Internet se ha erigido en un inmenso y complejo territorio por el que discurren la actividad económica, las interacciones sociales, la creación cultural y las dinámicas políticas del siglo XXI. Es decir, contiene una corriente casi infinita de conocimientos, transacciones, amores, amistades, trámites, campañas, descubrimientos, música, ciudadanía puesta en pie o banalidades, como también de estafas, crímenes, comercio humano, golpes de Estado y perversidades de toda índole, que -en conjunto- envuelven el planeta entero con sus luces y sus sombras, ensanchando de un modo impresionante los horizontes y límites de la experiencia humana.
Esto nos indica al menos cuatro cosas: que la Red no es una sino muchas redes, que la Red no es neutral, que estar presente en ella es absolutamente imprescindible y, por último, que la Red -en tanto que espacio humano de creación y relación- es muy dinámica y, en esa medida, nos cambia y la cambiamos; es en sí misma objeto y sujeto de transformación.
Las mujeres, que repetiremos sin desmayo que no somos un colectivo sino la mitad de la humanidad, participamos de ese mundo y estamos ayudando a cambiarlo pero no lo hemos colonizado todavía. Participamos partiendo de lo que es nuestra posición desigualitaria en la sociedad, también de nuestros intereses y experiencias de vida -que son diferentes y en general más ricos y plurales que los de los hombres- y haciéndolo, finalmente, de una manera tan diversa y contradictoria como corresponde al momento de cambio profundo y silencioso que estamos protagonizando.
Desigualdades manifiestas
Es importante traer a colación los elementos básicos de esa desigualdad de posiciones, roles y adscripciones de identidad entre hombres y mujeres para comprender mejor los cimientos que explican las diferencias entre ambos sexos en el acceso, usos y apropiación de la Red; es decir, para saber de qué punto estamos partiendo. Y también, y sobre todo, para cualificar mejor los retos que tenemos por delante de cara a lograr una verdadera y plena e-inclusión.
Podríamos resumir en cuatro grandes campos estas diferencias de corte estructural:
– El acceso y control sobre los recursos: da igual si hablamos de dinero, crédito, salarios, propiedades, pensiones, tierra, agua, tecnologías, información, visibilidad o tiempo (sin duda el recurso más importante de todos); las mujeres acceden en muchísima menor medida a todos los recursos que los hombres, así como al poder y control sobre ellos.
– Las rígidas, peligrosas y empobrecedoras dicotomías existentes en la ocupación de los espacios sociales, que podemos resumir en la figura 1 y que establecen una clara -aunque muchas veces sutil- frontera, tanto mental, como económica, cultural e institucional, entre los espacios de la izquierda (feminizados) y los de la derecha (masculinizados).
– El poder y la toma de decisiones en todos los ámbitos, que supone por ejemplo el que no haya: ninguna mujer al frente de las 172 áreas de conocimiento; ninguna en los diez primeros puestos de la Lista Forbes de las personas más ricas del planeta; ninguna entre los 20 chef más importantes del mundo; un 2 por ciento de presidentas de Cámaras de Comercio, un 15 por ciento de alcaldesas; un 10 por ciento de doctorados Honoris Causa; un 16 por ciento de catedráticas; una representación femenina del 12 por ciento en Consejos de Administración de empresas cotizadas; un 12 por ciento en el Tribunal Supremo; un 7 por ciento en Reales Academias; un 1 por ciento de mujeres líderes del sector financiero, etc.
– La relación con los asuntos centrales de la vida: «Las mujeres son las responsables mayoritarias en todo el mundo de alimentar, dar de beber, educar, vestir, sanar el cuerpo y la mente, acompañar, asistir y cuidar a los demás, sobre todo a la población más dependiente y vulnerable: niños, mayores, enfermos, personas con discapacidad […] ya sea dentro del hogar o en los espacios del mercado pero, asimismo, en el sector público o desde los ámbitos del voluntariado. Crecientemente se están haciendo cargo en solitario de todas las funciones en la familia (cuidar y además proveer), en el contexto de un alarmante incremento de los hogares monoparentales, donde el padre se ausenta por completo o solo aparece esporádicamente. Van más al médico (y llevan a rastras a los suyos), aunque su salud suele ser más quebradiza. Cada vez están más presentes en los estudios formales e informales, proliferando a todas las edades en todo tipo de aulas, con una elevada preferencia por aquellas que pretenden acercarnos a la comprensión del mundo y a los recovecos del alma humana. Copan el índice de lectores de libros y visitantes de bibliotecas y museos en los países en los cuales se les da la oportunidad de acceder al saber. También actúan como principales impulsoras de los movimientos por la paz» (Sallé, 2012).
