes de entre 15 y 18 años y de jóvenes de entre 18 y 35 años.

 

Artículo extraído del nº 91 de la revista en papel Telos

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