Corría el año 1985. Alianza Editorial publicaba dos gruesos volúmenes de un trabajo llamado Nuevas tecnologías, economía y sociedad en España, editado y dirigido por Manuel Castells y prologado por el entonces presidente del gobierno Felipe González. Su título sintetizaba la preocupación que existía por aquellos años en torno a la situación del desarrollo tecnológico y su influencia en la sociedad española y daba pautas para impulsar la ciencia y la tecnología en España.
Desde otro punto de vista, también en el año 1985 Espasa Calpe en la colección Austral publicaba un breve ensayo de Julián Marías, titulado Cara y cruz de la electrónica. Este librito era la contribución del citado filósofo a los trabajos del primer Plan Nacional de la Industria Electrónica e Informática, de cuya Comisión asesora formaba parte y en la cual también estaba yo mismo. Fue un acierto el incluir a un filósofo en una comisión formada por profesionales de la economía y de la ingeniería que trataban también de establecer políticas de futuro para un sector muy importante para las industrias, para la economía y para la sociedad.
En este mismo año, 1985, nace Telos: Cuadernos de comunicación, tecnología y sociedad, revista trimestral editada por Fundesco y cuyo título expresa la fuerte interrelación entre las tecnologías de la información y de las telecomunicaciones, los medios de comunicación y los usos y costumbres de la sociedad.
Estos tres hechos bastan para mostrar que en los años ochenta del pasado siglo XX había una preocupación por todo lo concerniente a las nuevas Tecnologías de la Información y de las Comunicaciones (TIC) tanto desde los puntos de vista meramente industriales y económicos como de las repercusiones que estas podrían tener en muchos aspectos culturales, sociales y políticos.
Recordando a un filósofo: los vaticinios de Julián Marías
Rendiré ahora un breve homenaje al filósofo Julián Marías, que supo anticipar con notable claridad muchas de las posibilidades, ventajas, inconvenientes y peligros de lo que él denominaba ‘electrónica’, que era una tecnología más acuñada aún que las nuevas TIC. Quizás se inspiró para el título en el informe que el Club de Roma había publicado en el año 1982 cuyo título era Microelectrónica: para bien y para mal. Y, antes de entrar en el breve análisis, conviene recordar que en el año 1985 Internet todavía era un proceso en desarrollo que no había llegado a la sociedad, que la telefonía celular o móvil tampoco había comenzado su implantación a gran escala y que los ordenadores personales empezaban su penetración.
Ventajas y peligros de las tecnologías
Julián Marías no era un moderno erudita que culpase a la tecnología de todos los males que ocurren en la sociedad, pero tampoco es un determinista que crea y defienda la inevitabilidad de las consecuencias del desarrollo científico y tecnológico. Lo propio de Marías es el equilibrio de la razón, que trata de comprender la realidad social total. Por lo tanto, al tiempo que señala que no se pueden poner puertas al campo del progreso de las tecnologías advierte que el desarrollo de las mismas va a transformar las condiciones de la vida más allá de lo que entonces se podría prever -tanto para bien como para mal- y que ello dependerá de la utilización que se haga de las mismas y de la adecuación de pautas de comportamiento y de políticas sociales y jurídicas a los nuevos medios tecnológicos.
A lo largo de la Historia, cualquier implantación de una nueva técnica lleva a una ampliación de posibilidades de acción para el ser humano, pero muy pocas veces esa ampliación ha sido tan grande y tan rápida como la actual. Pensemos en las memorias de los computadores, que han pasado en poco tiempo de unos pocos megabytes a pentabytes y extienden la memoria de cualquier persona a una enorme cantidad de información y además a una búsqueda y un acceso rapidísimo. Todos estamos familiarizados con Google, que nos permite tener el diccionario de la Real Academia en nuestro teléfono listo y la enciclopedia Espasa. El incremento de las acciones posibles es enorme. Hasta hace muy pocos años -por supuesto, no cuando Julián Marías escribió el libro- las comunicaciones de voz y los mensajes eran básicamente de persona a persona o, a lo sumo, a pequeños grupos, pero ahora con las redes sociales un comentario, una noticia, una gran mentira o una gran verdad llegan a millones de personas de forma casi instantánea.
Toda esta rapidez, unida a la consideración de que todo está al alcance de la Red, lleva a una disminución del esfuerzo y de la reflexión necesarios para la realización de muchas acciones humanas. Marías señala hasta qué punto las TIC alteran el sentido de la realidad, modificando la percepción del tiempo y del espacio en los cuales se desenvuelve nuestra vida.
Señalaba Marías que los aparatos electrónicos son refinadísimos juguetes. ¡Qué diría hoy, contemplando actualmente computadores personales y teléfonos listos! El elemento de juego es importante en la vida, pero conduce, casi sin darnos cuenta a la infantilización de nuestras acciones. Resulta curioso comprobar la facilidad con que los adolescentes y jóvenes manejan estos terminales y el cuidado que hay que tener en las familias para que su uso no se convierta en una ludopatía.
Otro de los aspectos que llama la atención del filósofo es el relacionado con la seguridad y la invasión de la vida privada. Las TIC permiten no solo la obtención, sino también la conservación, el tratamiento y la comunicación de las informaciones que afectan a las personas y a sus relaciones individuales y colectivas. Evidentemente, no se ha llegado al Big brother de Orwell, aunque es evidente que nuestros datos figuran en muchas bases y con las modernas técnicas de análisis inteligente y las bases de datos de enorme capacidad resulta fácil utilizar datos de las vidas privadas para propósitos mercantiles o de denuncias y dosieres, tan abundantes en el mundo de la política.
Cara y cruz de la ‘electrónica’
Después de describir las grandes ventajas y los peligrosos inconvenientes percibidos por el autor en 1985, Julián Marías llega a una conclusión: la cuestión no es si las tecnologías electrónicas deben ser utilizadas. Es evidente que sí. La cuestión estriba en cómo hay que usarlas y en si otras muchas actividades de la sociedad no deberían cambiar al ritmo de las tecnologías. Pensemos en el Derecho, en las Fuerzas de Seguridad, en las relaciones nacionales e internacionales, en las reglas de las democracias y en tantas otras actividades que siguen un ritmo muy lento de cambio, sin acoplarse a las enormes posibilidades que brindan las tecnologías.
Y si de las relaciones sociales pasamos a las individuales citaré lo que Luis Arroyo, en su libro La vida en un chip escribe refiriéndose al uso de los aparatos y las redes: «Cuanta más inteligencia pongamos en los cacharros que fabriquemos, más esfuerzo intelectual exigirá sacarles algún provecho». Por cierto, que también este libro fue editado en 1985.
Resulta pues sorprendente que hace treinta años un filósofo fuera capaz de señalar la cara y la cruz de lo que él denominó ‘electrónica’ y que hoy comprobamos que, efectivamente, son así: la cara y la cruz. Y todo esto, repito, sin Internet y sin móviles listos. ¿Se enseñan estas cosas en las facultades de Filosofía, en las de Ciencias de la Información y en las escuelas de ingenierías? ¿No hay un desequilibrio evidente en la formación?
Artículo extraído del nº 101 de la revista en papel Telos
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