Este cuádruple punto de partida, además de explicar -como se ha señalado- muchas de las asimetrías de género en la creación y uso de las tecnologías (en el caso de las mujeres menor acceso, inferior presencia en los usos avanzados, interés por los contenidos más sociales y relacionales, posicionamiento más pasivo, baja participación en los ámbitos de toma de decisiones, pocas ingenieras, etc.), aporta también un horizonte de trabajo más definido a efectos de impulsar la igualdad y convertir la Red en un espacio mucho más rico, híbrido y plural de lo que es ahora.
Al hablar de igualdad nos referimos, pues, a una aspiración y una estrategia que se propone incorporar a las mujeres a la gobernanza y los recursos, del mismo modo que a los hombres a la gestión de la vida y los cuidados, propiciando de ese modo nuevos e indispensables equilibrios para una gestión armoniosa de la agenda del desarrollo humano, una agenda que actualmente peligra.
Hacia la ‘era híbrida’
Una apuesta, por otra parte, que se contextualiza en un delicado momento de crisis y grandes cambios, en el que todo sin excepción está en juego: los modelos de crecimiento y convivencia, los pactos demográficos, la organización de las empresas, nuestra relación con la naturaleza, las formas de construir conocimiento, los espacios y modos de hacer política… Y, en consecuencia, en plena transición hacia la denominada ‘era híbrida’, no podemos perder el Norte (o el Sur…) de lo verdaderamente esencial, ni mucho menos conformarnos con una Red de miras estrechas hecha a medida de jóvenes, varones, urbanos, sanos, estudiados y ciberconectados.
Hay que romper con urgencia esa falsa noción de innovación y universalidad, para construir una Red a favor del equilibrio, la mezcla y la vida, concebida como un gran espacio de oportunidades para todas y todos.
Con esa perspectiva llevamos tiempo trabajando y quisiéramos dar argumentos y motivaciones para que un número cada vez mayor de instituciones, empresas y ciudadanía pongan su capacidad, compromiso y pasión en promover dos grandes objetivos:
– La igualdad ‘en’ la Sociedad de la Información, fomentando el e-acceso, las e-capacidades y la e-inclusión de todas las mujeres: empresarias y amas de casa, maestras y mayores, desempleadas e inmigrantes…
– Y una Sociedad de la Información ‘para’ la igualdad, esto es: que proyecte los derechos, libertades y autonomía de las mujeres; que invierta en una potente Internet de proximidad para la corresponsabilidad y la conciliación de la vida familiar y profesional y, en general, para aquellos usos relacionados con el desarrollo y la mejora de la calidad de vida (salud, educación, cuidado, medio ambiente, desarrollo local, cultura, cooperación…); que aumente el liderazgo, la visibilidad y la voz local y global de las mujeres; que empuje también hacia un cambio de valores; que promueva la diversidad de género y el emprendimiento femenino en los entornos de las industrias digitales; que aliente las vocaciones tecnológicas en las chicas (a la par que le conceda un enfoque más social a las ingenierías); que apoye un papel femenino más activo en la toma de decisiones del sector TIC; que favorezca las redes de tecnólogas, y que condene activamente las manifestaciones del sexismo en la sociedad y en la Red.
Talento, diversidad y equidad. Eso queremos y podemos aportar las mujeres a la Red, eso buscamos en ella. Sin olvidar nunca que la Red no la hacen las tecnologías, la Red somos las personas y, en esa medida, las mujeres representamos una oportunidad extraordinaria para hacerla mucho más democrática, poderosa, real y humana. Para cambiarla y que nos cambie… a mejor.
Artículo extraído del nº 92 de la revista en papel Telos
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