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Más allá del logos tecnológico


Por Fernando Velasco

Considero que tanto sobre el presente que vivimos como sobre el futuro que anhelamos, uno sólo puede tener opiniones. De ahí que lo que a continuación sigue sea más una serie de preguntas y de observaciones que de respuestas y argumentos.

Avance técnico y económico

Hoy una de nuestras más acuciantes sequías es la que tiene que ver con nuestra formación y con el conocimiento de nosotros mismos y en qué medida nuestro mundo tecnológico ha contribuido a ello: ¿cómo determinan, limitan y amplían las nuevas tecnologías la forma en que nos vemos e imaginamos el mundo? ¿Cómo nos ayudan o nos complican a la hora de percibirnos a nosotros mismos y a los otros? ¿Se está produciendo una desinteriorización del hombre?…

Sabemos leer, escribir, navegar por Internet, etc., pero ¿de qué nos sirve si no entendemos lo que ocurre en nuestro mundo (información no equivale a conocimiento) y no nos han educado para pensar -identificar problemas, definir contextos, enumerar alternativas, saber analizar las opciones, elaborar los motivos, autocorregirse (entender es ser capaz de corregirnos) y gestionar la incertidumbre-? Cada vez somos más conscientes de nuestra ignorancia y de que la técnica no nos libera de tener que decidir bajo condiciones de incertidumbre, de indeterminación. Sin tener certezas. De ahí que saber manejarse a través de las nuevas tecnologías sea una de las cosas más difíciles actualmente. La analogía de la navegación (navegar por Internet) la mayoría de las veces no es útil para describir la actividad de quienes de facto solamente nos vemos arrastrados por las corrientes de información. Ante esta nueva situación, quizá, la cuestión no es tanto ‘¿qué debo hacer?’, sino algo más fundamental: ‘¿cómo debo vivir?’.

Nadie duda que los avances tecnológicos han servido para mejorar nuestro bienestar material a niveles insospechados, pero dudamos de su eficacia a la hora de alimentar lo más íntimo del hombre y de dar un sentido libre a su vida. Tenemos la impresión de que el hombre se ha convertido en un ‘instrumento’, en un ‘objeto’ más, tanto dentro como fuera de su mundo laboral. Y ello como resultado de un progreso que ha institucionalizado, por un lado, el principio de utilidad y rendimiento como único criterio de verdad a través de la competencia y la rentabilidad; y por otro, el entretenimiento, para hacer algo más llevadero lo anterior.

Hoy nos determina la técnica y la economía. Hay todo un fetichismo técnico-económico. Ya Max Horkheimer nos advirtió de que «ni los logros de la ciencia en sí ni el perfeccionamiento de los métodos industriales están en relación directa con el verdadero progreso de la humanidad. Salta a la vista que el progreso de la ciencia y de la industria puede conducir a un empobrecimiento material, emocional y espiritual del hombre».

Deterioro interior

Aquella aspiración por parte de la Ilustración de conseguir un hombre emancipado y libre no sólo no se ha logrado, sino que uno tiene la sensación de que en muchas ocasiones se ha convertido en un producto artificial y robotizado. Hemos progresado técnicamente, pero no moral y socialmente al mismo ritmo y nivel. Hemos mejorado nuestro hábitat, pero no nuestro interior. Hemos logrado avances y proyectos inimaginables, pero en muchos casos a costa de nuestras vidas y del medio. Nos comunicamos más rápido, pero no por ello dialogamos más y nos sentimos más próximos a los otros. El I+D+I que anuncian los gobiernos debería también favorecer nuestra racionalidad y nuestro poder de actuación.

Nuestra sociedad, a pesar de todo lo que nos dicen, se columpia más que se mueve, es de un dinamismo más aparente que real. Para la mayoría de nosotros las posibilidades de llevar una vida libre y autónoma son muy restringidas. Nuestra vida de cada día es bastante monótona y reiterativa, a pesar de que cambiemos de modelo de coche o compremos el último modelo de smartphone, MP3, ordenador o televisor.

Identificar lo establecido como lo óptimo ha sido siempre una de las características del poder. Es más, todo lo que triunfa no debe molestar al poder económico-político. Su finalidad es la de servir para disfrutar y la de ayudar a desconectar. De lo que se trata es de ser un tecnófilo satisfecho y un ciudadano leal. Como mucho se aspira a mitigar las situaciones injustas más llamativas, pero no se busca construir algo nuevo. Se aspira a lo establecido.

Este mundo tecnologizado nos ha acostumbrado a controles, a cámaras de vigilancia, a tarjetas que almacenan datos sobre nosotros… y, por tanto, a que no notemos la pérdida de libertad personal. Allí por donde pasamos queda constancia. Es más, nos han hecho creer que quien no es observado no existe, que el problema es pasar inadvertido. Hoy lo que está de moda es el exhibirse en las redes sociales. ¿Somos conscientes de ello? ¿Qué espacio queda para la libertad en un mundo donde todo es controlable? Sólo los irresponsables consideran como libertad el controlar a los demás. Cuando no se respeta la privacidad o ésta se devalúa, lo que se pone en peligro es la propia libertad. Un ciudadano libre es siempre un ciudadano responsable y, por tanto, capaz de hacer frente al poder.

Todo ha funcionado más o menos bien, menos el hombre. La desinteriorización que en él se ha producido ha acabado por centrar su interés en todo lo externo. Los gadgets tecnológicos no dejan de ser extensiones de nosotros mismos. Hoy el hombre sigue sin ser la medida de todas las cosas (Protágoras) y mucho menos ese superhombre (Nietzche) al que aspiraba. En este comienzo de siglo notamos que nos sobran aparatos y objetos técnicos y nos faltan líderes, referentes. Como Diógenes, seguimos buscando al hombre, en lo que tiene de más profundo.

Con gran acierto nos recuerda Spinoza en su Ética que «nada es más útil al hombre que el hombre». Por eso, todo lo que no contribuya a su bienestar interno y también externo supone una parada -cuando no un retroceso- en nuestro progreso. Como dice Hermann Hesse, «no creo en nuestra ciencia, en nuestra política, en nuestra manera de pensar, de creer y de divertirnos. No comparto tampoco ninguno de los ideales de nuestro tiempo. Pero eso no significa que carezca de fe. Creo, muy al contrario, en las leyes humanitarias existentes desde hace miles de años y creo que sobrevivirán a la confusión y el desorden actual». Espero que seamos capaces de inculcar a las futuras generaciones, para su mejor avance y progreso, incentivos algo más dignos que los de la cuenta bancaria y la satisfacción material.
A estas alturas nadie duda que las TIC pueden ser un gran medio para hacer comunidad, de relación interpersonal e intercultural y de resistencia a los poderes de turno, pero para ello tienen que ser capaces de recuperar el sentido del logos, de lo que han significado las palabras-conceptos que nos han definido como civilización, para que se dé un verdadero diálogo que contribuya a construir un progreso no sólo tecnológico, sino también humano.

Artículo extraído del nº 85 de la revista en papel Telos

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